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Esta forma de relacionarse con su vida les aporta seguridad, calma; descubren un mundo interno que les proporciona tranquilidad y confianza.

Desde 2011 incorporo mindfulness a nivel psicoterapéutico con niños, adolescentes y sus familias; y a través de talleres grupales e individuales les enseño tanto a los niños como a sus familias y a docentes la forma de incorporarlo a sus vidas. Estos talleres se realizan en varias sesiones semanales, durante las cuales desarrollan estas habilidades: atención consciente, gestión emocional, gestión de pensamientos, autocompasión y compasión.

Estos dos últimos conceptos puede que nos resulten algo confusos, pero a continuación los explicamos con detalle:

Autocompasión: Es «ser amable con uno mismo», descubrir cómo me puedo ayudar, qué es lo que necesito, aprender a ser amable conmigo igual que lo puedo ser con otras personas.

Compasión: Es «empatizar» con los demás, pero no solo eso. También he de ser consciente de cómo se sienten, de qué necesitan, resonando con ellos. Conectar con los demás, pasando de estar en «modo yo» a «modo nosotros».

Siguiendo a Kristin Neff, las define de la siguiente forma:

La compasión implica reconocer y ver claramente el sufrimiento de los demás, sentir bondad hacia los que sufren, y así surge el deseo de ayudar.

La autocompasión implica este mismo proceso hacia uno mismo; es decir, hacerse consciente de tu propio sufrimiento, aceptarlo y conectar con la forma de ayudarnos a nosotros mismos.

Estos conceptos, aunque se trabajan explícitamente dentro del taller, se van adquiriendo implícitamente desde el comienzo del mismo, ya que la forma de practicar mindfulness siempre es desde el cuidarme y tratarme bien, aceptándome y gestionando hábitos que no me benefician para crear otros hábitos nuevos que me aporten más bienestar.

Cuando los padres y las madres se ponen en contacto conmigo para traer a sus hijos a los talleres, suelen comentar que sus hijos necesitan estar más tranquilos, que no se están quietos, que son incapaces de estar atentos cuando estudian o hacen los deberes, que se pelean mucho con los hermanos o con los compañeros del colegio, que los ven aislados de ellos, que se dispersan con mucha facilidad, etc. Entonces les explico qué es mindfulness y qué es lo que voy a desarrollar con ellos durante el taller; a continuación les hago la siguiente pregunta: «¿Cuál es vuestra intención al traer a vuestro hijo o hija al taller?» Hay varias respuestas, pero la que suele predominar es «Quiero que mi hijo sea feliz, que encuentre la calma que necesita en su vida, y el resto de la familia también». Algunos padres y madres responden: «Creo que sería mejor que hiciera yo primero el taller». Esto provoca siempre risas entre los asistentes, pero es algo que les hace reflexionar y abrirse a esta nueva experiencia.

Esto es algo fundamental, los padres y las madres traen a sus hijos con la intención de que cambien algunos comportamientos, pero conectan rápidamente con la esencia mindfulness: «aceptación de la experiencia tal y como es, ser consciente de lo que estás experimentando, mientras lo estás experimentando; dejar fluir nuestras emociones y pensamientos sin aferrarnos a ellos, no juzgar, dejar de estar en modo “hacer” y simplemente “ser”, con paciencia y amabilidad». Las familias conectan rápidamente con el papel de cada uno de sus miembros, no se puede descargar la responsabilidad sobre el niño, todos pueden aprender a vivir de esta forma. Este primer contacto es muy importante, y se ha abierto una puerta a poder desarrollar un ambiente familiar menos estresante, más sano y que aporte mayor bienestar a la familia. Es una apertura a darse cuenta de que pueden y quieren comenzar a andar por este nuevo camino familiar.

A lo largo del libro veremos cómo gestionar diversas situaciones de la vida cotidiana familiar, desde la práctica personal tanto de los adultos como de los niños. Es muy importante entender una cuestión fundamental:

La mejor forma de enseñar Mindfulness es practicando
Mindfulness.

No se puede enseñar algo que no sabemos qué es, algo tan vivencial que nosotros no somos capaces de experimentar. Algo que he aprendido a través de estos años enseñando estas prácticas a los niños, ha sido la importancia de vivir desde una resonancia y una presencia emocional mutua, entre los distintos miembros de la familia. Estos conceptos los desarrollo en otro capítulo y veremos su importancia dentro de las relaciones familiares.

