EL PÁJARO MALVERDE

Allá por los tiempos en que las culebras andaban paradas y los animales hablaban, había, muy distante de este país, una comarca extensa y fértil, gobernada por un rey prudente y sabio. La buena fortuna siempre había acompañado a este monarca, que vivía feliz, rodeado del cariño de su mujer y de tres hijos varones que le amaban y respetaban. Pero de pronto una grave enfermedad de la vista, que le dejó completamente ciego, vino a interrumpir su felicidad. Hízose ver de los médicos mas sabios del reino y del extranjero, y todos, uniformemente, declararon que la ceguera no tenía remedio.

Mas, he aquí que llega a las puertas del palacio una pobre anciana solicitando hablar con el rey, a quien le traía una noticia que sería muy de su agrado. Los guardias se oponían a dejarla pasar, pero al fin la porfía e insistencia de la vieja consiguieron ablandar al jefe de la guardia, que la condujo hasta el pie del trono de su soberano.

Una vez en presencia del rey, arrodillose la vieja e inclinando su cabeza hasta tocar el suelo con el rostro, habló de esta manera:

—Ruego a su Sacra y Real Majestad que perdone mi osadía, pero me ha parecido que habría faltado a mi deber si no hubiese venido a postrarme a las plantas de mi rey, a contarle lo que me ha pasado. Ayer, en la tarde, después de terminar mi acostumbrada gira por la ciudad, en demanda de limosnas, me recogí a mi pobre choza, y habiéndome sentado en un piso, me quedé transpuesta, y vi claramente que se me ponía por delante una hermosa señora que me decía: —“Ve a palacio y dile a tu soberano que no recobrará la vista hasta que le pasen por los ojos una pluma del pájaro Malverde”. Y desapareció. Esta es la causa, soberano señor, porque me he atrevido a llegar hasta vuestra presencia, y una vez cumplida la orden que en sueños recibí, ruego a su Sacra y Real Majestad, me permita retirarme.

Ordenó el rey que entregaran a la anciana una bolsa con plata, y dándole las gracias, la hizo acompañar hasta la puerta por el mismo oficial que la había introducido.

Inmediatamente el mayor de los hijos del rey, el príncipe Alberto, se prosternó ante su padre y le dijo:

—Yo, como el primero de vuestros hijos, tengo la obligación de salir a buscar el pájaro Malverde para que recuperéis la vista, y os pido vuestra bendición para emprender el viaje.

—Yo alabo tu buena intención y tu amor filial, pero precisamente, por ser tú el mayor de tus hermanos, menos que ninguno debes dejarme. Piensa que soy viejo, que de un momento a otro puedo morir y que, en un caso como ese, es preciso que tú estés aquí para que inmediatamente tomes posesión del trono.

—Vuestra Majestad me perdonará que insista en abandonar el país por un poco de tiempo, yo espero que Dios ha de conservar la vida de vuestra Majestad, por muchos años todavía, y, por tanto, que a mi vuelta he de encontrarlo, por lo menos, en el mismo estado de salud en que lo dejé.

El rey hizo lo que pudo por disuadir a su heredero, pero este porfío tanto, que el rey tuvo que rendirse; y dispuso que acompañaran a su hijo tres criados antiguos y fieles y le entregó tres cargas de plata para los gastos del viaje.

Terminados los preparativos, dio su bendición al príncipe que partió a la aventura, pues nadie conocía el sitio en que se ocultaba el pájaro Malverde.

El príncipe y los criados anduvieron muchos días, hasta que por fin salieron del reino y una noche llegaron a una linda y pintoresca aldea. Allí hicieron alto y entraron en una buena posada donde fueron esmeradamente atendidos por el posadero y sus tres hijas, hermosas y atrayentes jóvenes.

Todos se sentaron en una mesa, y los viajeros, después de reponer sus fuerzas con una abundante y bien servida cena, siguieron en agradable y alegre charla, alternada con buena música y escogidos trozos de canto, en lo cual eran maestras las hijas del posadero.

Al acostarse el príncipe se dijo: —Mañana temprano me despediré de mis huéspedes y seguiré mi camino, debo encontrar cuanto antes al pájaro Malverde, cuyas plumas han de curar la dolencia de mi padre. Con esta intención se levantó de madrugada, pero al salir de su cuarto, se encontró con los ojos de la mayor de las niñas y sus buenos deseos se desvanecieron.

Todas las noches, cuando iba a recogerse, el príncipe decía: —Mañana si que me voy—, y todas las mañanas se sentía sin fuerzas para abandonar la posada, porque estaba perdidamente enamorado.

Poco a poco fue el príncipe olvidando a su padre. El amor que le tenía cambió de dueño, y por fin, antes de un año, se casó y despacho a los criados. Cuando estos llegaron a palacio, Guillermo, el segundo de los hijos del rey, dijo a su padre:

—¡Buen dar con mi hermano, que se haya quedado por allá! Yo iré a buscar el pájaro Malverde, si Vuestra Majestad me lo permite y me da su bendición.

—Hijo mío, respondió el rey, no te moverás de mi lado ¿Cómo he de dejarte salir cuando ya he perdido a mi hijo mayor?

—Señor, yo quiero que Vuestra Majestad recobre la vista y le ruego que no se oponga a mi partida. Yo le prometo no distraerme en mi camino y volver cuanto antes con el deseado remedio.

El rey insistía en que Guillermo no saliera de la corte; pero el príncipe era testarudo y, aunque con trabajo, venció la voluntad del soberano, quien le dio la bendición e hizo que su tesorero le entregara tres cargas de plata para los gastos que pudieran ofrecérsele.

Partió el príncipe montado en un hermoso caballo, acompañado de tres criados que conducían en otras tantas mulas las cargas de plata que el rey le había dado; y anduvieron muchos días, hasta que por fin pasaron a otro reino y llegaron a la misma aldea y descendieron a la puerta de la misma posada en la que había alojado su hermano y en la que vivía aún con su mujer.

Cuando Guillermo atravesaba la puerta de la posada, lo divisó Alberto y corrió a abrazarlo. Los dos tuvieron mucho gusto de verse y conversaron largamente. Guillermo contó a su hermano que su padre estaba muy enojado con él y le pidió que volviese a palacio con su mujer, que estaba seguro que sería perdonado, como también, que si no iba, lo desheredaría; que él seguiría en busca del pájaro Malverde y así nada se habría perdido. Alberto replicó que no se atrevía a presentarse ante su padre y que continuaría viviendo en el pueblo en compañía de la familia de su mujer.

Alberto no insistió y convidó a su hermano para la casa, en donde le presentó a su esposa, a su suegro y a sus cuñadas. Guillermo quedó sorprendido de la hermosura de la mayor de estas, una rubia hermosísima, de ojos azules.

Pasaron todos una tarde muy agradable y cuando se retiró a acostarse, Guillermo encargó a Alberto que lo hiciese despertar muy temprano, porque quería seguir su viaje en busca del pájaro Malverde.

Al día siguiente, al alba, sintió unos golpecitos en la puerta del dormitorio, y una voz que él ya conocía y que penetró dulcemente en su corazón, le preguntó si ya era tiempo de que le trajese el desayuno. Un rato después se servía, en compañía de la amable rubia, una rica taza de café, y entre palabras y palabras se fueron pasando las horas, llegando la del almuerzo sin que se acordase del pájaro Malverde.

Para abreviar, todas las noches Guillermo se retiraba a su dormitorio con la intención de continuar su viaje al otro día; pero en la mañana, la vista de su enamorada le hacia olvidar sus propósitos, y por fin, le sucedió lo que a su hermano Alberto, que se casó y se quedo viviendo en la casa de la posada, y poco a poco se fue borrando de su memoria el recuerdo de su padre y el objeto con que había partido de su lado.

Y pasaron los meses, unos tras otros, hasta completar el año, y viendo que sus hermanos no volvían, el príncipe Oscar, el menor de los tres, dijo a su padre:

—Si vuestra Majestad me diera permiso para salir, yo no sería tan ingrato como mis hermanos, volvería con el pájaro Malverde y Vuestra Majestad se vería libre de la enfermedad que lo aqueja.

El rey no quería dejarlo partir; pero Oscar, que no ignoraba que “quien porfía mucho alcanza, si antes no se cansa”, majadereó al rey hasta que obtuvo el consentimiento. El rey le dio seis cargas de plata e hizo que lo acompañaran veinte grandes de la corte y mucha servidumbre.

Después de haber andado unas cuantas leguas, el príncipe dijo a los caballeros que iban con él:

—Aunque voy muy complacido de vosotros, yo no necesito de tanta compañía, ni veo para qué se han de sacrificar ustedes viajando por tierras desconocidas y por desiertos. Vuélvanse al lado de su familia y cuiden de mi padre.

Los nobles caballeros que amaban al príncipe por sus buenas cualidades no querían obedecerle, pero sus órdenes fueron terminantes y se vieron obligados a deshacer su camino.

Siguió avanzando el príncipe con sus criados hasta que llegó a la posada en que vivían sus hermanos. Estos le vieron inmediatamente y corrieron alborozados a abrazarlo. Dioles noticias de sus padres y les rogó que volviesen al lado de ellos, asegurándoles que serían perdonados.

Entraron a la casa y le presentaron a sus mujeres y a su cuñada, que era también una jovencita bellísima. Pasaron al comedor y después de comer y conversar un rato, el príncipe, pretextando cansancio, se retiró al dormitorio que le habían preparado. Al otro día se levantó muy de madrugada, despertó a sus criados, les ordenó que arreglasen los arreos y salieron sin despedirse de nadie.

Siguieron su camino sin rumbo fijo, confiando en Dios, y sin tomar más descanso que el indispensable para comer y dormir.

Viendo el príncipe que las cargas de plata que llevaba mas le servían de estorbo que para satisfacer gastos que no tenía, pues él y sus acompañantes se alimentaban de las frutas que encontraban en los campos, de la aves que cazaban y de los peces que les suministraban los ríos, y dormían bajo las carpas que llevaban consigo, resolvió repartir el dinero en limosnas, socorriendo a personas verdaderamente necesitadas; y tan bien lo hizo, que al poco tiempo no le quedaban sino dos cargas.

Entonces dijo a sus criados: —Tomen, para ustedes una de las cargas y vuélvanse al reino de mi padre, yo puedo continuar solo sin molestarlos. Así lo hicieron, y él siguió en su mula con la otra carga de plata, andando y andando, sin rumbo fijo, día y noche, repartiendo limosnas por donde pasaba.

Una ocasión se le hizo tarde en medio de un bosque en que no se veía ni camino ni senda, de modo que no sabía cómo salir de él ni dónde descansar. Subiose a un árbol y divisó a lo lejos unas luces, y creyendo que sería alguna choza, se dirigió allá para solicitar albergue. Cuando se acercaba, vio que las luces provenían de cuatro velas que alumbraban un cadáver completamente abandonado en medio de un camino.

