¿Qué es el cambio climático?
Lima tuvo en 2017 un verano inusualmente cálido. Por tres meses —entre enero y marzo— la vieja urbe de 10 millones de habitantes, fundada en medio del Trópico de Capricornio, lució como sus pares costeras ubicadas en la misma latitud (por ejemplo, Salvador de Bahía, en el Brasil). Un intenso calor, agobiante para los limeños, nos acompañó por semanas. Las aguas que bañan la costa central del Perú, habitualmente muy frías, y la cordillera de los Andes son las principales causantes de la neblina y el cielo gris que reinan casi siempre sobre la capital virreinal. Pero no fue así ese verano. El mar estuvo inusualmente caliente; el tiempo fue tropical. Algo atípico, pero no extraño. Ocurre en contadas ocasiones, pero eventualmente siempre regresa. Los peruanos hace mucho lo conocen como El Niño, nombre que deriva del hecho de que a menudo aparece a fines de diciembre, en Navidad, como el niño Jesús.
La humedad limeña, el brillo solar y la alta temperatura — una sofocante combinación— hicieron doblemente buena la ducha fría de la mañana, pero un día de ese verano los grifos amanecieron secos. Gran parte del agua potable de Lima viene del río Rímac. Una planta de tratamiento inaugurada en 1956 (La Atarjea) vuelve sus aguas aptas para el consumo humano. Tras ello, la empresa de agua potable la distribuye por toda la ciudad. Sin embargo, deslizamientos de lodo y piedras —que los peruanos llamamos huaicos («quebrada» en quechua)— habían caído sin interrupción por semanas por las distintas quebradas que conforman la cuenca del río Rímac y sus principales afluentes. Esto obligó a cerrar las compuertas de captación de las aguas del río. Las reservas de agua previamente almacenadas duran apenas unas pocas horas. Ante ello, no queda otra opción que la de paralizar el servicio. Y así ocurrió. Pasaron muchos días antes de que el abastecimiento de agua volviera a la normalidad; una que tampoco lo es tanto, pues el agua es escasa. Lima es la segunda ciudad más poblada en el mundo construida en medio de un desierto. La primera es El Cairo, en Egipto. Por ello, no todos los limeños reciben el agua todo el día, y hay lugares adonde solo llega transportada por camiones cisterna.
Los huaicos tampoco son inusuales. Ocurren todos los años. Lima y otras ciudades ubicadas en las laderas de los Andes deben lidiar con los deslizamientos originados por las lluvias veraniegas. La situación es aún peor porque las ciudades peruanas han crecido sin planificación ni orden, ocupando áreas vulnerables a los huaicos, incluso en medio de las quebradas. No parece muy inteligente, pero año tras año la prensa informa sobre las casas inundada, los vehículos cubiertos de barro o la persona trágicamente muerta aplastada por las enormes rocas que la fuerza del agua y el lodo —además de la gravedad— arrastran cuesta abajo.
El Fenómeno El Niño trae consigo huaicos más frecuentes e intensos, lo que ocurre porque el calentamiento de las aguas del mar favorece su evaporación. Esto ocasiona lluvias de verano más intensas y prolongadas, que transforman las quebradas de los contrafuertes andinos en ríos de lodo que descienden con violencia. A esto debemos sumar el aumento del cauce de los ríos, lo que a su vez genera desbordes, que inundan extensas áreas alrededor.
A pesar de todos estos avatares, muchos peruanos —y lo mismo ocurre con los habitantes de otros países— conocemos muy poco del clima, del tiempo y de los eventos climáticos extremos. Así también, a pesar de su presencia mediática, tampoco sabemos mucho del cambio climático.
