3 Azúcares añadidos: los «villanos» ocultos

Ha llegado el momento de encontrarnos cara a cara con los auténticos protagonistas de todas las campañas, iniciativas, movimientos e investigaciones que han puesto al «dulce manjar» en el punto de mira: los azúcares libres, ocultos o añadidos. Ellos son, según todas las evidencias, los responsables de que el consumo de azúcar haya abandonado los límites de la normalidad (y, por tanto, la inocuidad) para adentrarse en el terreno de lo patológico.

¿Qué son los azúcares añadidos?

Ya hemos visto que comprender el «concepto azúcar» en toda su amplitud no es sencillo. Pero aún nos queda dar una vuelta de tuerca más: conocer cuáles son esos azúcares no obvios, que a veces ni siquiera están incluidos en alimentos dulces, y que se encuadran en la categoría de «libres» o «añadidos».

Para empezar a conocerlos mejor conviene recordar la definición y/o distinción que hace la OMS:

Azúcares naturales o intrínsecos: Aquellos que se encuentran en la estructura de frutas, verduras y hortalizas frescas y enteras, sin manipular ni estar sometidos a procesos.

Azúcares libres o añadidos: Los que se incorporan a los alimentos o bebidas durante el procesado, ya sea por el fabricante, cocinero o propio consumidor, así como los azúcares que naturalmente están presentes en miel, jarabes, zumos de fruta y néctares.

Por tanto, se puede decir que los azúcares libres o añadidos son aquellos que no vienen «de fábrica» en los alimentos, sino que se incorporan a ellos durante el proceso industrial. Se trata de hidratos de carbono de absorción rápida que se añaden a los alimentos procesados y comercializados, en forma de conservantes o saborizantes, con fines industriales. Las razones por las que la industria recurre a ellos son varias:

Añadir sabor, color y textura a los alimentos (en salsas, panes, mermeladas).

Potenciar la fermentación (caso del yogur, el vinagre, la cerveza o la salsa de soja).

Aumentar el periodo de conservación (el azúcar ayuda a prolongar la fecha de vencimiento de algunos alimentos).

Por tanto, y desde el punto de vista de los fabricantes, estos azúcares añadidos son un ingrediente fundamental, no tanto desde el punto de vista nutricional como del de la presentación y el aspecto final del producto.

Pero, además de estas propiedades «de forma y gusto», la inclusión de azúcares libres siempre aumenta el valor calórico del alimento, de forma que todos los que los contienen suelen tener otras dos señas de identidad en absoluto saludables: ser ricos en calorías y pobres en nutrientes.

Otra característica de estos azúcares es su casi invisibilidad, y en esta línea, las recomendaciones más recientes de la SEEN al respecto hacen hincapié en que la cantidad de azúcar añadido que contienen los alimentos es aún una información muy desconocida para la mayoría de la población: «Una asignatura pendiente de los españoles es que no sabemos leer el etiquetado nutricional. Estamos muy concienciados con el azúcar que añadimos nosotros mismos a los alimentos, pero no con el que estos ya contienen. No hay que olvidar que los azúcares ocultos suponen más del 75% del total de azúcar que consumimos a diario».

Estas son, en una primera aproximación, las razones por las que los azúcares ocultos son «el enemigo a batir», ya que el veredicto de los expertos respecto a ellos es unánime: se trata, con diferencia, de los peores azúcares con los que nos podemos encontrar y en ellos recae gran parte de la culpa de la epidemia de obesidad y el aumento de enfermedades asociadas que estamos viviendo actualmente.

Alto y claro: qué dice la OMS

En su nueva directriz, publicada en 2015, sobre la ingesta de azúcares para adultos y niños (Guideline: Sugars intake for adults and children), la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que el consumo de azúcares libres se debería reducir a menos del 10% de la ingesta total de calorías diarias, y expone los argumentos para esta recomendación:

Se centran en los efectos documentados para la salud que produce la ingesta de azúcares libres.

No hay pruebas de que el consumo de azúcares intrínsecos (presentes de forma natural en las frutas y verduras enteras frescas) tenga efectos adversos para la salud.

Los datos científicos en los que se basa esta normativa demuestran que los adultos que consumen menos azúcares tienen menor peso corporal y que el aumento de la cantidad de azúcares en la dieta va asociado a un aumento comparable del peso.

Además, las investigaciones evidencian que los niños con los niveles más altos de consumo de bebidas azucaradas tienen más probabilidades de padecer sobrepeso u obesidad que aquellos con un bajo nivel de consumo de este tipo de bebidas.

La recomendación se apoya, además, en datos que evidencian que un consumo de azúcares libres superior al 10% de la ingesta calórica total produce tasas más elevadas de caries dental.

