Una brillante mañana de otoño, Steve Z, un teniente coronel que trabajaba en el Pentágono, oyó “un ruido fuerte, anormal”. Al instante el techo cedió y lo arrojó al piso, donde quedó inconsciente, cubierto de escombros. Era el 11 de septiembre de 2001. Un avión de pasajeros había chocado con el enorme edificio, muy cerca de la oficina de Steve. Cuando el fuselaje explotó, una bola de fuego recorrió la oficina. Los escombros le salvaron la vida y, a pesar de la conmoción cerebral, cuatro días después Steve volvió a trabajar con fervor de 6 p.m. a 6 a.m., la cantidad de horas que alumbraba la luz del día en Afganistán. Inmediatamente después se alistó para ser voluntario por un año en Irak. “Fui a Irak ante todo porque no podía caminar por el mall sin estar hipervigilante, atento a la manera en que me miraban, totalmente alerta. No podía entrar en un ascensor. En mi auto, en medio del tránsito, me sentía atrapado”, recuerda Steve.
Tenía los síntomas típicos del trastorno de estrés postraumático (TEPT). Llegó el día en que comprendió que no podía manejarlos por sí mismo. Finalmente recurrió a un psicoterapeuta, que con mesura lo orientó a la práctica de la atención plena.
Steve aún sigue viendo a ese terapeuta, y recuerda: “La atención plena (mindfulness) me ofreció algo que yo podía hacer para sentirme más sereno, menos tenso, no tan reactivo”. A medida que la practicaba, añadiéndole una actitud amorosa y asistiendo a retiros espirituales, los síntomas del TEPT se tornaban gradualmente menos frecuentes, menos intensos. Aunque tenía accesos de irritabilidad e inquietud, podía anticiparlos.
Historias como la de Steve ofrecen noticias alentadoras acerca de la meditación. Nosotros hemos sido meditadores durante toda nuestra vida adulta y, al igual que Steve, sabemos por experiencia propia que esa práctica proporciona innumerables beneficios.
Pero nuestra formación científica también cuenta. No toda la magia que se atribuye a la meditación se sostiene ante comprobaciones rigurosas. Por lo tanto, nos hemos propuesto dejar en claro en qué es útil y en qué no lo es. Es posible que los lectores tengan una noción errónea sobre la meditación. Y que ignoren lo que en verdad es.
Volvamos a Steve. Con infinitas variaciones, su historia se repite en incontables casos de personas que afirman haber encontrado alivio en métodos de meditación como la atención plena, no solo para el TEPT sino para un amplio rango de trastornos emocionales. Sin embargo, la atención plena —que es parte de una antigua tradición de meditación— no fue concebida como una cura. Solo recientemente este método se adoptó como un bálsamo para nuestras modernas formas de angustia. Su objetivo original —perseguido en algunos círculos hasta hoy— es una profunda exploración de nuestra mente con la finalidad de lograr una profunda transformación de nuestro ser.
Por otra parte, las aplicaciones prácticas de la meditación —en el caso de Steve, de la atención plena, que lo ayudó a recuperarse de un trauma— aunque de escasa profundidad, son muy atractivas. Por su fácil acceso, la atención plena ha hecho posible que gran cantidad de personas hallaran la manera de incluir al menos una pizca de meditación en su vida cotidiana.
Existen, entonces, dos caminos: el amplio y el profundo. A pesar de ser muy diferentes, a menudo se confunden entre sí. El camino profundo se expresa en dos niveles. En una forma pura, por ejemplo, en los antiguos linajes del budismo theravada que se practica en el sudeste asiático o entre los yoguis tibetanos (sobre ellos ofreceremos algunos datos sorprendentes en el capítulo 11, “El cerebro de un yogui”). Esta práctica intensiva corresponde al Nivel 1.
En el Nivel 2 estas tradiciones ya no forman parte de un estilo de vida como el del monje o el yogui. Dejan de lado elementos originales que sería complejo adecuar a otras culturas y adoptan modalidades más amables para Occidente.