La capa de ozono
Es habitual confundir el calentamiento global con otro gran problema global: el agotamiento de la capa de ozono. El ozono que se encuentra en la atmósfera a gran altitud —estratósfera, entre 15 y 40 kilómetros de altura— forma una capa que es capaz de filtrar parte de la radiación que nos llega del Sol, entre el 97% y 99% de la radiación ultravioleta de alta frecuencia que llega a la Tierra. Sin ella, la vida en la superficie sería mucho más difícil. Los casos de cáncer a la piel, por ejemplo, serían más comunes, sin contar con sus efectos sobre toda la vida en el planeta. Al final del siglo XX los países se dieron cuenta de que algunos gases producidos por el hombre estaban llegando hasta la estratósfera, adelgazando la capa de ozono, en particular en los polos. Los países han hecho esfuerzos conjuntos para reemplazar esos gases dañinos (clorofluorocarbonos). La capa de ozono parece estar recuperándose, pero este es un problema diferente. De lo queremos hablar aquí es del cambio climático.
El clima
Empecemos por lo más básico. ¿Qué es el clima? Quizá vale la pena recordar de dónde proviene la palabra. Los antiguos griegos sabían que la Tierra no era plana. La luz del Sol llegaba verticalmente cerca de la línea ecuatorial (en los trópicos), y conforme uno se alejaba de ella y se acercaba a las zonas frías, la luz iba cayendo cada vez con mayor inclinación. De esta manera los griegos pudieron diferenciar las regiones geográficas, a las que llamaron kline (inclinación). De esta expresión deriva la palabra “clima”.
Cada región del globo terráqueo tiene su propio clima. Algunas son frías, otras muy cálidas; algunas son secas, otras húmedas; en algunos lugares llueve intensamente, otras parecen vivir en una eterna sequía. Las tormentas y los huracanes son propios de algunas zonas del planeta, y están ausentes en otras. En algunos sitios el clima se caracteriza por estaciones muy marcadas. El verano, el otoño, el invierno y la primavera son fácilmente diferenciadas por la temperatura, lluvias, humedad, nevadas, tormentas, etc. En cambio, en otros lugares, como Bogotá o Lima, las estaciones son menos marcadas, y la temperatura no varía mucho, o llueve muy parecido a lo largo de todo el año.
En términos científicos, el clima es el promedio de los valores estadísticos en una determinada región a lo largo de un periodo mínimo de 30 años. En este lapso de tiempo habrá algunas condiciones inmutables —como la ubicación de una ciudad en la cordillera de los Andes—, mientras que otros factores pueden variar mucho —como la temperatura del mar que baña las costas.
El tiempo
Ahora hablemos de otro concepto: el tiempo. Mientras el clima es muy estable en cada región, el tiempo puede cambiar cada día. Todas las mañanas nos despertamos con preguntas tales como ¿habrá sol o el cielo estará gris? ¿Lloverá? ¿Hará mucho frío? Es muy conocida la broma por la cual lo mejor es esperar lo contrario al pronóstico que dan en la televisión o la radio.
Cuando nos preguntan cuál es el clima de tu ciudad uno puede ser muy preciso: en el verano no muy cálido, con poca lluvia, soleado, con mucha humedad; en invierno, en cambio, algo frío, muy húmedo, con lloviznas casi todos los días, cielo gris, mucha neblina y a veces algo de viento. Incluso uno puede decir que cada cierto tiempo estas condiciones cambian cuando llega el Fenómeno El Niño; pero si le preguntan cuál será el tiempo mañana, nuestro pronóstico se vuelve muy difícil. Las opciones son limitadas, pero acertar con el tiempo es complicado. Suena paradójico que conozcamos tan bien el clima de nuestra ciudad y que nos cueste tanto acertar el tiempo que nos tocará mañana. No obstante, igual siempre estamos atentos a su pronóstico. Nos interesa saberlo para decidir —por ejemplo— cómo vestir. Siempre buscamos reducir la incertidumbre.
El cambio climático
Ahora entremos a otro concepto: el cambio climático. El clima nos parece muy estable, pero esta es una mirada de corto plazo. Si pudiéramos mirar desde muy alto la historia del planeta, como lo hacemos cuando vemos la Tierra desde un satélite o subidos en un avión, comprobaremos cómo el clima del planeta y de cada región ha ido cambiando a lo largo de los milenios. El cambio climático es un patrón constante del planeta Tierra.