La OMS califica estas recomendaciones como «firmes», por lo que pueden ser adoptadas como políticas en la mayoría de los contextos y dar lugar a otras opciones normativas, como pueden ser: el etiquetado de los alimentos y el etiquetado nutricional; la concienciación de los consumidores, y la regulación de la comercialización de los alimentos y las bebidas no alcohólicas con un alto contenido en azúcares libres.

Teniendo en cuenta las evidencias arrojadas por los estudios, la OMS recomienda, de forma condicional («los efectos deseables de su cumplimiento compensarían los indeseables»), reducir el consumo de azúcares libres a menos del 5% de la ingesta total.

Está previsto actualizar esta directriz en 2020, y para ello la OMS señala la importancia de realizar más investigaciones sobre el efecto de la ingesta de azúcares libres en el metabolismo; estudios a más largo plazo sobre las consecuencias de los cambios en la ingesta de azúcares libres; determinar los umbrales por encima de los cuales el consumo de azúcares libres aumenta el peso, y la eficacia de reducir la ingesta de azúcares libres.

El 10% como referente

En su empeño por analizar los porqués de esta epidemia dulce que vivimos actualmente, la nueva directriz de la OMS recoge los resultados de estudios realizados en adultos y que ligan el incremento de la ingesta de azúcares libres con un aumento en el peso corporal y, a la inversa, asocian la disminución del consumo de estos azúcares con una reducción del peso (ver apoyo). Como analizaremos más a fondo en el capítulo 4, el sobrepeso y la obesidad son solo la punta del iceberg –o, si se prefiere, el punto de partida– de toda la cascada de efectos negativos que el azúcar desencadena en el organismo.

Pero, ¿cuál es la cantidad «tope» de este tipo de azúcares que nos podemos permitir en la dieta (teniendo en cuenta que detectarlos todos y librarnos de ellos al 100% no es tarea fácil)? Una pista la ofrecen las nuevas Guías dietéticas (vigentes para el periodo 2015-2020), elaboradas por el Departamento de Agricultura de EE UU (USDA): hay que limitarlos al 10% del total de calorías diarias, la misma cifra recomendada por la OMS. Para facilitar este cálculo, en una dieta de 2.000 calorías diarias, esto significa que el total de azúcares añadidos consumidos debe ser menor de 200 calorías, o 50 g. Un dato muy ilustrativo es que una cucharadita de azúcar equivale a 4 g de alimento, o sea, a 16 calorías. A partir de ahí, basta con empezar a sumar. Un consumo superior a ese 10%, además de otros perjuicios para la salud, hace que sea más difícil alcanzar las necesidades diarias de otros nutrientes sin caer en un exceso de calorías, otro factor a tener en cuenta respecto al consumo de azúcares añadidos.

Esta política de limitación de los azúcares está siendo seguida cada vez por más organismos, entidades y administraciones. Así, por ejemplo, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) acaba de anunciar que a partir de 2020 aportará evidencias científicas sobre la ingesta diaria recomendada de azúcares añadidos en los alimentos, así como de sus efectos sobre la salud y, por tanto, incluirá potencialmente recomendaciones específicas de ingesta y límites de la misma.

Dentro de los límites

Consumir menos del 10% de calorías diarias procedentes de azúcares añadidos supone no sobrepasar las cantidades de azúcar equivalentes a:

50 gramos

12 cucharaditas

12 terrones

7 sobrecitos

Confirmado: el «añadido» nos gusta más

Sin embargo, mantenerse por debajo de esta cifra no es en absoluto sencillo. Una de las evidencias más recientes al respecto la arroja el estudio Ingesta dietética de azúcares (añadidos e intrínsecos) y fuentes alimentarias en la población española: resultados del estudio científico ANIBES, publicado en la revista científica Nutrients y coordinado por la Fundación Española de Nutrición (FEN). Esta investigación se centró en el análisis disgregado de la ingesta de azúcares intrínsecos y añadidos en la alimentación de una muestra representativa de la población española, así como de las principales fuentes de alimentos y bebidas que contribuyen a esta ingesta. Los resultados demuestran que la media de ingesta de azúcares totales fue de 76,3 g/día, lo que supone el 17% de la ingesta total de energía. Mientras el consumo diario de azúcares intrínsecos (naturales) fue de 42,2 g/día, el de azúcares añadidos se situó en 28,8 g/día (casi 4 puntos por encima de lo recomendado por la OMS). Este dato fue especialmente significativo en el caso de los adolescentes (13-17 años), el grupo de población que registra un mayor consumo de azúcares añadidos (45,9 g/día de una ingesta total de azúcares de 88,4 g/día).

Este estudio refleja también cuáles son las principales fuentes alimentarias de azúcares añadidos en el total de la población española: refrescos con azúcar, azúcar de mesa, bollería y pastelería, chocolate, yogur y leches fermentadas, otros productos lácteos, mermeladas y otros, zumos y néctares, cereales de desayuno y barritas de cereales, otros dulces, bebidas para deportistas, pan y precocinados (ver cuadro). Entre todos, estos alimentos representaban más del 95% de la contribución a la alimentación diaria.

