Ni en público ni en privado, nunca o casi nunca, excepto para recordar sentidamente su muerte1, Salvador Allende Gossens hablaba de don Salvador Allende Castro, su padre. Extraño, pues de niño y adolescente Chicho convivió siempre con él y de adulto adoptó algunos comportamientos similares a los suyos. A su madre, doña Laura Gossens, sí que la endiosaba. Desde el día de su nacimiento Chicho vivió rodeado de mujeres –madre, niñera, hermanas– que le prodigaban mimos, besos, apretones.
A quien Salvador Allende presentaba como figura masculina muy cercana era a su abuelo paterno Ramón Allende Padín, médico-cirujano, político, varón visionario y multifacético. En un estudio biográfico escrito a cuatro manos se describen las conversaciones de don Ramón con su nieto “regalón”2. Imposible. El abuelo había muerto a los 39 años en 1884... un cuarto de siglo antes del nacimiento de Chicho, “detalle” sin importancia para estos “investigadores”. La corta vida del abuelo Ramón fue portentosa: médico precoz y brillante titulado a los 20 años, desbordaba de actividad e ideales fuertes. Devoto masón, militó a favor de la separación de la Iglesia Católica y el Estado, fundó en Valparaíso las escuelas Blas Cuevas, primeras laicas del país, y ascendió los peldaños de la Masonería hasta ocupar la dignidad máxima de Gran Maestro de la Gran Logia de Chile. Era también voluntario del Cuerpo de Bomberos, en el que desempeñó altas responsabilidades, además de ser elegido diputado radical y luego senador suplente. Pero lo que le ha valido un lugar en la historia, fue su desempeño abnegado y creativo como superintendente de la sanidad militar en la cruenta Guerra del Pacífico en que Chile venció a Perú y Bolivia. Debido a sus ideas de vanguardia y el color encendido de su barba y cabellera, era conocido como el “Rojo Allende”. Para el futuro presidente, el abuelo Ramón no solo fue un retrato en el salón de la casa, sino un modelo poderoso. Los predestinados necesitan una leyenda y el revolucionario Salvador adoptará al abuelo Ramón como antecedente genealógico inspirador y legitimante, exaltará reiteradamente su figura y contribuirá en forma decisiva a la perpetuación de su memoria.
En las biografías de Salvador Allende, la abuela paterna casada con Ramón Allende Padín suele aparecer tenuemente como “Eugenia Castro del Fierro, distinguida dama porteña”3. Pero algunas voces han asegurado que Eugenia Castro Fierro –la partícula “del” fue agregada por el camino y se esfumará cuando se registre su muerte– era una sola y misma persona con la pintora conocida como Celia Castro, poseedora de una vocación precoz y desbordante, discípula de los grandes maestros chilenos, premiada en los salones oficiales de Chile y en la Exposición Universal de París, la primera hija del país que hará de la pintura su profesión. Así lo ha sostenido con abundancia de detalles la escritora Virginia Vidal4 y así figura en la página de internet de los bomberos de Valparaíso donde se señala que la esposa de Allende Padín, voluntario de la 3ª Compañía, era “la muy joven dama porteña Eugenia Celia Castro del Fierro”, añadiéndose que “Celia Castro ha sido injustamente olvidada por nuestra historia artística”5. Lo que resulta muy curioso es que el Rojo Allende, visionario y vanguardista, no aludiera nunca a la actividad artística de su mujer ni se enorgulleciera de que ella marchara como él por delante de su tiempo. ¿Síntoma de machismo? ¿Indicio de un quiebre entre marido y mujer a causa de los pinceles que ella esgrimía prodigiosamente? Ninguno de los hijos de don Ramón, todos varones, entre ellos Salvador Allende Castro, padre del futuro presidente, reconoció jamás que la artista fuera su madre. Los nietos de Allende Padín, entre ellos el presidente Salvador Allende, tampoco transmitieron a sus propios hijos y nietos que su bisabuela o tatarabuela hubiese sido una artista luminosa. En una rueda de consultas a los bisnietos de don Ramón, el autor se encontró con que conocían el nombre de Celia Castro y varias de sus obras, pero ninguno se consideraba descendiente de la pintora6. Sus padres solían mencionar a Celia Castro pero sin aludir a un vínculo de sangre. Silencio, misterio. Denise Pascal Allende recordaba que en los años 60 Laura Allende Gossens, su madre, a la vuelta de un viaje en barco a Europa traía desde París un cuadro de Celia Castro que representaba un rostro de mujer y que Salvador Allende insistió tanto en que se lo diera que Laurita se lo regaló cuando fue elegido presidente en 1970. Pedro Gastón Pascal Allende recordó que su tío Salvador tenía desde antes en su casa otro cuadro de Celia Castro, también un rostro femenino que parecía formar parte de la misma serie del que le regaló Laurita, y dijo poseer él también un celia castro. Eduardo Grove Allende, hijo de Inés, ubicaba a la pintora pero no sabía que pudiese ser su bisabuela. Diversos testimonios coinciden en que el Presidente, amante y conocedor de la pintura, tenía especial apego por los cuadros de Celia Castro que había reunido en su casa de calle Guardia Vieja y los contemplaba admirado, probablemente con orgullo y emoción...
Había que investigar y el autor, convertido en detective, se zambulló en libros centenarios de papel amarillento y quebradizo con anotaciones de caligrafía arcaica y extraña ortografía, se adentró en la sacristía de parroquias erigidas en los albores de la Independencia y heridas por porfiados terremotos, tuvo en sus manos los mamotretos polvorientos que registran año tras año la existencia, el estado civil y la desaparición de los habitantes del país, recorrió las avenidas de los cementerios descifrando las lápidas y conoció los volúmenes solemnes donde se asientan los nombres de los moradores de esas tumbas... Casi a ciegas se desplazó por la geografía en busca de la huella de personas nacidas en distintos lugares antes de que en 1884, en medio de homéricas batallas religiosas, se creara el Registro Civil de Chile cuando todavía los bautismos, matrimonios y defunciones solo se inscribían en las parroquias por muy masones que fueran los sujetos, como el archimasón Allende Padín. Entre los muros fisurados de la antigua Parroquia de los Doce Apóstoles de Valparaíso, en el libro de matrimonios el autor pudo leer, en la ortografía de la época, que el 28 de abril de 1869 el “Presbítero Don Ramón Sernir casó i veló a Don RAMON ALLENDES PADIN, soltero natural de este Curato, hijo lejítimo de Don José Gregorio Allendes i de Doña Salomé Padín, con Doña EUJENIA CASTRO, soltera natural de Santiago i domiciliada diez años en esta Parroquia, hija lejítima de Don Salvador Castro i de Doña Ana María Fierro”7. En cuanto al nacimiento o bautismo de Eugenia, la novia, y la posibilidad de que se llamara también Celia, nada: nada de nada. Así como el novio aparece solo como “Ramón”, en circunstancias que se llamaba José Ramón, bien pudo el presbítero Sernir, que se saltó el segundo apellido de la novia, haberse comido también un segundo nombre de pila: Celia. El túnel parecía sin salida, ¿dónde buscar?
La luz comenzó a llegar del lado más oscuro, el de la muerte. En el libro de defunciones del Registro Civil de Viña del Mar, el autor descubrió que Castro Fierro, Celia, de sexo femenino, natural de Quillota, de profesión pintora artista, domiciliada en Arlegui 146, falleció en junio once de 1930 de parálisis bulbar, terrible atrofia progresiva de los músculos de la cara y la garganta, en su domicilio8. Como padres de la difunta aparecen Salvador Castro y Ana Fierro, los mismos que figuran como padres de la novia en el acta de matrimonio religioso de Eugenia y Allende Padín. Además, la fecha de la muerte de Celia, 19.06.1930, es la misma que se cita en el portal internacional de genealogía Geneall respecto de Eugenia Castro del Fierro, viuda de José Ramón Allende Padín, lo que reforzaba la idea de que se trataba de la misma persona9. En el libro de defunciones del Registro Civil de Viña del Mar, Celia es identificada como viuda de Luis Tixier, dato que permite suponer que tras enviudar de Ramón Allende Padín, fallecido 44 años antes que ella, pudo haberse casado y enviudado por segunda vez. En el registro se señala que Celia Castro Fierro será trasladada a Santiago para ser sepultada en el Cementerio General.
Para allá hubo que ir y en una sala a punto de derrumbe el autor tuvo a la vista el nombre de Celia Castro Fierro en el índice de sepultaciones del Cementerio General de Santiago correspondiente al primer semestre de 1930, índice que remite al folio 432. Sin embargo en ese folio no figura tal nombre, lo que podría deberse a un error en la fecha estampada en la tapa de esos registros vetustos10. El enigma parecía no tener solución y el propio jefe del Archivo del Cementerio, Fernando Parraguirre Iturra, que se había tomado muy a pecho la búsqueda, estimó que por lo visto había un error en la encuadernación o rotulación de los libros y debíamos considerar que Eugenia y Celia habían sido una misma persona. El autor no se dio por vencido y el propio Parraguirre perseveró hasta que la inscripción de la sepultación de una persona con el nombre de Eugenia Castro Fierro abrió una rendija de luz. En un legajo casi centenario se señala que Eugenia Castro Fierro falleció el... 25 de octubre de 1919 a los 78 años de edad y está sepultada junto a su marido Ramón Allende Padín en el paseo Echaurren del arbolado Patio Italiano, en un mausoleo gris y pesado sin signos religiosos ni masónicos erigido en homenaje al destacado hombre público11. Eugenia y Ramón Allende Padín yacen acompañados por los restos de sus hijos Alfredo, Ramón y Salvador Allende Castro, padre este último del Presidente. En ese mausoleo también reposan los restos de Laura Gossens Uribe, madre del Presidente, y las cenizas de Laura Allende Gossens, diputada y hermana del mandatario fallecida en Cuba. Aunque la indicación de la edad de los muertos nacidos antes de que existiera el Registro Civil no es de fiar porque se anotaba según la “tincada” de los deudos, la aritmética indica que la viuda de Allende Padín habría nacido en 1841, de modo que al casarse en 1869 habría tenido 28 años, cuatro más que el Rojo, su novio que era de 1845. Eugenia y Celia... ¿dos personas distintas?
El registro de la defunción de Celia en 1930 en Viña del Mar consigna que habría muerto a los 52 años, dato a todas luces erróneo pues significaría que había nacido en 1878 y que su primer premio en un salón de pintura de 1884 lo habría obtenido a los... seis años de edad. Más razonable es dar crédito a sus biógrafos que señalan que la pintora Celia Castro nació en 1860, pero en tal caso si se hubiera casado con Allende Padín, el día de la boda habría tenido... nueve años. ¡Imposible también! Entretanto, el autor seguía revisando manualmente los registros del cementerio hasta que por fin, en el folio 434 y no en el 432 indicado erróneamente en el índice, encontró la anotación de la sepultación de Celia Castro Fierro con fecha 14 de junio de 1930 ¿Eugenia y Celia dos personas diferentes? Sí. ¿Dos hermanas? Sí: dos hermanas, hijas “lejítimas” del mismo padre y la misma madre. Para comprobarlo había sido necesario remontarse a la muerte de cada una, solo dato fiable y debidamente documentado ya que ambas habían nacido antes de que existiera el Registro Civil. Las hermanas fueron sepultadas en el Cementerio General con once años de diferencia: Eugenia, la mayor, en 1919 y Celia, la menor, en 1930. Fin de la investigación. Y entonces, en un chispazo de memoria, el autor recordó la frase de una carta que dormía en su archivo. Su autora era la colombiana Gloria Gaitán, personaje decisivo en la vida de Allende a la que se dedican varios capítulos del presente libro. La carta fue enviada por Gloria a su madre desde Santiago el 8 de mayo de 1973 y contiene una descripción de la residencia del presidente Allende en avenida Tomás Moro. En la carta Gloria mencionaba: “... Unos bastante buenos cuadros pintados a principios de siglo por una tía de Allende y que han venido a parar ahí por una larga historia que he oído varias veces pero no se me ha podido grabar”... La carta concordaba con el resultado de las investigaciones, todo calzaba: fin del misterio.
Eugenia y Celia, dos vidas muy diferentes... En la fecha del fallecimiento de su abuela Eugenia en Santiago, en octubre de 1919, el niño Salvador Allende Gossens, futuro presidente de Chile de once años de edad, estudiaba en la capital en el Instituto Nacional y es muy probable que haya ido a despedirla al cementerio con su padre o con su tío Ramón o su tía Anita Allende Castro, hermanos de su padre que vivían en Santiago. En cuanto a la muerte de la pintora Celia Castro, en el registro de defunciones de Viña del Mar se dice que su fallecimiento fue comunicado por Enrique Gómez, de 32 años, mueblista, y en el Cementerio General de Santiago, al que fueron trasladados sus restos, consta que fue sepultada en el mausoleo de doña Desideria Castro, probablemente hermana o tía suya. Además, en los archivos del cementerio se conserva el comprobante Nº 40.763, de 14 de junio de 1930, del pago de 200 pesos como tarifa de la sepultación. La cantidad, según ese documento, fue pagada por Ana Allende, quien era hermana de don Salvador y sobrina de la extinta. Se trata de la tía Anita, en cuya casa en Santiago se alojaba en esos años... el estudiante de medicina Salvador Allende Gossens. No puede por lo tanto descartarse que el futuro presidente haya asistido al entierro de Celia, su tía abuela pintora.