Así por ejemplo, hace apenas 15.000 años la Tierra vivía una Edad de Hielo, periodo al cual los seres humanos lograron sobrevivir gracias al fuego. Aprendieron también a cubrirse con las pieles de los animales, a cazar grandes mamíferos y a convertir las cuevas en refugio; pero ese clima también cambió, y con ello se abrieron nuevas opciones. El clima en las latitudes más altas se hizo más cálido, y, en un lapso relativamente corto, los fértiles valles que se formaron por los deshielos glaciales vieron surgir la agricultura y con ello la civilización.

Fuente: IPCC 2013.
Como puede verse en el gráfico anterior, la temperatura promedio de la superficie del planeta en los últimos dos siglos ha pasado por periodos de enfriamiento y calentamiento, algo estrechamente vinculado con la presencia del dióxido de carbono, un gas del cual volveremos a hablar en un momento.
El calentamiento global
Ahora veamos un cuarto concepto: el calentamiento global. La temperatura promedio del planeta está subiendo en la actualidad. El gráfico siguiente, basado en información de la NASA, muestra la evolución de la media anual y quinquenal de la temperatura superficial —de los primeros metros del océano y del aire sobre tierra firme a 1,5 metros por encima del nivel del suelo— desde 1884. La tendencia es muy clara. A eso le llamamos el calentamiento global; el aumento sostenido de la temperatura superficial de la Tierra.

Fuente: NASA.
Cada año de los que han pasado entre 2001 y 2016 se cuenta entre los 17 más calurosos de los que tenemos registro desde 1880. El año 2014 fue el más caliente jamás registrado, pero 2015 superó ese récord… y el 2016 también. Conforme a la Organización Meteorológica Mundial, la temperatura media del planeta fue superior en cerca de 1 ºC con relación al promedio de la era preindustrial.
Es muy importante recordar que hablamos de la temperatura promedio, porque pueden haber regiones más cálidas y otras más frías, y algunos lugares pueden experimentar en determinadas épocas de año temperaturas muy frías, más de lo usual. Cualquiera podría pensar al ver la temporada de tormentas y nevadas en el hemisferio norte que eso del calentamiento global es solo una broma, un invento o una exageración; pero hay que fijarse en la temperatura promedio del planeta.
En cambio, si miramos la temperatura superficial en las distintas regiones del globo terráqueo —como en el gráfico que viene a continuación—, comprobaremos que hay algunas zonas frías —en tonos claros—. No obstante, las áreas más calientes —en tonos oscuros— son dominantes.

Fuente: IPCC 2013.
El origen del actual calentamiento global
¿Por qué está subiendo la temperatura esta vez? ¿Es un fenómeno independiente de la actividad humana o está relacionada con ella? Este es el quinto concepto que vamos a discutir: las causas del actual calentamiento global, una cuestión que ha estado en el centro de las polémicas sobre el cambio climático. Evidentemente, entender las causas de lo que le pasa a la temperatura del planeta tiene un impacto directo sobre las cosas que pueden hacerse para enfrentarlo. Si la causa es humana, quizá podamos intentar algo para revertir la situación.
La presencia de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera está vinculada con el aumento o disminución de la temperatura.
¿Por qué? Hay ciertos gases —como el CO2 — que tienen una propiedad que es vital para explicar el clima de los planetas: son capaces de absorber el calor que viene de la superficie de la Tierra y luego emitirlo de vuelta a la superficie. Es un mecanismo similar al que se usa para construir los invernaderos. De la misma manera que el techo traslúcido de los invernaderos deja pasar la radiación solar —calentando el ambiente— pero no permite que ese calor escape, ciertos gases producen el mismo resultado en la atmósfera. A esto se le denomina el efecto invernadero.
El dióxido de carbono no es el único gas con dichas propiedades. Hay otros que contribuyen —en distinto grado— al efecto invernadero: el vapor de agua, el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso, el ozono que se encuentra más cerca de la superficie —troposférico— y los clorofluorocarbonos —los mismos que son responsables del otro problema global, el adelgazamiento de la capa de ozono estratosférico.
Algunos de estos gases como el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso son químicamente estables, y una vez que llegan a la atmósfera pueden persistir ahí por décadas, incluso hasta siglos. Por esta razón, una vez emitidos, pueden influir en el clima por un largo plazo. Regresaremos a este último punto más adelante.