Estos datos coinciden con los resultados arrojados por estudios similares llevados a cabo por otras entidades y en otros países. Es el caso de la Encuesta Nacional de Alimentación y Nutrición (NDNS), que anualmente realiza el Gobierno británico y que concreta en porcentajes la cantidad de azúcar procesado que se puede llegar a consumir a diario a través de estos alimentos: azúcar de mesa, conservas y confitería, más del 27%; bebidas no alcohólicas, 25%; galletas y pasteles, 20%; bebidas alcohólicas, 11%; productos lácteos, 6%, y comida preparada (salada), 5%.

El «ranking» de los invisibles

Alimentos con mayor contenido en azúcares añadidos

1. Refrescos

23%

2. Yogures y postres lácteos

22,3%

3. Pastelería y bollería

16,9%

4. Zumos y néctares de frutas

11,9%

5. Chocolates

11,4%

Fuente: Federación Española del Corazón (FEC).

Principales fuentes de azúcares añadidos en España

1. Refrescos con azúcar

25,50%

2. Azúcar

17,80%

3. Bollería y pastelería

15,20%

4. Chocolate

11,40%

5. Yogur y leches fermentadas

6,44%

6. Otros productos lácteos

5,99%

7. Mermeladas y otros

3,58%

8. Zumos y néctares

2,91%

9. Cereales de desayuno y barritas de cereales

2,78%

10. Otros dulces

1,30%

11. Bebidas para deportistas

1,14%

12. Pan

1

13. Otros alimentos y bebidas

4,96%

Alimentos a través de los cuales se consume más cantidad de azúcares añadidos (en personas de 9-75 años).

Fuente: Estudio sobre la ingesta dietética de azúcares (añadidos e intrínsecos) y fuentes alimentarias en la población española: resultado del estudio científico ANIBES, de la Fundación Española de Nutrición.

Claves para identificarlos (y evitarlos)

Ahora que ya sabemos qué son y por qué y para qué se utilizan los azúcares ocultos, viene lo más difícil: aprender a detectarlos, una tarea en absoluto sencilla ya que, como hemos apuntado, no solo se incorporan a alimentos tan obvios como los caramelos o la bollería, sino que están presentes en otros que, en principio, resultan tan poco sospechosos de incluir este ingrediente dulce como son los aperitivos salados o algunos tipos de aguas, por ejemplo.

Primera pista: Envoltorio + etiquetado: Por lo general, cualquier alimento procesado y envasado, ya sea dulce o salado, contiene azúcar invisible en su composición. En este sentido, en unas recomendaciones publicadas recientemente para elaborar una lista de la compra cardiosaludable, la doctora Susan Smyth, directora médica del Instituto del Corazón Gill, de la Universidad de Kentucky (EE UU), recuerda que «casi todo lo que esté envuelto en un plástico está muy procesado y lleno de grasa, sal, azúcar o de las tres cosas». De la misma manera, desde la Fundación Española del Corazón (FEC) se recuerda que si leyésemos con atención las etiquetas, además de reducir en un 30% nuestro riesgo cardiovascular, sabríamos que la mayor parte de los alimentos procesados que ingerimos contienen azúcar, de ahí que no sea extraño que la suma de todas esas pequeñas dosis que consumimos al cabo del día den como resultado una cantidad muy superior a los 50 g que recomienda la OMS.

Segunda pista: Distinguir lo «propio» de lo «ajeno»: O, lo que es lo mismo, aprender a diferenciar entre los azúcares naturales de los alimentos y los que se han incorporado a su composición de forma artificial. A veces podemos encontrar algunas «trampas» en este empeño diferenciador. Un ejemplo: los productos lácteos contienen un hidrato de carbono de absorción rápida, la lactosa, que es un azúcar natural que no se considera añadido. Pero cuando a un lácteo (yogur, por ejemplo) se le incorpora a esta composición natural otro azúcar a modo de conservante o saborizante (sacarosa, jarabe de alta fructosa), ahí ya entramos en «territorio añadido». Moraleja: Hay que «exculpar» a la lactosa y tomar distancia respecto al resto de las «-osas»…

Tercera pista: Atención a la terminación: Ahondando en la pista anterior, una buena estrategia es huir de todos los alimentos en cuya etiqueta figuren, entre los tres primeros ingredientes, alguno de los siguientes: sucrosa, jarabe de agave, jugo de caña evaporado, sirope de maíz alto en fructosa, sirope de maíz, dextrosa, miel, sirope de arce, sirope de malta. Un truco fácil y efectivo relacionado con esto es desconfiar de todos aquellos ingredientes que terminen en «-osa»: dextrosa, lactosa, fructosa, glucosa, sacarosa, maltosa… También hay que huir de los que se presentan como «jarabe de».