—Pobre, dijo el príncipe, que no tienes a nadie que encomiende tu alma a Dios ni que te cuide—. Y quitándose respetuosamente el sombrero, murmuró unas oraciones y continuó su interrumpida marcha hasta llegar a una pequeña aldea a corta distancia. El príncipe detuvo a la primera persona que encontró en la calle y le preguntó por qué habían dejado solo a aquel muerto, abandonándolo tan despiadadamente, y le respondieron que la razón era porque había fallecido dejando una deuda cuantiosa, y, según las leyes del país, mientras alguien no la pagara, no podía ser sepultado. Aunque la hora era avanzada, el príncipe hizo buscar al acreedor, pagole hasta el último centavo y dispuso que el cadáver fuese trasladado a la Iglesia, donde al otro día se celebraron solemnes exequias en su honor.

Tres días había andado después de esta aventura sin tropezar con nadie, cuando en un momento en que iba triste y pensativo recordando a su anciano padre, se cruzó con un negro. El príncipe le dijo:

—Negrito, ¿qué haces por estos sitios tan solos?

—Buscando trabajo patroncito, y su merced, ¿qué hace por aquí?

—Ando desde hace mucho tiempo tras el pájaro Malverde, sin encontrar hasta ahora la menor noticia de él.

—Yo sé donde está ese famoso pájaro: ¿quiere que lo acompañe mi amito?

—Oh! ya lo creo, y te pagaré muy bien.

—No quiero paga mi amito, solo deseo servirlo sin ningún interés.

Pónense en marcha y, andando y andando, llegan a una gran ciudad.

—Mi amito, en aquel palacio es donde está el pájaro Malverde. Diez mil soldados lo rodean día y noche y mientras cinco mil duermen, cinco mil están despiertos Pero no tenga cuidado: poniéndose este gorrito de virtud, no será visto mientras cumpla mis recomendaciones Pase por entre los soldados hasta llegar a un salón de cuyo centro cuelga una jaula de oro con el pájaro Malverde, abre la puerta de la jaula y se viene donde su negro, dejando la jaula abierta en el mismo lugar en que la encuentre, no la tome por nada del mundo, porque se perderá.

Siguió el príncipe estos consejos hasta llegar al salón, sin ser visto ni sentido; pero cuando vio la jaula con el pájaro Malverde, sintió un gusto tan grande que se transtornó, y olvidando el encargo del negro, en vez de abrir la jaula, la tomó para salir con ella: pero no hizo más que descolgarla y el pájaro se puso a gritar con voz desaforada:

—¡Guardia!, ¡Guardia! ¡Que me roban! ¡Que me llevan!

El príncipe dejó de ser invisible, fue tomado preso, y con las manos atadas, conducido a presencia del rey.

Interrogado por este, el príncipe contó su historia, y el rey le dijo:

—¡Oh, príncipe! tu osadía merece la pena de muerte, pero te perdono la vida si me das palabra de ir al reino vecino y traerme el “Caballo de las Campanillas”, que allá me tienen prisionero; y si sales bien en tu empresa, tuyo será el pájaro Malverde.

El príncipe empeñó su palabra y fue dejado en libertad. Al salir se encontró con el negro.

—Amito, ¿por qué no hizo lo que le aconsejé?

—Negrito, temí que el pájaro se fuera si le abría la puerta.

—Si usted no hace lo que le digo se va a perder

Siguieron andando y andando por muchos días, hasta que por fin entraron al reino vecino. Entonces el negro le dijo:

—El caballo de las campanillas está en una sala situada en el centro de aquél palacio, cuidado por diez mil soldados de los que cinco mil velan mientras los otros cinco mil duermen, póngase el gorrito de virtud y pase por entre los soldados, que no será visto por ellos mientras haga lo que yo le diga; llega al salón, le saca la brida al caballo y el caballo lo seguirá y podrán salir sin ser vistos ni sentidos. Yo los espero aquí.

Entró el príncipe sin ser notado y llegó al gran salón. Allí estaba el caballo, el animal mas hermoso que darse pueda, saltando relinchando, revolcándose sobre una riquísima alfombra. Al verlo, con el gusto se olvidó el príncipe de los consejos del negro, y tomando al caballo de las riendas, lo arrastro tras de sí. Pero al primer paso que dio el príncipe para salir de la sala, el caballo se sacudió y se sintió un ruido infernal, como si pendieran cien mil campanillas de su cuerpo.

El príncipe dejó de ser invisible, y tomado preso y con las manos atadas fue llevado a presencia del rey, al cual tuvo que contarle nuevamente su historia. Cuando terminó, el rey le dijo:

—¡Oh, príncipe! tu atrevimiento merece la muerte, pero te perdono la vida si me das la palabra de arrebatarle al rey vecino una princesa que hace diez años me tomó prisionera, cuando apenas contaba cinco años de edad, y si sales bien en esta empresa, tuyo será el caballo de las campanillas.

El príncipe comprometió su palabra y fue dejado en libertad. A la salida lo esperaba el negro.

—Mi amito, ¿por qué no sigue las recomendaciones que le hago? ¿Hasta cuando sufre y me hace sufrir a mí?

Emprendieron su camino y por fin llegaron a la capital del reino vecino. El negro dijo:

—En el centro de ese gran palacio hay una gran sala custodiada por diez mil soldados, de los que cinco mil están despiertos mientras los otros cinco mil duermen; pero no tenga miedo, póngase el gorrito de virtud y no lo verán ni lo sentirán mientra siga mis recomendaciones. En la sala hay tres filas de camas, en cada una de las que duerme una princesa prisionera. Fíjese bien en lo que le digo, porque si se equivoca perderá la vida. Entre por la puerta del fondo y se coloca frente a la segunda hilera de camas, y va tocando los pies a cada una de las princesas de esa fila, y cuando llegue a una que tenga los pies fríos, la saca de la cama como esté, se la echa al hombro y sale con ella a cuestas sin prestar atención a lo que le diga. No olvide ninguno de estos puntos, le repetía el negro con lágrimas en los ojos, mire amito que el asunto es serio y en ello le va la vida.

Hizo el príncipe todo cuanto el negro le había dicho, y cuando llegó a la cama en que tocó unos pies fríos, sacó a la princesa que en ella dormía, se la echó al hombro y salió con ella a cuestas sin hacer caso de sus gritos: —¡No me lleve así! ¡Déjeme vestirme antes que me voy a resfriar!— y así atravesó por entre los diez mil soldados, sin que éstos vieran ni oyeran nada.

Llegó el príncipe con su preciosa carga afuera de la ciudad y allí lo esperaba el negro con riquísimas ropas para la princesa.

—¡Por fin, mi amito, me obedeció! Ya llevamos andada la tercera parte del camino, la parte más difícil. Vamos ahora donde el rey padre de la princesa.

Fácilmente se inferirá cuan grande sería la dicha del monarca al volver a ver a su hija, que hacía tanto tiempo que había sido apartada de su lado. El rey decretó grandes fiestas públicas y en palacio hubo bailes y banquetes del que fue héroe nuestro príncipe.

Cuando terminaron la fiestas, el negro le dijo a su amo: —Mañana va usted a despedirse del rey y el rey le dirá que le pida la gracia que quiera, que él se la concederá, y entonces usted le ruega que le permita dar tres vueltas en el caballo de las campañillas alrededor de la plaza del palacio, con la princesa a la grupa: el rey accederá al pedido; usted dará dos vueltas completas y así que vaya en la mitad, de la tercera, le dice al caballo, en voz muy baja, a la oreja izquierda: —“Caballito, vuela como el viento”—, y el caballo volará tan ligero que nadie lo verá, y vendrá a bajarse en un sitio en que yo los estaré esperando.

Al otro día el príncipe pidió permiso al rey para partir, y el rey en presencia de la corte le dijo:

—¡Oh, príncipe, tú me has devuelto la felicidad trayéndome a mi hija! Justo es que premie tan grande servicio. Pide lo que quieras, que inmediatamente te será concedido.

EL príncipe se prosternó ante el rey, y repuso:

—¡Oh, rey excelso y fuerte! aunque yo quedo bien recompensado con la entrega del caballo de las campanillas, desearía antes de partir, dar tres vueltas a la plaza montado en él, llevando a la grupa a la princesa que arrebaté de las manos del rey vuestro enemigo. Quiero llevar este recuerdo de vuestra augusta bondad.

El rey ordeno que sacasen el caballo a la plaza, y una vez que el príncipe lo cabalgó, fue colocada la princesa a la grupa. Partió el caballo en presencia del rey, de la corte y de numeroso público, pasó majestuoso, y todos alababan el buen porte del príncipe y la hermosura de la princesa, y se decían unos a otros: “¡Qué linda pareja! ¿Por qué no se casaran?” Cuando ven que de repente el caballo con sus jinetes se eleva por los aires y en un instante se pierden de vista. La alegría que un momento antes se pintaba en todos los semblantes, tornose, en un segundo, en la más acerba tristeza. Ni el rey ni nadie sabían que el caballo de las campanillas tenía la virtud de volar.

Poco después descendió el caballo con sus jinetes cerca del palacio en que moraba el rey dueño del pájaro Malverde, y allí los esperaba el negro.

—Vamos, dijo el negro, a entregar el caballo al rey—, y se dirigieron al palacio.

El rey se manifestó muy contento y agradecido del príncipe por la devolución del noble animal, e hizo dar un suntuoso baile en honor de sus huéspedes. Terminada la fiesta, el negro dijo al príncipe:

—Mañana, cuando se despida del rey, el rey le rogará que solicite la gracia que quiera, usted le suplicará que le permita dar tres vueltas alrededor de la plaza del palacio, montado en el caballo de las campanillas, con la princesa a la grupa y llevando la jaula con el pájaro Malverde. El rey accederá, y entonces, antes de terminar la tercera vuelta, le dice usted al caballo con voz muy queda: “Vuela caballito como el viento”—, y, como la otra vez, el caballo se perderá en los aires a la vista de todos y bajará en un sitio en que yo los estaré esperando.

Al día siguiente fue el príncipe a despedirse del rey, y el rey le rogó que no se fuese tan pronto, pero el príncipe, prosternándose ante él, le habló de esta manera:

—¡Oh monarca grande y poderoso! bien quisiera gozar de vuestra amable hospitalidad por algunos días más, pero ansío ver a mi padre y curarle de su enfermedad, os ruego, pues, que me deis vuestro permiso para retirarme.

Respondió el rey:

—Razón os hallo, joven príncipe, para desear volver cuanto antes a vuestra patria y alabo vuestro amor filial; pero antes que partáis quiero concederos una gracia en premio del servicio que me habéis hecho; pedidme lo que queráis y os será otorgado.

Postrose nuevamente el príncipe y dijo:

—Oh rey magnánimo desearía satisfacer un capricho de mi compañera. ¿Podría contar con el consentimiento de Vuestra Majestad?

—Hablad príncipe, sin temor.

Pues bien, ella desea que antes de partir demos tres vueltas a la plaza del palacio, montados en el caballo de las campanillas, llevando la jaula de oro con el pájaro Malverde.

—Concedido.