La radiación solar calienta la superficie de la Tierra, pero luego ese calor retorna al espacio, salvo que las características de la atmósfera y la presencia de océanos puedan retener parte de ese calor. La Luna, nuestro satélite, casi carece de atmósfera, y no posee océanos. La temperatura superficial de sus largos días y noches —que duran casi un mes terrestre— varía enormemente. En el día la media es de 107 °C; en la noche, la media desciende hasta -153 °C. Venus, en cambio, posee una atmósfera conformada en 96,5% por dióxido de carbono. En consecuencia la temperatura media de su superficie es de 462 °C. La temperatura en Mercurio, mucho más cerca del Sol, es de solo 166 °C.
Sin embargo, la situación es diferente en la Tierra; apenas el 0,0402% de la atmósfera está formada por dióxido de carbono, y la diferencia entre el día y la noche no es mucha. Gracias a ello, la temperatura promedio del planeta es de poco más de 14 °C.

Fuente: Cambio Climático Global.
Pero si se eleva la presencia del dióxido de carbono en la atmósfera, la temperatura puede subir tanto que empiece a afectar la vida en el planeta. Hoy en día, el dióxido de carbono en la atmósfera es 35% más alto de lo que teníamos al inicio de la Revolución industrial, y es el mayor nivel en 420.000 años. En abril de 2017, la NASA indicaba que la concentración del CO2 era de 406,7 partes por millón. Muchos piensan que ella no debería ser superior a 350 ppm, de lo contrario el clima global sufrirá trastornos mayores.
¿Cuál es la principal fuente del aumento del CO2 en la atmósfera? De acuerdo con el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) —la principal entidad científica internacional que trata del tema desde 1988—, las causas principales del aumento del dióxido de carbono en la atmósfera son las emisiones derivadas del uso de combustibles fósiles y del impacto del cambio en los usos de la tierra, que libera el carbono acumulado en las plantas y en el suelo. El IPCC sostiene que a partir de 1750 cerca de dos tercios de las emisiones humanas de dióxido de carbono tienen como origen la quema de combustible fósil; el otro tercio proviene del cambio en el uso de la tierra. El 45% del dióxido de carbono permanece en la atmósfera y el 30% está en los océanos; el resto se encuentra en la biosfera terrestre. ¿Cuánto tiempo estará el dióxido de carbono en la atmósfera? El 30% se eliminará dentro de un lapso de 30 años, otro 30% desaparecerá tras algunos siglos, pero 20% seguirá en la atmósfera por miles de años. Por lo tanto, aun si detuviéramos las emisiones de dióxido de carbono, hay un efecto inercial que nos acompañará por mucho tiempo más.

Fuente: IPCC 2014.
Los efectos actuales y futuros del cambio climático
Hace tiempo que los efectos del cambio climático ya no son un tema del futuro; son la agenda del presente. De acuerdo con el IPCC, la evidencia de dichos efectos se está registrando en todos los continentes y océanos, impactando tanto en las sociedades humanas como, con mayor contundencia, sobre los ecosistemas del planeta.
¿Qué está pasando? Las lluvias están cambiando. Las cumbres nevadas están perdiendo la nieve y el hielo. Está disminuyendo la superficie de nuestros glaciares, lo que afecta a recursos hídricos aguas abajo. En las zonas cercanas al ártico el calentamiento global está causando el calentamiento del permafrost y el deshielo. Así, de acuerdo con el Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo de los Estados Unidos, el hielo en el Ártico alcanzó en 2017 una extensión máxima anual que es la más baja registrada en 38 años de mediciones, cubriendo solo 14,42 millones de kilómetros cuadrados, 1,22 millones menos que el promedio de extensión máxima entre 1981 y 2010. Este es un drama, por ejemplo, para los osos polares. En algunas regiones de Rusia, la temperatura fue 6 ºC o 7 ºC mayor que la normal en 2016. Por su lado, al sur, en la Antártida, el hielo formado durante la primavera —en noviembre—, que entre 1981 y el 2010 era de más de 16 millones de kilómetros cuadrados, en 2016 solo llegó a 14,5 millones. Por su parte, los Alpes y los Andes están registrando pérdidas de su cobertura glacial por cuatro décadas consecutivas.