Cuarta pista: Evitar el pasillo central: Uno de los consejos incluidos en las actuales Guías dietéticas americanas respecto a estos azúcares es evitar ciertas zonas de los supermercados. ¿La razón? Los alimentos con contenido elevado en azúcares añadidos generalmente se encuentran en los pasillos interiores o centrales de estos establecimientos. Así lo ha demostrado un artículo publicado recientemente en la revista digital de la Universidad de Harvard (EE UU), que recoge las últimas evidencias científicas sobre la forma de hacer una compra sana y en el que se ofrecen unas pautas entre las que destaca la de huir de los pasillos centrales y pasar más tiempo en las zonas periféricas del supermercado, ya que es allí donde se encuentran los productos frescos (carne, pescado, frutas y verduras), así que lo mejor es dejar esa zona central –«territorio azúcar añadido»– para el final de la compra.

Quinta pista: Leer, leer y releer: Ya lo hemos apuntado en la primera pista y lo vamos a desarrollar más a fondo a continuación, pero vale la pena insistir en la importancia de fijarse en las etiquetas de los alimentos que consumimos, ya que es el único «salvoconducto» que tenemos para salir más o menos airosos de nuestra estrategia frente a los azúcares ocultos. De la necesidad de llevar a cabo este gesto de forma habitual son reflejo los resultados arrojados por el estudio Mitos y errores en alimentación en la población española, realizado por la FEC, y que demuestran que el 53% de los encuestados no obtienen suficiente información nutricional del etiquetado de los productos, lo que les lleva a tomar decisiones erróneas sobre sus pautas alimentarias. Como ejemplo de esta falta de claridad, en el caso concreto del azúcar, los resultados de la encuesta revelan que en los hábitos alimentarios de las personas de 40-50 años hay un 17,75% que consumen un exceso de azúcares; porcentaje que se reduce al 12,12% en los de 51-65 años y que es del 6,63% en los de más de 65 años.

Bebidas azucaradas: en el punto de mira

Refrescos, zumos envasados, productos energéticos… Este tipo de bebidas son una seña de identidad de la población actual, especialmente la juvenil, y su consumo se ha disparado en los últimos tiempos debido sobre todo a lo atractivo y variado de su oferta.

Las estadísticas demuestran que en la mayoría de los países suponen la principal fuente de azúcares añadidos en la dieta. Y, de la misma manera, los especialistas les han seguido la pista muy de cerca, ya que tienen claros indicios que las relacionan con la actual epidemia de obesidad y con el síndrome metabólico. Una de las investigaciones más concluyentes en este sentido se realizó en el Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBEROBN), de España, como parte del estudio PREDIMED (Prevención con Dieta Mediterránea). Sus resultados no dejan margen a la duda: las personas que consumen más de cinco vasos a la semana de bebidas azucaradas y bebidas endulzadas (con edulcorantes) presentan, respectivamente, un 43% y un 74% más riesgo de desarrollar síndrome metabólico que aquellos que toman menos de un vaso a la semana. El estudio también ha demostrado que un consumo elevado de zumos de frutas naturales y envasados aumenta el riesgo de padecer este síndrome con el tiempo.

Además del incremento de las posibilidades de desarrollar el síndrome metabólico en su conjunto, el consumo frecuente de este tipo de bebidas también aumenta en un 9% el riesgo de tener hipertensión y presentar niveles bajos de colesterol HDL («el bueno»). En cuanto a las bebidas «light» o «diet» y los zumos de fruta naturales, también se asociaron a un mayor riesgo: en comparación con las personas que rara vez toman zumos de fruta envasados y bebidas «light», quienes toman, al menos, cinco vasos por semana presentan más riesgo de triglicéridos en sangre elevados.

Tal y como señalan los autores de este estudio, las bebidas azucaradas tienen un bajo valor nutricional, ya que básicamente aportan grandes cantidades de azúcares u otros edulcorantes. Durante los últimos años se ha venido relacionando su consumo excesivo con un mayor riesgo de padecer sobrepeso y obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares e, incluso, algunos tipos de cáncer, pero aún no había suficiente evidencia científica que vinculara su consumo frecuente con el síndrome metabólico. «Por otra parte –comentan–, pocos estudios han asociado este síndrome con el consumo de bebidas de tipo “light” o “diet”. La gente suele pensar que los zumos de frutas son opciones más saludables, ya que contienen vitaminas y minerales, pero hay pocos estudios que hayan analizado su efecto sobre el metabolismo. Ahora, los datos de esta investigación contribuyen a subrayar la importancia de seguir un patrón de consumo de alimentos y de bebidas más cercanos a la dieta mediterránea. Mientras que beber una cantidad suficiente de agua y vino tinto con moderación son hábitos propios de muchos países mediterráneos, las bebidas azucaradas o edulcoradas no lo son».