Al día siguiente del fallecimiento de Celia en 1930, El Mercurio de Santiago publicó una columna sin firma con un título escueto, Celia Castro. Se lee12:
¡Cruel destino el de ciertos artistas! En pugna ingrata con el medio suelen luchar en vano, hasta que, rendidos o acosados por la incomprensión, se entregan al último refugio del silencio, blanda almohada que les prepara el sueño de la muerte. Este fue el caso triste, el más triste de cuantos registre la historia del arte chileno, de la pintora Celia Castro. En la miseria, sola, convertida en un sombra, acaba de morir. Ni siquiera sabían muchos que vivía. ¡Ni siquiera eso, ¡oh! ironía!” (...) Debemos recoger con rubor la noticia de su muerte, una muerte de tristeza y de miseria. Pobre, grande, olvidada artista...
A la muerte de Ramón Allende Padín, los masones habían comprado dos casas a su viuda, una para que vivieran ella y sus hijos y la otra para que obtuviera una renta arrendándola13. El 13 de febrero de 1911 se promulgó una ley que fijaba a la viuda e hijos de don Ramón una pensión de dos mil pesos en reemplazo de la que se les pagaba antes14. Con esos medios, el padre del futuro presidente y sus hermanos pudieron subsistir, estudiar e iniciar sus vidas.
Ramón Allende Padín, el Rojo, provenía de un linaje colonial que supo dar la espalda a la Corona Española. A comienzos del siglo XIX tres hermanos Allende García, entre ellos un primer Ramón, habían combatido por la independencia como oficiales patriotas. Ese Ramón luchó también en Venezuela bajo las órdenes de Bolívar. En la generación siguiente, el segundo Ramón, abuelo mítico del futuro presidente, estará presente en las batallas contra Perú y Bolivia como médico. En la tercera, el abogado Salvador Allende Castro combatirá en la Guerra Civil de 1891. Lo hará del lado del presidente Balmaceda, cuya altivez ante los alzados y suicidio final en la Legación Argentina alimentará la imaginación del presidente Allende durante la batalla definitiva que librará –guerrero de cuarta generación– en el palacio de La Moneda. En su panteón masculino, el futuro presidente inmortalizará también a un artesano sexagenario: el carpintero italiano anarquista Giovanni Demarchi, que desvelará en Valparaíso ante sus ojos y oídos de adolescente la cuestión social y el horizonte luminoso de la revolución. El Rojo Allende, el artesano Demarchi15…
Don Salvador Allende Castro fue un funcionario público migrante, lo que permitió a su hijo conocer tempranamente diversas comarcas, regiones y conglomerados humanos del país. Como su padre Ramón , don Salvador era masón y militante del Partido Radical, colectividad de una clase media laica y progresista. Pero a diferencia de su padre –y también de su hijo que será presidente– don Salvador no se atribuía a sí mismo una misión trascendente. Era liviano de sangre, podía ser brillante, conquistaba afectos... Don Salvador era admirado por muchos, aunque no, al parecer, por su hijo Chicho. ¿Por qué? ¿Incomprensión recíproca? ¿Reacción ante la frivolidad del padre juerguista? Probablemente haya existido un cóctel de factores y, en especial, resquemor por las infidelidades de don Salvador respecto de la madre. Pero por muy vividor que haya sido, don Salvador tenía un fuerte sentido de familia y no era en absoluto un padre ausente. Al igual que su hijo más tarde, don Salvador se daba tiempo para la casa grande y para las casas chicas. Le sobraban energías, tal como le sobrarán a su hijo, para correr tras las mujeres bellas y girar en varias órbitas.
El nacimiento del futuro presidente, el 26 de junio de 1908 en Santiago, tiene lugar después del fallecimiento de Salvadorcito, un hijo del mismo nombre del matrimonio Allende Gossens. Está marcado por el duelo de esa muerte y acompañado por el temor a que la desgracia pueda repetirse. Precioso niño de bucles rubios, inicia su vida rodeado de amor desbordante. Tiene pocos meses de edad cuando la familia se traslada a Tacna, la pequeña ciudad peruana que Chile ocupa en el norte desde la guerra del 79. Allí el padre asume de Secretario de la Intendencia y Procurador del Número ante la Corte de Apelaciones, y Chicho entra a la vida. En Tacna hay que buscar los orígenes del temperamento del futuro presidente y del fuego que arderá en su ser toda la vida. Don Salvador se integra a la burocracia bien pagada que la potencia ocupante despliega en Tacna y Arica para chilenizarlas con métodos que hoy causarían escándalo. Como resultado de la disputa territorial, la somnolienta urbe de veinte mil habitantes ha adquirido importancia desproporcionada. La familia Allende Gossens vive allí los años más boyantes gracias a los ingresos reales o el endeudamiento de don Salvador, que en su extravagancia de nuevo rico llega a alquilar el tren de Arica a Tacna para trasladar a los invitados a las fiestas que ofrece16. Los Allende Gossens ocupan una casa arrendada en la calle San Martín 230, donde don Salvador tiene su “Estudio i Domicilio”, según un anuncio de prensa de la época. En el ambiente de frontera de esa ciudad bajo bandera chilena que sus habitantes peruanos consideran “cautiva”, don Salvador da rienda suelta a su temperamento. Su esposa Laura no tarda en verse limitada por un sexto embarazo, del que nacerá en 1911 Laurita, la hija menor, que llevará el nombre de la madre y de la hermanita fallecida un año antes. Doña Laura atiende a los niños ayudada por Mama Rosa, la “nana” traída del sur, mientras don Salvador se prodiga puertas afuera. Miembro de las asociaciones y clubes chilenos, es el animador de todos los festejos. Orador y versificador repentista, se hace famoso por las bromas que juega a sus amigos. Salvador hijo heredará de su padre la capacidad oratoria, aunque a diferencia de aquel, cuando suba a una tribuna lo hará, desde sus tiempos de estudiante, en clave solemne. Pero en las bromas no le irá en zaga al padre, como podrá testimoniar el presidente Eduardo Frei Montalva después de que Allende, tras obtener la primera mayoría en la elección de 1970, aproveche una audiencia para sentarse a sus anchas en el sillón presidencial. Comentarán sus bromas los compañeros de giras que se encuentren con “sabanitas cortas” en la cama, los amigos a los que engañe haciéndose pasar por otro en el teléfono.
En Tacna Chichito es el ídolo de la casa. Como muchos hombres llamados a ejercer el poder, crece arropado por una madre abnegada y fuerte que Hortensia Bussi describirá como una persona “maravillosa” que poseía un “gran carácter y sacó a sus hijos adelante”17. A la madre se suman las hermanas, tanto Inés , dos años mayor que él, como Laurita, tres años menor, sus eternas amigas. Laurita, especialmente, será incondicional de Salvador y su cómplice eterna. Por su madre recatada y bellísima, Salvador tendrá auténtica veneración. Desde niño buscará siempre su compañía, aprovechará cada oportunidad para estar con ella y escucharla. De adulto le gustará viajar con doña Laura, alojarse con su madre en un hotel, dormir en el mismo cuarto18. El hijo masón celebrará la religiosidad de la madre y en la casa de Guardia Vieja colocará un crucifijo a la entrada para que ella lo bese cada vez que llegue de visita. En Algarrobo la acompañará hasta la iglesia Santa Teresita y la esperará a la salida de la misa los domingos19. Salvador mirará hacia otro lado y probablemente se alegrará para sus adentros cuando su madre lleve a las hijas de él y Tencha a la iglesia una por una a bautizarlas. Una vez que doña Laura se instale en Santiago, la llamará todos los días y los domingos nunca dejará de irle a dejar las mejores empanadas de la capital a su casa de la calle Lota20. Le encantará que ella lo acompañe a votar los días de elecciones y que lo defienda ante las amigas que critiquen a su hijo “comunista”. La muerte de doña Laura en 1964 será un golpe terrible para Salvador y, una de sus penas grandes, que doña Laura no viviera para acompañarlo el día en que asuma la Presidencia de la República. Salvador “fue un buen hijo, adoraba a su madre, pero no fue tan buen marido”, dirá Tencha sin pelos en la lengua21. Tencha admiró siempre a doña Laura y dirá de ella que fue una mujer “adelantada para su época”, además de “encantadora, buena moza, insatisfecha, (...) fina, muy frustrada”. Recordará que su gran aspiración era conocer Europa, viajar por el viejo continente, sueño que no realizó porque el “marido nunca la llevó”. “Tenía afición por la pintura. (...) Él era aficionado al juego y a las mujeres.”22
Amparado por su madre y regaloneado por Zoila Rosa Ovalle, la Mama Rosa, Chicho anda siempre arregladito y donoso “como un anís”. Apenas salido del suelo muestra un talante alegre y cariñoso, pero muy discutidor. En torno a él se afanan también Inés , la hermana mayor y la primera Laurita, tras cuyo fallecimiento de sarampión el relevo lo tomará la segunda. Alfredo, el primogénito, queda bastante postergado. Con el padre volcado al trabajo y las escapadas, la casa es un matriarcado donde reina doña Laura, bella y altiva, y Chicho es un pollo con ínfulas de gallito. Doña Laura es hija de don Arsenio Gossens, un inmigrante belga, y de Laura Uribe, descendiente de una familia vasca de la aristocracia colonial. Los primeros años de vida de doña Laura transcurrieron en Lebu, en el corazón de Arauco, donde se habituó a la musicalidad del mapudungun, la lengua de la tierra. Conservadora por tradición y católica de la Orden Tercera de las Carmelitas, doña Laura es la antítesis de su marido masón. Mientras él y su hermano combatían en las filas del presidente Balmaceda en la Guerra Civil de 1891, un hermano de ella moría fusilado por los balmacedistas en la matanza de Lo Cañas.
El matrimonio Allende Gossens se ajusta a un estereotipo de la época: marido masón y mujer beata. Pero Laura Gossens de Allende dista mucho de ser la esposa sumisa dedicada a los hijos y a rezar el rosario. Ha estudiado en un notable establecimiento norteamericano no confesional fundado en 1880, el Santiago College, “el colegio prestigioso del momento”, donde aprendió inglés23. Además puede expresarse en francés24. Posee una habilidad para los idiomas que su hijo presidente no heredará en absoluto. Es una mujer de agallas y con sentido práctico, que sabe manejar las situaciones desde un segundo plano. En Tacna sale a cobrar los honorarios adeudados a su marido y más tarde en Valparaíso, cuando don Salvador no pueda levantarse tras una juerga, será ella quien abra la notaría. El día en que don Salvador quede postrado por la diabetes, asumirá el mando de la oficina y a él le sacará la firma en la cama25.
En todas las etapas de su vida el futuro presidente habrá estado rodeado y seguirá estándolo por una familia eminentemente femenina. De la Mama Rosa, la niñera campesina que lo cuidó de chico y no tan chico, Salvador hablará tanto que terminará labrándole un lugar en la Historia26. Cuando asuma el Ministerio de Salubridad le dedicará en términos elocuentes una fotografía: “Para Rosa, la sin igual mamá, a quien entre otras cosas le debo ser ministro, Chicho”27. Salvador Allende proclamará que “yo tengo dos madres” y del brazo de la anciana de 90 años saldrá del Congreso Pleno el 3 de noviembre de 1970, cuando jure como presidente. Y dos años más tarde el Primer Mandatario llegará a la fiesta familiar de celebración de los 92 años de la Mama Rosa en el campo y a los pocos meses a su velorio, uno de los momentos tristes de Chicho en la presidencia28. Cada una de sus dos madres es un hemisferio de la burbuja cálida en que crece y seguirá viviendo de adulto. Doña Laura habrá sido para Salvador el amor sólido y sin exuberancia; Mama Rosa, el amor efusivo, la ropa cosida, lavada y planchada con sus manos para el niño pequeño, el adolescente, el adulto, y siempre la cazuela de gallina y el chupe de locos. Dos mitades de madre, doña Laura y Mama Rosa, que sumadas forman una madre de 360 grados, dos en una y mucho, muchísimo amor para él toda la vida.