Tuvalu es una pequeña isla de 26 kilómetros cuadrados —de menor tamaño que el distrito de Surco en Lima— en medio del océano Pacífico, al este de Nueva Zelanda y Australia. Es un Estado independiente cuya población no llega a los 12.000 habitantes. El punto más alto de la isla se encuentra a apenas 5 metros sobre el nivel del mar, lo que la convierte en uno de los lugares más afectados por el calentamiento global. ¿Por qué? Por el aumento del nivel de los océanos, el cual ha crecido cerca de 25% más rápido entre 2004 y 2015 que lo visto entre 1993 y 2004. Conforme la superficie de los casquetes polares y los glaciares —en particular en las grandes masas continentales de Groenlandia y la Antártida— se vayan perdiendo, este proceso puede ser aún más intenso, en particular en algunos puntos de los océanos Índico y Pacífico, donde está Tuvalu. Casos como el de esta isla podrían llevarnos a una situación de migración forzada de eventuales refugiados climáticos.
Por otro parte, cuando cambios climáticos de esta magnitud se han dado en el pasado en el planeta se han producido extinciones de numerosas especies de plantas y animales. Además, muchos ecosistemas y especies no tienen tiempo de adaptarse, y eventualmente desaparecen, incluso cuando el cambio es mucho menos acelerado que ahora. Ya hay evidencia de cómo muchas especies, en los mares y los continentes, están modificando sus áreas de distribución geográfica, sus actividades estacionales, sus pautas de migración y también la manera como interactúan con otras especies —que también están cambiando sus patrones de comportamiento—. Los científicos estiman que de las 8.688 especies que se encuentran amenazadas o casi amenazadas, 1.688 (19%) están siendo afectadas por el actual calentamiento global. Un símbolo de esta vulnerabilidad es la Gran Barrera de Coral, ubicada al noreste de Australia, el mayor arrecife del mundo, al punto que sus 2.600 kilómetros de largo la hacen visible desde el espacio. Sin embargo, esta maravilla de la naturaleza ha registrado en los últimos años sus peores episodios de blanqueo, mientras los científicos australianos afirman que el coral que es afectado por dos años consecutivos no podrá recuperarse más. Es la sentencia de muerte para este maravilloso ecosistema. Esto es solo una muestra de lo que está ocurriendo tanto en los océanos como en los continentes. No son escenarios futuros. Son el presente.
Unos de los grupos humanos que más sienten los cambios son aquellos que dependen directamente de dichos ecosistemas y de los ciclos del agua —es decir de los ríos y las lluvias—. Son las personas que viven de la agricultura y las poblaciones que aún dependen de la caza y la recolección, como muchos pueblos indígenas y tribales, o los habitantes de las zonas rurales. Cuando la temperatura aumenta en un valle agrícola, las especies de plantas que habitualmente se sembraban pierden sus rendimientos; o nuevas plagas — que ocupan espacios más cálidos— aparecen. Frente a ello, muchas veces los agricultores tienen pocas oportunidades. Si cuentan con recursos, pueden cambiar de cultivo y tomar medidas preventivas ante las nuevas plagas, pero es la excepción. El efecto puede ser aún más duro para quienes viven en los bosques tropicales, como es el caso de los pueblos indígenas de la Amazonía.
De otro lado, los cambios en las lluvias y las sequías pueden llegar a aniquilar cosechas enteras y llevar a la pobreza a millones de personas. El IPCC ha registrado que el cambio climático ya ha afectado negativamente tanto el rendimiento global del trigo y del maíz como el de algunas regiones en particular. Aunque globalmente no ha pasado lo mismo con el arroz y la soya, ya se han registrado descensos en las cosechas de las principales regiones de producción, todo lo cual tiene un impacto en la disposición de alimentos, tanto en el campo como en las ciudades. Un aumento de la temperatura puede conllevar problemas de escasez de alimentos que obliguen a importarlos a un costo que podría dejar fuera a los menos favorecidos. Los cambios climáticos pueden favorecer también la aparición de nuevas plagas, con efectos en la salud o la agricultura.