Mención aparte merecen las conocidas como «bebidas energéticas», auténticas bombas de azúcares y calorías, cuyo consumo es cada vez más elevado, sobre todo entre los más jóvenes. Aunque casi todas cuentan con una versión «zero» o «sugar free», el contenido en azúcar de las presentaciones estándar es alto (entre 10 y 14 g por 100 ml), a lo que hay que añadir que se suelen combinar con licores de alta gradación (y muy ricos en azúcares). Pero además, contienen dosis elevadas de cafeína y de taurina (una sustancia estimulante), por lo que pueden disparar la tensión arterial, producir alteraciones del sueño y, tal y como ha advertido una reciente investigación publicada en el International Journal of Cardiology, aumentar el riesgo de padecer problemas cardiovasculares en adultos jóvenes y sanos.

Una «trampa» más que tienen este tipo de bebidas, sobre todo en el caso de los zumos, es que no sacian tanto como lo hacen los alimentos ingeridos, lo que también favorece un sobreconsumo. Y otro dato que no hay que perder de vista: un refresco estándar (330 ml) contiene el equivalente a casi nueve cucharaditas de azúcar añadido (35 g), así que solo con beber una lata ya se alcanza casi el máximo diario recomendado para todo el día.

Aprender a leer las etiquetas: un gesto clave

Hoy por hoy, la mejor herramienta de la que disponemos para conocer qué comemos y en qué cantidades lo hacemos (incluidos los azúcares añadidos) es el etiquetado de los productos. Toda la información que aparece en las etiquetas está regulada por ley, pero puede ocurrir (como pasa con los azúcares) que no todos los nutrientes estén reflejados de forma lo suficientemente clara. En España, en diciembre de 2016 entró en vigor la nueva ley de etiquetado (Reglamento 1169/2011), que obliga a indicar las cantidades de grasas, ácidos grasos saturados, hidratos de carbono, azúcares, proteínas y sal que contiene cada producto. Pero, en el caso de los azúcares, y aunque el desglose bajo el epígrafe «de los cuales azúcares» dentro del apartado de los hidratos de carbono ha supuesto un importante paso adelante, aún falta información sobre cuáles de estos son libres.

Y ese es, precisamente, uno de los principales obstáculos con el que nos encontramos cuando queremos controlar el azúcar en nuestra dieta: en ese «de los cuales azúcares» no se especifica cuáles son naturales y cuáles añadidos. Para saberlo habría que saber qué cantidad de azúcar natural tienen cada alimento per se y restarlo al total que refleja la etiqueta. Pero claro, no es cuestión de ir a comprar con la tabla de composición de los alimentos en una mano y la calculadora en la otra, así que es necesario que los responsables de estas cuestiones sigan realizando esfuerzos en esta línea para conseguir que, simplemente mirando la etiqueta, sepamos qué cantidad real de azúcar «de la mala» estamos consumiendo, más allá del porcentaje general.

Afortunadamente, esta necesidad de facilitar a los ciudadanos la identificación de los azúcares añadidos empieza a tener eco entre las autoridades y así, por ejemplo, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE UU (FDA) ha anunciado la introducción (prevista en principio para julio de 2018) de importantes cambios en el etiquetado del azúcar añadido, expresado en gramos y en porcentaje, en función de una dieta de 2.000 calorías.

Qué nos dice (y cómo interpretar) el etiquetado

En España, tal y como se recoge en el Reglamento (UE) 1169/2011, que entró en vigor el 13 de diciembre de 2016, todos los productores de alimentos están obligados a informar de las características de estos a través de un correcto etiquetado. De esta forma, el consumidor puede conocer las características del alimento, los ingredientes empleados en su fabricación, su origen, las condiciones de conservación y fecha de consumo preferente o caducidad, así como el aporte nutricional, y también puede hacer una utilización práctica de los mismos, calculando de forma precisa cuánto está consumiendo y la cantidad que le falta para llegar (o no superar) la cifra aconsejada. Estas son algunas pautas para interpretar y manejar adecuadamente la información contenida en el etiquetado:

La información obligatoria se ofrece en el siguiente orden: valor energético, cantidades de grasas, grasa saturada, hidratos de carbono, azúcares, proteínas y sal.

Además de estos datos obligatorios, los productores pueden facilitar la composición de otros nutrientes (grasa monoinsaturada, poliinsaturada, colesterol, fibra, etc.).

Toda la información nutricional se expresa por 100 g o 100 ml de alimento.

El valor energético se refleja en kilojulios (kJ) y en kilocalorías (kcal), y la cantidad de nutrientes en gramos (g).

Las vitaminas y minerales solo se detallan cuando se encuentran en cantidades significativas: el 15% de los valores de referencia de los nutrientes establecidos para adultos suministrados por 100 g o 100 ml en los productos distintos de las bebidas; el 7,5% de los valores de referencia de nutrientes establecidos para adultos suministrados por 100 ml en las bebidas, o el 15% de estos valores de referencia por porción, si el envase solo contiene una porción.