En el Nivel 3 estas prácticas de meditación se separan de su contexto espiritual. De esta manera logran una difusión aún más amplia. Es el caso de las técnicas de reducción del estrés basado en la atención plena (REBAP), creadas por nuestro buen amigo Jon Kabat-Zin, que se enseñan en miles de clínicas, centros médicos y otras instituciones. O de la Meditación Trascendental ™, que incorpora al mundo moderno clásicos mantras en sánscrito en un formato amigable.
Las formas de meditación —mucho más difundidas aún— que corresponden al Nivel 4 son, obligadamente, las más indefinidas y las más accesibles para la mayoría de las personas. La moda de la atención plena en el escritorio o a través de apps para meditar en unos minutos es ejemplo de la práctica en este nivel.
Podemos anticipar también un Nivel 5. Al día de hoy existe solo fragmentariamente, pero con el tiempo podría aumentar en magnitud y alcance. En este nivel, lo aprendido por los científicos al estudiar los demás niveles conducirá a innovaciones y adaptaciones sumamente beneficiosas, con un gran potencial, que analizaremos en el capítulo final, “Una mente sana”.
Las profundas transformaciones del Nivel 1 nos fascinaron en nuestro primer encuentro con la meditación. Dan estudió textos antiguos y puso en práctica los métodos que describen, sobre todo durante los dos años que pasó en India y Sri Lanka cursando su posgrado e inmediatamente después de obtenerlo. Richie —como todos lo llaman— partió rumbo a Asia para una estadía prolongada en la que participó de retiros y se reunió con estudiosos de la meditación. Más recientemente ha escaneado los cerebros de meditadores de nivel olímpico en su laboratorio de la Universidad de Wisconsin.
Nuestra práctica de meditación se encuadra en el Nivel 2. Pero desde el principio, el camino amplio —los niveles 3 y 4— también ha sido importante para nosotros. Nuestros maestros asiáticos decían que si algún aspecto de la meditación puede ayudar a aliviar el sufrimiento, debía ser ofrecido a todas las personas, no solo a las que emprenden una búsqueda espiritual. De acuerdo con esa idea, en nuestras tesis doctorales hemos estudiado distintas maneras en las que la meditación podría producir beneficios cognitivos y emocionales.
La historia que relatamos aquí refleja nuestra propia trayectoria personal y profesional. Desde los años 70 —cuando nos conocimos en Harvard, cursando nuestro posgrado— hemos sido amigos íntimos, hemos trabajado en conjunto en la ciencia de la meditación y hemos practicado esta disciplina interior a lo largo de todos estos años (no obstante, lejos estamos de alcanzar maestría).
Si bien ambos somos psicólogos, tenemos habilidades complementarias para contar esta historia. Dan es un experto periodista científico que durante más de una década escribió para el New York Times. Richie, un neurocientífico, fundó y dirige el Centro para Mentes Sanas (Center for Healthy Minds) de la Universidad de Wisconsin. Dirige también el laboratorio de imágenes del Centro Waisman, perteneciente a esa universidad, que posee un resonador magnético, un tomógrafo por emisión de positrones, un conjunto de programas de avanzada para analizar datos y cientos de servidores para realizar la ardua tarea de cómputo que esta tarea requiere. Su equipo de investigación reúne a más de 100 expertos, que abarcan desde científicos dedicados a la física, la estadística y la computación hasta neurocientíficos y psicólogos, e incluso estudiosos de las tradiciones de meditación.
Compartir la escritura de un libro puede ser incómodo. Lo hemos comprobado, sin duda. Sin embargo, las desventajas de la coautoría fueron ampliamente eclipsadas por el intenso deleite que descubrimos al trabajar juntos.
Aunque desde hace décadas somos grandes amigos, trabajamos por separado durante la mayor parte de nuestra carrera. Este libro nos ha vuelto a reunir, lo que siempre es motivo de alegría.