Y sucedió lo que en la aventura anterior, que antes de terminar la tercera vuelta, el caballo con sus jinetes y el pájaro Malverde, ante los ojos atónitos del rey, de los grandes de la corte y de todo el pueblo, se elevó repentinamente por los aires y en un instante se perdió de vista. Ni el rey ni nadie sabían que el caballo tenía la virtud de volar.

Pasemos por alto los comentarios a que este hecho dio lugar, para seguir a nuestro héroe. Bajó del caballo a la entrada de la aldea en que vivían sus hermanos, en un sitio en que el negro lo esperaba. El rostro del negro acusaba suma tristeza. —Mi amito, le dijo al príncipe, ya hemos terminado la segunda jornada; la tercera le corresponde hacerla a usted solo, yo hasta aquí no más lo acompaño; regrese al palacio del rey su padre a darle vista, y a nadie le cuente nada de lo que ha pasado hasta que el rey esté completamente sano. Yo me voy; pero si se viese en algún apuro, diga: “Acuérdate de mi, negrito”, y yo acudiré en su socorro.

El príncipe, muy afligido, le contestó: —No negrito, no te vayas, ven conmigo al palacio de mi padre; allí vivirás rodeado del cariño de todos y serás mi compañero y amigo.

La princesa unió sus ruegos a los del príncipe, pero todo fue inútil; el negrito contestaba: —“no, no puede ser, debo irme”— Y se despidió llorando.

Pocos momentos después llegaba el príncipe a casa de sus hermanos, que manifestaron grande alegría de verle sano y salvo, acompañado de una princesa tan linda, tan bien montado, y dueño del pájaro Malverde. Pero, en verdad, la alegría era fingida, porque se los comía la envidia.

Después de la comida le rogaron que les refiriese sus aventuras, pero el príncipe les pidió que lo disculparan, que había hecho la promesa de no contar nada hasta no estar en presencia de su padre y este completamente curado de la vista.

El príncipe Oscar y la princesa se retiraron a los dormitorios que les habían preparado, y tan pronto como Alberto y Guillermo se aseguraron de que sus alojados se habían quedado dormidos, se pusieron de acuerdo para robar a Oscar el pájaro Malverde.

Al otro día el príncipe Oscar y la princesa fueron a despedirse, pero Alberto y Guillermo les dijeron que ellos los acompañarían, que querían gozar de su triunfo y ver a su padre sano de su enfermedad. Partieron los tres, acompañados de la princesa que iba a la grupa del caballo maravilloso, que montaba el príncipe Oscar, y llevando consigo, por supuesto, el pájaro Malverde en su jaula de oro.

Hacia el mediodía entraron en un lugar desierto. Hacía un calor sofocante, la princesa se quejaba de sed y por el mismo motivo los caballos y el pájaro Malverde estaban tristes y no comían.

Llegaron casualmente cerca de una noria. El príncipe Alberto, que llevaba un lazo, propuso que lo bajaran amarrado de la cintura para sacar agua. Lo bajaron, pero apenas había descendido unos cuantos metros, gritó que lo subieran, que sentía un calor insoportable. Subieron al príncipe Alberto y bajaron entonces al príncipe Guillermo, pero este halló que hacia mucho frío y tuvieron que sacarlo. Entonces bajaron al príncipe Oscar y este les mandó agua en un tiesto que había llevado con él. Apagaron toda su sed; y en vez de subir al príncipe, Alberto y Guillermo cortaron el lazo y dejaron a su hermano dentro del pozo.

Tres días después entraban los príncipes Alberto y Guillermo a la corte del rey, su padre, que dispuso grandes regocijos y fiestas para celebrar la llegada de sus hijos mayores, pero el anciano monarca, en medio de la alegría general, seguía triste porque no tenia noticias del príncipe Oscar, de quien dijeron sus hermanos que ni siquiera le habían visto. Temía el rey que al príncipe le hubiese ocurrido una desgracia y pensaba si quizás la muerte lo hubiera sorprendido en el camino después de haber despachado a sus servidores.

La reina, los caballeros, las damas, admiraban la hermosura de la princesa que, muda, enferma, dominada por el dolor que le había ocasionado el crimen cometido contra el príncipe Oscar, ni aún se apercibía de la atención que atraía su persona. Y hasta el caballo, con la cabeza y las orejas gachas, y el pájaro Malverde, con los ojos cerrados, las alas caídas y las plumas descoloridas y sin brillo, parecían participar del mismo dolor.

En medio de la fiesta el príncipe Alberto contó una historia inventada por él, en que él y su hermano Guillermo se atribuían la conquista del pájaro Malverde. Terminada la fábula, arrancó una pluma al pájaro y se la pasó por los ojos a su padre.

—¿Ve algo padre?, le preguntó.

—Nada hijo, absolutamente nada, mis ojos siguen envueltos en la oscuridad.

Le arrancó otra pluma y volvió a pasarla por los ojos del viejo rey, que, a su contacto, lanzo un grito de dolor y pidió a su hijo que no repitiese la prueba para devolverle la vista, y ordenó que sacaran al pájaro de allí. Tomó la jaula la princesa y, sin que la notaran, se retiró con ella de la sala.

Dejemos al rey ensimismado en sus tristes pensamientos, y a los príncipes, que no por su fracaso se desconcertaron, siguiendo en el baile, para volver donde el príncipe Oscar.

Tres días hacía que estaba en la noria agarrado a unas toscas, transido de frío y muriéndose de hambre, cuando de pronto le vino a la memoria la promesa que le hizo el negro al separarse, y exclamó:

—“Acuérdate de mi, negrito”—. En el mismo instante oyó la voz del negro que desde la boca de la noria le decía: —“Qué hace allí, mi amito; le pasó lo que tenía que pasarle, pero no tenga cuidado, que su negro lo sacará de apuros”—. Y le tiró una cuerda con que lo enlazó de la cintura, e izándola, en un momento lo tuvo a su lado.

Contole al negro al príncipe todo lo que sus hermanos habían hecho desde que lo dejaron abandonado, para que muriera dentro de la noria, y le agregó: —Yo lo llevaré hasta la puerta del rey su padre; entra usted, y, después de saludar al rey y la reina, pide que le traigan una palangana de oro con agua y al pájaro Malverde en su jaula; abre la puerta de la jaula y el pájaro saldrá al punto e irá a bañarse en la palangana, y mientras se baña, se le caerá un plumoncito suave como la seda, lo toma usted y lo pasa tres veces por los ojos del rey, que, a la primera vez distinguirá una pequeña claridad; a la segunda distinguirá a las personas como bultos, y a la tercera verá tan bien como el hombre de mejor vista.

Dicho esto, tomó al príncipe sobre sus hombros y en un abrir y cerrar de ojos lo dejo en la puerta del palacio. El príncipe le dijo:

—¡Ay, negrito! ¿Cómo retribuiré tus grandes servicios? No aceptas ni siquiera el ofrecimiento de quedarte conmigo. ¿Seguiré siendo siempre tu deudor?

—No señor, le contestó el negro, que a medida que hablaba se iba transformando en un hermosísimo joven, no señor, el deudor he sido yo. Yo soy aquel muerto que encontró usted abandonado velándose en el camino, a la salida del bosque, cuyas deudas pagó y cuyos funerales costeó, sin lo cual no habría podido entrar a los cielos. A ellos subo en este momento, pues solo me detenía en la tierra el deseo de liberarle a usted de todos los peligros que habrían de presentársele hasta este instante, para lo cual había obtenido permiso de Dios. Sus sufrimientos ya han terminado. ¡Hasta que nos veamos en el cielo!

Y dicho esto desapareció en un nimbo de gloria. El príncipe se prosterno en la tierra, adoró a Dios y bendijo su infinita bondad.

Entró enseguida a palacio, en donde todavía duraban las fiestas, se inclinó ante sus padres y les habló en los siguientes términos:

¡Oh padres míos muy amados! Dios, en su gran misericordia, me ha conducido de la mano, y después de librarme de mil peligros, permitió que pudiese ampararme del pájaro Malverde, fin y único objeto de mi viaje. Heme aquí, contento y dichoso, dando por bien aprovechado los trabajos, fatigas y penurias que he sufrido, porque ahora podré curar a mi padre de su mortificante ceguera.

Todos los presentes se quedaron mudos y miraban a los príncipes Alberto y Guillermo, que, sobrecogidos de estupor ante la aparición de su hermano, a quien suponían muerto, no sabían como huir.

Se dirigió el príncipe Oscar a uno de los grandes de la corte que estaba cerca de él, y le pidió que le trajese una palangana de oro con agua y la jaula con el pájaro Malverde. Salió el noble para volver un rato después con la palangana de agua y con la noticia de que nadie sabía donde estaba el pájaro Malverde: pero en el mismo momento se abrió la puerta y apareció la princesa, hermosa como nunca, alegre y risueña, llevando la jaula de oro con el pájaro Malverde; cuyas plumas, como por encanto, habían recobrado todo su brillo y esplendor.

Abrió el príncipe la puerta de la jaula y el pájaro salió cantando y se metió en la palangana, zabulléndose y sacudiendo sus alas. De debajo de una de ellas cayósele un pulmoncito que tomó el príncipe, el que, subiendo las gradas del trono, lo pasó sobre los ojos apagados de su padre.

—¿Ve algo, padre?— preguntó el príncipe.

—Sí, hijo querido, veo una pequeña claridad: Pasole el plumoncito por segunda vez.

—¿Ve más, padre?

—Si, hijo querido, distingo unos bultos que se mueven.

Volvió a pásale el plumoncito por tercera vez, y el rey dio un grito de suprema alegría: sus ojos, abiertos y vivos como los de un joven sano, veían perfectamente todo lo que le rodeaba.

Se bajó el rey del trono y estrechó al príncipe entre sus brazos. La reina y todos los presentes lloraban de contento y de emoción.

—Tus hermanos me han engañado miserablemente, dijo el rey a Oscar. Dios te premiará el bien que me has hecho, mientras yo, de algún modo, pago tus servicios.

Pero antes cuéntanos, hijo, tus aventuras.

Y el príncipe, en medio del mayor silencio, refirió cuánto le había sucedido desde su salida de palacio, suprimiendo el acto criminal que con él habían cometido sus hermanos, atribuyendo su caída a la noria a una distracción de su parte. Pero el pájaro Malverde dijo toda la verdad.

El rey, irritado de la perversa conducta de sus hijos mayores, los hizo prender y ordenó que los encerraran para siempre en un calabozo, pero la reina, la princesa y el príncipe Oscar intercedieron por ellos y el rey los perdonó con la condición de que salieran inmediatamente de sus estados.

El rey dispuso que en el acto se casara el príncipe Oscar con la princesa. Terminada la ceremonia, los novios pidieron permiso para ausentarse por un día mientras iban a hacerle una visita al rey padre de la princesa. Acordado el permiso, hizo llevar el príncipe el caballo maravilloso a la plaza del palacio y subiendo en él con la princesa a la grupa, se inclinó y le dijo a la oreja con voz muy baja: —“Vuela caballito, como el viento”—, y el caballo se elevó majestuosamente por los aires ante las miradas estupefactas de los reyes, de los señores y damas de la corte y del pueblo todo.