Toda esta información se presenta en un mismo campo visual, en formato tabla, con las cifras en columna y en el orden indicado.

Todos los productos alimentarios, incluidos los que producen las empresas de catering, así como los comercializados a distancia, deben incluir obligatoriamente esta información y en el formato indicado.

Están exentos de incorporar esta información los productos sin transformar o curados que incluyen un solo ingrediente; el agua, la sal, las especias, té, vinagres, aditivos alimentarios, bebidas con grado alcohólico volumétrico superior a 1,2% y los alimentos en envases cuya superficie mayor es inferior a 25 cm2 (mermeladas y mantequillas de hostelería).

Fuente: Reglamento (UE) 1169/2011 sobre el etiquetado de alimentos.

Sospechosos habituales… y alguna que otra sorpresa

Los expertos de la FEC recuerdan que hace cincuenta años, los diez alimentos que más se compraban en España eran, por este orden: pan, patatas, legumbres, verduras, huevos, frutas, leche, harina, arroz y pescado. Mientras que el recorrido de estos alimentos solía ser del productor a la mesa, la tendencia actual es llenar el carro de la compra con pocos alimentos frescos y muchos (en algunos casos, la mayoría) elaborados: productos precocinados, conservas, helados, dulces, refrescos… Ya hemos visto que este tipo de alimentos son los principales portadores de los «villanos añadidos», pero entre ellos, hay algunos que resultan especialmente susceptibles de incorporar azúcares ocultos:

Pasteles, dulces, helados, caramelos y chucherías: Son, efectivamente, fuentes obvias de estos azúcares, pero no por conocidas hay que perder de vista las elevadas cantidades de esta sustancia que aportan al organismo y que, con mucha frecuencia, «se nos escapan». Ahí van algunos ejemplos, a modo de recordatorio: el 95% de las gominolas (100 g de producto) es azúcar; una galleta tipo María aporta 3,2 g de azúcares; el chocolate negro (100 g) contiene 48 g de azúcares y el blanco, 59; un helado de vainilla proporciona 21 g de azúcar; 100 g de cruasán suponen 21 g de azúcar para el cuerpo…

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Cereales: Son una de las opciones que cuentan con más seguidores para hacer un desayuno completo y equilibrado. La mayoría de los mensajes sobre este alimento se centran en su contenido en vitaminas, minerales y, sobre todo, fibra, pero no se suele especificar que las proporciones de azúcar que contienen pueden superar las cantidades diarias recomendadas. Pues bien: según datos de la Asociación Americana del Corazón (AHA), en una ración de unos cereales azucarados tipo hay alrededor de 12 g de azúcar añadido, a lo que hay que unir que muchas personas consumen raciones dos o tres veces más grandes que la estándar (unos 30 g de cereal), lo que supone ingerir entre 28 y 36 g de azúcar solo en el desayuno y deja muy poco margen para no sobrepasar durante el resto del día el total aconsejado.

Pan blanco: Hay evidencias de que los panes industriales o procesados (envasados, en rebanadas, incluidos los que se promocionan como «light» o «bajos en grasa») pueden contener hasta cuatro veces más azúcar que los artesanales (los que se compran en cualquier panadería de barrio) o los hechos en casa. En este sentido, la doctora Susan Smyth, directora médica del Instituto del Corazón Gill, de la Universidad de Kentucky (EE UU), advierte de que «la cantidad de azúcares y sodio que hay escondidos en el pan pueden ser sorprendentes. La mejor opción es seleccionar panes realizados con cereales integrales, que podrían ayudar a reducir el colesterol malo (LDL) y el riesgo de diabetes tipo 2». Según un análisis sobre el pan de molde realizado por la revista Eroski Consumer, estos productos contienen, por 100 g, una media de 3,6% de azúcares en su composición (algunos llegan hasta el 6%), porcentaje que es ligeramente superior en los panes blancos que en los integrales.

Yogur: Las Guías dietéticas estadounidenses advierten sobre los azúcares ocultos en los yogures de sabores y en la misma línea, la doctora Smyth advierte de que algunos podrían contener hasta la mitad de la cantidad diaria recomendada de azúcar.

En efecto, si se comprueba el contenido en azúcar de un yogur de sabores (incluidos los de las categoría «ligeros», 0%, etc.), se puede comprobar que las cifras oscilan entre los 9 y los 16 g por 125 g (tamaño estándar), porcentaje que se dispara hasta el 26% en el caso de algunos postres lácteos.

Kétchup y tomate frito: Todos los que hemos preparado una salsa de tomate casera sabemos cómo mejora el resultado si se le añade media cucharadita de azúcar. Y eso mismo deben de pensar los fabricantes de kétchup y tomate frito. El problema es que, en este caso, no se trata de media cucharadita sino, concretamente, de 4,7 g de azúcar por ración de 20 g, en el caso del kétchup, y de unos 3,6 g de azúcar por 50 g de producto en el del tomate frito.