El libro que tienen en sus manos es el que siempre deseábamos —y no podíamos— escribir. La ciencia y los datos que necesitábamos para apoyar nuestras ideas se han desarrollado recientemente. Ahora contamos con una masa crítica de ambos, que nos alegra compartir.
Nuestra alegría proviene también de sentir que tenemos una misión valiosa: ofrecer una nueva y radical interpretación de los verdaderos beneficios de la meditación y del objetivo real que siempre ha tenido esta práctica.
En 1974 Richie regresó de India a Harvard, donde participó de un seminario de psicopatología. Con su cabello largo y su atuendo acorde con el espíritu imperante en Cambridge —que incluía una colorida faja a modo de cinto— se sorprendió cuando su profesor le dedicó una mirada significativa y dijo: “Una de las claves de la esquizofrenia es la manera estrafalaria de vestir”.
Y cuando Richie le contó a uno de sus profesores de Harvard que el tema de su tesis sería la meditación, de inmediato recibió una respuesta rotunda: esa decisión acabaría con su carrera.
Dan se proponía investigar el impacto de la meditación que utiliza un mantra. Al enterarse, uno de sus profesores de psicología clínica preguntó con suspicacia: “¿En qué se diferencia repetir un mantra de lo que ocurre con mis pacientes obsesivos, que no pueden dejar de repetir “mierda, mierda, mierda”?1
Dan respondió que soltar palabrotas es un acto involuntario propio de esa psicopatología, mientras que la repetición silenciosa de un mantra es un mecanismo utilizado intencionalmente para lograr concentración.
La explicación, no obstante, no logró aplacar al profesor. Su reacción ejemplifica la actitud de los docentes a cargo de las cátedras, que se oponían con torpe negatividad a cualquier cosa relacionada con la conciencia. Tal vez fuera una forma atenuada de trastorno de estrés postraumático, después del notorio fiasco de Timothy Leary y Richard Alpert.
Leary y Alpert habían sido públicamente destituidos de sus cargos académicos a causa del escándalo que causaron sus experimentos con drogas psicodélicas en estudiantes de Harvard. La destitución se había producido unos cinco años antes de nuestra llegada a la universidad, pero los ecos persistían.
Aunque nuestros mentores académicos consideraban que investigar sobre meditación era ingresar en un callejón sin salida, íntimamente sentíamos que el tema era muy importante y tuvimos una gran idea: más allá de los estados placenteros que la meditación puede provocar, la verdadera recompensa se encontraba en los rasgos duraderos que pudieran resultar de ella.
Un rasgo alterado —una nueva cualidad surgida de la meditación— es el que permanece más allá de la meditación. Los rasgos alterados delinean nuestra conducta en la vida cotidiana, no solo durante o inmediatamente después de haber meditado.
El concepto de rasgos alterados es un objetivo que siempre intentamos alcanzar. Cada uno de nosotros desempeñó sinérgicamente su papel en el desarrollo de esta historia. En India, durante algunos años Dan fue aprendiz y estudioso de las raíces asiáticas de estos métodos para producir alteraciones. A su regreso a los Estados Unidos tuvo escaso éxito en su intento de transferir a la psicología contemporánea los cambios beneficiosos que podían obtenerse de las antiguas técnicas de meditación.
Las experiencias de Richie con la meditación lo han llevado a buscar durante décadas el apoyo científico de nuestra teoría de los rasgos alterados. Su equipo de investigación ha generado los datos que dan crédito a una idea que, de otra manera, parecería una mera fantasía. Y al impulsar un incipiente campo de investigación —la neurociencia contemplativa— ha preparado a una nueva generación de científicos, cuyos trabajos se suman a la evidencia.
El camino amplio genera un tsunami de entusiasmo que a menudo conduce a olvidar el camino alternativo, es decir, el profundo, que siempre ha sido el verdadero objetivo de la meditación. Desde nuestro punto de vista, el mayor impacto de la meditación no consiste en mejorar la salud o lograr éxito en los negocios sino en acercarnos a lo mejor de nuestra naturaleza.