Para contaros qué significa para los niños incorporar mindfulness en sus vidas os contaré unas situaciones que he podido experimentar con ellos (cambiaré los datos personales de los niños para preservar la confidencialidad).

Experiencias mindfulness

Fernando, 5 años.

Al llegar al taller apenas hablaba y, cuando lo hacía, usaba un tono de voz tan bajito que apenas se le podía escuchar. Nunca expresaba su opinión sobre nada, hacía lo que los demás querían.

El padre me comentó que lo había apuntado a otros talleres extraescolares y acababa dejándolos todos. Decidió apuntarlo a este para ver si le servía para relacionarse mejor con los demás, ya que era muy tímido.

Al finalizar el taller, le comentó a su padre que no quería que se acabara, que quería seguir. Este niño realizó dos talleres más en el siguiente curso.

El padre me comentó lo bien que se sentía su hijo, tanto en el colegio, como en otro tipo de relaciones sociales, se comunicaba mejor con los demás y estaba aprendiendo a expresar sus opiniones.

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Pedro, 7 años.

La madre lo apuntó al taller porque era muy inquieto y nervioso; solía enfadarse con facilidad.

En una de las sesiones me comentó la madre que la semana siguiente no podría asistir, ya que tenía una excursión del colegio. Cuando llegó la sesión, Pedro apareció y la madre me comentó: «Cuando lo he recogido del autobús me ha dicho: “llévame a mindfulness, no quiero faltar”; así que aquí está».

A lo largo de las siguientes sesiones, su relación con los demás fue cambiando, se seguía enfadando a veces, pero se daba cuenta de lo que le pasaba y lo podía gestionar. Se sentía más cercano a los demás.

Mercedes, 6 años.

Esta niña jugaba al baloncesto, y le encantaba. La madre me comentó que si le ponían un partido que coincidiera con alguna sesión, ese día no vendría, ya que para Mercedes el baloncesto era lo primero.

En una de las sesiones la madre me comentó que ese día tenía un partido y que le había dicho a su entrenador: «Hoy tengo mindfulness, no puedo faltar, que vaya bien el partido». La madre no se lo podía creer, le preguntó por qué no faltaba a esa sesión y le dijo: «Mindfulness es importante y quiero ir».

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Iván, 6 años.

Este niño tenía muchos problemas para relacionarse con los demás. Era muy inquieto y nervioso; y los niños de su edad tendían a dejarlo de lado, ya que se enfadaba con mucha facilidad.

A lo largo del taller tuvo sus pequeños altercados con los compañeros del grupo, y poco a poco fue integrándose y siendo aceptado por los demás.

El último día del taller se puso a llorar. Cuando le pregunté qué le pasaba, me dijo que no quería que se acabara el taller.

Los padres lo apuntaron al siguiente taller. También me comentaron que lo invitaban a cumpleaños de compañeros de clase, algo que no sucedía con anterioridad y las relaciones iban mejorando.

En los próximos capítulos os contaré más experiencias, pero ahora como resumen os comentaré que los niños que asisten a los talleres sienten que mindfulness les ayuda a gestionar sus experiencias diarias, así como a desenvolverse con soltura ante los problemas. La conclusión a la que he llegado es que, para ellos, estas vivencias que experimentan en el taller es un momento de paz y calma en sus vidas. En el taller son ellos mismos, sin enjuiciamiento, sin estar pendientes de cumplir expectativas, solo conectar con ellos mismos y con sus compañeros. Esto les aporta paz y calma, sensaciones que pueden extrapolar a otros ámbitos de su vida. También expresan que el taller les resulta muy divertido, para ellos no es una imposición más en sus vidas, es algo que les proporciona bienestar de una forma agradable.

Una actitud que comienzan a adquirir es la seguridad en ellos mismos, la certeza de que pueden formar parte activa de sus vidas, que ya no se dejan arrastrar por las circunstancias. La palabra que ellos emplean para describir esta sensación es: LIBERTAD. Una libertad entendida como la posibilidad de elección, ya pueden decidir (o por lo menos empezar a decidir, es un comienzo que se va formando durante todo su desarrollo, cada uno a un ritmo determinado), dirigir su atención de forma voluntaria y no temer a sus pensamientos o emociones. La libertad de poder expresar lo que sienten y piensan, sabiendo que es normal, que todos pasamos por los mismos procesos vivenciales.