El conocimiento de la mentalidad femenina que siempre acompañará a Salvador se forja allí en Tacna. Le viene de observar a su madre y recibir su afecto, de verla y oírla rezar, de percibir su fuerza sobria, de escuchar sus pasos cuando se esmera por la casa. De corretear por dormitorios de mujeres, de observar a sus hermanas en manos de costureras que les moldean los vestidos al cuerpo, de oler sus afeites y verlas cuando se ponen colorete a escondidas, de admirar la gracia con que lucen cuando van a una fiesta. La convivencia con Inés y Laura va acompañada por el contacto con las amigas de sus hermanas. El entendimiento del alma femenina se nutre también de la convivencia con Mama Rosa, madre soltera llevada al norte para que cuide a Chichito, al que termina adorando en adición y sustitución de la hija lejana que ha quedado en Lampa. Apenas aprende a andar, el niño –“mi niño”, dice y dirá siempre Mama Rosa– no se conforma con el horizonte de los dormitorios, el salón, el comedor, los baños y pasillos de la casa, y busca aventura más allá. La cocina, la despensa, el repostero le abren espacios ignotos. Chicho es metete y lagrimea cerca de la cocinera cuando pica cebolla. Es ayudador y desgrana las habas y los porotos junto a las mujeres. Es hurguete e indaga los secretos de cajones y alacenas. Es mirón y observa la preparación del pino de las empanadas chilenas y del sofrito de los picantes peruanos, y sobre todo quiere probar, meter dedos y barbilla en el merengue y las tortas, en los guisos... Aunque consentido, no llega a ser malcriado. Por el contrario, desde muy pequeño devuelve a las mujeres cariño por cariño. Es querendón y sabe ser “bueno” con las mujeres que se desviven por él. Eso sí, es mandón, quiere que le den en el gusto y sabe desplegar sus encantos y manipular e imponer sus antojos a las mujeres de toda edad y condición. ¿Tirano? No. Voluntarioso, sí, amante de llamar la atención, contento de ser el centro del hogar.
Pero la espontaneidad que atrae a las mujeres no basta, hay que dominar el arte de relacionarse con ellas y conquistarlas como hombre. Descontados el instinto y la experimentación propia, ¿dónde bebe Salvador Allende el conocimiento fino del arte de la aproximación a una mujer que lo acompañará hasta el final de su vida? El hijo observa a don Salvador y aprende de él. Curiosamente, es en la relación de género con las mujeres que la proximidad entre el hijo y el padre adquiere significado profundo. En la mente de Chicho ha de haberse grabado la teatralidad inspirada de don Salvador frente a las bellas, aunque por solidaridad con doña Laura considerase reprobable el espectáculo. “Mujeriego” sería una palabra demasiado fácil para definir a don Salvador. Galante sí y sobre todo atento con las mujeres, inclinado a demostrarles interés, a prestarles atención. Sabe entenderlas, es capaz de escucharlas. Las hace sentirse observadas, admiradas, importantes, porque en realidad las mujeres son importantes, muy importantes para él, como lo serán para su hijo Presidente de Chile.
De su hermano Alfredo, Salvador hablará poco, pues tratándose del círculo familiar inmediato lo que importa son las mujeres. Aunque abogado de profesión, la verdadera vocación de Alfredo consistirá desde joven en subir a un ring a dar y recibir castañazos. De carácter opaco, los amigos lo llamarán “el atleta monótono”29. Cuando la edad lo obligue a retirarse del box aficionado, se convertirá en árbitro de los torneos boxeriles de Valparaíso. En el puerto aspirará a ser titular de una notaría como el padre, pero solo ejercerá algunos meses de notario suplente. Se trasladará a Santiago como abogado menor de instituciones fiscales: Ferrocarriles del Estado, Caja de Crédito Popular, Superintendencia del Salitre... Vivirá solo o con una mujer semiproletaria en el noble edificio de la Caja de Empleados Públicos y Periodistas situado en Teatinos 251, vereda oriente, entre las calles Agustinas y Moneda, a una cuadra del palacio presidencial. En las noches de invierno se le verá por las calles del centro, envueltos los hombros anchos en un abrigo. Acostumbrará recalar en un bar donde los mozos le preguntarán: “¿Lo mismo de siempre, don Alfredo?” El hermano pasará por la existencia de Salvador Allende sin apenas dejar huella, como un fantasma. Excepcionalmente se referirá a él en una carta escrita a su amada colombiana Eugenia Valencia en 1966. Al regreso de un viaje a Cuba por el que recibirá fuertes ataques, expresará a Eugenia: “En medio de esta batalla tan desigual, la fatal enfermedad de mi hermano ha sido un rudo e injusto golpe más. Tanto más cuanto que sus últimos días fueron de un sufrimiento inenarrable. Menos mal que era soltero e hizo la vida que más se avino a su carácter; pero siempre tuvimos vínculos de profunda amistad que afianzaron los de la sangre.”30
Recuerda el autor:
Mi vida se había atascado. A los 27 años había vuelto a quedar solo y me replegué donde mis padres. Decidí dar el examen de grado y recibirme de abogado. En la casa familiar había poco espacio. Un día Don Miguel partió al cementerio: enterraban a Alfredo Allende Gossens. A la vuelta, con él venía Salvador Allende. Se veía sombrío, triste. Estábamos de pie, Allende sabía que yo había suspendido mi quehacer periodístico para sacar el título. Me preguntó cómo me iba y le conté que estudiaba en el Parque Bustamante. “¿Por qué no estudias en la casa?”, me preguntó. Le respondí que no había espacio. Salvador Allende metió la mano al bolsillo y me dio un llavero. “Son las llaves del departamento de Alfredo, puedes instalarte allá”, me dijo. Y me instalé durante tres meses en ese departamento oscuro y triste, con desangelados muebles de oficina tapizados de cuero ajado. Para estudiar Derecho Civil y Derecho Procesal tenía que encender la luz aunque el día fuese luminoso. Cuando salía a la calle recibía el choque del sol y del bullicio. Lo más agradable eran los baños calientes en una tina donde cabíamos holgadamente dos personas. Cuando di el examen de licenciatura pasé a la presidencia del Senado a devolver la llave a Salvador Allende y darle las gracias. Me dijo que el departamento se iba a vender y que si me interesaba algún mueble podía tomarlo. Me llevé un escritorio con tapa de corredera que quedó bautizado como el “escritorio de Allende”. Cuando salí al exilio el mueble fue a dar a casa de una amiga que me lo guardó veinte años. Un día regresé y lo fui a buscar: lo recordaba enorme y lo encontré increíblemente chico. Una de mis hijas lo instaló en su casa en La Florida y en sucesivas mudanzas lo llevó a Antofagasta, a Viña del Mar, luego a Mantagua, donde el escritorio de Allende se hallaba anclado en el momento de escribir estas líneas. En cuanto al departamento de Alfredo, Salvador Allende no lo vendió, al menos por un tiempo. Lo decoró con mejor gusto y lo convirtió en una sucursal de Bueras.
Un factor que marcará al niño Chicho y se proyectará en toda la vida del adulto Salvador será la relación entre los chilenos y los peruanos de Tacna, donde la familia Allende Gossens forma parte de los ocupantes. En esa ciudad de alma dividida, Chichito salta temprano la barrera que separa a las dos comunidades y vive una relación inocente con una niña mayor que él cuya huella perdurará hasta el final de sus días. La tensión entre chilenos y peruanos está en el aire y penetra al interior de la casa de los Allende en las conversaciones hogareñas, en la palabra de los amigos del padre y las amigas de la madre, de los invitados que acuden a las veladas que el matrimonio suele ofrecer. Gracias a su carácter afectuoso, don Salvador traba amistad con algunos peruanos señalados, cosa excepcional en la Tacna de esos días, amén de correr tras más de una peruana “morroñosa”, como llaman allí a las bellas apasionadas31. Los Allende Gossens hacen amistad con dos hermanos notables, Federico y José María Barreto Bustios, voz y conciencia de la peruanidad. Pertenecen a una intelectualidad tacneña de antigua raigambre que no se doblega ante los forasteros. Federico Barreto será conocido como el Cantor del Cautiverio[23]. Algunos valses peruanos tomarán la letra de sus poemas, como el célebre Aurora, al que pondrá música Nemesio Urbina Castañeda: “Me has entregado, Aurora, al abandono… a mí que tanto y tanto te he querido…”, vals que termina con una maldición agridulce: “…Castígala, Señor, con toda tu energía… que sufra mucho, pero que nunca muera… ay, Aurora, te adoro todavía…”. Pero el vals inmortal de Federico Barreto, inspirado en su soneto Último ruego y con música de Rafael Otero López, seguirá siendo Ódiame:
Ódiame por piedad yo te lo pido,
ódiame sin medida ni clemencia,
odio quiero más que indiferencia,
porque el rencor hiere menos que el olvido.
Si tú me odias quedaré yo convencido,
de que me amaste mujer con insistencia,
pero ten presente de acuerdo a la experiencia,
que tan solo se odia lo querido.
En casa de los Allende Gossens, Federico Barreto conoce a la primera Laurita. Cuando la niña muere el 20 de agosto de 1910 a los diez años de edad, el poeta dedica hidalgamente un soneto dolorido a la memoria de la hija de sus amigos chilenos32:
CORONA DE ROSAS
A Laurita Allende Gossens
Era en su hogar la Virgen del Consuelo
y murió casi sin haber vivido…
Llegó una noche, un ángel a su nido
y con ella en los brazos tendió el vuelo.
Sus padres hoy la llaman con anhelo:
“¡Laura, ven! ¿Dónde estás? ¿Dónde te has ido?”’
Y ella, al oír ese eco dolorido,
“¡Estoy aquí!”, les dice desde el cielo.
Así se fue de aquí la niña hermosa;
mas, no es ingrata… Cuando duerme el mundo
vuelve a su hogar como una mariposa.
Besa a sus padres con sus labios bellos
y al brillar otra vez el sol fecundo,
¡se va a los cielos a rezar por ellos!
El hermano de Federico, José María, apodado “El Lúgubre” por su carácter hermético, dirige La Voz del Sur. Junto con El Tacora, de Roberto Freyre, el periódico se bate por la causa peruana y denuncia la chilenización forzada. Los chilenos responden desde El Pacífico. Tras la llegada de la familia Allende Gossens, cuando Chichito tiene un año los curas peruanos, dependientes del obispado de Arequipa, han sido expulsados por el Gobierno de Chile. Hay revuelo de sotanas y cierre de iglesias, y las dos comunidades se encastillan. Doña Laura se encuentra con las damas peruanas en la iglesia parroquial de Tacna, cuyo párroco José Félix de Andía es apreciado por ambas comunidades. Las Ligas Patrióticas, de triste historial de violencia antiperuana en Iquique y Arica, se organizan también en Tacna33. La amistad entre los Allende Gossens y los Barreto Bustios no puede librarse de roces. Chicho mantendrá toda la vida los puentes tendidos.
Para los chilenos, los peruanos son unos “cholos jodidos” y para los peruanos, los chilenos unos “rotos del carajo”. Es la “época del plebiscito” que debe decidir el futuro de las provincias de Tacna y Arica. En julio de 1911 las autoridades acusan al diario La Voz del Sur de haber insultado a la Marina chilena y el 18 de ese mes estalla la violencia. Cientos de chilenos, incluidos obreros ferroviarios traídos especialmente, recorren las calles de Tacna profiriendo gritos contra los diarios peruanos. Acaudillados por los jefes de las Ligas Patrióticas, asaltan los edificios de La Voz del Sur y de El Tacora, empastelan las imprentas, arrancan el escudo de la Delegación del Perú, atacan el Club Unión donde se reúnen los caballeros peruanos. Ocho décadas más tarde, el escritor tacneño Fredy Gambetta, en su novela El ardiente silencio evocará los gritos de la multitud frente a los diarios peruanos: “¡Ya se acabó la paciencia, para leer tanta indecencia! (…) ¡No queremos más panfletos, ni Freyres ni Barretos!”34 Gambetta presentará a un Salvador Allende Castro que pronuncia una arenga encendida en el pasaje Vigil, ante los manifestantes que vociferan: “¡Que viva Allende! ¡Viva Chile! ¡Que viva! ¡Abajo los cholos! ¡Abajo!”35 El abogado Allende de la novela dice:
De una vez por todas, señores del Gobierno de Chile, conservemos Tacna y Arica a costa de cualquier sacrificio, si fuera necesario. No tengamos contemplaciones con los peruanos que se opongan a nuestros planes de chilenización. ¡Tacna y Arica deben ser chilenas, de una vez por todas!”36
Cuando la turba se desmadra, Allende Castro trata de contenerla: “¡Compatriotas! ¡Compatriotas!”37 El público enfervorizado comenta:
¡Qué grande es el doctor Allende Castro! ¡Qué patriota! Como Ministro de la Corte es un ejemplo de rectitud. Dicen que uno de sus hijos le ha nacido aquí, en Tacna, en su casa de la alameda.38
En la vida real, que ya no en la novela, la familia Freyre, dueña de El Tacora, acusará a Salvador Allende Castro de haber dirigido desde las sombras la asonada contra los diarios39. Aunque inconfirmada, la afirmación se grabará en la mente de los peruanos de Tacna. Cuando tienen lugar esos acontecimientos Chicho acaba de cumplir tres años.