Una corriente de hallazgos provenientes del camino profundo impulsa modelos científicos acerca de los límites máximos de nuestro potencial. Este camino produce cualidades duraderas como la generosidad, la ecuanimidad, la presencia amorosa y la compasión imparcial: rasgos alterados altamente positivos. En principio, parecía una gran noticia para la moderna psicología, si estaba dispuesta a escucharla.
Debemos admitir que el concepto de rasgos alterados tenía escaso respaldo, más allá de las percepciones positivas que obtuvimos de nuestros encuentros con meditadores experimentados en Asia, de los enunciados de antiguos textos sobre meditación y de nuestros propios sondeos en esta disciplina interior. Al cabo de varias décadas de silencio e indiferencia, en los últimos años abundantes hallazgos confirman nuestras presunciones. Los datos que ahora constituyen una masa crítica corroboran lo que nuestra intuición y los textos nos decían: los profundos cambios son signos externos de una función cerebral sorprendentemente distinta.
Buena parte de esos datos provienen del laboratorio de Richie, el único centro científico que ha trabajado con docenas de maestros de la contemplación —en su mayoría yoguis tibetanos—, la mayor cantidad de meditadores profundos que se hayan estudiado hasta el momento.
Estos insólitos socios en la investigación han sido cruciales para construir una hipótesis científica acerca de la existencia de una manera de ser que ha eludido el pensamiento moderno, si bien era un objetivo explícito de las grandes tradiciones espirituales del mundo. Ahora tenemos confirmación científica de estas profundas alteraciones del ser, lo que expande radicalmente el límite de los conceptos de la psicología sobre las posibilidades humanas.
La idea del “despertar” —el objetivo del camino profundo— parece una curiosa fantasía para una sensibilidad moderna. No obstante, los datos del laboratorio de Richie —en algunos casos publicados en revistas científicas mientras se imprimía este libro— confirman que las modificaciones, positivas y notables, del cerebro y la conducta —en línea con las descritas desde hace tiempo para el camino profundo— no son mito sino realidad.
Durante largo tiempo Dan y yo hemos sido consejeros de Mind and Life Institute (Instituto Mente y Vida), creado para establecer diálogos sobre una amplia variedad de temas entre el Dalai Lama y los científicos.2 En el año 2000 organizamos un intercambio sobre “emociones destructivas”, del que participaron varios expertos en emociones, incluido Richie.3 En medio de ese diálogo el Dalai Lama le presentó un desafío. Explicó que su tradición dispone de una gran gama de prácticas, probadas a través del tiempo, para dominar emociones destructivas. Y lo instó a llevar esos métodos al laboratorio, libres de señuelos religiosos, para someterlos a prueba. Si demostraban ser capaces de disminuir las emociones destructivas, lo invitó a difundirlos entre todas las personas a las que pudieran beneficiar.
Sus palabras nos entusiasmaron. Esa noche, y las siguientes, después de la cena comenzamos a diseñar la investigación que reseñamos en este libro.
El desafío del Dalai Lama hizo que Richie reorientara la formidable capacidad de su laboratorio para evaluar el sendero profundo y el sendero amplio. En su condición de fundador y director del Centro para Mentes Sanas, Richie ha alentado el trabajo sobre aplicaciones útiles, fundadas en la evidencia, adecuadas para escuelas, clínicas, empresas e incluso para policías, para cualquier persona, en cualquier lugar. Desde un programa de bondad para preescolares hasta tratamientos para veteranos con trastorno de estrés postraumático.
El pedido del Dalai Lama ha catalizado estudios que avalan el camino amplio en términos científicos, un lenguaje bienvenido en todo el mundo. Entretanto esa amplitud se ha vuelto viral, se ha convertido en tema de discusión de blogs, tweets y vivaces apps. Por ejemplo, mientras escribo, una oleada de entusiasmo impulsa la atención plena. Cientos de miles, tal vez millones de personas practican ahora el método.
