CAPÍTULO 3 

LA FAMILIA COMUNISTA


En julio de 1933, en una Conferencia Nacional el PC había acotado sus objetivos estratégicos aprobando la tesis de que la revolución chilena en lo inmediato no era socialista sino que debía apuntar a “poner fin a la dominación de los monopolios internacionales y del gran latifundio, nacionalizando las empresas imperialistas, estableciendo relaciones con el mundo socialista, entregando la tierra a los campesinos y, a través de todo esto, creando las bases materiales para el desarrollo de una industria independiente, la democratización de la república y la lucha ulterior por el socialismo”. Posteriormente con la irrupción del fascismo en Europa, acorde con los lineamientos del movimiento comunista internacional, liderado desde la Unión Soviética, el PC chileno hizo suya la estrategia de los Frentes Populares, enfatizando la lucha por las libertades democráticas y el impulso de medidas contra el capital financiero.

Esa era la línea política de los comunistas cuando en 1943 el joven Víctor Díaz se trasladó a Antofagasta para asumir como secretario regional del partido. Dos años después se integraría al Comité Central de esa organización integrante del Frente Popular, que tras el fallecimiento del mandatario radical Juan Antonio Ríos —electo también tras la prematura muerte del presidente Aguirre Cerda— eligió como su nuevo abanderado presidencial a Gabriel González Videla.

En la formación e historia de Víctor Díaz la idea del partido como una gran familia estaba lejos de ser un mito o leyenda. Primero fue Víctor Contreras Tapia, más que un mentor político, al que se irían agregando en la fraternidad obrera y militante otros camaradas. Entre ellos el entonces diputado José Díaz Iturrieta; su muy cercano compañero Óscar Ramos; José González, entrañable amigo hasta el día de su fatídico accidente aéreo cerca de Bratislava el año1967; y el mismo Elías Lafferte, a los que sentía genuinamente como parte de esa familia a la que le debería el aprendizaje, más allá de su escasa escolaridad, el interés por la lectura y el desarrollo cultural que lo irían forjando como dirigente a nivel nacional. 

Sus hijas recuerdan el reconocimiento que transmitía Víctor a los que lo ayudaron en su formación política, le infundieron confianza para decir los primeros discursos, corrigiéndole su manera de hablar e incluso, como lo hizo Víctor Contreras, enseñándole a emplear correctamente el tenedor y el cuchillo para ciertas comidas.

Samuel Riquelme, uno de los sobrevivientes de la vieja guardia obrera del PC, cumplía recién los veinte años cuando, en 1943, llegó desde la zona del carbón a la capital para participar en una escuela de formación de cuadros del Comité Central, donde conoció a Víctor Díaz, proveniente de Antofagasta. En el largo trayecto en el tren “longino” a la capital, coincidieron Díaz y José González. Viajaron silenciosos, sin hablarse, no por alguna medida de precaución o seguridad, sino porque no se conocieron hasta que advirtieron que su punto de llegada en Santiago era el mismo. 

La escuela funcionaba en un caserón de calle Nataniel Cox, donde además se alojaban los militantes que venían de regiones. El lugar era conocido como la casa de “los chinos Infante” y allí los seleccionados recibían información sobre la historia partidaria, de la que hablaba con toda propiedad Elías Lafferte, como genuino discípulo de Luis Emilio Recabarren, y otros maestros hablaban de economía política, tareas de organización y de la situación internacional, entre las disciplinas impartidas para la formación de cuadros proletarios.

De ese tiempo en que inició su amistad con Víctor Díaz, rescata Riquelme la calidad de cuadro proletario neto de El Chino, como ya lo apodaban sus camaradas, formado en la práctica y experiencia en el país, a diferencia de muchos otros, como el propio Samuel Riquelme, que tiempo después asistieron a escuelas de formación en Moscú.

