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Orilla del mar

Lunes, 7 de enero de 2013

 

 

Felix se cepilla los dientes. Luego cepilla los otros dientes, los postizos, y se los mete en la boca. A pesar de la capa de adhesivo rosa que les ha aplicado, no encajan demasiado bien; tal vez se le esté encogiendo la boca. Sonríe: es la ilusión de una sonrisa. Fingimiento, falsificación, pero ¿quién se va a dar cuenta?

En otra época habría llamado a su dentista para concertar una cita y habría ocupado el lujoso sillón de imitación de cuero, ante el rostro preocupado que olería a colutorio de menta y las manos hábiles que blandirían instrumentos brillantes. «Ah, sí, ya veo. No es preocupante, se lo arreglaremos.» Igual que llevar el coche a la revisión. Incluso le habría dejado escuchar música con los auriculares y tomar una píldora para atontarse.

Pero ahora no puede permitirse esos ajustes profesionales. Su seguro médico es barato, así que está a merced de sus poco fiables dientes. También es mala suerte, eso sí que sería el broche de oro: un cataclismo dental. «La fiezta ha tedminado. Loz actodez…» Si eso ocurriera, su humillación sería total; al pensarlo se le ruborizan hasta los pulmones. Si las palabras no son perfectas, si el timbre no es exacto y la modulación no está ajustada con delicadeza, el hechizo se rompe. La gente empieza a moverse en la butaca, tose y se va a casa en el descanso. Es como la muerte.

—U-o-a-e-ii —le dice al espejo manchado de pasta de dientes que hay encima del fregadero de la cocina. Frunce el ceño, saca la mandíbula. Luego sonríe: la sonrisa de un chimpancé acorralado, con una parte de rabia, una parte de amenaza y una parte de desánimo.

Qué bajo ha caído. Qué humillación. En qué poco se ha quedado. Sobreviviendo a duras penas, malviviendo en un cuchitril, ignorado en un lugar olvidado; mientras Tony, ese mierdecilla pomposo que es pura pose, se codea con los grandes y traga champán y engulle caviar y lenguas de alondra y cochinillo, y asiste a galas y disfruta de la adoración de su camarilla, sus lacayos, sus aduladores…

Que en otro tiempo adulaban a Felix.

Escuece. Pica. Despierta sus ansias de venganza. ¡Ojalá…!

Basta.

—La espalda recta —ordena a su gris reflejo—. Mete el estómago. —Sabe, sin mirar, que está echando barriga. Tal vez debería comprarse una faja.

¡Da igual! ¡A apretarse el cinturón! Hay trabajo que hacer, tramas que tramar, timos que timar, ¡villanos a los que engañar!

—El perro de Roque no tiene rabo. Tres tristes tigres comen trigo en un trigal. El arzobispo de Constantinopla se quiere desarzobispoconstantinoplizar.

Ya lo ves. Ni una sílaba equivocada.

Aún puede hacerlo. Lo conseguirá, pese a todos los obstáculos. Los encandilará, aunque no disfrute con el espectáculo. Los dejará maravillados, cuando diga a sus actores:

—¡Hagamos magia!

Y que se la trague ese cabrón taimado y retorcido de Tony.