Al día siguiente regresaron de su visita, dejando al padre de la princesa, que hasta poco antes lloraba la pérdida de su hija, lleno de alborozo de verla feliz y contenta.

El rey abdicó en favor del príncipe Oscar, que fue modelo de reyes, de esposos y de padres, y vivió largos años, siempre amado y venerado de su pueblo.

Y el caballo y el pájaro Malverde siguieron siendo las delicias de todos.


INTERPRETACIÓN

UN MUNDO FELIZ

Como tantos otros cuentos de su mismo género, este comienza describiendo una situación histórica ideal: un reino acompañado siempre de buena fortuna y de felicidad gobernado por un monarca prudente y sabio.

Cabe anotar de inmediato que una situación similar se describe al final del cuento, cuando el desenlace de la intrincada historia acaecida parece reproducir en términos globales ese mismo cuadro, de un orden social ideal regido por un soberano de probada virtud, que entonces no será ya el anciano monarca que sufrió temporalmente la ceguera, sino el hijo menor de este, el héroe triunfante, su verdadero sucesor y heredero.

Ahora bien, por el tenor de la historia relatada, se está en condiciones de entender desde ya, que la primera descripción del orden con que se inicia el cuento, es solo la apariencia convencional de un orden verdadero en que el advenimiento de la desgracia (la ceguera del rey), desarticulará a la manera de un juicio, en el sentido bíblico de la palabra, que pondrá en evidencia lo que había en el corazón de cada uno de los personajes.

El proceso de la historia será el camino por el que las fuerzas de la luz vencerán a las fuerzas tenebrosas, de manera que la segunda descripción sea la de un verdadero orden donde la virtud obtiene recompensa y triunfa la justicia.

En lo que concierne a la primera descripción, que se calificó de apariencia convencional de un orden verdadero, se entenderá, por la desgracia que cae sobre la familia real, que corresponde a un estancamiento espiritual, remedo letárgico de la verdadera paz. La fuerza del espíritu que da la vida, que da sentido y vigor a la existencia, se ha desvanecido. Las instituciones, la monarquía misma, la sucesión por mayorazgo, la piedad filial, los códigos de la caballería, la virtud de la casta gobernante, la sabiduría de los sabios, todo aquello existe solo como apariencia y resto de un pasado.

EL OCULTAMIENTO DE LA LUZ

Se entiende fácilmente en este contexto que la ceguera del rey, como ya se dijo, simboliza la pérdida de la sabiduría, lo que se traduce en la incapacidad del conductor de hombres para discernir lo que realmente ocurre en su reino. Incapacidad para apreciar, por ejemplo, la real idoneidad de sus colaboradores o la valía moral de sus propios hijos. Él cree en la sabiduría de sus sabios y no sospecha que el prestigio de que gozan es puramente nominal, él cree que sus hijos lo aman y lo respetan. Atrapado en las convenciones de una existencia puramente protocolar, se ha vuelto insensible, perdiendo esa facultad que los antiguos tanto estimaban en un rey, vale decir, su capacidad para conocer a los hombres.

De ahí el nombre del cuento, o del pájaro con cuya pluma se cura la ceguera del monarca: Malverde, el que, cambiando el orden de sus silabas, alude secretamente a un Mal-de-ver, o enfermedad de la vista que más que al ojo orgánico, afecta al del espíritu que ya no puede o no quiere ver el verdadero sentido del acontecer.

LA ANCIANA PORDIOSERA

La intervención de los médicos y sabios del reino, que no da resultado y que termina en la opinión unánime de que la enfermedad es incurable, queda espontáneamente confrontada con la de la anciana pordiosera a quien es revelado el secreto de la curación y metafóricamente, el de la naturaleza del Mal-de-ver. Esta anciana simboliza, en primer lugar, el estado de miseria en que vive un sector del pueblo, lo que de inmediato pone de manifiesto la incompatibilidad, que surge entre este súbito descubrimiento y la imagen de un reinado feliz y justo que se pretendió mostrar al inicio del cuento. En segundo lugar cabe considerar el modo cómo el secreto de la curación (y veladamente, el de la naturaleza de la enfermedad) le es revelado, vale decir, por medio de una especie de rapto extático o sueño inspirado, fenómeno que acusa en el personaje una cualidad excepcional.

En la variante titulada Los tres lirios, el secreto de la curación es revelado al monarca mismo a través de un sueño, lo que nos retrotrae a las remotas épocas en que los reyes recibían revelaciones trascendentes sobre la vida del pueblo, el destino del reino y su propia persona. El hecho de que en el cuento que nos ocupa ese facultad la posea la anciana pobre, el último ser de la escala social, acusa una intención precisa, pues este ser insignificante aparece en el relato justamente para decirnos cuál es la naturaleza de ese estancamiento espiritual que sufre todo el reino, convencionalmente descrito como próspero y feliz. Por ella entendemos que la sabiduría que se maneja en palacio no es la sabiduría. Agotada en las altas esferas, ahora se alumbra en la inteligencia de los seres humildes de la sociedad. Tal es el significado de esa dama misteriosa que revela a la anciana el secreto y le ordena ir a palacio, pues ese personaje no es otra cosa sino un símbolo de esa sabiduría que ya no asiste al monarca.

En lo concerniente a la anciana misma, se transparenta en ella un cierto carácter o autoridad maternal. Algo semejante a lo que ocurre en ese pasaje del Génesis en que Sara, esposa de Abraham, anciana, estéril y sin esperanza, concibe a Isaac. Cabe anotar asimismo que en posesión del secreto, ella realiza un acto en extremo temerario dada su pobre condición: ir a palacio, enfrentar a la guardia e insistir hasta lograr del rey lo que para ella parecía imposible, una audiencia. Se advierte también que su coraje emana del carácter sobrenatural de la revelación que ha recibido, lo que le confiere un poder de decisión, una seguridad y una autoridad que supera por mucho los límites de su humilde condición.

Aunque en el contexto de la narrativa popular no deba sorprendernos, no puede por otra parte evitarse la sorpresa que causa el hecho de que nadie exija una explicación sobre el enigmático suceso relatado por la anciana, ni sobre el remedio propuesto por la dama misteriosa, ni siquiera sobre la identidad de este ser trascendente. Así, lo comunicado por la anciana al rey en presencia de sus hijos y de los grandes de la corte, aparece planteado como la verdad, la que una vez anunciada es aceptada como tal, sin dudas ni aclaraciones. Y esto, porque si el cuento tiene una factura metafísica y por tanto, una estructura profunda de contenido espiritual, está concebido en un lenguaje perteneciente a una cultura, en que las metáforas son parte de su forma de pensamiento, de manera que el sentido trascendente del relato es entendido sin racionalización.

Finalmente la desaparición de la anciana del resto del relato acentúa lo insólito de la intervención del más allá en los asuntos humanos.

LOS FALSOS HÉROES

Los episodios siguientes en que los hijos del rey, los príncipes Alberto y Guillermo, se ofrecen para realizar la proeza de salir a buscar al pájaro Malverde, como se ve por el contexto del relato y por fuentes históricas alusivas a situaciones similares, describen diálogos concebidos con el propósito de destacar la piedad filial y el amor paternal, los que corresponden a una cierta etiqueta cortesana en la que se estila actuar de ese modo en situaciones tales. Sabemos que los príncipes Alberto y Guillermo no aman a su padre y lo único que persiguen, proponiéndose para buscar el remedio a su ceguera, es ganar prestigio y ciertamente heredar el trono en vida del soberano, pues así lo sugiere el premio ganado al fin por el héroe triunfante, que sube al trono por abdicación de su antecesor. (En la variante La flor Lililá, el rey ofrece la mitad de su reino al que encuentre la flor de virtud que puede curar su dolencia).

Incluso la negativa del rey a que sus hijos corran el riesgo de la aventura por venir es también una forma de etiqueta cortesana. El rey sabe que solo un héroe puede hallar al pájaro Malverde, y él confía en que su heredero, su campeón, es un héroe, e incluso desea que este salga en busca del precioso remedio que puede poner fin a su desgracia, pero conforme a las convenciones debe decir lo contrario y fingir un temor y un pesar que no siente. Por su parte, el príncipe Alberto se cree un héroe, ya que sin pedir definiciones ni aclaraciones, de inmediato manifiesta su decisión de embarcarse en la empresa, racionalmente absurda, de buscar un objeto de virtud cuya identidad y paradero se desconocen, al igual que ese Santo Grial de los caballeros de la Mesa Redonda. De manera que esta búsqueda del pájaro Malverde, por su analogía con el Grial céltico, se vuelve un prototipo de aventura caballeresca.

Además, en la misma presunción del príncipe Alberto se ve la mera apariencia de esa justicia y de esa sabiduría con que se pretende caracterizar la vida del reino, pues él carece de las virtudes que le harían posible realizar la proeza, pero cree tenerlas, porque oficialmente las tiene para todos los que están dispuestos a reconocerlo como el futuro rey, y aún más, él espera poder usar ese prestigio para su beneficio personal.

LA TENTACIÓN

El episodio de la partida de los príncipes, su llegada a la posada, el olvido de su misión y la caída en un estado inferior de vida, constituye una herencia de la narrativa caballeresca. Recuérdese al respecto la actuación del tentador en el ciclo de novelas del rey Arturo, particularmente las tentaciones de Perceval y Galaad, en su búsqueda del Grial, o la tentación del caballero Tannhäuser y otros episodios similares, en los que lo característico es la acción del demonio, proponiendo al héroe una seducción de carácter erótico suficientemente eficaz para alienar su espíritu y desviarlo del camino. Pero la importancia de estas tentaciones y el poder que los narradores medioevales les conceden, emana del carácter que el mundo caballeresco atribuyó a lo que entonces se llamó buen amor o vero amor, manifestado en el culto a la dama, lo que comportaba un juramento de servicio y fidelidad, un voto de purificación, un imperativo de perfección moral en el cumplimiento de su deber de estado, y la clásica alegría de amar (joie d’aimer). Se oponía a este amor verdadero el falso amor, vale decir, el erotismo, cuya tónica eran la pasión, el delirio y la sensualidad, cosas que el tentador sabía manejar con admirable destreza para el logro de sus propósitos (considerar, al respecto, el carácter aleccionador que se advierte en el poema de Tristán e Isolda).

En el cuento que nos ocupa, el tentador, que es Satanás, aparece, o se esconde mejor dicho, tras la figura del posadero, del que nada se dice y cuya presencia se insinúa casi como una sombra.