De esa “escuela de cuadros” comunistas a que asistió Díaz en la capital, regresó para asumir como secretario regional de Antofagasta. Su amigo José González fue designado en el mismo cargo en la dirección regional de Tarapacá.

De Antofagasta con amor

La familia de Leodoro Caro tenía un buen pasar en Antofagasta, donde el emprendedor y antiguo arreglador de barcazas en la Región del Maule había llegado a establecerse con su numerosa prole. El señor Caro habitaba en la calle 14 de febrero, siendo propietario de todas las casas de la cuadra, con cuya renta contribuía a la tranquilidad económica familiar. 

Selenisa era la menor de los dieciséis hijos de Leodoro y Elisa Ríos. Rubia, de ojos verdes y tez tan blanca como la del padre, la graciosa joven había realizado sus estudios en la Escuela Técnica Femenina de la nortina ciudad y participaba activamente en la Acción Católica.

Entre los arrendatarios de don Leodoro estaba la vecina María Iribarren, viuda que tenía una pensión a la que llegaban algunos militantes del Partido Comunista, con los que había establecido amistad Catalina, hermana mayor de Selenisa. 

Corría el año 1945 y un mal día la señora Elisa sufrió una afección cardíaca. En el hogar las hermanas Caro se encontraban solas sin tener a quién acudir para que las acompañara a buscar el medicamento necesario para la urgida madre. Catalina acudió entonces donde su vecina en busca de alguna ayuda masculina. Fue el momento para que un amable Víctor Díaz, de buen porte y ojos achinados, apareciera como el salvador de urgencia para acompañar a Selenisa a conseguir el ansiado remedio.

Fue un encuentro breve pero suficiente para que Víctor no pudiera olvidarse de la hermosa hija menor de don Leodoro. Ella tuvo una primera señal de que su reticencia ante los jóvenes comunistas que conocía su hermana podría obedecer a un prejuicio. 

La vida de ambos continuó transitando por las muy diferentes sendas anteriores. Ella viajó a Santiago mientras Víctor continuaba en sus afanes partidarios, entonces muy concentrados en la campaña presidencial de González Videla, cuyo éxito paradojalmente acarrearía, al corto andar, la peor de las sorpresas para la historia que transitaba entonces el Partido Comunista.

En efecto, poco duraría la participación de tres ministros comunistas —Carlos Contreras Labarca en Obras Públicas, Miguel Concha en Agricultura y Víctor Contreras Tapia en Tierras y Colonización— en el flamante Gabinete del recién electo mandatario. Fueron ministros entre el 3 de noviembre de 1946 y el 16 de abril de 1947, cuando cristalizó la conocida “traición” del mandatario apodado Gabito.

En marzo de 1947 hubo elecciones municipales en el país y el avance del Partido Comunista fue muy grande, alcanzando el segundo lugar tras el Partido Radical, lo que alarmó a los sectores más conservadores del Gobierno que sumaron sus presiones a las del Gobierno de Estados Unidos para terminar con la presencia comunista en la conducción del país. El avanzado programa de gobierno que González Videla había firmado en un acto realizado en el Estadio Nacional consideraba una reforma agraria y el rescate de las riquezas básicas para el Estado chileno.

Ante esas presiones González Videla esgrimió el argumento de que las condiciones políticas en el plano internacional —inicios de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética— eran cada vez más delicadas y llegó a pronosticar el riesgo de una tercera guerra mundial. Como consecuencia de aquello era necesario que los comunistas aparecieran lo menos posible, se “submarinearan” y permanecieran en el Gobierno siempre que le fueran absolutamente incondicionales.

En abril de 1947 se produjo la crisis de Gabinete. En una tensa reunión del presidente de la República con dirigentes comunistas, entre los que estuvieron Galo González, Bernardo Araya y el secretario general del PC, Ricardo Fonseca, el mandatario les reiteró que exigía la incondicionalidad total a sus dictados. Fonseca le contestó: 

—El Partido no es incondicional ni siquiera de su secretario general. 