Antes de introducirnos en la práctica me gustaría hacer un repaso a lo que aporta al nivel de desarrollo cerebral en la vida de los niños.

El desarrollo de la atención: mi cerebro se desarrolla y mi consciencia se despierta

En el desarrollo cerebral la experiencia juega un papel fundamental y dentro de esta experiencia las vivencias cotidianas, las más comunes en el día a día, también modelan la estructura cerebral. Estas experiencias son la base del desarrollo mental del niño, no solo por el tipo de información que entra en el cerebro sino también por el modo en que la mente desarrolla la habilidad para procesar dicha información4.

Como vemos, es importante saber a qué dedican los niños su atención, qué experiencias de vida les proporcionamos los adultos y cómo les ayudamos a integrarlas en su desarrollo personal.

El cerebro del niño a los 3 meses de edad ya es capaz de prestar atención y distinguir entre acciones prosociales y acciones antisociales. La psicóloga Kiley Hamlin ha realizado investigaciones con bebes de 3 a 18 meses, una de estas investigaciones consistía en que los bebes más pequeños (3-4 meses), sentados en el regazo de su madre, observaban unos peluches en acción: «En el escenario había 3 peluches: una vaca sobre una caja la cual quería abrir y dos conejos exactamente iguales, salvo por el chaleco que llevaban puesto (uno lo tenía de color rojo y otro de color verde). Uno de los conejos ayuda a la vaca a abrir la caja y el otro le impide abrirla. Después les presentan al bebe los dos peluches de conejo, y todos los bebes eligen al conejo que ayudó a la vaca». Las investigaciones de esta psicóloga están demostrando cómo desde muy pequeños, los bebes pueden prestar atención a situaciones de interacciones sociales y les dan un valor a las acciones de ayuda. Este conocimiento permite a los padres poder favorecer esta atención que tienen los bebes, llevando a cabo a través de experiencias similares, de apoyo, ayuda y solidaridad el fomentar estos valores y que formen parte de las experiencias de su vida5.

Durante el desarrollo cerebral del niño, la atención tiene un papel muy importante para el buen funcionamiento de las Funciones Ejecutivas. La parte prefrontal del cerebro, área donde se encuentran están funciones, no se termina de desarrollar hasta aproximadamente los veinte-veinticinco años. En ella se desarrollan la memoria, la toma de decisiones, la reflexión, la planificación, el aprendizaje. Aunque no se terminan de formar hasta esa edad, la interacción con el entorno direcciona su desarrollo durante la infancia y la adolescencia. Esto significa que la habilidad de llevar a cabo una atención consciente y dirigida a la actividad que está realizando, permitirá al niño que le resulte más fácil el desarrollo de habilidades necesarias para el aprendizaje, el autocontrol, la autoconsciencia y las conexiones sociales4. El desarrollo de estas habilidades se adquiere con mayor agilidad entre los 4 y los 7 años, esto no quiere decir que no se puedan adquirir en etapas posteriores de la vida. Sin embargo, el tener la posibilidad de desarrollarlas en estas edades favorece un desarrollo de las funciones ejecutivas en la edad adulta más beneficiosas. Es lo que algunos neurólogos llaman un «periodo sensible», en el que el cerebro está preparado para ese aprendizaje, debido a la neuroplasticidad cerebral6.

Se han realizado investigaciones que demuestran que a partir de los 3 años podemos desarrollar nuestra atención ejecutiva y tomar decisiones sobre nuestro autocontrol.