Refrescos: Ya hemos visto el papel que se atribuye a estas bebidas en la actual epidemia de obesidad y los problemas derivados de ello, pero no está de más insistir en que, según el informe de la OMS, una lata de refresco puede tener hasta 40 g de azúcar, el equivalente a 10 cucharaditas. Y hay más: según la última Encuesta Nacional de Examen de Salud y Nutrición de EE UU, realizada por investigadores de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades estadounidenses (CDC), los hábitos de consumo de bebidas azucaradas en niños comienza temprano y casi dos tercios de los niños de ambos sexos, de 2 a 19 años, beben al menos una bebida endulzada con azúcar al día (bebidas a base de fruta, refrescos, bebidas energéticas, bebidas deportivas, café y té endulzados). En el caso de los niños en edad preescolar, estas bebidas suponen alrededor de un 4% del total de calorías diarias, mientras que en la adolescencia, estos productos son responsables de casi un 10% de las calorías diarias (el porcentaje «tope» que recomienda la OMS). Los autores de esta investigación hacen hincapié en que el azúcar añadido de estas bebidas no solo no ofrece ningún valor nutricional, sino que pueden llegar a reemplazar a bebidas con un valor nutricional más alto, como la leche (es obvio que resultan más apetecibles para este sector de la población). «Además, algunos refrescos son ricos en fósforo, y las dietas con mucho fósforo pueden tener efectos negativos a largo plazo en la salud ósea. A ello hay que unir que las calorías de las bebidas azucaradas son “vacías” y no sacian, por lo que la mejor alternativa son el agua, la leche baja en grasa y el zumo de verduras», dijo Lona Sandon, directora del programa de Nutrición Clínica de la Universidad de Texas y una de las autoras de la investigación.

Barritas de cereales: Para los expertos de la Asociación Médica Americana, autores de las Guías dietéticas, las barritas y snacks o tentempiés dulces por el estilo, a los que se suele encuadrar en la categoría de alimentos «sanos», son una de las principales fuentes de azúcares ocultos, dato corroborado por un análisis de la empresa británica de estudios de mercado Which?, que estudió la composición de treinta de estos productos, comprobando que más de la mitad sobrepasaban el 30% de azúcar.

Aguas con sabor: Cada vez hay más versiones saborizadas (con aromas de frutas) de las aguas minerales. Sin embargo, y contra lo que pudiera parecer, estas bebidas tampoco se escapan de la larga sombra de los azúcares añadidos. Basta con fijarse en las etiquetas de algunas de ellas para comprobar que aportan alrededor de 8 g de azúcares por cada 100 ml de producto.

Salsas y aderezos ya preparados: Son productos de los que hay que desconfiar siempre, ya que prácticamente todos aportan azúcares…, aunque su sabor final no sea precisamente dulce. Por ejemplo, 100 g de salsa pesto comercial contiene unos 6 g de azúcar y una cucharada de un aderezo industrial puede aportar hasta 8 g de azúcares.

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Medicamentos: Una de las sorpresas con las que uno se encuentra cuando se adentra en los entresijos del mundo de los azúcares añadidos es que no solo están presentes en los alimentos. Muchos fármacos, por ejemplo, incluyen sacarosa y otros azúcares. «Es alarmante darse cuenta de que los botiquines de casa comunes y corrientes (medicinas para la fiebre o para la tos, por ejemplo) se han convertido en verdaderas dulcerías. Y lo mismo ocurre con muchas vitaminas», comenta la periodista Eve S. Schaub en su libro Un año sin azúcar.

Y también… Resulta más sorprendente aún descubrir que el tabaco (¡lo que le faltaba!) también contribuye a aumentar el cómputo dulce diario: los cigarrillos contienen un 5% de azúcar, porcentaje que se eleva al 20% en el caso de los puros.

«Sugar free», «light», «zero»… toda la verdad

Alto y bajo en azúcar: Como regla general, se considera que un alimento es alto en azúcar cuando la cifra de azúcares totales por 100 g es mayor a 22, mientras que si el contenido es de 5 g o inferior por 100 g se considera que el producto es bajo en azúcar. Por tanto, tal y como explican desde la SEEN, cuando un alimento lleva la declaración nutricional de «bajo contenido en azúcares» se refiere a que el producto contiene menos de 5 g de azúcares por 100 g de producto en el caso de los sólidos o menos de 2,5 g de azúcares por 100 ml en el de los líquidos.

«Sin azúcares» o «sugar free»: No quiere decir que no contengan nada de este nutriente, sino que es la denominación que se da cuando un producto contiene menos de 0,5 g de azúcares por 100 g o 100 ml.

«Sin azúcares añadidos»: Significa que al alimento no se le ha añadido ningún tipo de azúcar. La lectura correcta que hay que hacer es que en su proceso de elaboración no se le ha añadido ningún azúcar simple y que el producto contiene azúcares naturales (y, por tanto, beneficiosos para el organismo), pero eso no significa que su contenido total de azúcar sea cero.