A los cinco es enviado a la sección preparatoria del Liceo de Hombres de Tacna, donde conviven los niños de ambas nacionalidades. En el Liceo se canta el himno chileno y los niños peruanos mantienen la boca cerrada. Entre los que no cantan están Hernán y Gastón Barreto Muster, hijos de José María, el director de La Voz del Sur. José María tiene también una hija, Blanquita, nacida en 1901 –siete años mayor que Chicho– que estudia en el Liceo de Niñas. Blanquita frecuenta con sus padres la casa de los Allende desde los tiempos en que Chichito aprendía a hablar y a caminar. Blanquita es condescendiente y protectora hacia un pequeño Chicho que no se deja dominar. Ella es una preciosidad, mezcla feliz de las sangres criolla del padre e inglesa de la madre, y ambos tienen caracteres parecidos. En contraste con su padre el Lúgubre, Blanquita es juguetona y alegre como Chicho. Pese a la diferencia de edad, la afinidad que vincula a los dos niños va unida a la sensación de un ardor nuevo.
En el Liceo de Tacna los niños peruanos y chilenos confraternizan. El día en que un maestro habla de Mónaco, el principado independiente del Mediterráneo enclavado entre Francia e Italia, la imaginación infantil alza el vuelo. Los niños de ambas comunidades conciben la fórmula mágica para terminar con el conflicto que separa a sus mayores. ¿Por qué disputarse? Ellos no quieren ser peruanos ni chilenos, solo vivir en armonía. Tacna debe ser independiente de Chile y de Perú y convertirse en un principado como Mónaco. Solo habrá que traer a un príncipe europeo40. Chichito se entusiasma, pregunta a su padre dónde queda Mónaco y don Salvador le muestra un mapamundi. Ahí está el Mediterráneo, esa manchita es Mónaco. Chicho se agita, piensa… discute… interpela a Blanquita Barreto sobre el tema. Chicho y Blanquita, Blanquita y Chicho sueñan… El futuro Presidente de Chile siente por primera vez el llamado de una causa idealista. Los niños de Tacna proponen su proyecto a los mayores, la idea corre por la ciudad, pero... los adultos prefieren seguir con sus querellas. El afecto que ha brotado entre Chicho y Blanquita superará, como el de Romeo y Julieta, los prejuicios de los clanes y se proyectará a lo largo de sesenta años de amistad, en comunicaciones y encuentros esporádicos. En la convivencia con la niña Blanquita, el niño Chicho ha estrenado frente al mundo femenino sus brotes de seductor instintivo y camarada leal.
En 1918, cuando Chicho no ha cumplido diez años, la familia emigra nuevamente. Don Salvador ha obtenido el nombramiento de Notario y Conservador de Bienes Raíces de Iquique, más al sur. Para el niño, la partida definitiva de Tacna es dolorosa. Abundan las despedidas. Salvador padre está radiante; Salvador hijo, triste. Tacna es su ciudad, y sus amigos peruanos y chilenos quedan allí, su infancia queda en Tacna. Chicho parte decidido a volver. Desde Iquique escribirá a Blanquita, le confiará sus sentimientos, le contará sus penas, le preguntará por sus hermanos, por los amigos. Esas cartas serán las primeras de la abundante correspondencia apasionada que Salvador Allende brindará a lo largo de su vida a las mujeres que le importen. Pero en la vida de Blanquita pronto aparecerá un galán y la amiga de Chicho se casará a los diecisiete años con el abogado Jorge de Rivero Ríos, que se la llevará a Lima.
La permanencia en Iquique es corta. El niño Salvador cursa el último año de primaria y un par de meses del primer año de humanidades en el liceo local, sin que se conserven las calificaciones que obtuvo41. En mayo de 1919 es llevado por su padre a Santiago, donde ingresa como alumno del primer año de humanidades en el Instituto Nacional. El 27 de diciembre de 1919, al término del único año escolar que el niño Allende cursó en su ciudad natal, las calificaciones de sus exámenes quedaron archivadas en el libro correspondiente y fueron notoriamente bajas, como se detallará más adelante. Pero pronto la familia Allende Gossens emprende nuevo viaje, esta vez al sur, a la fría y lluviosa ciudad de Valdivia, adonde el niño es llevado después de terminar los cursos en diciembre. Junto al río Calle-Calle don Salvador se desempeña como abogado del Consejo de Defensa del Estado y Chicho vive el tránsito de la infancia a la adolescencia. En Valdivia estudiará dos años en el liceo de la ciudad, donde las notas que obtuvo desaparecieron42. En la edad del deslumbramiento, encuentra nuevos amigos en el liceo y nuevas amigas en la plaza, en el paseo a orillas del río, en las fiestas de la ciudad. Pronto se distingue por su vestimenta elegante y a menudo estrafalaria, que le valdrá el apodo de “Pollo fino” de parte de las muchachas provincianas43. Chicho llama la atención y ejerce magnetismo sobre las niñas y los amigos. A su sociabilidad se suma la tendencia a mirar lejos y volar más alto, a actuar con pasión, a distinguirse.
A poco de instalado, don Salvador ha deslumbrado a la sociedad valdiviana con su ingenio. Abundan aquí como en Tacna las fiestas, almuerzos y cenas donde el matrimonio Allende Gossens no puede faltar. Don Salvador es una tromba que rompe el tedio provinciano. Se gana el aprecio de los funcionarios, abogados, médicos, militares, sacerdotes y la admiración de las damas. El Chicho adolescente conquista Valdivia a su manera. En el joven se perfila la necesidad, heredada de Don Salvador, de vivir rodeado de gente. Al igual que el padre, Salvador Allende Gossens estará en todas las etapas de su vida acompañado, a veces a la distancia, cuando comience el día llamando a sus amigas y a sus colaboradores por teléfono a las 7 de la mañana. Acompañado siempre el político Salvador Allende... Al dirigirse en su hora a la Cámara de Diputados, a su despacho de ministro o de presidente del Colegio Médico, al Senado con algún colaborador en el automóvil o tranqueando a su lado… Acompañado por un amigo en la calle, acompañado al almuerzo por Tencha y sus hijas y uno o varios invitados cada día. Siempre acompañado. Acompañado en los pasillos del Parlamento y en el quehacer colectivo de las salas de sesiones. Acompañado en sus viajes, acompañado en las vacaciones de la mañana a la noche. Caminando acompañado por las tardes al término de la jornada y yendo luego en compañía de Tencha a una cena, al cine, al teatro. Acompañado por sus perros Chagual o AK al pasear por la playa o dar la vuelta a la manzana. Acompañado cada día durante tres años al bajar al palacio de La Moneda custodiado por un enjambre del GAP. Acompañado en los almuerzos de palacio y en su dormitorio de la calle Tomás Moro, con Ariel Fontana, Enrique Huerta, Jano u otro GAP velando del otro lado de la puerta. Oyendo y hablando siempre. Preguntando, conversando, percibiendo en la voz ajena los sentimientos de la calle, la vibración del alma popular, el ánimo del país, el pulso del mundo. Siempre acompañado Salvador Allende, incapaz de estar solo mucho rato. Y cuando tenga la oportunidad de estarlo, cuando otro en su lugar buscaría el silencio del recogimiento, Allende se agitará desasosegado, vacío, hambriento de algo y saldrá a buscarlo. Partirá entonces en secreto, al volante del auto o con Mario su chofer o con la estela del GAP en busca de la belleza, del calor de una compañía femenina y beberá esa copa hasta saciarse. Pero cuando el reposo –“recuerda que eres humano”– se le haga ineludible, Salvador Allende dormirá como el tronco de un árbol derribado, sin soñar: “Cuando duermo, muero”, dirá. A las seis de la mañana del día siguiente estará listo para reiniciar la actividad. Esa necesidad de compañía, ese sentido gregario y colectivo, esa naturalidad para evolucionar entre la gente y emerger como el número uno atraerán siempre hacia él a las mujeres y harán de Salvador Allende el líder nato de un curso de liceo en Valdivia, de una escuela universitaria en Santiago, de un puñado de chilenos deseosos de cambiar el país, de un partido, un movimiento, una generación, un pueblo.
De Valdivia, al cabo de dos años, a Valparaíso, la ciudad que Chicho solo había conocido, si acaso, en breves visitas… Para don Salvador, nacido en el puerto, su nombramiento como relator de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, para luego asumir allí como notario, es la coronación de muchos trotes burocráticos; Chicho, adolescente, se siente a sus anchas y en Valparaíso y Viña del Mar halla terreno fértil para la expansión de su personalidad seductora. Llega al Liceo de Hombres de Valparaíso, que más tarde se llamará Liceo Eduardo de la Barra, habiendo conocido el norte y el sur, con una visión del país. La vida de los Allende fluctúa entre Valparaíso y Viña del Mar. Se instalan a vivir en Viña, la notaría del padre está en el puerto, las hermanas Inés y Laura estudian en las Monjas Francesas... Fiel a la tradición, el matrimonio formado por don Salvador Allende y doña Laura Gossens matricula a los hijos varones en liceo laico y a las hijas en colegio religioso. No obstante, Laurita terminará en el Liceo de Niñas de Viña del Mar y cursará cuatro años de Derecho en la estatal Universidad de Chile, en Valparaíso.
La vida de Salvador en la casa de Viña, situada en la calle Libertad 269, está marcada por la amalgama afectuosa con sus hermanas, muchachas distinguidas, sociables, bellas: Inés , mayor que él, y Laurita, la menor. A lo largo de los años esas hermanas se involucrarán de una u otra manera en las relaciones sentimentales que Salvador anude con sucesivas mujeres, empezando por Tencha, que ellas y la madre aceptarán complacidas desde el día primero. Esa injerencia de las hermanas, especialmente de Laurita, en la vida amorosa de Salvador será a menudo de confidente, sin excluir la tolerancia y ni siquiera el encubrimiento de aventuras ilícitas. La presencia de Laurita podrá adquirir tonalidades de apoyo, de mera aceptación o de advertencia y, en algún caso, doloroso para él, la forma de la reprobación. Laurita amará a Salvador por sobre todas las cosas: será tolerante con él y a él le importará mucho contar con la comprensión de esa hermana. Por ello, en los últimos meses de su vida será doloroso para Salvador Allende encontrarse con el silencio indiferente de Laurita ante su relación con la mujer que al borde de la muerte ha de ofrecerle un oído compasivo.
Del lado del puerto de Valparaíso, Chicho, el adolescente, se abrirá camino en un liceo al que ha llegado del sur y donde varios de sus compañeros son vástagos de familias que han estado relacionadas con los Allende desde antes. Del lado de la gemela Viña del Mar, la ciudad jardín, su vida transcurrirá bajo la protección de su familia, relacionada con los círculos viñamarinos prominentes. Del lado de Valparaíso convivirá en el liceo con hijos de médicos, carteros, profesores, vendedores ambulantes, abogados, artistas de circo. Del lado de Viña, en los almuerzos de la familia conocerá a Arturo Alessandri Palma, amigo de su padre, que será dos veces Presidente de la República. Del lado de Valparaíso subirá a los cerros y se adentrará en la vida miserable de los pobres. Del lado de Viña se encontrará con los orgullosos cadetes de la Escuela Naval. Del lado de Valparaíso, el carpintero Giovanni Demarchi le hablará de anarquismo con acento de “bachicha” en su taller del Cerro Alegre mientras cepille una pieza de madera con la garlopa; lo incitará a soñar con un mundo sin reyes ni príncipes, sin presidentes siquiera, sin ricos ni pobres, paraíso en la tierra; exaltará ante él a los ácratas Kropotkin, Bakunin, Malatesta; le enseñará a jugar ajedrez. Del lado de Viña, Salvador impresionará a las muchachas nadando atléticamente en Caleta Abarca los días de marea alta. Del lado de Valparaíso, en 1922 ingresará como socio a los 15 años de edad a la sección infantil del Club Deportivo Everton44, antes de que ese club se traslade a Viña del Mar, y del lado de Valparaíso jugará al fútbol y será coronado campeón juvenil de natación y decatlón. Del lado de Viña paseará por la plaza Vergara con el pantalón de golf recibido de Londres y un sombrerito de copa dividida en cuatro45. Del lado de Valparaíso explorará de noche los trasfondos del puerto y se deslizará hacia lo prohibido. Del lado de Viña acompañará a las fiestas a su hermana Inés , reina de las Monjas Francesas, y en Valparaíso estará a su lado en el teatro Olimpo cuando sea coronada en lo juegos florales del Ateneo46. Y también del lado del puerto subirá al cerro Concepción sin saber que allí, en el número 38 de la calle Papudo, reside una niña de ojos transparentes llamada Hortensia con la que un día se unirá para toda la vida. Del lado de Viña practicará dos deportes para ricos, el tiro al blanco y la equitación. Del lado de Valparaíso nadará en la democrática playa de Las Torpederas sin imaginar que una niña de apellido Bussi, que nada hasta la boya a su lado y come igual que él un sándwich de miga en Las Terrazas, será su mujer47. Del lado de Viña conocerá a los almirantes de la Marina de Chile que visiten la casa familiar. Del lado de Valparaíso convivirá con los marineros y grumetes de la Escuadra. Del lado de Viña visitará con sus padres a viajeros distinguidos que regresan de Europa. Del lado de Valparaíso escuchará los relatos de marinos venidos de todo el mundo. Del lado de Viña comerá en mantel de damasco y servido a la redonda. Del lado de Valparaíso degustará en el mercado las presas de merluza frita envueltas en papel de estraza. Del lado de Viña frecuentará a las amigas de sus hermanas, cantera de amores y amoríos. Del lado de Valparaíso dirigirá requiebros a las niñas que acudan a la retreta de la plaza Victoria y saboreará aventuras fugaces con las hermanas de sus compañeros de colegio.