El cambio del clima también afecta los lugares en donde se encuentran muchas especies de animales transmisoras de enfermedades. De pronto, enfermedades asociadas a climas más cálidos —malaria, dengue, hongos— aparecen en áreas que eran consideradas más templadas o frías. De otro lado, las dolencias asociadas a las altas temperaturas son más frecuentes. Desde luego, el impacto de estas nuevas amenazas depende de la capacidad de las autoridades gubernamentales para proteger a sus ciudadanos. Los más pobres y excluidos, nuevamente, sufren más.
Y también estamos viendo más a menudo los denominados eventos climáticos extremos. ¿Qué son? El IPCC los define «como la ocurrencia de determinado evento con un valor en una variable del clima o del tiempo por encima o por debajo de un valor umbral cercano a la parte superior o inferior de la misma». En otras palabras, es un evento que está muy cerca de los extremos en los registros históricos. El geólogo colombiano Ricardo Lozano —sobre la base de lo señalado por el IPCC— los clasifica en tres categorías: los extremos de las variables climáticas y de tiempo atmosférico (temperatura, precipitaciones, viento); fenómenos de tiempo y clima que influyen en la aparición de los extremos en las variables de tiempo o climáticas, o son extremos propios (monzones, El Niño, etc.); y los impactos en el ambiente físico natural (sequías, inundaciones, aumento en el nivel del mar, derretimiento del casquete polar, incendios forestales, los deslizamientos y las tormentas de polvo y arena, entre otros). Así, el volumen de sequías, incendios forestales, inundaciones y huracanes se ha doblado entre 1990 y 2016. Los científicos creen, por ejemplo, que los tifones en China, Taiwán, Japón y las dos Coreas van a ser cada vez más intensos. De hecho, en las últimas cuatro décadas los tifones que han golpeado el este y el sureste asiático han ganado entre 12% y 15% de intensidad.
No es que estos fenómenos extremos no hayan existido antes del actual calentamiento global; lo que ocurre es que se están volviendo más frecuentes, irregulares e intensos. Por ejemplo, como contamos al inicio de este capítulo, los huaicos (deslizamientos) son un fenómeno recurrente. También el Niño —sea por efecto de las corrientes marinas que vienen del oeste como por los vientos cálidos que llegan a nuestras costas y calientan el mar— es recurrente y siempre nos ha acompañado. Y ya sabemos qué consecuencias trae: altera el funcionamiento de los ecosistemas, afecta la producción de alimentos y el suministro de agua, daña la infraestructura pública y privada, así como las viviendas y trae consigo enfermedades o muertos y heridos por las inundaciones, deslizamientos, calor extremo, frío extremo o vientos fuertes. Y este impacto es mayor si los países no están preparados para reducir sus efectos o para reconstruir con rapidez lo destruido. El Banco Mundial calcula que las pérdidas vinculadas con los desastres naturales ascienden a US$ 520.000 millones anualmente y llevan a la pobreza a 26 millones de personas cada año. Nuevamente, los más pobres, los más vulnerables, suelen ser quienes sufren más, lo cual es aún peor en lugares azotados por la violencia delincuencial o por la política, como recuerda el IPCC.
Los efectos del cambio climático en el Perú
Estos efectos globales también afectan al Perú. Somos un país muy diverso. De acuerdo con el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología peruano, el Perú tiene 28 de los 35 climas identificados en el planeta. Una diversidad que también nos hace muy vulnerables al cambio climático. Siete de las nueve características que se suelen asociar a dicha vulnerabilidad están presentes en nuestro país. Tenemos zonas costeras bajas —incluso algunas por debajo del nivel del mar—. Poseemos además extensas áreas áridas y semiáridas, así como zonas vulnerables a las inundaciones, como lo recientemente ocurrido en la costa norte peruana ha recordado. También estamos expuestos a sequías y a procesos de desertificación. En muchos lugares está ocurriendo que las autoridades, tras declarar el estado de emergencia por la falta de lluvias, se ven de pronto enfrentando deslizamientos y crecidas de los ríos tras precipitaciones intensas. Las áreas identificadas como propensas a desastres relacionados con eventos climáticos extremos son así muy amplias y están repartidas en todo el territorio peruano.