Hay un famoso trabajo de investigación de los años setenta, el «Test Malvavisco» realizado por Walter Mischel, en el que a niños de 4 años se les da un dulce, y se les dice que si esperan quince minutos sin comérselo le darán otro dulce (podrán comerse dos). Se hizo un seguimiento de las vidas de estos niños hasta 12 años después, cuando eran adolescentes, y se comprobó que los niños que habían podido demorar la gratificación y esperaron a comerse los dos dulces eran adolescentes capaces de centrarse en sus objetivos y controlar impulsos perjudiciales. Esta misma investigación se replicó años después en Dunedin, Nueva Zelanda, pero en esta ocasión se hizo un seguimiento de los niños (desde edades tempranas) hasta los treinta y tantos años; y se vio que los que habían tenido autocontrol eran adultos con unas buenas habilidades ejecutivas; sin embargo, los que no esperaron y se tomaron el primer dulce eran adultos con problemas de autocontrol, lo que les repercutía de forma negativa en sus vidas. Esto significa que a partir de esta edad podemos decidir posponer una gratificación en el tiempo si así lo decidimos, lo cual favorece un desarrollo adecuado de las funciones ejecutivas7.

Otro aspecto a tener en cuenta para el buen desarrollo del niño es el entorno familiar y social en el que se desenvuelven. Necesitan un entorno equilibrado entre estímulos y momentos de calma, tranquilidad e incluso, como lo denominamos los adultos, una buena y adecuada dosis de aburrimiento (periodos de tiempo que favorecen la creatividad, no tener una actividad concreta que hacer, sino dejar volar la imaginación del niño). Con la intención de favorecer el desarrollo cognitivo y emocional del niño, a veces, se crean entornos excesivamente estimulantes y se les incentiva con la realización de muchas actividades diferentes. Esto va en detrimento, en muchas ocasiones, de disfrutar de algunos momentos de no hacer nada concreto o de estar tranquilos eligiendo una actividad por el solo hecho de disfrutarla, no para conseguir algo determinado. Encontrar el equilibrio en ofrecerles un entorno entre la estimulación, el aprendizaje y la tranquilidad es algo que los adultos podemos hacer, pero para ello necesitamos desarrollarlo nosotros también, incluirlo en la vida de los niños con nuestra vivencia6. La incorporación de las habilidades mindfulness les ayuda a desarrollar esta atención consciente y poder encontrar esos momentos de calma y tranquilidad, incluso dentro de una actividad concreta.

Los niños nacen con una gran capacidad de atención, pero a la vez que van creciendo reciben mucha información del exterior, se ven influenciados por muchas señales que les distraen. Sus cerebros necesitan un ritmo determinado para captar la información externa, procesarla y decidir qué hacer con ella. Sin embargo, el ritmo con el que reciben esta información y las expectativas de tiempo de respuesta de su entorno hace que, sin poder realizar la reflexión adecuada, tengan que responder y actuar de una forma reactiva, no reflexiva. Se les está reforzando la dispersión de su atención. Muchos tienen miedo a aburrirse, es como si siempre tuvieran que hacer algo con un objetivo concreto; sin embargo, cuando aprenden estas habilidades se dan cuenta de cómo esos momentos de «no hacer nada» les ayuda a desarrollar su creatividad (este es uno de los aspectos de libertad a los que se refieren cuando están realizando el taller). El cerebro de los niños va desarrollándose a través de sus interacciones sociales, con su entorno y con las personas que forman parte de él. En estas conexiones van aprendiendo a gestionar sus habilidades de comunicación con ellos mismos y con los demás. Van desarrollando la capacidad de empatía, a través del funcionamiento de las neuronas en espejo (unas neuronas que todos tenemos y que hace que seamos capaces de darnos cuenta y de sentir en nosotros mismos los sentimientos y emociones que observamos en los demás). Esto forma parte del desarrollo de las conexiones entre las distintas personas, y ocurre de forma natural en el ser humano. Nos hacemos conscientes de cómo sentimos en nuestro cuerpo las interacciones con los demás; es decir, desarrollamos la habilidad de percibir los sentimientos y emociones de los demás, así como de percibir en nosotros esos sentimientos y emociones; lo cual nos permite poder empatizar con los demás. Este es el aprendizaje por imitación que percibimos en los bebes y que observamos, no solo la repetición de la conducta sino también la emoción implicada en ella8.

Todo este proceso no siempre es consciente, si no estamos atentos a la experiencia del momento presente, no somos conscientes de estos sentimientos. Pongo un ejemplo, ¿os ha ocurrido alguna vez que estáis viendo un vídeo de alguna fiesta familiar o de amigos, y en un momento dado os dais cuenta de la emoción o los sentimientos de alguna persona de la fiesta, y os preguntáis cómo no me di cuenta de lo que sentía si estaba hablando con ella? Esto quiere decir que, aunque el proceso empático de nuestro cerebro empiece a funcionar, si no se hace de forma consciente, no se percibe.