Mientras Chicho es estudiante de liceo, en torno a la cuestión de Tacna y Arica estalla la llamada “guerra de don Ladislao”. El gobierno del presidente Juan Luis Sanfuentes ordena a mediados de 1920 la movilización de tropas hacia el norte para enfrentar un supuesto ataque peruano inminente. La Federación de Estudiantes de Chile, FECH, revela que se trata de una maniobra para alejar de Santiago a la guarnición militar con el pretexto del “peligro peruano” y sembrar el temor entre el electorado ante un posible triunfo del candidato presidencial opositor, Arturo Alessandri Palma. Los dirigentes de la FECH denuncian la conspiración en su periódico Claridad y son acusados de “antipatriotas” y “vendidos al Perú”. El 21 de julio de 1920 el local de la FECH, en calle Ahumada 73, es asaltado a mediodía por una muchedumbre enardecida: la “canalla dorada”. Los archivos, cuadros de pintores nacionales y muebles, incluido un piano, son arrojados desde el segundo piso a la calle y con ellos se enciende una hoguera. En la placa de la FECH alguien escribe: “Se vende esta casa: tratar en Lima”. Los dirigentes de la FECH son perseguidos y uno de ellos, el poeta Domingo Gómez Rojas, muere en la cárcel. Su funeral, el 1º de octubre de 1920, se convierte en una inmensa manifestación. El poeta Roberto Meza Fuentes cuenta que “en los funerales subió a la tribuna un joven rubio de hermosa barba nazarena, cuyas palabras nos llamaron la atención tanto como su cojera, que nos facilitó su identificación. Era Santiago Labarca. Cuando bajó del estrado casi lo apresaron, pero protegido por la multitud se refugió en el coche escoltado que lo esperaba y huyó”48.
Recuerda el autor:
En nuestra familia se evocaba la aparición de mi tío Santiago Labarca, hermano mayor de mi padre, en el funeral de Gómez Rojas. Mi tío Santiago, el “cojo Labarca”, estudiaba ingeniería y en 1920 era presidente de la FECH. Comenzó así su discurso: “No traigo ni una flor ni una lágrima, porque las lágrimas se las lleva el viento y las flores las marchita el tiempo…”. A los pocos días la casa de mis abuelos en calle Matucana de Santiago, donde vivía mi padre, era apedreada al grito de “¡traidores!… ¡váyanse al Perú!” por los mismos que habían asaltado la FECH. Mi abuela Josefina se subió al techo para increparlos y pudo distinguir a miembros de otras ramas de la familia entre los atacantes. Mi abuelo recibió una carta del ministro Ladislao Errázuriz, su amigo, quien decía lamentar “que su hijo Santiago esté metido en esto, porque la pólvora fina es la más peligrosa”. En el Instituto Nacional, mi padre, alumno de primero de humanidades, era insultado por otros estudiantes. En los recreos, él, que acababa de cumplir diez años, y Eduardo Alessandri Rodríguez, que tenía 17 y cursaba sexto, hijo de Arturo Alessandri, se juntaban espalda con espalda mientras una turba de alumnos los rodeaba gritando: “¡Vendidos al Perú!… ¡Vendidos al Perú!” A pesar de las asonadas nacionalistas, Arturo Alessandri ganó la elección y asumió la presidencia, y la “guerra de don Ladislao” pasó a la historia como una maniobra vergonzosa.
Según los escasos documentos que han llegado hasta nosotros, en su paso por diversos liceos Salvador Allende fue un alumno mediocre. Lo primero que llama la atención es la forma en que, habiendo comenzado a cursar en marzo el primer año de humanidades en el liceo de Iquique, en mayo su padre lo sacara abruptamente de ese colegio y se lo llevara a Santiago para matricularlo en el Instituto Nacional, donde presentó las notas de la parte del primer año cursada en Iquique en 191949. Es cierto que el Instituto era y siguió siendo “el primer foco de luz de la nación”, según reza su himno, pero el brusco traslado del niño Salvador permite aventurar, a título de conjetura, diversas explicaciones: desinterés por sus estudios en el liceo de Iquique; bajo rendimiento del alumno en el curso recién iniciado, lo que tendría que haberse reflejado en las notas presentadas en el momento de la matrícula en el Instituto Nacional; un conflicto entre el niño y algún profesor, lo que quedaría desmentido por el certificado de buena conducta que presentó su padre; un altercado entre don Salvador y las autoridades del liceo; la calidad deficiente del colegio iquiqueño... Se ha afirmado que el estudiante Salvador Allende fue “enviado” a estudiar a la capital mientras su padre seguía trabajando en Iquique, pero en el formulario de matrícula don Salvador firma en Santiago y asume la función de apoderado que requiere cierta presencia en la ciudad donde se encuentra el establecimiento.
Al término del primer año de humanidades, único que Salvador cursará en el Instituto Nacional, sus calificaciones fueron muy flojas. Según la escala chilena ascendente de 1 a 7 en que la aprobación mínima correspondía a 3, en Castellano, con el profesor Eliodoro Flores, obtuvo 4; en Ciencias, con el profesor Vicente Hernández, 4; en Francés, con el profesor Francisco Zapata Lillo, 3; en Historia y Geografía, con el profesor Ulises Vergara, 4; en Matemáticas, con el profesor Francisco W. Pöschle, 3; y en Religión, único ramo en que el futuro masón Salvador Allende Gossens, hijo y nieto de masones, se destacó, obtuvo nota 650. Por otra parte, el único documento que se conserva de su paso por el Liceo de Hombres de Valparaíso es la fotocopia de un acta del examen de Historia y Geografía de fecha 5 de diciembre de 1924, del curso del profesor Ruperto Banderas Le-Brun, correspondiente al sexto y último año de humanidades51. Llama la atención que el futuro presidente aparezca con nota mínima –dos votos de aprobación y uno de reprobación, equivalentes a 3 en la escala de 1 a 752– en un ramo que suele apasionar a quienes se sienten llamados a influir en los rumbos de su país, lo que lleva a suponer que en el alma del liceano Salvador Allende aún no echaban raíces los anhelos de cambiar el mundo, aunque la semilla, según él, ya la había sembrado en su espíritu el anarquista Demarchi. En el informe favorable a la solicitud de ingreso de Salvador Allende Gossens a la Logia “Progreso” 4 de la Masonería de Valparaíso, se dejará constancia de su pobre desempeño en los estudios de humanidades: “Como estudiante secundario no fue brillante, pero tampoco perdió tiempo”53, lo que indicaría que aunque sus notas fueron bajas no tuvo que repetir cursos ni dar en marzo exámenes “previos” arrastrados desde el año anterior.
Don Miguel señala que entre sus condiscípulos del liceo de Valparaíso existía un verdadero “mito” acerca de la memoria privilegiada del alumno Allende, quien “aseveraba que muchos de sus éxitos se debían a su facilidad para asimilar conocimientos ‘de oídas’ durante los recreos” con ayuda de algunos compañeros. Uno que le prestaba gran ayuda era Luis Cubillos Leiva, miembro de una familia de marinos, cuyo sobrino Hernán Cubillos Sallato alcanzará un alto puesto en la empresa El Mercurio y será ministro de Relaciones Exteriores de Pinochet. Según Don Miguel, Allende decía: “Este joven Cubillos que manda en El Mercurio, en cuya páginas tanto se calumnia al gobierno popular y a mí, no sabe que su tío, hermano de su padre almirante, tiene no poca responsabilidad en que yo haya podido llegar donde estoy”54. En otras palabras, el liceano Salvador Allende estudiaba poco o nada, pero se las arreglaba para captar las lecciones al vuelo y pasar de curso “a gatas”. Allende confesará asimismo que en sus tiempos de liceano “yo no tenía una vocación de lecturas profundas”, de modo que su conocimiento de las ideas de Bakunin y otros autores anarquistas lo había obtenido también de oídas, cuando el carpintero Demarchi le explicaba esas teorías y se las “simplificaba con esa sencillez y esa claridad que tienen los obreros que han asimilado las cosas”55.
En 1925 una situación delicada aflora en la Notaría Allende56. Abusando de la confianza de don Salvador, el primer oficial ha incurrido en graves irregularidades. Se abre una investigación y las cosas se complican para don Salvador, cuya vida mundana habría contribuido a relajar los controles. Frente a la ley el notario es responsable. Se busca una salida digna. Don Salvador deja temporalmente la notaría y es enviado de vuelta a Tacna como abogado de la Comisión del Plebiscito. Cuando la familia Allende Gossens parte de regreso al norte, Chicho, que ha terminado sin brillo sus estudios en el Liceo de Valparaíso, es el único que no viaja.
Don Miguel revela que el liceano Allende había atravesado un período de crisis: “En la remembranza de sus últimos años de humanidades, [Salvador Allende] reconocía que había afrontado en esa época una atmósfera íntima de perplejidad y negativismo”57. Don Miguel recordará que Salvador Allende, evocando ese período, afirmaba: “Comprendí la improcedencia de dejarme dominar por semejante estado de ánimo y haciendo un esfuerzo, por propia determinación, resolví presentarme como voluntario al servicio militar para habituarme al trabajo disciplinado”58. Así, dando la espalda a su flojo comportamiento escolar, Salvador se lanza en busca de un destino con un viraje que cambiará el rumbo de su vida y que constituye el punto inicial de la sostenida marcha ascendente que culminará 45 años más tarde con su llegada a la Presidencia de la República. El 6 de abril de 1925, antes de cumplir 17, comienza el servicio militar voluntario como soldado conscripto del regimiento Coraceros de Viña del Mar, en la selecta rama de caballería59. Al dar este paso, Salvador es fiel a la tradición: desde los inicios de la república, los varones de la familia han estado presentes en las grande gestas nacionales. A esa altura, el joven Salvador vacila sin saber todavía si será militar o abrazará un a profesión liberal como su padre. Acogiéndose al régimen para estudiantes, se incorpora como aspirante a oficial de reserva en el Escuadrón de Ametralladoras60. ¡Habría que haber visto al aspirante Allende en su primera salida a la calle de uniforme!... ¡Su porte marcial, el paso seguro, la mirada severa!... ¡Su orgullo al encontrarse con los amigos!... ¡Su altivez exhibicionista ante las muchachas!... El 15 de octubre de 1925, tras completar seis meses, el conscripto Allende Gossens asciende a cabo 2º. Se acerca el término de su servicio militar y el Ejército, probablemente gracias a las influencias de don Salvador, destina al cabo Allende, a partir del 3 de noviembre de 1925, al regimiento Lanceros de Tacna, donde se ha radicado su familia61. Emocionado, Chicho está de vuelta en triunfo en la ciudad de su primera infancia, donde se integra al tercer escuadrón del Lanceros. Quiere que Mama Rosa, doña Laura y sus hermanas Inés y Laurita lo vean de uniforme, pero lo entristece saber que Blanquita Barreto, casada en Lima, no estará en Tacna para admirarlo.
Descontando los 19 días de traslado en barco y tren de un regimiento a otro, el aspirante Salvador Allende permanecerá en el Lanceros apenas un par de semanas, hasta el 28 de noviembre, fecha en que será dado reglamentariamente de baja con 17 años cumplidos. Dos imaginativos autores reincidentes aseguran que en el regimiento Lanceros de Tacna, Allende “fue popularísimo entre sus compañeros de armas”, “sufrió varios arrestos por faltas disciplinarias”, uno de ellos “según corroboran documentos de la época” por “formular reclamos colectivos”62. Esta fábula basada en supuestos “documentos de la época” que nadie ha visto ha ido pasando de un libro al siguiente y figura en las biografías de Salvador Allende de Carlos Jorquera, Diana Veneros y otros autores, pero a la luz de los documentos verdaderos no resiste un mínimo análisis. Es inimaginable que en menos de un mes el cabo Allende se haya hecho popular, haya presentado petitorios, haya sido sometido a varios arrestos y que, como premio, al darlo de baja el Ejército lo haya calificado “con valer militar” y conducta “buena”. Como se ha dicho, el traslado a Tacna más parece haber sido un favor para acercarlo a su familia. Conforme al certificado citado, en total Salvador Allende Gossens habrá estado en el Ejército siete meses y veintitrés días. El servicio militar marcará la personalidad de Salvador Allende, y su paso por el Coraceros y el Lanceros hará de él un buen jinete. En varias de sus campañas políticas correrá los campos a caballo.