Los Andes, una condición geográfica clave para la vida en el Perú, son el hogar de muchos ecosistemas frágiles, y los cambios en las condiciones climáticas los hacen muy vulnerables. A esto debemos agregar que la ocupación desordenada del territorio y el desarrollo de múltiples actividades humanas sin el cuidado ambiental necesario están contribuyendo a la degradación de los ecosistemas y al aumento de la contaminación ambiental, tanto en el ámbito urbano como en las zonas urbanas.
Las cifras del Ministerio de Agricultura del Perú nos muestran que un gran porcentaje de la población peruana se dedica a la agricultura, la pesca y otras labores que son afectadas directamente por el calentamiento global y los cambios climáticos, como hemos ya visto. Catorce millones de peruanos y peruanas son vulnerables a la inseguridad alimentaria según el Ministerio del Ambiente. Por otro lado, cifras de las autoridades peruanas muestran que iniciando el siglo XXI las emergencias por peligros naturales se incrementaron más de seis veces, el 72% de las cuales fueron de origen climático. Debido a la migración y a las pautas de desarrollo económico nacional, el 90% de la población peruana vive en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas. De hecho, muchos peruanos viven en medio del desierto, y son altamente vulnerables a cualquier cambio en el ciclo hídrico, en particular a las sequías. De acuerdo con el Ministerio del Ambiente del Perú, 5,5 millones de peruanos son vulnerables a las lluvias intensas, 2,6 millones están expuestos a las sequías y 5,6 millones lo están a heladas y friajes.
Cuando era niño, viajaba de Lima a Huancayo pasando por el paso de Ticlio, un punto ubicado a 4.818 metros sobre el nivel del mar, entre los departamentos de Lima y Junín, un lugar más alto que la montaña más empinada de los Alpes. Como solía viajar de día, desde la ventana del viejo bus que nos llevaba veía el blanco absoluto que dominaba el camino, y sentíamos mucho frío. Pero las cosas han cambiado dramáticamente hoy en día. De acuerdo con el último Inventario Nacional de Glaciares y Lagunas, elaborado por el Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (Inaigem), entre 1962 y 2016 la cobertura glacial de los Andes peruanos se redujo de 1.035 km2 en 1962 a solo 445 km2 en 2016. Una reducción del 57%. Conforme al Inventario Nacional de Glaciares y Lagunas elaborado por la Autoridad Nacional del Agua del Perú, en los últimos 40 años, los Andes peruanos han perdido el 43% de su superficie glaciar. Recordemos que nuestros glaciares constituyen el 71% de los glaciares tropicales del mundo. Ahora el paisaje de Ticlio puede ser gris.
Gran parte de la electricidad que consumimos proviene de centrales hidroeléctricas, que dependen del almacenamiento de las aguas de las lluvias, y otra parte proviene del gas, que es transportado desde la Amazonía peruana por gasoductos que también son vulnerables a deslizamientos.
Pero quizá nada nos acerca más a los problemas que el cambio climático podría significar para el país que lo que ocurre cuando llega el Fenómeno El Niño. De acuerdo con un estudio del año 2009 de Paola Vargas, del Banco Central de Reserva del Perú, la suma de los daños directos e indirectos de El Niño ocurrido entre 1982 y 1983 ascienden a US$ 3.283 millones, monto equivalente al 11,6% del PBI anual de 1983. Por su parte, El Niño acontecido entre 1997 y 1998 causó daños estimados en US$ 3.500 millones, el 6,2% del PBI anual de 1998. Pablo de la Flor, director ejecutivo de la Autoridad para la Reconstrucción con Cambios, una entidad creada por el Gobierno peruano tras el Fenómeno de El Niño de 2017, señaló que tras el fenómeno climático tenemos 874 distritos declarados en emergencia, en casi 110 provincias y 14 regiones, con más de 184.000 damnificados y casi un millón de afectados. Además, 41.000 viviendas quedaron entre afectadas e inhabitadas, 2.000 colegios fueron impactados y el Perú perdió casi 3.000 kilómetros de red vial nacional y 323 puentes. Los cálculos preliminares de la reconstrucción varían entre US$ 3.000 y US$ 7.000 millones, mientras el Gobierno peruano ha destinado unos US$ 6.000 millones de dólares para la reconstrucción de la infraestructura de uso público perdida. El Minam calcula que las pérdidas económicas por efecto del cambio climático llegarán a ser en 2025 del orden de 9.906 millones de dólares anuales. No hay duda alguna de que el cambio climático constituye ya un problema crucial de la agenda pública peruana; la cuestión es cómo debemos enfrentarlo.