Este proceso cerebral que hace que se desarrolle la empatía en el cerebro del niño, necesita de esa atención consciente para su integración en su vida. Y, aunque nacemos con esa capacidad de prestar atención, se va perdiendo:

Por una parte, por ir recibiendo mucha información del exterior (lo cual hace que la mente se disperse). En muchas investigaciones se ven que unos entornos demasiado estimulantes para el niño hacen que se disperse; un entorno familiar equilibrado y sano es totalmente válido para su desarrollo (salvo en los casos que por alguna necesidad concreta haya que estimular al niño con unas habilidades que no puede adquirir de forma autónoma).

Por otra parte, por empezar el niño a centrarse en las valoraciones sobre la experiencia, con lo cual dejamos de estar experimentando la situación que estamos viviendo.

Los niños a partir de los dos años y medio tienen la capacidad de narrar y de entender relatos; lo cual les permite también conectar con su propia narrativa personal y tener consciencia del autoconocimiento. Comienzan a entrar en los procesos valorativos de ellos mismos, si son o no adecuados; llevados por la información que reciben de su entorno y por las expresiones emocionales que perciben de las personas de su entorno.

Esto hace que si existe algún factor negativo para el desarrollo del niño sobre su valoración personal o su autoconcepto, le costará más trabajo centrarse en las vivencias tal y como son. Comienza una «batalla» interna entre lo que le exige su entorno y lo que el niño lleva a cabo en su día a día. Ya el estrés lo acompaña en su vida. Aunque esto se desarrolla hasta que el cerebro se termine de formar, sobre los veinte-veinticinco años, ya está emergiendo en su mente su propio autoconcepto, desde los dos años y medio9. Aquí vemos el importante papel de la familia y de los profesores que acompañan a lo largo del día al niño. Si les favorecemos esa experiencia desde el presente, gestionando también nosotros las emociones, sentimientos, y ofreciéndoles la posibilidad de su propia gestión, estamos contribuyendo a un desarrollo equilibrado y sano de su cerebro, y de ellos mismos. Les permitimos adquirir las habilidades que necesitan desarrollar para sus funciones cognitivas; es decir, en los momentos en los que sus cerebros están más receptivos para aprenderlos y desarrollarlos. De esta forma su crecimiento personal será equilibrado y sabio, y les resltará fácil adquirir unas habilidades muy importantes para este desarrollo personal: autoconsciencia, autocontrol y autoconfianza.

El circuito de trabajo de la atención, tal y como la desarrollamos a través de la práctica de mindfulness, es el siguiente:

Mi mente divaga.

Me hago consciente de esta distracción (áreas del control ejecutivo activadas).

Reoriento la atención de forma consciente (se activa la corteza prefrontal dorsolateral, responsable de las funciones ejecutivas).

Mantengo la atención durante un tiempo, manteniendo el foco (se activan las áreas de la atención y la memoria de trabajo del cerebro).

 

Después vuelve a iniciarse el proceso.

La mente siempre está ocupada en algo, la consciencia lo que me aporta es darme cuenta de esto y activar este circuito de «foco atencional consciente» cuando yo lo decida.

Esto es un entrenamiento mental que voy adquiriendo e incorporando en mi vida; es ejercitar el funcionamiento de áreas concretas del cerebro para que me aporten lo que necesito: atención a la experiencia presente. Activando este circuito desarrollo también la aceptación de mi mente dispersa, es decir, dejo de luchar contra mis distracciones, mis pensamientos que divagan; ya no tengo la sensación de necesitar hacerlo. Adquiero la confianza, seguridad y calma de que puedo redireccionar mi atención cuando lo decido, lo cual me proporciona la reducción y la gestión del estrés en mi vida10.

El aprendizaje de desarrollo de este circuito, al incorporarlo a las vidas de los niños, hace que forme parte de su desarrollo natural. No será necesario llegar a aprenderlo de adultos, sino que ya lo tendrán incorporado en su estructura y funcionamiento cerebral. Les permitirá, a su vez, incorporarlo a todos los niveles y ámbitos de sus vidas, tanto en el aprendizaje emocional, cognitivo como en el académico y en sus relaciones sociales.