En Tacna todo ha cambiado. Él también ha cambiado. El oficial de reserva Salvador Allende Gossens ya no es Chicho ni Chichito. Muchos de sus antiguos compañeros de liceo ya no están. Cansadas de vivir bajo la ocupación chilena, las familias peruanas se han marchado a Lima u otras ciudades del Perú. La presencia chilena en Tacna se ha intensificado y las tensiones entre las dos comunidades se han tornado más ásperas. Salvador echa de menos los sauces que en su tiempo bordeaban las acequias. Además de las acacias y los frondosos jacarandaes, en la antigua Alameda –bautizada “avenida Baquedano” por los chilenos– donde ahora reside su familia, descubre las palmeras recientemente plantadas que los peruanos ven como símbolo de la arrogancia del invasor.
Los Allende Gossens ocupan una austera casa de una sola planta construida en el siglo XIX, con dos ventanas enrejadas a la calle, puerta principal y puerta cochera de servicio, dotada de amplio salón y dormitorios de cielo alto, pero sin patios interiores...63. Como contrapeso del Club Unión de los peruanos, ahora existe el Hotel Plebiscitario, donde llegan los enviados de Santiago y celebran sus fiestas los chilenos. Allí don Salvador es recibido en triunfo por sus antiguos amigos. La Voz del Sur, el periódico de los Barreto, sometido a constantes amenazas, se imprime últimamente a bordo del Ucayali, un barco peruano anclado en el puerto de Arica, y desde la nave se distribuye a tierra.
En medio de las tensiones entre ocupantes y ocupados don Salvador se trenza en un duelo, no de armas sino de ingenio, con el poeta peruano Federico Barreto, con quien lo une amistad cada vez más complicada. A un soneto de rima consonante de Barreto sobre el Morro de Arica conquistado por los soldados chilenos, Allende Castro responde con otro de similar tono patriotero y métrica perfección, repitiendo al final de cada verso como pie forzado las palabras del verso equivalente del contendor64:
El Altar del Sacrificio
por Federico Barreto
El Morro se levanta soberano
y parece, en la playa que represa,
un león que acechara alguna presa,
tendido en las orillas del Oceano.
Su origen, para mí, no es un arcano.
Los titanes, ardiendo en rabia aviesa,
le pusieron allí, tras ruda empresa,
para tocar el cielo con la mano.
Sobre ese altar inmenso y solitario,
Bolognesi, el titán de alma de acero,
sucumbió como Cristo en el Calvario.
Y hoy, tanta gloria de los dos se expande,
que, al recordar al mártir y al guerrero,
nadie sabe decir cuál fue más grande.
El Morro
Pero la guerrilla de poemas no acaba allí. Un diario peruano publica un soneto que colma de alabanzas al presidente peruano Augusto Leguía pero… pronto se descubre que las letras iniciales de los catorce versos forman un acróstico: “Me cago en Leguía”. Don Salvador alcanzará el pináculo de la fama cuando se le atribuya su autoría65.
Después de terminar el servicio militar, Salvador se queda algunos meses con la familia antes de viajar a Santiago a iniciar sus estudios de Medicina. En Tacna, el joven Allende no pierde el tiempo. Seductor exitoso, se adentra en la intimidad de muchachas chilenas y peruanas. Al amparo de la noche se le ve llegar a la casa de ciertas damas casadas.66
Tras el viraje decisivo que ha impreso en su existencia el servicio militar, Salvador Allende corta el cordón umbilical y se lanza a la conquista del futuro. Corre el año 1926 y parte a Santiago a estudiar medicina con un bagaje plurivalente, incluso contradictorio. Ha residido en distintas zonas del país y está involucrado hasta el tuétano en el psicodrama nacional de Tacna y Arica. En Valparaíso se ha conmovido ante la miseria de los habitantes de los cerros y el carpintero Demarchi ha revelado ante él la existencia de la “cuestión social”. Ha disfrutado la vinculación de su familia con los círculos de la alta sociedad, sin olvidar por ello el ejemplo de servicio y el empuje reformador de su abuelo el Rojo Allende. Ha sido un liceano “del montón” pero en el Ejército ha asimilado la disciplina militar y ha logrado destacarse. Ha vivido sus primeros escarceos amorosos con mujeres de diversa edad y condición. Se mueve con aplomo entre aristócratas y personas humildes. Cuenta con el amor de una familia de mujeres fuertes que velan por él desde Viña del Mar a la distancia. Llega a un ambiente también femenino, la casa de su tía Anita, solterona afectuosa, única hermana de su padre. Pero la mano protectora se extenderá hasta allí, cuando arribe Mama Rosa a vivir con él. Enviada por doña Laura, la nana tiene la tarea de alimentar al “niño”, sin olvidar los picantes que encantan a Chicho desde los tiempos de Tacna ni la cazuela de gallina gorda, y satisfacer sus caprichos, lavarle, plancharle y remendarle la ropa elegante que a él tanto le gusta. Salvador Allende tiene 18 años y se siente predestinado. No en vano desde niño, de pie sobre una silla, ha dirigido arengas de Presidente de Chile a su madre, a Mama Rosa, a sus hermanas.
Sin embargo, el estudiante universitario exhibe todavía reminiscencias románticas cuando a los 21 años publica en el periódico Viña del Mar su poema Angustia:
Calma un instante tus angustias locas
Pobre corazón mío,
Si sientes que te oprime el hondo frío
De las nieves eternas y las rocas,
Pronto a este invierno seguirá el Estío.
Todo tiene en la vida
Amargas horas de implacable duelo:
Las tiene el ave que, en la selva, herida
Arrastra su nidal de rama en rama,
Las flores que hacia el suelo
Pálidas doblan sus marchitas hojas,
La virjen infeliz que sufre y ama
Y devora en silencio sus congojas,
La desolada madre que en pedazos
Siente su pobre corazón partido,
Al ver que para siempre se ha dormido
El hijo de su amor entre sus brazos,
Y hasta la mar inmensa que batalla
Con su dolor a solas
Y, sollozando, vierte por la playa
Cual torrentes de lágrimas sus olas.
Pero todo no es duelo ni quebranto,
Ni jamás es eterna la agonía,
Y surje a veces el placer del llanto,
Como tras la noche surje el día.
No sufras, corazón. Calma un instante
Esa angustia letal que te domina,
Y ten valor en la áspera jornada,
Tu alegre despertar no está distante,
Ya el oscuro horizonte se ilumina
Con todo el resplandor de una Alborada!67
Pero su destino no serán las letras. Un tiempo el joven Salvador ha querido vehementemente ser militar, pero se ha decidido por una profesión liberal como corresponde al hijo de una familia de clase media sin fortuna, minas ni fundos. Vaciló entre la abogacía de su padre y la medicina del abuelo Ramón . Según Hortensia Bussi, en su elección de la carrera de medicina influyó el médico Eduardo “Yayo” Grove Vallejo, marido de su hermana Inés68. Tencha afirmará que sus dos grandes errores habían sido, según Salvador, no haber estudiado derecho, para conocer mejor las leyes y no haber estudiado lenguas extranjeras. En Santiago, el joven Salvador despliega una actividad intensa y ningún amigo logra seguirle el ritmo. Su vida se multiplica en diversas esferas y nunca pasa inadvertido. Se convierte en un estudiante destacado y tenaz. Sigue con los deportes y el ajedrez cuyos rudimentos le enseñara el carpintero Demarchi, se inicia en el box y la lucha romana. Por entonces, el cuerpo esbelto de Salvador que se aprecia en las fotos de bañista adolescente comienza, por efecto de la natación y los ejercicios, a tornarse ancho, robusto, musculoso.
A pocos meses de su ingreso a la universidad, en Chile se instala la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo y Salvador vive su bautismo político en días de efervescencia estudiantil. Su inmersión rápida y total en los combates estudiantiles parece fruto de una decisión drástica, un acto de voluntad definitivo y sin marcha atrás como muchos que jalonarán la existencia de Salvador Allende. En ese ambiente arremolinado es candidato por primera vez en su vida, una situación en que siempre nadará como pez en el agua, y resulta elegido presidente del Centro de Alumnos de la Escuela de Medicina y más tarde, vicepresidente de la Federación de Estudiantes de Chile, en tiempos en que la FECH pisaba fuerte. Vistos a la distancia, esos puestos estudiantiles parecen bien poca cosa, pero Salvador Allende sabrá sacarles lustre, adquirir gracias a ellos fama en toda la universidad, convertirlos en trampolín en la maratón de su vida política que recién comienza.
Mientras las escasas notas de su paso por el colegio que se conocen son bajas, en la universidad se afianza como estudiante a pesar de participar en actividades deportivas, gremiales y amatorias69. Muy temprano comienza a ganarse la vida y a pagarse sus gastos, sobre todo cuando se agrava la enfermedad del padre y disminuyen los ingresos de la familia. Se desempeña como ayudante en las cátedras de anatomía patológica y estomatología. Durante cuatro años trabaja en el manicomio, dos de ellos como interno y uno en la sección de delincuentes. También labora en la Asistencia Pública, donde se habitúa a la capa azul de los médicos del servicio de urgencia que usará hasta los últimos días de su vida. En 1931 está entre los dirigentes de las huelgas estudiantiles contra la dictadura. Es encarcelado por primera vez y expulsado temporalmente de la universidad. Participa en la toma de la casa central de la Universidad de Chile que contribuye al derrocamiento del tirano. Fruto de una intensa labor, al año siguiente termina su tesis para el título de médico, Higiene mental y delincuencia, basada en una investigación exhaustiva y en su experiencia personal en el Hospital Psiquiátrico70.
Entre su múltiples actividades, el estudiante Salvador Allende se da tiempo para una vida de joven calavera. Protagoniza constantes amoríos y escarceos, pero nadie le conoce “polola”, novia, ni pareja estable en ese tiempo. No tiene apuro, prefiere vivir, conocer, experimentar. Apenas sus ingresos se lo permiten, abandona la casa de la tía Anita en procura de independencia. Reside sucesivamente en diversas “piuchenes”, pensiones estudiantiles precarias situadas, una detrás del Hospital Psiquiátrico, otra en la calle Rengifo. Constante explorador sentimental, enamora a la joven Marta Orellana, noviecita de su amigo Juan Varleta, y recibe a visitantes femeninas que a veces llegan en automóvil y, al menos en un caso, en piyama71.
En 1929, a los 21 años, siguiendo la línea de su abuelo y su padre, ingresa a la Masonería y en 1932 retorna donde la familia a Valparaíso con el título de médico bajo el brazo. En el puerto se zambulle en un ajetreo incansable en que la medicina, el deporte, la política y los afectos avanzan de la mano. El país ha conocido la sublevación de la marinería y los doce días de la “República Socialista” y Salvador Allende se suma con el alma a quienes se oponen a las juntas de gobierno que se suceden en La Moneda. Es encarcelado conjuntamente con su cuñado Eduardo Grove Vallejo, hermano del líder socialista Marmaduke Grove. A la cárcel también va a dar su hermano Alfredo… La salud de don Salvador Allende Castro, postrado en cama por la diabetes, se agrava. Sus hijos solicitan permiso para salir bajo palabra a despedirse del padre agonizante. El futuro presidente, en una de las pocas alusiones a su padre, recordará:
Mi padre estaba enfermo, se le había amputado una pierna y tenía síntomas de gangrena en la otra. Estaba prácticamente en sus últimos momentos. De ahí que estando detenidos, se nos permitió a mi hermano y a mí, ir a ver a nuestro padre. Allí como médico me di cuenta del estado de gravedad suma en que se encontraba. Pude conversar unos pocos minutos con él y alcanzó a decirnos que nos legaba una formación limpia y honesta y ningún bien material. Al día siguiente falleció.72
Una fotografía muestra a Salvador consolando a su madre en el cementerio con un sentido beso en la mejilla73. El apoyo cálido a la madre es previsible, pero lo inesperado es un acto que Salvador protagoniza allí, a los 24 años, ante al ataúd de un padre con quien siempre mantuvo distancia. Frente a la tumba aún abierta y antes de regresar a la cárcel, habría formulado, según sostuvo años después, un juramento solemne equivalente al de Simón Bolívar cuando en el Monte Sacro de Roma prometió consagrar su vida a la libertad de Venezuela: Allende juró consagrarse a la lucha social, aunque no se sabe si fue en voz alta, en silencio para sus adentros o en simple intención74. La oportunidad no puede ser más simbólica. Ese gesto que Salvador ha madurado en la cárcel, es de continuidad y lleva la marca del orgullo de pertenecer al linaje en que el padre ha sido un eslabón. A la vez hay un corte, la decisión de ir más allá del pensamiento laico y vagamente progresista del abuelo Ramón , de superarlo, de revolucionar la sociedad desde la raíz para que la justicia deje de ser una palabra pía y se encarne en el mundo.