Los escépticos del cambio climático
No quisiera terminar este capítulo introductorio sin referirme a los pocos que aún niegan la existencia del cambio climático: los escépticos. Dada la contundencia de las cifras del calentamiento global, estos escépticos suelen reconocer el cambio climático, pero discuten sobre la causa del problema. Para ellos, no habría suficiente evidencia de su origen humano. Es cierto, como hemos visto, que el calentamiento y enfriamiento son ciclos que continuamente han ocurrido a lo largo de la historia de nuestro planeta, y debemos estar siempre abiertos a nuevos datos e hipótesis que aporten la investigación científica para no caer en el dogmatismo. No obstante, hasta el momento la evidencia es contundente sobre la relación entre las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero generados por la especie humana, y el aumento de la temperatura promedio del planeta, además de que la gran mayoría de científicos están de acuerdo con estas conclusiones: 98 de cada 100. El IPCC sostiene que —con el grado de conocimiento que tenemos actualmente del tema— el origen del cambio climático está en las actividades humanas con una certidumbre científica del 97%.
Sin embargo, aún hay escépticos sobre esta explicación respecto al origen del cambio climático que actualmente vivimos. Desde luego que el escepticismo es una actitud científica sana, pues permite el avance científico y el cambio de paradigmas, pero debemos exigirle siempre una base sólida, aunque este no es el caso. No obstante, muchos medios dan cobertura a estos escépticos, los cuales son financiados muchas veces por los lobbies de las empresas que se verían afectados por las medidas a adoptar para frenar el cambio climático.
El físico norteamericano William Harper es uno de dichos escépticos. Harper fue funcionario del Gobierno de los Estados Unidos a inicios de la década de 1990, en la administración de George Bush padre, y es actualmente consejero del presidente Donald Trump. El 22 de abril de 1997 —el Día de la Tierra—, Harper acudió a una entrevista en CNN. Ahí reiteró su posición escéptica sobre el cambio climático y su origen humano. Cuando le preguntaron sobre el Acuerdo de París —el principal acuerdo actual sobre el cambio climático—, lo comparó con la política de apaciguamiento que se tuvo frente a Adolfo Hitler antes de la Segunda Guerra Mundial. El Acuerdo de París sería así la actual versión de los Acuerdos de Munich entre el Reino Unido, Francia, Italia y Alemania, que en la práctica significó la anexión de los Sudetes —en ese tiempo parte de Checoslovaquia— al régimen nazi.
Bill Nye —un conocido ingeniero, científico y divulgador en Estados Unidos— también participaba de la entrevista. Recordó cómo la ciencia ha sido una parte sustancial del modelo republicano de su país desde su propia fundación. Recordó que fue un presidente conservador (Richard Nixon) quien creó la Environmental Protection Agency (la agenda federal de protección ambiental conocida como la EPA) en 1970. Nye dejó en claro cómo la postura de Harper constituye una muestra de la degradación de la relación entre ciencia y política en los Estados Unidos, y también resaltó cómo es crucial la forma en que los medios de comunicación dan cabida a estas posiciones contrarias a la ciencia, a la historia y a los valores democráticos. Ante esto los medios no pueden ser neutrales. Deben ser críticos y brindar oportunidad a los científicos para de esta manera no desinformar a la ciudadanía.
Si el calentamiento global es una realidad, y la gran mayoría de científicos tienen evidencia muy sólida sobre su origen humano, ¿qué podemos hacer? De eso trata el siguiente capítulo.