«Zero»: Tal y como se refleja en el valor nutricional de su etiqueta, tienen, efectivamente, cero azúcares (y la mayoría de ellos también aportan cero calorías). Al analizar la declaración de ingredientes se puede comprobar que su sabor dulce se debe a la inclusión de edulcorantes acalóricos (acesulfamo-K, aspartamo y ciclamato) en su composición, así que suponen una buena opción. Otra cosa es el papel real que estas modalidades de bebida juegan en la prevención o reducción del sobrepeso y la obesidad, algo en lo que los expertos no se ponen de acuerdo: en estudios realizados en países como Australia o Reino Unido, se ha observado que, a pesar de haber aumentado el consumo de estas bebidas con edulcorantes artificiales en detrimento de las bebidas azucaradas (ya sea con sacarosa, fructosa o sirope con elevado contenido en fructosa), no ha disminuido la incidencia ni la prevalencia de la obesidad. Esta evidencia, que los expertos denominan «paradoja australiana», sugiere que la incidencia de los refrescos azucarados en la obesidad, siendo importante, no resulta tan determinante como se creía, sino que hay otros factores (sedentarismo y abuso de «comida basura», entre otros) que justificarían por qué, pese al descenso de bebidas azucaradas entre la población de Australia, el porcentaje de obesidad en este país se ha multiplicado por tres.

«Light»: Esta denominación se refiere a aquellos productos que tienen un 30% de calorías respecto al alimento original o de referencia. En el caso concreto de las bebidas, hay que tener en cuenta el riesgo de «falsa impunidad» que tiene la ingesta habitual de estos productos: como sabemos que apenas engordan y contienen poco azúcar, creemos que tenemos vía libre para su consumo. Precisamente esta cuestión fue el objetivo de un reciente estudio realizado en el Imperial College de Londres (Inglaterra) y cuyos resultados apuntan a un posible efecto rebote en el sentido de que, como las bebidas «light» no engordan tanto como las «normales», se las identifica como versiones saludables, incluyéndolas de forma habitual en la dieta, lo que puede llevar a un consumo excesivo.

«Bajo en grasas»: Esta categoría de alimentos puede ser un arma de doble filo. Tal y como se recoge en el estudio Obesidad y azúcar: aliados o enemigos, realizado por el equipo de la doctora Carmen Gómez Candela, de la Unidad de Nutrición Clínica y Dietética del Hospital La Paz, Madrid, la composición de estos alimentos rebaja el contenido en grasa a costa de aumentar principalmente el contenido en azúcares (con el objetivo final de hacerlos más sabrosos). «A pesar de la popularidad y el aumento del consumo de este tipo de alimentos, la incidencia de la obesidad sigue creciendo, por lo que podría ser esta modificación la que explique, en parte, este incremento», afirman los autores del estudio.

¿Café con azúcar… o a la inversa?

«Escandalosos»: este es el adjetivo que utilizaron los expertos de la organización no gubernamental británica Action on Sugar al comprobar el resultado del análisis que realizaron sobre más de cien bebidas calientes de las cadenas de café más populares, como Starbucks, Costa Coffee, Caffè Nero o KFC.

Según este estudio, un tercio de las bebidas analizadas contenían la misma cantidad de azúcar, y algunas incluso más, que una lata de refresco (Pepsi o Coca Cola), esto es, el equivalente a 9-10 cucharaditas. De nuevo en este caso no era el azúcar blanquilla del sobrecito la culpable de estas cifras, sino los «pluses», toppings y demás complementos que se añaden a estas bebidas. Los cafés con sabores agregados, los complementos de crema chantilly, los tés con especias y las bebidas con sabores afrutados encabezaron el ranking de las bebidas azucaradas, cuyo aporte llegaba en algunos casos al equivalente a 25 cucharaditas de azúcar. En el caso de los venti (nombre que reciben los vasos con capacidad de 600 ml), estas cantidades aumentaban proporcionalmente. Teniendo en cuenta esto, se puede pensar que cuando degustamos alguna de estas bebidas, el café, té o chocolate que les dan nombre pasan a ser una mera anécdota y es el azúcar el protagonista absoluto.

Ante las evidencias, estas cadenas han hecho acto de contrición: Starbucks ha anunciado su intención de reducir en un 25% el contenido de azúcar de algunas de sus bebidas para finales de 2020. Costa, por su parte, manifestó que reduciría sus contenidos en azúcar y sal también para 2020. Mientras estas y otras cadenas ponen en práctica estas declaraciones de intenciones, a la hora de visitarlas habría que seguir las recomendaciones de Kawther Hashem, una de las investigadoras de Action on Sugar: «Tomar un café o té a secas, eligiendo las opciones que no contengan jarabes con sabores, sin azúcar y en la taza o vaso más pequeño».