En lo que concierne a sus hijas, en el estilo característico de las novelas de caballería, no serían sino espíritus materializados por el tentador, destinados a convertirse en los respectivos obstáculos de cada uno de los príncipes. Algo de eso se entrevé al final del cuento cuando todos parten de regreso a la corte y nada se dice del lazo matrimonial contraído por los príncipes Alberto y Guillermo con la mayor y la mediana de las hijas del posadero, lazo del que se desprenden como si nunca hubiese existido. Pero la no recurrencia del narrador popular a ese mundo tan excesivamente mágico se entiende a la luz de todo lo dicho acerca del aristocrático buen amor medioeval y su carácter místico, como corresponde a la cosmovisión de la caballería en los siglos XII y XIII, muy proclive a relacionarse con el mundo invisible, en lo que debe verse un refinamiento del espíritu frente al realismo burgués y popular.

Por otra parte es notoria la discreción del narrador popular en lo concerniente a la verdadera relación que hubo entre los hermanos del príncipe Oscar y las hijas mayores del posadero, aunque algunas maneras de decir, como por ejemplo, que cada mañana se sentían ellos sin fuerza para levantarse y salir a continuar su búsqueda, lo insinúa, no sin un leve toque de humor. Pero el narrador de Los tres lirios se refiere a la tentación de un modo más explícito. Dice que las niñas al divisar al primogénito desde el balcón de una casa en que se hallaban mirando para la calle, se dijeron unas a otras: “ahí viene un zorzalito muy emplumado, vamos a desplumarlo”. Explica además que eran muy aficionadas al lujo y al buen vivir, aunque ambos narradores dicen que los príncipes contrajeron matrimonio con ellas...

La situación desmedrada en que quedaron al traicionar a su padre es particularmente aflictiva en esta variante, pues se dice que, habiendo consumido toda su fortuna para complacer a sus esposas, se emplearon como palafreneros, con lo que el relato se vincula vagamente con la parábola del hijo prodigo, pero sin arrepentimiento ni perdón.

En la variante titulada La flor Lililá, la caída de los hermanos mayores del héroe no se relaciona con nada erótico, sino que procede del orgullo. La anciana que en El pájaro Malverde aparece al principio, surge en esta variante en medio del relato, pero no como una pordiosera a quien le es concedida la especial gracia de conocer por revelación la naturaleza del mal que padece el rey y su remedio, sino como un hada cuya identidad se esconde tras las apariencia de la anciana y a quien los hermanos del héroe desprecian con arrogancia, olvidando que en tales trances suelen ser precisamente personajes de humilde apariencia los que traen las verdaderas noticias y muestran el camino, cegados como están por la ambición de ganar para sí la mitad del reino, con el pretendido mérito de cumplir su proeza por su propio y exclusivo esfuerzo personal.

Asimismo es de la esencia de la narrativa caballeresca el contraste que el narrador de El pájaro Malverde quiere destacar entre la actitud de los hermanos mayores y la del menor frente a la supuesta necesidad de contar con el auxilio de grandes sumas de dinero y acompañamiento de servidores para hallar al ave maravillosa, con lo que los príncipes Alberto y Guillermo demuestran su incapacidad para comprender el sentido trascendente de la aventura que emprenden, pues constituye como un precepto del comportamiento caballeresco el saber entregarse a la fuerza conductora de la Providencia que secretamente lleva al caballero donde quiere ir, a la manera de un Juicio de Dios, sin el auxilio de ningún poder de este mundo, amparado solo por un acto de fe fundamental y la necesaria sabiduría para discernir el significado de los hechos que ocurrirán ante sus ojos en el desarrollo de la aventura.

EL HÉROE ELEGIDO

El príncipe Oscar, sin mediar explicación sobre la naturaleza del objeto buscado, demuestra con su comportamiento que conoce el secreto de la aventura que deberá correr, al rechazar toda la ayuda que se le ofrece en dinero y armas. Además la comprensión de la verdadera naturaleza de la aventura va acompañada en él de la fortaleza necesaria para resistir la acción del tentador.

Además cabe hacer notar que el hecho de ser el príncipe Oscar el menor de los príncipes, constituye otra forma de reversión del orden establecido.

La partida del príncipe de la posada hacia el destino que le espera, inicia un nuevo ciclo del relato, en el que el carácter iniciático del cuento es patente. Se trata del héroe que marcha al encuentro del espíritu, vale decir, de su propia identidad, a través de una aventura cuyo sentido más profundo concierne a su persona, aunque aparezca como parte de un historial que concierne al destino de todo el reino.

UNA MUERTE SIMBÓLICA

Considerado todo el episodio hasta la vuelta del joven príncipe a la posada en posesión del pájaro Malverde, la simbología del relato debe entenderse así: el bosque oscuro, la pérdida del camino y el hallazgo del difunto insepulto, representan el paso de una forma de vida a otra. Particularmente la pérdida del camino y la obscuridad representan los primeros pasos del adepto en el conocimiento de sí mismo, la entrada en la vasta y desconocida interioridad. La imagen del difunto, aparte de significar lo que corresponde en el relato, es para el príncipe Oscar un símbolo de su propia muerte al pasado. El pago de las deudas simboliza la liberación del peso de las acciones pasadas que lo retienen en el marco de las pautas de conducta que él, como iniciado en la sabiduría, quiere superar. Por último, el entierro del difunto simboliza la definitiva superación de ese pasado. Así, esta simbología del difunto y sus deudas, adquiere especial relieve como imagen global de lo que es para todo hombre que busca la sabiduría, la imagen de su vida pasada.

EL AYUDANTE

Ahora bien, según este itinerario simbólico, el mensajero ayudante, o auxiliar, que asume la forma del negrito, vale decir, de un esclavo (cuya identidad oculta es el alma del difunto del bosque), es también un elemento en la problemática personal del héroe, y representa la humildad que es exigida al que marcha al encuentro del espíritu, tanto más en este caso, por cuanto es un príncipe que deberá obedecer a un esclavo. Así, la obediencia puntual a los mandatos del auxiliar representa el estricto sometimiento de la voluntad a los dictámenes de la humildad, sin la que el adepto actuaría impulsado por motivos egoístas que lo desviarían del camino hacia la superación de sí mismo. Así se explica el carácter de las tres pruebas a que es sometido este héroe enseguida, dos de las que conciernen, respectivamente, una al apego de la riqueza o a la ambición de poder, y la otra al orgullo o exaltación de sí mismo. Pero antes de dilucidar el significado de estas pruebas según las describe el relato, es previo aclarar, justamente a esta altura de nuestro estudio, no el significado del nombre Malverde, sino el del ave misma a la que es atribuido.

EL PÁJARO MALVERDE

¿Por qué un ave? La clave de la respuesta se halla en la verdadera naturaleza de la enfermedad del rey que viene a ser una consecuencia del estancamiento que padece el reino todo, descrito convencionalmente como prosperidad, justicia y felicidad. Y ese estancamiento es tal justamente por la falta del espíritu que da vida y sentido al quehacer de los hombres. De manera que el ave se ha escogido como símbolo del espíritu por su naturaleza aérea, en cuanto el espíritu es un aire, un soplo, como se aprecia por la simbología que le concierne utilizada en las mitologías y particularmente en las Sagradas Escrituras. Así, el remedio al MAL-DE-VER no es otro sino la recuperación del espíritu perdido, la revinculación de la ciudad humana con la trascendencia.

EL PRINCIPIO PATERNO

Asimismo conviene aclarar que la ceguera del rey, aparte de significar algo relacionado con la problemática global del reino, significa algo especial en relación a la persona del héroe, es decir, la inhibición en él del principio paterno, de la fuerza espiritual rectora. Así debe entenderse, como antes se dijo, la oscuridad del bosque y la visión del difunto insepulto, como simbolizaciones del estado en que se hallaba el príncipe Oscar, sumido en el estancamiento del reino de su padre.

En los mitos griegos referentes a proezas heroicas, así debe entenderse la función del padre. Por ejemplo en el mito de Teseo, donde el progenitor del héroe es mencionado al parecer, tan solo para que se entienda la paternidad del espíritu en él, su benéfica acción al principio y la extinción del mismo al final, cuando Teseo, en franca decadencia moral y espiritual, provoca el suicidio de su padre Egeo. Este se precipita al mar, indicando con ello lo que podríamos llamar el ocultamiento de la luz en la oscuridad caótica del subconsciente, mecanismo psicológico de toda decadencia humana. Más claro aun aparece este mecanismo en el mito del Edipo Rey, quien al matar a su padre, grafica claramente el proceso de la pérdida del espíritu.

LAS PRUEBAS

Por la secuencia del relato de El pájaro Malverde, parece que las pruebas a que es sometido el héroe se suceden en un orden de analogía en lo que a la forma se refiere (ciudad, palacio, guardias, objeto de virtud), aunque su contenido en cada caso es diferente. Pero antes de entrar a estudiar el significado propio de cada prueba, cabe hacer notar que la primera no parece ser propiamente la de la liberación del pájaro Malverde. Hay antes otra prueba que ha sido ya pasada con éxito por el príncipe Oscar, la prueba de la lujuria, vale decir, la tentación que representaba para él la hija menor del posadero. De manera que considerando así el orden de las pruebas, la liberación del pájaro Malverde viene a ser la segunda y el rescate del caballo de las campanillas, la tercera, lo que se aviene perfectamente con el significado del clásico tridente de Neptuno, dios de los abismos oceánicos y de Satanás (herencia griega en la mitología católica) cuyos dientes corresponden al placer, al poder y a la vanidad.

Esos abismos oceánicos no son otra cosa sino el caos del subconsciente, de donde emergen las sugerencias y las solicitaciones de la insensatez. Por otra parte se entiende que dichos desvíos vienen a ser formas malignas de tres aspectos de la naturaleza humana originalmente buenos: Eros; nutrición (o propiedad) y conciencia. Eros degenera en placer alienante, nutrición en apego al dinero, vale decir, al medio convencional de adquisición de bienes, y la conciencia degenera en orgullo o exaltación de si mismo.

Estudiadas estas tres pruebas con ese criterio, se entenderá el sentido que tiene la prueba global, por así llamarla, del rescate de la princesa que reúne el sentido de las otras tres.

LA LUJURIA

Aunque sobre la primera prueba parece ya todo aclarado, es conveniente considerarla en el contexto de lo ya dicho sobre el encuentro con el ser amado que constituirá con el héroe la verdadera pareja. El príncipe Oscar es el mejor de los tres hermanos, y para él está reservada la forma más sutil y seductora de la lujuria, la mejor de las hijas del posadero, una jovencita bellísima según el relato, vale decir, la más engañosa forma de la tentación carnal, capaz de desviar al héroe del camino que lo conducirá al encuentro con el buen amor.

LA RIQUEZA Y EL PODER

La segunda y tercera prueba, por tratarse, en una del apego a la riqueza y la ambición de poder, y en otra de la vanidad y el orgullo, suponen el contexto del mundo y de la sociedad, por eso se dan un escenario radicalmente diferente al de la posada, cuya intimidad sugiere el carácter personal y secreto de la vida erótica.

El simbolismo de la segunda prueba debe entenderse así: en lo concerniente a los diez mil guardias que cuidan al pájaro Malverde enjaulado, la cifra 10 índica totalidad. Ampliada a diez mil y acompañada de la explicación de que cinco mil guardias duermen y cinco mil velan constantemente y por turno, constituye una metáfora de la humanidad diseminada por el Orbe, cuya mitad duerme mientras la otra está despierta.