Pero observar la atención plena (o cualquier tipo de meditación) a través de una lente científica dispara algunos interrogantes: ¿cuándo funciona y cuándo no funciona? ¿Es un método capaz de ayudar a todos? ¿Sus beneficios son distintos de los que produce, por ejemplo, el ejercicio físico? Estas preguntas, entre otras, nos condujeron a escribir este libro.
Meditación es una palabra que se aplica a una miríada de prácticas contemplativas, así como deporte es una palabra que comprende una gran variedad de actividades atléticas. En ambos casos —deporte y meditación— los resultados dependen de lo que realmente hagamos.
Un consejo práctico: quienes están a punto de empezar una práctica de meditación o han incursionado en varias de ellas, deberían tener presente que —tal como ocurre con el desarrollo de la destreza en un determinado deporte— encontrar una práctica de meditación que les resulte atractiva y perseverar en ella será muy beneficioso. Se trata simplemente de elegir un método, decidir con criterio realista qué cantidad de tiempo pueden dedicar diariamente a practicarlo — aunque sean apenas unos minutos—, intentarlo durante un mes y comprobar cómo se sienten al cabo de esos treinta días.
Así como el entrenamiento habitual otorga una mejor condición física, la mayoría de los métodos de meditación mejoran en alguna medida la condición mental. Como veremos, los beneficios específicos de uno u otro método son tanto más firmes cuantas más horas se dedican a la práctica.
Swami X, tal como lo llamaremos, estaba en la cresta de la ola entre los maestros de meditación asiáticos que pululaban en los Estados Unidos a mediados de los años 70, nuestra época de estudiantes en Harvard. El swami llegó hasta nosotros para decirnos que le entusiasmaba la idea de que sus proezas fueran estudiadas por científicos de la universidad, capaces de confirmar sus notables habilidades.
Por entonces estaba en su apogeo el biofeedback, una tecnología novedosa que proporcionaba instantáneamente datos fisiológicos, como la presión sanguínea, que de otra manera no podía controlarse voluntariamente. Al recibir esa señal las personas podían orientar su actividad corporal en direcciones más saludables. Swami X sostenía que él podía ejercer ese control sin necesidad de información. Felices de habernos topado con un sujeto de investigación aparentemente apropiado, conseguimos que nos cedieran el laboratorio de fisiología del Centro de Salud Mental de la Escuela de Medicina de Massachusetts.4 El día de testear las proezas del swami, le pedimos que disminuyera su presión sanguínea, y se elevó. Cuando le pedimos que la elevara, disminuyó. Y cuando se lo dijimos, el swami nos reprendió por haberle servido un “té tóxico” que supuestamente había saboteado sus dones.
Nuestros registros fisiológicos revelaron que no podía hacer ninguna de las hazañas de las que presumía. No obstante, logró provocar fibrilación atrial en su corazón —un biotalento de alto riesgo— con un método que llamaba “perro samadhi”, un nombre que nos intriga hasta el día de hoy. De vez en cuanto el swami iba al baño de hombres para fumar un bidi (cigarrillos baratos muy populares en India, poco más que unas briznas de tabaco envueltas en alguna hoja).
Poco después un telegrama de amigos desde India reveló que el swami era en realidad el ex gerente de una fábrica de zapatos, que había abandonado a su esposa y sus dos hijos para viajar a los Estados Unidos y hacer fortuna.
Sin duda Swami X buscaba un marketing que atrajera discípulos. En sus posteriores apariciones no dejaba de mencionar que “científicos de Harvard” habían estudiado sus proezas meditativas. Fue temprano precursor de lo que se ha convertido en una copiosa recolección de datos refritos para promover ventas.
Teniendo en cuenta este incidente, ofrecemos nuestra mente abierta pero escéptica —tal es la mentalidad del científico— a la actual oleada de investigación sobre la meditación. En general vemos con satisfacción que surge como tendencia, y se extiende con rapidez en las escuelas, las empresas y en nuestra vida privada la atención plena. Es decir, el enfoque amplio.