En los meses y años que vienen, Salvador Allende emerge como un dirigente visionario, perseverante y sensible al sufrimiento de los pobres. Actúa con vehemencia, pero sabe ser pragmático y esperar. Antes de cumplir 30 años, en 1933 participará en la fundación del Partido Socialista de Valparaíso, aunque no se disgustará, muy por el contrario, cuando lo incluyan erróneamente entre los fundadores iniciales del partido en la histórica reunión de Santiago, confusión que él mismo fomentará jugando con las palabras75. Es encarcelado nuevamente, sometido a tres cortes marciales y relegado cinco meses al puerto de Caldera. Es parco y circunspecto en política, leal en la amistad, cálido en la vida familiar, pasional y díscolo en el amor. Excluido por razones políticas del derecho a trabajar en hospitales públicos, instala durante un tiempo una consulta médica en una oficina que le facilita su cuñado y colega Eduardo Grove.
El médico Salvador Allende se presenta sucesivamente a cuatro concursos que, con el fin de excluirlo, son declarados desiertos. Finalmente ingresa al Hospital Van Buren de Valparaíso como anátomo-patólogo. Durante un año hará en la morgue de ese hospital el trabajo de tres médicos, comenzando por trasladar, desnudar, limpiar uno por uno mil quinientos cadáveres, según contará. Si la cifra parece exagerada, no hay duda de que las autopsias se cuentan por cientos. Su jornada se inicia a las seis de la mañana y muchas veces se alarga hasta las diez de la noche76. Cuerpos de hombres y mujeres, viejos, jóvenes y niños de ambos sexos y de diversa condición pasan por sus manos. El ojo de Salvador Allende examinará las marcas de un golpe, de una puñalada, de una bala o las de dos manos o una cuerda en un cuello, o las señas dejadas en los cuerpos por la enfermedad. Calculará el momento de la muerte por la tonalidad de la lividez cadavérica y el rigor mortis de músculos y articulaciones, o por el grado de descomposición de los despojos. Sus manos fuertes manipularán la sierra para abrir el cráneo y las costillas, el bisturí para hurgar en las vísceras, las pinzas para extraer las muestras, las gasas para absorber los fluidos. Terminada la faena, será él quien reordene los restos humanos en la mesa rodante que otras manos llevarán rumbo a la fosa. Redactará el informe, lo firmará y, de no haber otro muerto en espera, se marchará a una reunión política, a un entrenamiento deportivo, a un encuentro romántico. Cientos de autopsias con las manos enguantadas… Dirá: “Por años pasaron por mis manos la casi totalidad de quienes morían en la sala común de los hospitales de Valparaíso. Los que morían en los pensionados pagados eran respetados y sus vísceras no eran tocadas: hasta frente a la muerte se hacían diferencias. ¿Y para qué tanta investigación macabra? Para nada nuevo… La mayoría de los muertos… niños y más niños… por lo general habían perecido… ¿de qué?... de miseria… de pobreza… de taras hereditarias… hasta de hambre…”77 Se necesita fuerza de carácter, autocontrol, equilibrio emocional… Después de haber palpado, manipulado, observado la esencia de la muerte, el joven médico Salvador Allende no volverá a ser el de antes. La impronta en la mente y el alma habrá sido potente y se proyectará en todas las etapas de su vida futura, marcará para siempre su apreciación del mundo y del ser humano, sus actos. El cuerpo femenino, el sexo, adquirirán necesariamente otra dimensión. El recuerdo de esas autopsias guiará su mano en el minuto final, cuando apoye bajo la barbilla el cañón dirigido con precisión de anatomista a la zona vital de su cerebro y apriete el gatillo.
En Viña del Mar, Salvador Allende conoce a la aristocrática e inalcanzable Cecily Cook, de origen irlandés y amiga de colegio de su hermana Inés , así como de Laura. La belleza clásica de Cecily, mayor que Salvador, deslumbra a la sociedad viñamarina. Convertida por matrimonio en Cecily Cook de Wittig, se destacará por su mente abierta y participará en Santiago, junto a otras “hermosas”, en un comité de ayuda a los niños españoles durante la guerra civil78. Dotada de pasaporte diplomático chileno, se marchará a Francia donde ejercerá como cronista de prensa en los medios artísticos y aristocráticos. En París un músico chileno dirá que era “una Venus”79. Poco antes de llegar a la presidencia, el destino deparará al senador Allende el encuentro con Cecily Cook con el que había soñado de adolescente. Radicada en España, en virtud del matrimonio de un hijo suyo con una nieta por vía bastarda del rey Alfonso XII, Cecily Cook terminará emparentada con la familia borbónica del rey Juan Carlos80.
En Viña, el joven doctor Allende conoce también a otra amiga de sus dos hermanas, la hermosa Leonor Benavides. Entre la Leo y él se desarrolla un breve noviazgo viñamarino y cada cual sigue por su propia ruta. Pero Leonor volverá a la vida de Allende con una presencia intensa, prolongada. Cecily Cook y Leonor Benavides lucirán cada una con los años un elegante mechón blanco.
1 “Allende habla con Debray”, revista Punto Final, Santiago de Chile, 16 de marzo de 1971, pág. 27.
2 Juan Ligero y Juvencio Negrete, Allende - La consecuencia de un líder, segunda edición, LAR, Concepción, 1987, págs. 32 y 33.
3 Por ejemplo, Virgilio Figueroa, Diccionario Histórico y Biográfico de Chile, Vol. I, 1800-1925, Imprenta y Litografía, Santiago de Chile, 1925, pág. 451.
4 Virginia Vidal, “Celia Castro: luz, fuerza, realismo”, Atenea, Universidad de Concepción, Nº 480, segundo semestre, 1999, págs. 195 a 200 y otros artículos de su autoría.
5 A 124 años del fallecimiento del Médico y Bombero Voluntario Dr. Ramón Allende Padín, 20 de octubre de 2008, http://valparaiso-1851.blogspot.com/2008/10/blog-post.html, acceso 31 de mayo de 2013; también en la página de la Segunda Compañía de Bomberos de Santiago, a la que perteneció Allende Padín cuando se trasladó a la capital, http://segundinos,cl/web/categoria/segundinos-ilustres segundinos/, acceso 31 de mayo de 2013.
6 Los días 6 y 7 de mayo de 2013 el autor conversó por teléfono con Denise y Pedro Gastón Pascal Allende, hijos de Laura Allende Gossens, y con Eduardo Grove Allende, hijo de Inés Allende Gossens. Carmen Paz Allende Bussi se negó a hablar con él y un correo electrónico a Isabel Allende Bussi sobre el tema no tuvo respuesta.
7 La inscripción fue encontrada por Carmen Ahumada, secretaria de la parroquia, quien proporcionó al autor el correspondiente certificado fechado el 20 de mayo de 2013 y firmado por el presbítero Alfredo Concha Contreras, cura párroco de los Doce Apóstoles.
8 Registro de Defunciones en la Circunscripción de Viña del Mar, número 3 del departamento de Valparaíso, pág. 268, inscripción número 534, certificado emitido el 23 de mayo de 2013 gracias a la colaboración de Sandra Zúñiga, secretaria de la oficina, y Mirian Traslaviña, oficial civil adjunta.
9 Geneall.es / Geneall.net, www.geneall.net/H/per page.php?id=473264, acceso 31 de mayo de 2013.
10 El autor consultó los archivos del cementerio el 4 de junio de 2013.
11 Correo electrónico de Fernando Parraguirre Iturra, Jefe de Archivo del Cementerio General de Santiago, 30 de mayo de 2013.
12 El Mercurio, Santiago de Chile, 20 de junio de 1930, pág. 3.
13 Diana Veneros, Allende - Un ensayo psicobiográfico, Sudamericana, Santiago de Chile, 2003, pág. 84.
14 Virgilio Figueroa, op. cit., pág. 454.
15 Aunque Demarchi ha sido mencionado en las biografías de Allende como “zapatero”, Mario Amorós, en Allende. La biografía, ediciones B, Santiago de Chile, 2013, págs. 32 a 34, aclara que era carpintero y explica la confusión por un error de transcripción de la entrevista que Régis Debray hace a Allende en la película documental de Miguel Littín Compañero Presidente (1971). La transcripción escrita de la banda sonora con el “error” apareció en “Allende habla con Debray”, op. cit., pág. 29. Efectivamente, a partir del minuto 03:49 de la película, Allende dice: “En mi vida influyó mucho, siendo yo un muchacho, tenía 14 años, un anarquista carpintero, cuyo taller muy modesto, muy humilde, estaba frente a mi casa” (YouTube, http.youtube.com/watch?v=NeNell9BXII, acceso 1 de septiembre de 2013).
16 Diana Veneros, op. cit., pág. 25.
17 Otto Boye, “Diálogo con Tencha Allende”, revista Análisis, edición especial, Santiago de Chile, 1983 en: Alejandro Witker, Salvador Allende cercano, Universidad Autónoma Chapingo, México, 1990, pág. 256.
18 Carlos Jorquera, El Chicho Allende, BAT, Santiago de Chile, segunda edición, 1993, págs. 205 y 206.
19 Conversación con Carmen Paz Allende Bussi, Santiago de Chile, 11 de junio de 2004.
20 Conversación con Gonzalo Piwonka, Santiago de Chile, 17 de noviembre de 2006.
21 Alejandro Witker, op. cit., págs. 123 y 125.
22 Hortensia Bussi, respuestas manuscritas a un cuestionario del autor, Santiago de Chile, 31 de mayo de 2004, y conversaciones con ella, personalmente el 31 de mayo y, por teléfono, los días 1º y 2 de junio de 2004.
23 Lillian Goddard, La abuelita Pepa, edición, diseño e ilustración de Tatiana Álamos, Santiago de Chile, 1989, pág. 10. Lillian Goddard, madre del autor, cuenta que su tía Carmela Álamos Alarcón había sido compañera de Laura Gossens en el Santiago College.
24 Conversación con el médico chileno Alejandro Flores, diplomático, amigo de juventud de Hortensia Bussi y colaborador de Salvador Allende, Ginebra, 17 de agosto de 2004. La esposa canadiense del doctor Flores, originaria de Quebec, se entendía con doña Laura en francés.
25 Diana Veneros, op. cit., págs. 19 y 20.
26 En 1956 el Teatro Experimental de la Universidad de Chile estrenó Mama Rosa, obra del dramaturgo Fernando Debesa sobre una niña campesina que llega a servir a una familia pudiente. ¿Simple coincidencia?
27 El Siglo, Santiago de Chile, 21 de octubre de 1963.
28 Las imágenes del cumpleaños de Mama Rosa aparecen en el documental Salvador Allende, guion y dirección de Patricio Guzmán, JBA Production, Francia, 2004.
29 Carlos Jorquera, op. cit., pág. 178.
30 Carta a Eugenia Valencia Nº 14, véase el Apéndice II.
31 “A nuestra casa no iban visitantes de la nacionalidad enemiga. Tampoco frecuentábamos a personas o familias con igual característica”, escribirá Jorge Basadre, “Infancia en Tacna”, La Vida y la Historia, www.unjbg.edu.pe/maestrobasadre/obras/doc, acceso 27 de abril de 2006.
32 Recorte del diario El Pacífico, Tacna, agosto de 1910, facilitado por el escritor tacneño Fredy Gambetta.
33 Elías Lafertte recuerda escenas de limpieza étnica: “La fatídica noche de un sábado de noviembre de 1918, resurgió violentamente una de esas agresivas ligas patrióticas que de tiempo en tiempo salían de la sombra para atacar a los peruanos. Secretamente organizado, un grupo de unos cincuenta individuos asaltó todos los negocios de Iquique que pertenecían a ciudadanos peruanos. (…) Primero iban los ‘heroicos’ atacantes, con palos, porras, piedras y armas, por supuesto. Seguían, en calidad de retaguardia protectora, algunos hombres de la policía y del ejército…” (Elías Lafertte, Vida de un comunista, Horizonte, Santiago de Chile, 1961, pág. 139).
34 Fredy Gambetta, El ardiente silencio, Crear Tacna, segunda edición corregida, Tacna, 2003, págs. 153 y 154.
35 Ibíd., pág. 151.
36 Ídem.
37 Ibíd., pág. 155.
38 Ibíd., pág. 152.
39 Jorge Basadre, op. cit..
40 A comienzos del siglo XXI, la iniciativa infantil del principado estaba casi olvidada. Por fortuna, el escritor e investigador Fredy Gambetta alcanzó a hablar con algunos tacneños antiguos que le transmitieron sus recuerdos. “En mi infancia conocí a viejecitos que habían estudiado en el Liceo con el pequeño Salvador. Ellos me decían que los niños peruanos y chilenos, entre los que él se encontraba, decían que querían que Tacna fuera un Principado, como Mónaco, que se debería traer un Príncipe europeo. No querían ser ni peruanos ni chilenos.” (Correo electrónico de Fredy Gambetta, desde Tacna, 9 de enero de 2006). Gracias a este rescate y a otros mensajes electrónicos de Gambetta, el autor ha podido reconstituir esa faceta desconocida de la infancia de Salvador Allende.
41 Elena Amas, secretaria del Liceo A-7 Libertador General Bernardo O’Higgins Riquelme, antiguo Liceo de Hombres de Iquique, buscó infructuosamente las calificaciones de Salvador Allende y comunicó al autor el 25 de mayo de 2013 que habían desaparecido junto con otros archivos probablemente a raíz de las obras de remodelación del edificio.