Pues bien, esa humanidad está ahí simbolizada justamente para arrojar sobre ella el más lapidario de los juicios... Ese juicio se concreta en el símbolo mismo del pájaro Malverde preso en una jaula de oro, vale decir, el espíritu cautivo, o mejor dicho, imposibilitado de manifestarse por el apego del hombre a la riqueza, significada en la jaula de oro. Asimismo esa jaula simboliza también el imperio avasallador de las convenciones que impiden la libertad creadora del espíritu. El lapidario juicio lanzado sobre esa humanidad se acentúa con la calidad de soldados (ciertamente armados) que se le da a cada integrante de la familia humana, pues con ello se quiere simbolizar la violencia hecha al espíritu (la verdad) y el cuidado que todos los pueblos de la tierra se toman para evitar que el espíritu se manifieste (que la verdad sea conocida). Con estos antecedentes se entiende que el hecho de volverse invisible para esa humanidad, prodigio operado por el objeto de virtud, simboliza la calidad del hombre espiritual que no puede ser comprendido por el mundo, al par que él sí puede entender al mundo y juzgarlo en su deformidad e injusticia. (San Pablo).

Esto aclara finalmente el carácter de la prueba, destinada a poner en evidencia cuánto apego a la riqueza y a las convenciones quedaban aún en el fondo del corazón del joven príncipe, dado que al fallar y no cumplir con las condiciones impuestas por el mensajero de la humildad y la sabiduría (liberar al pájaro y abstenerse de coger la jaula de oro), demostró con eso ser un hombre vulgar. Y es precisamente por esa vulgaridad que se vuelve visible para los guardias, es decir, cae en la condición común del hombre que no busca la verdad.

Debe entenderse por el tenor del relato, que la falla del príncipe Oscar constituye un olvido motivado por el entusiasmo de haber hallado al fin el remedio a la ceguera de su padre. Todo lo que simboliza, en el proceso de la iniciación, la inexperiencia del seguidor que cree poder llegar a la meta directamente, ignorando los obstáculos que se hallan dentro de él y que solo la dura experiencia de las pruebas pondrá en evidencia, todo lo que constituye precisamente el proceso del autoconocimiento.

En lo referente al palacio, la ciudad, el reino y el monarca que lo gobierna, se trata también de un símbolo del mundo, y en el sentido evangélico de la palabra, es decir, orden humano contrario al orden divino, sostenido por un soberano tenebroso (el César).

EL ORGULLO

Aclarado ya el significado de los elementos comunes de cada prueba, el significado de la siguiente (la tercera en el verdadero orden), como ya se dijo, se relaciona con el orgullo. Para la debida interpretación de este pasaje es necesario atender a la significación oculta de la conjunción caballero y caballo, que no es otra sino la del espíritu que gobierna los instintos, (justo lo contrario del simbolismo del centauro). Pero hay una forma maligna de considerar la conjunción antes aludida, cual es la que simboliza el orgullo o exaltación de sí mismo, la inflación de la conciencia por la autoestima.

En la mitología griega es el caso del rey Minos de Creta, quien se niega a obedecer la orden del Cielo de sacrificar el magnífico toro blanco que le ha obsequiado Neptuno (el caos) que simboliza su animalidad, lo que rematará en la caída de Minos, antes célebre por su sabiduría, en la vulgar categoría de un tirano, ávido de poder y gloria mundana. La materialización de su caída será el Minotauro, esto es, el toro de Minos, compuesto monstruoso de hombre y toro, que da a luz su esposa, después de acoplarse con el toro blanco.

Con estos antecedentes se entiende que la tercera prueba estaba destinada a denunciar cuánto orgullo y vanidad, quedaban aún en el fondo del corazón del príncipe Oscar.

El nombre mismo del caballo sugiere la idea de ostentación, en cuanto el orgullo y la vanidad, solo pueden darse ante un auditorio. Sin duda esas campanillas se aproximan a la idea expresada por el apóstol Pablo en su primera carta a los Corintos, cuando dice que él, sin amor, no es más que campana que retiñe, es decir, que suena y atrae la atención pero está vacía.

EL ENCUENTRO

La prueba siguiente debe entenderse, en lo concerniente a la problemática personal del héroe, en primer lugar, como un cuadro del estado de su alma, y enseguida como el acto de fe final que le permite superar definitivamente los obstáculos que lo separaban de la plenitud de vida a que él espiraba. Para interpretar este pasaje, se debe atender al significado del ser amado como imagen de la propia alma, de manera que el encuentro viene a constituir la culminación de un proceso de individuación por el que el principio paterno, principalmente el intelecto, se armoniza con el principio materno, el afecto, la intuición, los que en jerga jungiana toman los nombres de animus y anima.

Esta identificación simbólica del ser amado con una supuesta imagen de la propia alma, detectada en la mitología helénica, ha sido la clave que ha permitido entender la problemática del amor caballeresco subyacente en la novela medieval y en la lírica trovadoresca. Particularmente clara es esta identificación en la interpretación que Diel hace del mito de Orfeo, en la que la noble figura de Euridice solo parece justificarse como personaje en cuanto destaca el enigma de la mencionada correspondencia simbólica.

En este sentido, los términos con que se describen el estado en que la princesa del cuento será hallada por el príncipe Oscar, con los pies helados, acusa la intención de simbolizar la muerte, en lo que se capta una advertencia dirigida al héroe: tu alma está próxima a morir. (Atender también al simbolismo psíquico de los pies y las piernas, esto es: fundamento, sostén, alma).

Por otra parte, y en relación al mito de Orfeo, se entiende que esa habitación donde duermen solo princesas cautivas, se parece mucho al infierno griego donde el músico apolíneo debe descender en busca de su amada. De modo que el último reino cuyo soberano no se deja ver, y al que entra el héroe como un ladrón, sin ser advertido, en un ambiente de oscuridad, rescatando a la princesa con la firme decisión que se requiere en un trance de vida o muerte, representa el mundo subterráneo, psicológicamente hablando el subconsciente, con lo que entendemos que el orden de las pruebas antes propuesto es el correcto, siendo el rescate de la princesa el equivalente al descenso de Orfeo a los infiernos, vale decir, la salvación casi póstuma concedida por la misericordia del cielo. Y aún se puede llevar más allá este paralelo hasta detectar una similitud entre la exigencia impuesta a Orfeo de no mirar al rostro a Euridice hasta no completar el rescate y traerla a la luz del día, con la condición impuesta al joven príncipe de coger a la princesa y sacarla de ese antro sin atender a sus ruegos ni protestas.

Pero la diferencia fundamental que presenta este mito popular caballeresco con el mito de Orfeo reside, en primer lugar, en el abismo que separa al sentimiento trágico de la vida del paganismo helénico, de la gracia y la misericordia divina del Cristianismo, y más aún, de la esperanza en una resurrección que resume las promesas y los dones divinos.

La desgracia griega, por lo general, no tiene remedio, en cambio la desgracia cristiana (o bíblica) como problema, se resuelve en la fe, en la esperanza y en la anticipada alegría de la redención final.

Se advierte, en un análisis profundo, que la razón de la muerte de Euridice es la infidelidad de Orfeo, quien no ha sabido ver en ella el don ni la voluntad del cielo en lo que concierne a su persona, como espejo de su alma, y es justamente esta falta capital la que el príncipe Oscar se cuida mucho de no cometer, al no ceder a la tentación que para él representó la hija menor del posadero, pues aunque la princesa elegida no ha aparecido aún en su vida, el héroe que marcha al encuentro del espíritu sabe que la plenitud buscada se ha de materializar en el venturoso encuentro de la amada, constituyendo en un sentido trascendente, su pareja y complemento, como antes se dijo. Es necesario destacar que es justamente el mérito de su pureza, lo que vale al joven príncipe el feliz resultado de su temeraria acción, pues, en el contexto de la narrativa caballeresca, de las tres pruebas, la más decisiva es la primera, pues ceder a la tentación de la lujuria es en el código de la caballería la falta por excelencia, aquella que incapacitó, por ejemplo, al célebre Lancelot du Lac para encontrar el Santo Grial, y la que en El pájaro Malverde inutiliza para siempre a los dos primeros aspirantes a héroes. Todo lo que confirma la ortodoxia caballeresca de este cuento popular, evidenciando un origen medieval.

LA MUERTE DEL ALMA

En lo concerniente a las condiciones impuestas por el negrito de no atender a las protestas ni ruegos de la muchacha en el momento de su rescate, se entiende que simbolizan todas las resistencias que la psique opone a los cambios profundos exigidos por una auténtica conversión, pues el mismo tenor de esas protestas acusan el deseo de permanecer en un estado acostumbrado, al que la psique se acomoda, por así decirlo, aunque dicho estado, desde una perspectiva espiritual, se parezca mucho a una muerte en vida, de lo que la princesa ni los guardias estaban conscientes, y en lo que debemos ver otro lapidario juicio en contra del mundo, simbolizado por el reino y sus soldados, que velan por que los hombres se mantengan, sin advertirlo, en un estado que puede ser calificado de muerte en vida. También se ve en las protestas y ruegos de la princesa una especie de llamado a la razón, cuyo significado se entiende en el itinerario metafórico del cuento y que podría ser el más eficaz obstáculo para la conversión simbolizada en el rescate. Pero la decisión del príncipe Oscar revela una fortaleza de ánimo absoluta, pues él ya sabe que la razón del mundo no es la razón, y que la verdad del mundo no es la verdad. El vestido regio que el negrito reservaba para la princesa y que ella viste después del rescate, tiene por esto el significado de una resurrección.

En la problemática personal del héroe se advierte claramente además, que esa fortaleza de ánimo que motiva la firme decisión del joven príncipe, es el fruto de sus dos malas experiencias pasadas, cuyo sentido él ya ha entendido, y como consecuencia, la gravedad de una posible muerte del alma.

Esta expresión (muerte del alma) que he tomado del léxico empleado por Diel en su estudio de la mitología griega, tiene en primer lugar un sentido espiritual netamente pagano (no por eso ajeno del todo al cristianismo). Es la pérdida de la trascendencia o desvinculación de la presencia del espíritu, pero con carácter irreversible en las más de las veces, y con todas las desastrosas consecuencias que la mitología helénica describe en dichos casos. Ahora bien, en lo que a la ética caballeresca cristiana se refiere, nótese, como se dijo, que siendo la pureza del joven príncipe (pureza de Perceval y Galaad) la que le vale el feliz resultado de su proeza, la mística del buen amor medioeval, como asimismo la gravedad de la transgresión de sus preceptos, adquieren una función tan central en esta y en todas las historias en que de ello se trata, que a juzgar por la espiritualidad que aquí se transparenta, se ve un velado tinte pagano, lo que explicaría, aparte de una influencia directa de mitos helenos en la narrativa del medioevo, el por qué de un cierto tenor trágico que se deja sentir en el desenlace de algunas de sus aventuras.