Pero lamentamos que con demasiada frecuencia, cuando la ciencia se utiliza como argumento de venta, los datos se distorsionan o se exageran. La combinación de meditación con rentabilidad constituye una fórmula con un lamentable historial de charlatanería, decepción e incluso escándalo. Muy a menudo graves tergiversaciones, afirmaciones cuestionables o distorsiones de estudios científicos se utilizan para vender meditación. Por ejemplo, un sitio web incluye una entrada de blog titulado “Cómo la atención plena aquieta el cerebro, reduce el estrés y mejora el desempeño”. ¿Estos dichos están fundamentados por descubrimientos científicos sólidos? Sí y no, aunque los “no” suelen pasarse por alto con facilidad.
Veamos algunos de los dudosos hallazgos que se viralizaron por medio de afirmaciones entusiastas: que la meditación expande el centro ejecutivo del cerebro, la corteza prefrontal, y reduce la amígdala, el disparador de nuestra respuesta de pelear, huir o paralizarse; que la meditación orienta las emociones hacia un rango más positivo; que la meditación desacelera el envejecimiento; y que la meditación puede utilizarse para tratar enfermedades que abarcan desde la diabetes hasta el trastorno de hiperactividad con déficit de atención.
Al examinarlos con atención, en cada uno de los estudios en los que se fundan estas afirmaciones los métodos utilizados son cuestionables. Para hacer afirmaciones ciertas se necesitan más estudios, que deben corroborarse para saber si resisten un análisis más riguroso.
Por ejemplo, la investigación que informa sobre la reducción de la amígdala utilizó para estimar su volumen un método poco preciso. Un estudio ampliamente citado sobre la desaceleración del envejecimiento aplicó un tratamiento muy complejo que incluía meditación combinada con una dieta especial y ejercicio intensivo; por lo tanto, el impacto de la meditación per se era imposible de descifrar. Aun así, en los medios sociales proliferan aseveraciones similares y los enunciados hiperbólicos pueden ser tentadores. Nosotros ofrecemos aquí una visión clara basada en la ciencia dura, pasando por el tamiz los resultados que no son en absoluto tan convincentes como se los hace aparecer.
Incluso los defensores bien intencionados carecen de guía para distinguir la información sólida de la que es cuestionable o tan solo un gran absurdo. Dada la creciente ola de entusiasmo, nuestro sobrio enfoque llega en el momento oportuno.
Un comentario para los lectores: los tres primeros capítulos abarcan nuestras primeras incursiones en la meditación y dan cuenta de la sospecha científica que motivó nuestra búsqueda.
Los capítulos 4 a 12 relatan nuestro trayecto científico. Cada uno de ellos está dedicado a un tema en particular, como la atención o la compasión. Al final de cada capítulo, se encuentra una sección titulada “En síntesis”, para quienes estén más interesados en lo que descubrimos que en la manera en que lo hicimos.
En los capítulos 11 y 12 llegamos a nuestro anhelado destino, y comunicamos los notables hallazgos en los meditadores más avezados.
En el capítulo 13 “Alterando rasgos”, describimos los beneficios de la meditación en tres niveles: principiante, de largo plazo y “olímpico”. En el capítulo final especulamos acerca de lo que podría traer el futuro, y sobre la manera en que estos hallazgos podrían beneficiar no solo a cada individuo sino al conjunto de la sociedad.
Ya en la década de 1830 Thoreau, Emerson y otros trascendentalistas estadounidenses coquetearon con los saberes orientales. Lo hicieron incentivados por las primeras traducciones al inglés de antiguos textos espirituales de Asia. Pero no recibieron instrucción sobre las prácticas que apoyaban esos textos. Casi un siglo más tarde Sigmund Freud aconsejó a los psicoanalistas que mantuvieran una “atención flotante” mientras escuchaban a sus clientes. Tampoco él ofrecía un método. Occidente asumió un compromiso más serio con estas disciplinas tan solo unas décadas atrás, cuando llegaron maestros desde Oriente, y cuando algunos de los occidentales que viajaron a Asia para estudiar meditación regresaron convertidos en maestros. Estas incursiones allanaron el camino para la actual aceleración del camino amplio y ofrecieron nuevas posibilidades para los pocos que eligen seguir el camino profundo.