42 Adriana Irureta Valverde, bibliotecaria del Liceo de Hombres de Valdivia Rector Armando Robles Rivera, recordaba haber visto los documentos con las notas obtenidas por Salvador Allende en el liceo, pero en correo electrónico de 9 de mayo de 2013 señaló, refiriéndose a la ocupación del colegio durante el movimiento estudiantil iniciado en 2011, que después de realizar “todos los esfuerzos posibles para haber encontrado los archivos”, se comprobó que “durante las tomas de este liceo se extraviaron esos libros”.
43 Recuerdos de Raúl Rettig, que fue compañero de Allende en el Liceo de Valdivia, revista Qué Pasa, Nº 1022, Santiago de Chile, agosto de 1990.
44 El facsímil de la solicitud de admisión de Salvador Allende en la Sección Infantil del Club Deportivo “Everton” fechada el 22 de noviembre de 1922 y aceptada el 11 de diciembre del mismo año, figura en El Mercurio de Valparaíso, 11 de septiembre de 2013, pág. 20. Como domicilio del postulante aparece San Ignacio 962 y la cuota pagada fue de dos pesos, correspondiente a dos meses. Cuando se radicó definitivamente en Santiago, Allende no perseveró en su calidad de socio del Everton; en la capital solía llevar a sus hijas a los partidos de fútbol de la Universidad de Chile, según declaró su hija Isabel al diario citado.
45 Relatado al autor por su tío Reginaldo Goddard Álamos, que fue compañero de Allende en el Liceo de Valparaíso.
46 El 23 de abril de 1923 Inés Allende Gossens fue coronada reina de los juegos florales del Ateneo de Valparaíso celebrados en conmemoración del día de la muerte de Cervantes (Virgilio Figueroa, Diccionario Histórico y Biográfico de Chile, Vol. I, 1800-1925, Imprenta y Litografía, Santiago de Chile, 1925, pág. 451).
47 Conversación con Renato Bussi Soto acerca de la vida de la familia en Valparaíso y la infancia de él y sus hermanas Hortensia y Adriana, Santiago de Chile, 8 de junio de 2004.
48 “El asalto a la FECH”, La Tercera, http://siglo20.tercera.cl/1960-69/1960/soc2a.htm, acceso 30 de abril de 2006.
49 Junto a la carta-formulario de solicitud de matrícula en el Instituto Nacional, que se conserva en la biblioteca del colegio, figura en hoja aparte la siguiente anotación: “Salvador Allende Gossens – Presentó certificado de estudios de 1er año y de buena conducta”.
50 En la biblioteca del Instituto Nacional, con la ayuda de la bibliotecaria Rosa Alvarado y otros funcionarios, el autor pudo consultar los días 19 de abril, 27 de septiembre y 3 y 18 de octubre de 2013 las actas de los exámenes rendidos por Salvador Allende y sus condiscípulos al término del primer año de humanidades, faltando solamente el acta de Religión, aunque la nota obtenida por él en ese ramo figura en una planilla fechada el 27 de diciembre de 1919 (Instituto Nacional, Actas de Exámenes de 1919). La calificación la hacían, con bolitas de colores y un voto cada uno, tres examinadores cuyos votos podían ser de Distinción (D, colorada), Aprobación (A, blanca) y Reprobación (R, negra), lo que según la actual escala descendente de 7 a 1 tiene las siguientes equivalencias: D+D+D = 7 ; D+D+A = 6 ; D+A+A = 5 ; A+A+A = 4 ; A+A+R = 3 ; A+R+R = 2 ; R+R+R = 1. Al año siguiente el padre del autor, Miguel Labarca Labarca, un año menor que Allende y llamado a ser un día su estrecho colaborador, ingresará también a primero de humanidades del Instituto Nacional y sus notas superarán ampliamente las del futuro presidente, habiendo sido las siguientes: Religión 7, Historia y Geografía 7, Castellano 5, Francés 4, Ciencias Naturales 6, Matemáticas 4 (Instituto Nacional, Actas de Exámenes de 1920).
51 Luis Gaudio Oliva, bibliotecario del Liceo Eduardo de la Barra, rescató el acta de ese examen y dio a conocer su contenido al autor en conversaciones telefónicas y correos electrónicos el 22 y 23 de abril y 4 de octubre de 2013.
52 A+A+R, dos bolitas blancas y una negra.
53 Facsímil reproducido por Mario Amorós, Allende. La biografía, ediciones B, Santiago de Chile, 2013, pág. 545.
54 Miguel Labarca, Allende en persona, CESOC, Santiago de Chile, 2008, pág. 31.
55 “Allende habla con Debray”, revista Punto Final, Santiago de Chile, 16 de marzo de 1971, pág. 29.
56 Conversación reservada.
57 Miguel Labarca, ibíd.
58 Ídem.
59 Los datos sobre el servicio militar de Salvador Allende provienen del Certificado de Servicios del Cabo 2º Aspirante a Oficial de Reserva Salvador Allende Gossens, proporcionado al autor por el coronel Carlos Mezzano E., Jefe del Departamento Comunicacional del Ejército de Chile, y emitido por el coronel Rodrigo Fuenzalida Rojas, jefe de la sección de Archivo General del Ejército, con fecha 25 de mayo de 2006.
60 De acuerdo con el certificado citado en la nota precedente, comandante del escuadrón era el capitán Edmundo Moller Bordeau. Cuando fue Presidente de la República, el regimiento Coraceros confirió a Salvador Allende una medalla y el oficial retirado Armando Steading, uno de sus antiguos instructores, lo visitó en la residencia de verano de Cerro Castillo.
61 Don Salvador Allende Castro tenía gran amistad con el presidente Arturo Alessandri, quien había renunciado al cargo pocas semanas antes, el 1º de octubre de 1925. Es probable que la resolución de traslado del aspirante Salvador Allende Gossens a Tacna, cumplida el 3 de noviembre de 1925, se haya tramitado con antelación, durante el gobierno de Alessandri.
62 Juan Ligero y Juvencio Negrete, Allende - La consecuencia de un líder, segunda edición, LAR, Concepción, 1987, págs. 33 y 34.
63 Cuando Tacna revierta al Perú, la Alameda será rebautizada avenida Bolognesi. Una fotografía de 1994 muestra la casa pintada y bien mantenida como en los tiempos de la familia Allende, pero al iniciarse el siglo XXI las cosas lucían diferentes: “Hoy está irreconocible. No se mantiene como en la foto enviada” (correo electrónico de Fredy Gambetta, desde Tacna, 8 de mayo de 2007). El 11 de febrero de 2014, de visita en Tacna, el autor, acompañado por Fredy Gambetta, comprobó que la puerta de la casa, situada en avenida Bolognesi 528, estaba con candado y que el ala izquierda y el ala derecha de la propiedad se hallaban ocupadas por sendas librerías deslucidas que vendían sobre todo libros pirateados.
64 Virgilio Figueroa, ibíd..
65 Carlos Jorquera, en El Chicho Allende, BAT, Santiago de Chile, segunda edición, 1993, pág. 48, sostiene que el poema fue publicado “con caracteres muy destacados, en la primera página de La Voz del Sur”, el periódico de los Barreto. Intrigado por el asunto, el escritor Fredy Gambetta, antiguo director del archivo de Tacna, revisó la colección de La Voz del Sur entre el 8 de agosto de 1925 y el 17 de junio de 1926 y comunicó al autor, por correo electrónico de 27 de febrero de 2007, que en esas fechas no había encontrado rastros del mentado poema. En correo electrónico de 10 de junio de 2007 Gambetta expresó que “he revisado toda la colección de 1925-26, que es cuando se editó LA VOZ DEL SUR, que era un diario… se imprimía en un barco surto en la rada de Arica… cuando se conoció que no iba a realizarse el plebiscito ya no apareció más… he leído todo de cabo a rabo pues he trabajado esa época y nunca vi nada parecido a un poema contra Leguía… además los peruanos no lo hubiesen acogido ya que Leguía financiaba la campaña, por muy dictador que fuera...” Ante el comentario de Gambetta cabe señalar que a primera vista no se trataba de un “poema contra Leguía”. El ataque aparecía en la lectura acróstica. Ahí estuvo el ingenio de don Salvador. Por su parte, Enrique Lafourcade (Salvador Allende, Rananim, Santiago de Chile, 1998, pág. 211) sostiene que el soneto se publicó en La Crónica de Lima y que un verso decía “maldito los que dicen que tu nombre ...”, al que podría agregarse el segundo verso citado por Jorquera: “es emblema de torpe tiranía” (Carlos Jorquera, ibíd.).
66 Carlos Jorquera, op. cit., págs. 42 y 43.
67 Viña del Mar, año II, Nº 19, mayo-junio de 1929. En la transcripción se ha conservado la ortografía de la época.
68 Otto Boye, “Diálogo con Tencha Allende”, revista Análisis, edición especial, Santiago de Chile, 1983 en: Alejandro Witker, Salvador Allende cercano, Universidad Autónoma Chapingo, México, 1990, pág. 256.
69 El promedio de sus calificaciones bordeaba la nota 5 sobre 7, con los mejores resultados en neurología, psiquiatría, dermatología y ortopedia (Diana Veneros, Allende - Un ensayo psicobiográfico, Sudamericana, Santiago de Chile, 2003, pág. 70).
70 Salvador Allende G., Higiene mental y delincuencia - Tesis para optar al título de Médico Cirujano de la Universidad de Chile, 1933, publicación de la Fundación Presidente Allende (España), Chile-América (CESOC), Santiago de Chile, 2005. En el librito titulado Salvador Allende - Antisemitismo y Eutanasia (Maye, Santiago de Chile, 2005) Víctor Farías atribuye a la tesis de Allende una orientación antisemita y pro nazi. La imputación carece de asidero a la luz del texto mismo de la tesis, de la época en que fue redactada y del conjunto de los escritos, discursos y actos de Salvador Allende. El uso de la expresión “raza chilena” que Farías le critica era corriente hasta los años 40 del siglo XX para referirse a la población desde el punto de vista de la salud pública, esfera en que Salvador Allende realizó una obra impresionante como parlamentario, ministro y Presidente de la República. La Asamblea Nacional francesa suprimió la palabra “raza” en la legislación del país… el 16 de mayo de 2013.
71 Carlos Jorquera, El Chicho Allende, BAT, Santiago de Chile, segunda edición, 1993, págs. 63 y 64.
72 “Allende habla con Debray”, revista Punto Final, Santiago de Chile, 16 de marzo de 1971, pág. 27.
73 Salvador Allende - Una época en blanco y negro, El País/Aguilar, Buenos Aires, 1998, pág. 32.
74 “[E]n sus funerales hablé para decir que me consagraría a la lucha social, promesa que creo haber cumplido”, “Allende habla con Debray”, ibíd..
75 El Partido Socialista de Chile fue fundado el 19 de abril de 1933 en Santiago en un congreso constituido por 70 delegados de cuatro agrupaciones diferentes entre los que no se contaba Allende, quien participó más tarde en la fundación de la rama de Valparaíso. Sin embargo, en su conversación con Régis Debray dice que “cuando fundamos el Partido Socialista existía el Partido Comunista”… (“Allende habla con Debray”, ibíd., pág. 25), aunque más adelante precisa que “yo fui el fundador del Partido en Valparaíso”, ibíd., pág. 29. Entre las numerosas publicaciones donde Allende figura erróneamente como fundador inicial, están la Wikipedia en español, Historia del Partido Socialista de Chile, acceso el 30 de abril de 2013; el Gran Diccionario de la Historia de Chile, de Mario Céspedes y Lelia Garreaud, Alfa, Santiago de Chile, 2003-2004, y la página web de la propia Fundación Salvador Allende en
www.fundacionsalvadorallende.cl/salvador-allende/linea-del-tiempo/, acceso 31 de mayo de 2013.
76 Osvaldo Puccio, Un cuarto de siglo con Allende, Emisión, Santiago de Chile, 1985, pág. 107.
77 Miguel Labarca, Allende en persona, CESOC, Santiago de Chile, 2008, pág. 222.
78 Marta Vergara, Memorias de una mujer irreverente, Zig-Zag, segunda edición, Santiago de Chile, 1961, pág. 150.
79 “Une Vénus”, la calificaba en París el músico chileno Ángel Custodio Oyarzún, según recuerdo de infancia del autor.
80 Alberto Wittig Cook, diplomático chileno hijo de Cecily, se casó con María Luisa Sanz de Lymantour, nieta del rey Alfonso XII y la cantante de ópera Elena Sanz, con la que el rey tuvo una relación extramatrimonial. En 1969, cuando Allende se reencontró con Cecily en Madrid, su hijo Alberto Wittig Cook estaba destinado en la Embajada de Chile en la capital española. Véase Consuelo Font, “La nueva tía bastarda del Rey”, El Mundo, Madrid, 24 de septiembre de 2006.