Recuérdese al respecto el trágico final de Tristán e Isolda, en cuya historia, el novelista anglonormando Béroul (S. XII) introdujo pasajes del mito de Teseo, como asimismo el trágico final del Rey Arturo y de toda la orden de la Mesa Redonda, su poco cristiano propósito de ser el rey del mundo... en lo que se transparenta un sentido mágico del Grial que confiere justamente la calidad de monarca mundial a su poseedor, ideal que no solo no es cristiano, sino demoníaco y cuya procedencia se halla en la magia céltica encarnada en Merlín, el mago consejero del rey Arturo.

En todo caso, el contexto cristiano en que se desarrollan estos cuentos populares de origen caballeresco, aunque se manejen en ellos elementos veladamente ajenos al espíritu evangélico, constituyen a veces un igualmente velado sincretismo en el que, a pesar de todo, se impone el sentido cristiano de la esperanza y de la redención.

Por otra parte esta noción de muerte del alma presente en la mitología helénica y en la cosmovisión de la narrativa popular, es evangélica, como hecho existencia y encuentra su expresión mas destacada en la parábola del Hijo Pródigo, aunque allí, como en “El Pájaro Malverde” y en el mito de Edipo Rey, los sufrimientos y experiencias adversas rescatan el alma del imperio de la muerte.

EL HÉROE SALVADOR

Hasta este punto de nuestro análisis hemos considerado el itinerario del príncipe Oscar desde su primera prueba hasta el rescate de la princesa como un relato simbólico de la iniciación en la sabiduría, al punto que la misma ceguera del rey aparece, en dicho itinerario, como la inhibición en él del principio paterno del espíritu. Todo lo que no obsta para que lo ocurrido sea considerado también en el contexto mayor de la problemática social del reino, pues la concepción sincronística del mundo (Jung) que se transparenta en el relato, y en virtud de la que el individuo (microcosmos) y la sociedad. (macrocosmos) experimentan mutaciones paralelas y correspondientes, establece una permanente equivalencia simbólica entre el acontecer subjetivo y el acontecer objetivo. Esto explica una vez más, desde otra perspectiva, la importancia de la primera prueba y el mérito que adquiere el príncipe Oscar al pasarla con éxito pues el encuentro con su verdadera identidad (la verdadera imagen de su alma encarnada en la princesa) es la condición que le permitirá realizar la proeza de hallar el único remedio eficaz para curar la ceguera de su padre, es decir, que el pleno cumplimiento en él de su naturaleza de hombre y héroe, llamado a un destino superior, es la condición de la futura felicidad del reino. Y tal es el sentido del orden regresivo de la aventura que va del rescate de la princesa a la obtención del pájaro Malverde, y en el que las formas malignas de los símbolos del caballo de las campanillas y del pájaro enjaulado, se vuelven benignas. Así, esa exhibición pública del príncipe Oscar con la princesa a la grupa, no es ya una imagen de orgullo o vanidad, sino del hombre que, habiendo hallado su identidad, o sea, el profundo conocimiento de sí mismo, se transforma por eso, en dueño de sí, conforme a lo ya dicho sobre el simbolismo de la conjunción caballero y caballo, de manera que su presentación ante el pueblo muestra en él su calidad de conductor de hombres. Pero el cuadro completo se da cuando se agrega al conjunto el pájaro Malverde, pues se entiende que a condición de que todo lo anterior esté consumado, el príncipe Oscar, investido de un poder superior, realiza el arquetipo del héroe salvador.

A la luz de lo dicho se entiende también que la facultad de volar que el caballo de las campanillas ocultaba, conforme al simbolismo del aire, significa la espiritualización de lo instintivo, o la plenitud de lo vital.

LA FLOR LILILÁ

En la variante titulada La flor Lililá se advierte que las pruebas no aparecen en una secuencia tan clara como en El pájaro Malverde. Sin duda la intervención de la anciana, que los hermanos menores desprecian, constituye para el joven príncipe la prueba que pone en evidencia la humildad que había en su corazón, condición para el supremo logro de su realización personal como hombre cabal y héroe, pues él respeta y escucha a la anciana, quien en parte es, como el negrito, un mensajero de la humildad y de la sabiduría. No duda que ella posee el secreto que lo conducirá al rescate de la prodigiosa flor custodiada por el monstruo. Asimismo, a requerimiento de la anciana, no se niega a entregarle el dinero que lleva consigo, en lo que se advierte un desapego de la riqueza. Y si de pruebas se trata, sin duda que su combate con el monstruo para rescatar la flor, es, entre otras cosas, una prueba de coraje, lo que en El pájaro Malverde está latente en el comportamiento del príncipe como actitud permanente.

En lo que concierne a la misma flor llamada Lililá, sin duda tras ese folklórico nombre se esconde la conocida flor de lis, emblema del Sacro Imperio (heredado después por el reino de Francia), símbolo de la iluminación que debe ser un atributo del emperador.

En lo referente al monstruo que custodia la flor, importante novedad introducida en esta variante, debe interpretarse este desde dos puntos de vista diferentes y complementarios como ya se ha hecho con otros elementos del relato. Desde el punto de vista de la problemática personal de héroe, y si atendemos al feliz resultado del combate que transforma al monstruo en una princesa, debe entenderse que dicho combate no es otra cosa sino la lucha del héroe contra sí mismo, vale decir, contra los aspectos malignos de su propio carácter, cuyo triunfo tiene el poder de liberar la verdadera imagen de su alma, vale decir, el encuentro de su anima (la princesa). La explicación de la princesa de cómo una bruja la había transformado en monstruo, es una clave que nos permite entender el carácter de lo monstruoso subjetivo, como una deformación del alma por la sumisión al imperio de una fuerza maligna.

Conviene recordar a este respecto el mito de San Jorge, en cuyo relato la doncella (princesa), imagen del alma, está sometida al poder del dragón y por eso ha perdido el habla. Esto es la imposibilidad de manifestarse en su verdadera identidad.

En un sentido social, es decir, en el contexto de la problemática del reino, el monstruo tiene el mismo significado que la Esfinge en el mito de Edipo Rey: una manifestación simbólica de la perversidad generalizada en el reino de Layo, padre de Edipo, y que en el cuento de La flor Lililá no es otra cosa sino la confusión, la injusticia y la ausencia de sabiduría que imperan en un reino donde el monarca ha perdido la luz. En este sentido, y al igual que en el mito de San Jorge, la princesa viene a ser un símbolo de la verdadera vida paralizada por el efecto de una fuerza maligna. De ahí la curiosa advertencia que la anciana hace al joven príncipe concerniente a la manera de enfrentar al monstruo, el que, cuando vela tiene los ojos cerrados y cuando duerme los tiene abiertos, con lo que denuncia una inversión de los valores, a la manera como Jesús, en el Evangelio de Juan, la denuncia igualmente con motivo de la curación del ciego de nacimiento.

Ahora bien, si el monstruo, en relación al príncipe Oscar, simboliza también el aspecto maligno de su propia persona, la explicación de la anciana contiene además un consejo iniciático concerniente al desarrollo de la vida interior, lo que en el mito de Edipo Rey se simboliza con la pena que el mismo Edipo se aplica después del desastre de su vida y que consiste en la ceguera autoimpuesta por la extracción de los ojos, en lo que debe verse un apartar la mirada de las vanidades del mundo para revertirla hacia el interior y ver realmente su propio ser.

Pero volviendo a la problemática personal del héroe, y aunque se trata de una aventura caballeresca, donde la mística del buen amor está presente, cabe destacar el recurso simbólico extremo de identificar a la princesa con el monstruo, de cuya transformación surge, lo que emparenta de algún modo este pasaje con el mito de Eros y Psique. Así, el monstruo sería una imagen repelente de Eros por el extravío de Psique (el alma), lo que solo su conversión puede transformar en una imagen noble y bella, grata a los dioses. En efecto, Eros, —divinidad helénica que preside la sexualidad en su conjunto en el mencionado mito— aparece como un monstruo que encierra a Psique en un palacio, símbolo de las seducciones de la lujuria, y a la que viene a visitar solo de noche. Psique en su desvarío acepta esta situación e incluso la condición de yacer con él siempre en la oscuridad y nunca encender una luz para mirarlo. Pero Psique, dominada por la curiosidad y la angustia, cede al fin a la tentación de conocer el objeto de su pasión, y a la luz de una antorcha descubre que a su lado duerme un monstruo repulsivo. Psique comprende entonces la magnitud de su caída (la antorcha considerada como el comienzo de su iluminación) y huye de su prisión y se redime gracias a la ayuda de Hera, esposa se Zeus. Al término de su purificación, Psique reencuentra a Eros, pero transformado en una divinidad olímpica, es decir en la imagen benigna del amor físico.

Se ha insertado esta breve síntesis del mito de Eros y Psique en este estudio para poner en evidencia el mecanismo por el que los símbolos concernientes al amor asumen en la mitología y en la narrativa popular el carácter de monstruos o seres luminosos por transformación de unos en otros. En el mito griego es el personaje de sexo masculino el que sufre la transformación; en la variante La flor Lililá, es el personaje de sexo femenino, pero en uno y en otro caso, el significado es el mismo, aunque en el mito griego se capta una cierta intención aleccionadora dirigida de preferencia a la mujer.

Conviene recordar también, a propósito de este episodio del mito, que si el poema de Tristán e Isolda tiene también una intención aleccionadora, hay un pasaje en que Tristán canta a Isolda, en la oscuridad del bosque en que se encuentran todas las noches, una canción cuyo texto describe un reino al que irán más allá de este mundo donde la noche es eterna... Relacionando este pasaje con las sucesivas caracterizaciones o disfraces con que Tristán se presenta en la corte del rey Mark para burlar la prohibición de volver a palacio y en las que aparece fingiéndose leproso, loco o bufón, imposible de reconocer, estamos en presencia de un mecanismo simbólico de la misma naturaleza.

Ahora bien, el atuendo regio que el negrito tenía reservado a la princesa en El pájaro Malverde y que ella viste, una vez que ha sido liberada por el príncipe Oscar, es, como se dijo un símbolo de la transformación del alma (anima) redimida del mundo tenebroso.

El ESCLAVO PRÍNCIPE

Referente a la persona misma del negrito que en la problemática personal del héroe simboliza la humildad, es evidente que también es un símbolo de la sabiduría, y en ambos casos, a la luz del desenlace de la aventura que a él concierne, abarca globalmente lo que podría llamarse la naturaleza más profunda del príncipe Oscar, pues si el cuerpo hallado en el bosque es una imagen de la muerte del propio héroe a su pasado, la transformación del negrito en un apuesto gentilhombre no significa otra cosa sino la luz que se hace después del difícil paso de las pruebas bajo el signo de la humildad en la persona del héroe triunfante.

Desde el punto de vista revolucionario del cuento, sin duda esta transformación del esclavo en gentilhombre concierne también al reconocimiento de la alta dignidad de lo humano que se alumbra en la conciencia del príncipe Oscar después de su transformación por la adquisición de la sabiduría, requisito espiritual de todo conductor de hombres y condición básica del sentido de la justicia.