Cantidad de estudios científicos sobre meditación o atención plena publicados entre 1970 y 2016.
En la década de 1970, cuando comenzamos a publicar nuestras investigaciones sobre meditación, solo había un puñado de artículos científicos sobre el tema. El recuento más reciente sumó 6838 de estos artículos, y se advierte una notable aceleración en los últimos tiempos. En la literatura científica en idioma inglés se publicaron 925 de estos artículos en 2014, 1098 en 2015 y 1113 en 2016.5
En abril de 2001, en el piso más alto del centro Fluno —en el campus de la Universidad de Wisconsin en Madison— nos reunimos una tarde con el Dalai Lama para entablar un diálogo científico sobre los hallazgos de investigaciones acerca de la meditación. En la sala no estaba presente Francisco Varela, un neurocientífico chileno, director de un laboratorio de neurociencia cognitiva en el Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia, con sede en París. Su admirable carrera incluye el hecho de haber sido uno de los fundadores del Mind and Life Institute, encargado de organizar la reunión.
Por ser un meditador serio, Francisco comprendía la importancia de la colaboración entre meditadores expertos y los científicos que los estudiaban, tal como ocurría en el laboratorio de Richie y en otros.
Francisco debía ser uno de los participantes del encuentro, pero por entonces luchaba contra un cáncer de hígado. Una severa recaída le impidió viajar y se encontraba en cama, en París, ya moribundo.
Aunque por entonces no existía Skype ni la videoconferencia, el equipo de Richie estableció una conexión de video bidireccional entre la sala de reunión y la habitación de Francisco en su apartamento de París. El Dalai Lama le habló mirando directo a la cámara. Ambos sabían que sería la última vez que se verían en esta vida.
El Dalai Lama agradeció a Francisco por toda su labor, no solo en favor de la ciencia. Le pidió que conservara la entereza y le dijo que seguirían conectados para siempre. Conscientes de la importancia del momento, Richie y otros derramaron lágrimas. Francisco murió unos días después.
Tres años más tarde, en 2004, se hizo real un sueño del que Francisco solía hablar. En el Instituto Garrison, a una hora de viaje remontando el río Hudson desde Nueva York, se reunieron un centenar de científicos, estudiantes de grado y de posgrado. Ese encuentro dio inicio a una actividad anual, que se lleva a cabo en verano, dedicada a profundizar el estudio de la meditación, denominada Summer Research Institute (SRI).
Esta actividad es organizada por el Mind and Life Institute, creado en 1987 por el Dalai Lama, Francisco y Adam Engle un abogado convertido en empresario. Nosotros fuimos cofundadores y miembros del consejo directivo del instituto. La misión de Mind and Life es “aliviar el sufrimiento y promover el desarrollo, integrando la ciencia con la práctica contemplativa”.
El SRI podía ofrecer una atmósfera más cordial a quienes —como nosotros en nuestra época de estudiantes— quisieran investigar acerca de la meditación. Habiendo sido pioneros solitarios, deseábamos formar una comunidad de estudiosos y científicos que compartieran nuestro enfoque y nuestra búsqueda. Esta comunidad serviría de apoyo mutuo a la distancia, incluso para quienes no encontraran intereses afines entre los miembros de su institución.
La idea del SRI se incubó en torno a la mesa de la cocina de Richie, en su casa de Madison, durante una conversación con Adam Engle. Luego Richie y un puñado de científicos y estudiosos organizaron el primer programa de verano y durante una semana presentaron temas como la neurociencia cognitiva de la atención y las imágenes mentales. A partir de entonces se realizaron otros trece encuentros (dos en Europa), y posiblemente se organicen otros también en Asia y Sudamérica en el futuro.