EL POZO

La adversidad que esperaba aún al joven príncipe, a pesar de que lo esencial de la proeza estaba ya realizado, vale decir, la traición de sus hermanos en el desierto, se sugiere en este episodio que el joven príncipe debía pasar otra prueba más y que la desgracia temporal que cae sobre él es la consecuencia de una falla moral cuya naturaleza no se discierne a primera vista. Esta pudo ser quizás la de no cumplir con la exigencia impuesta por el negrito de guardar silencio sobre la aventura vivida hasta que el rey recuperara la vista, aunque la versión entregada por don Ramón Laval hace una mención precisa de la negativa del héroe a relatar los sucesos de dicha aventura. La proximidad de la caída se ve en la tristeza del negro que ya intuye lo que ocurrirá cuando el príncipe Oscar se encuentre con sus hermanos en la posada. Pero eso que ocurrirá y que entristece al negro, en el fondo, puede no ser la traición misma de que el héroe fue objeto, sino precisamente la constatación de que la falla moral que desencadenará el desgraciado suceso está próxima a manifestarse. De manera que, descartada la prueba del silencio, pasada con éxito por el héroe, se sugiere que la falla consistió en un resto de vanidad que hizo caer al héroe en la ilusión de atribuirse la autoría de todo lo obrado con la consiguiente satisfacción de presentarse ante sus hermanos como un triunfador.

El desierto tórrido descrito en este episodio, del que antes no se tuvo noticia, simboliza una situación límite a la que todos son sometidos, y cumple por esto mismo en el relato la función de un juicio que pone en evidencia la valía espiritual de cada uno, como la aventura de la posada. En una y en otra la intención es mostrar la calidad interior del héroe elegido que lo capacita para ser el futuro rey, y la incapacidad de sus hermanos, oficialmente con más derechos que él para serlo. Para este efecto se utiliza el pozo, elemento simbólico que debidamente estudiado puede atribuírsele la significación de flujo renovador de la vida que emerge de las profundidades del alma. Así, los príncipes Alberto y Guillermo, sometidos a la prueba de una situación de extrema adversidad, se mostraron incapaces de extraer de su propio ser la luz y la fuerza necesarias para responder adecuadamente a la dificultad. La imposibilidad de ambos de descender al pozo, uno por excesivo calor y el otro por excesivo frío, como lo destaca el relato, tiene por objeto postular un par de opuestos, una polaridad, en la que se extravía el alma que carece de un sólido pilar central.

Con esta imagen de la insensatez de ambos príncipes, contrasta el descenso sin contratiempos del príncipe Oscar al pozo y el hallazgo del agua subterránea que él envía a sus sedientos acompañantes. Este hecho quiere destacar también, como una característica del elegido su riqueza espiritual, una capacidad para generar la buena fortuna de una abundante distribución de alimentos.

Es interesante constatar que así caracterizan todos los textos antiguos, incluso las Sagradas Escrituras, al verdadero gobernante, rey o conductor de hombres. Justamente en el I Ching o Libro de las Mutaciones de China, en el capítulo titulado El pozo, se dice que es una característica del sabio gobernante su capacidad para dar alimento. Así lo caracteriza también la Biblia, en la figura de José hijo de Jacob, cuya autoridad sobre el pueblo egipcio se establece en base a una cuestión de distribución de alimentos Asimismo Moisés, por cuya intercesión del pueblo de Israel recibió el maná del cielo. Y tal es uno de los supuestos que subyace en todas la esperanzas mesiánicas de Israel, por esto se dice en el Evangelio que después de la multiplicación de los panes y de los peces, el pueblo buscó a Jesús para proclamarlo rey.

Y a propósito de José hijo de Jacob, sin duda que el episodio del pozo en que queda abandonado el príncipe Oscar por sus hermanos, tiene una relación directa con el pasaje análogo del Génesis en que todos los hermanos de José deciden abandonarlo en un cisterna. Ambos episodios corresponden a un mismo acontecimiento mítico, vale decir, la humillación extrema que precede a la definitiva exaltación del elegido. José saldrá del fondo del pozo para convertirse en virrey de Egipto, como el príncipe Oscar saldrá para asumir la dignidad real como el verdadero sucesor de su padre, y como Jesús saldrá de las entrañas de la tierra para ser el Cristo, vencedor de la muerte.

Por otra parte sorprende la actitud de la princesa que sufre en silencio, y el poco o ningún cuidado que los príncipes traidores se toman ante la posibilidad de ser denunciados por ella. Podría pensarse que este relato contiene una inconsecuencia o falla argumental, pues es de toda lógica que ante el rey los príncipes Alberto y Guillermo deberán dar alguna explicación del por qué de la presencia de esta dama, y nada podrán inventar estando ella para desmentirlos. Pues bien, todas estas conjeturas, poca o ninguna relación tienen con la lógica peculiar de la narrativa popular, pues en el contexto de dicha narrativa se ve una concepción del mundo, como ya se dijo más arriba, que da a la secuencia argumental una sucesión extraña a nuestra captación racional y causal de la realidad, donde lo extraño adquiere un énfasis particular en referencia a lo que hemos denominado Providencia en términos religiosos, aunque no sea ortodoxamente de esa Providencia que en estos cuentos se trate. Lo que se quiere decir, en cuanto al modo de acontecer de los hechos, es que en la intención del narrador se transparente el supuesto de un sentido trascendente del acontecer, ajeno del todo a la noción de azar y de realidad objetiva. El narrador postula la posibilidad del elegido de acceder a dicho acontecer trascendente mediante la conversión, pues este lo es solo por su conversión, basada en la fe y en el amor y realizada en la experiencia. Su acceso al acontecer trascendente lo sitúa en el flujo de la vida verdadera que lo conduce invariablemente al éxito.

Una concepción semejante del acontecer se transparenta en la ya mencionada versión titulada Los tres lirios, la que contiene un pasaje en que el héroe entrega imprudentemente, al parecer, tres objetos mágicos de gran valor: el pan que nunca se agota, la botella que nunca se vacía y la espada que siempre gira en el aire, a los posaderos de tres albergues camineros en que hace escala, advirtiéndoles que su dueño pasará a reclamarlos a su debido tiempo, en circunstancias que él que vendrá será su propio hijo que aún no ha nacido, que recuperará los objetos a pesar de la resistencia de sus poseedores, y uno de los que, la espada que siempre gira, será de capital importancia para el feliz desenlace de la historia.

De una calidad inferior esta narración, en la que la verdadera historia parece mezclada con elementos pertenecientes a otras narraciones (hecho frecuente en las versiones recogidas), muestra de un modo más evidente que en El pájaro Malverde esta necesidad del acontecer trascendente —en que los hechos, cuya sucesión conduce al feliz desenlace— son esperados con absoluta certidumbre, lo que metafóricamente se indica en Los tres lirios, como un conocimiento anticipado del modo puntual como las cosas han de ocurrir.

En cuanto a la ortodoxia bíblica de aquella forma de providencia que se ha denominado acontecer trascendente, cabe hacer notar que se trata de una concepción común a todo el pensamiento antiguo, detectable como un supuesto básico de todos los relatos mitológicos. Su diferencia con lo que denominamos propiamente Providencia, reside en que el acontecer trascendente en la Biblia no es solo el fluir de una vida verdadera en oposición a una vida profana y arbitraria, manipulada por el hombre, sino en una intervención directa, inesperada, de naturaleza inexplicable por la sabiduría humana, de la divinidad, en los asuntos del hombre, como un proceso independiente de toda ley conocida y regida por una escala de valores ajena a todo código cultural.

LA EXALTACIÓN SIMBÓLICA

En la parte final de El pájaro Malverde, la despedida definitiva del negrito, que se transforma en un apuesto joven que desaparece envuelto en un nimbo de gloria, simboliza, por una parte, el carácter espiritual del acontecer trascendente determinado por la intervención del cielo. La especial mención de Dios que hace el joven en que se transforma el negrito, quien según él, fue autorizado expresamente para cumplir la misión de ser el guía del elegido en una aventura tan significativa, y la plegaria de alabanza y acción de gracias que eleva el príncipe Oscar, acusan un intento de definir en términos de providencia teológica la trascendencia de ese acontecer.

EL RETORNO DE LA LUZ

En la operación por la que el rey debe recuperar la vista, se advierte que, realizada por los falsarios reviste un carácter particularmente revelador. Arrancar violentamente una pluma al pájaro Malverde significa hacer violencia al espíritu para que entregue sus dones, lo que en términos religiosos tiene su equivalente en el culto practicado sin una auténtica conversión y con la única mira de obtener beneficios, causa principal de la ceguera del rey, vale decir, del estado de insensatez y violencia de los regímenes impíos. En cambio, la manera verdadera de realizar la operación, consiste, según la explicación del negrito, en abrir la jaula para que el pájaro salga por sí mismo a bañarse en una palangana de oro, hasta entregar el plumoncito que operará el prodigio. Esta curación simboliza lo esencial de toda la historia relatada, pues el pájaro que sana el MAL-DE-VER enjaulado significa, como se dijo, el espíritu ahogado por las convenciones y el ansia de riqueza. Sin duda el baño es un símbolo de purificación y de algún modo oculta también un simbolismo alquímico que podría rastrearse en la estructura profunda del texto y que hemos omitido para no multiplicar las referencias de nuestra interpretación.

Como símbolo de purificación interior aparece como la condición previa para que el espíritu pueda manifestarse, y su primera revelación será la entrega del plumoncito suave, que aquí tiene el carácter de un retoño o renuevo. Se trata, en todo caso, de algo radicalmente diferente al acto violento de arrancar una pluma al pájaro, pues el ave misma (el espíritu) sin mediar esfuerzo alguno, debe entregar el objeto de virtud (el medio) capaz de operar el prodigio (la recuperación de la sabiduría).

EL JUICIO FINAL Y EL REINO

Otro hecho digno de destacarse en este final apoteósico, es la facultad de hablar del pájaro, que simboliza la plena manifestación del espíritu y que adquiere aquí el carácter de un verdadero juicio final por el que los réprobos reciben castigo y los justos recompensa. Así, la condenación que el pájaro Malverde pronuncia sobre los hermanos del príncipe Oscar en presencia del rey, la reina y la corte, corresponde a la imagen suprema del restablecimiento del orden por la vinculación de la existencia con la trascendencia del espíritu.

No se trata ya, por tanto, de particulares y excepcionales revelaciones hechas a algún hombre de cualidades extraordinarias que vive retirado del mundanal ruido. Se trata de un cambio que concierne a la totalidad del reino, lo que simbólicamente ocurre a toda la humanidad y con carácter definitivo. Por eso la segunda descripción del orden, con que termina el cuento y que contrasta con la primera, no en los términos mismos de la descripción, sino en su intención y real significado, reconoce como arquetipo el reino mesiánico anunciado en la Biblia, y más universalmente dicho, toda la escatología no bíblica referente a un restablecimiento definitivo de la verdad, y la justicia al fin de los tiempos, contenida en diversas tradiciones espirituales.