Desde el primer SRI el Mind and Life Institute ofreció un programa de becas en honor a Francisco Varela, una docena de premios a la investigación de hasta 25.000 dólares. Estas contribuciones —muy modestas si se considera que las investigaciones de este tipo necesitan de un financiamiento mucho mayor— promovieron que distintas fundaciones y organismos gubernamentales aportaran luego más de 60 millones de dólares. La iniciativa fue fructífera: unos cincuenta graduados del SRI publicaron varios cientos de trabajos de investigación sobre meditación.
A medida que estos jóvenes científicos ocupaban puestos académicos, el número de investigadores sobre el tema aumentaba. Ellos han influido en buena medida para que la cantidad de estudios científicos sobre meditación siga en constante aumento.
Al mismo tiempo, a medida que los resultados obtenidos mostraban ser provechosos, otros científicos más afianzados orientaron su interés hacia esta área. Los hallazgos del laboratorio de Richie en la Universidad de Wisconsin, y de las escuelas de medicina de Stanford, Emory, Yale, Harvard y muchas otras, aparecen habitualmente en los titulares de los medios.
La creciente popularidad de la meditación nos impulsa a investigar con más profundidad. Los beneficios neurológicos y biológicos mejor documentados por la ciencia no son necesariamente los que difunde la prensa, Facebook o las ráfagas de e-mails con fines de marketing. Por el contrario, algunos de los beneficios más promocionados tienen escaso apoyo científico.
Muchos informes se reducen a enunciar las maneras en que una pequeña dosis diaria de meditación mejora nuestra biología y nuestra vida emocional. La viralización de estas noticias ha llevado a que millones de personas en todo el mundo encuentren un hueco en su rutina diaria para dedicarlo a la meditación.
Hay, sin embargo, muchas más posibilidades. Y algunos peligros. Ha llegado el momento de contar la historia que los titulares omiten.
La trama de este libro se teje con varias hebras. Una corresponde a la historia de nuestra amistad a lo largo de varias décadas y de nuestro objetivo, al principio distante y difícilmente alcanzable, en el que perseveramos pese a los obstáculos. Otra permite rastrear el surgimiento de evidencia neurocientífica acerca de que nuestras experiencias moldean nuestro cerebro, lo que apoya nuestra teoría: la meditación, al entrenar la mente, rediseña el cerebro. Hemos explorado una multitud de datos para mostrar la medida de este cambio.
En principio, unos minutos diarios de práctica producen sorprendentes beneficios (aunque no todos los que se proclaman). Más allá de esos efectos benéficos iniciales, podemos sostener que cuantas más sean las horas de práctica, tanto mayores serán los beneficios obtenidos. Y en los niveles más altos de la práctica se encuentran verdaderos rasgos alterados, cambios en el cerebro que la ciencia no ha observado antes, y que nosotros avizoramos décadas atrás.
1. Probablemente se refería a los improperios que lanzaban las personas con síndrome de Tourette (no las que padecían desorden obsesivo compulsivo) pero a principios de los años 70 la psicología clínica todavía no estaba familiarizada con el diagnóstico de ese síndrome.
3. Daniel Goleman, Emociones destructivas (Buenos Aires: Ediciones B, 2010). Ver también: www.mindandlife.org
4. El laboratorio era dirigido por nuestro profesor de fisiología, David Shapiro. Entre otros, integraba el grupo de investigación Jon Kabat-Zinn, que estaba a punto de comenzar a enseñar lo que se ha convertido en el programa de reducción del estrés basado en la atención plena, y Richard Surwit, por entonces psicólogo en el Centro de Salud Mental de Massachusetts, que más tarde sería profesor de psiquiatría y medicina conductual en la Escuela de Medicina de la Universidad de Duke. David Shapiro dejó Harvard para trabajar en la UCLA, donde entre otros temas estudió los beneficios fisiológicos del yoga.
5. Las palabras clave utilizadas en esta investigación eran: meditación, meditación de atención plena, meditación compasiva y meditación de amorosa bondad.