—Entonces se van del Gobierno —replicó González Videla.

—Muy bien, nos vamos —fue la respuesta de los comunistas7.

En esa misma reunión González Videla le advirtió a Bernardo Araya que, sintiéndolo mucho, iba a perseguir al movimiento sindical y, por consiguiente, a él mismo.

En los días y meses siguientes se iniciaría la persecución que adquiriría después rango legal con la aplicación de la “Ley de Defensa Permanente de la Democracia” que proscribió al Partido Comunista.

Durante la campaña presidencial, cuando los comunistas habían apoyado lealmente a González Videla, Pablo Neruda había invitado a corear el estribillo “el pueblo te llama Gabriel”, dedicado al mismo mandatario que luego ordenaría su persecución y al que después el poeta le pasaría la cuenta con su acerado verbo. 

En efecto, Neruda, elegido senador por las provincias de Tarapacá y Antofagasta en marzo de 1945, hizo uso de la tribuna del Senado y su fuero parlamentario para responder a la traición de González Videla. El punto crítico de ruptura se produjo a raíz de la violenta represión desatada por el Gobierno contra la huelga de mineros en Lota, en octubre de 1947, que culminó con el encarcelamiento de los huelguistas y la relegación de muchos de ellos en alejados lugares, entre ellos el campo de concentración de Pisagua.

El 6 de enero de 1948 Neruda pronunció en el Senado su afamado discurso “Yo Acuso”, en que denunció la traición de González Videla al pueblo y los trabajadores que lo habían elegido, incluyendo en su intervención los nombres de los mineros encarcelados en aquel campo de concentración. El impactante discurso, ampliamente difundido por los comunistas a lo largo del país, provocó la rabiosa reacción del Gobierno que, con fuertes presiones, consiguió el procesamiento judicial del poeta, lo que unido al desafuero aprobado por el Senado, lo obligó a transformarse en un clandestino más para eludir la represión policial.

Ajena aún a ese ambiente de incertidumbre que se cernía sobre dirigentes y militantes comunistas, en agosto de 1947 la joven Selenisa, con sus veintiún años cumplidos, había regresado a Antofagasta y otra vez los duendes parecían jugar a favor de las pretensiones de Víctor Díaz, seis años mayor que ella.

En esos días se anunciaba la exhibición de un film soviético en el Teatro Latorre y los jóvenes comunistas habían invitado a Catalina, la hermana mayor de Selenisa. Ella tuvo dificultades para asistir y debió rogarle a la joven de la Acción Católica para que la reemplazara, con el fin de que no hubiera desaire ni se desperdiciara la entrada. Así ocurrió y poco demoró en prender el fuego amoroso. A los pocos días de haber estado sentados uno al lado del otro en el Teatro Latorre, Víctor y Selenisa eran novios y todo comenzó a correr vertiginosamente para la nueva pareja.

Eran tiempos en que Selenisa ya cosía. Confeccionó el vestido para una novia e invitó a Víctor a la boda. A la salida de la fiesta, serio, pero lleno de entusiasmo, el dirigente comunista le propuso matrimonio a la niña de la Acción Católica. Ella no demoró el sí; ahora el desafío era pedir la mano al suegro.

El señor Caro fue más que asertivo: estuvo de acuerdo, pero lo debían hacer de inmediato, “no quiero que pase lo de mi otra hija que hace tiempo está con que se casa y no se casa”. Lo del vértigo de los hechos no era un eufemismo. Víctor también tuvo que cumplir con el “religioso” ritual de obtener la venia de su partido para contraer nupcias. El diputado José Díaz Iturrieta hizo rápido los trámites para que el día siguiente, 29 de septiembre, tuviera lugar la ceremonia en el Registro Civil en la que el parlamentario oficiaría como testigo por parte del novio, junto a Óscar Ramos, esposo de Carmen Vivanco, matrimonio amigo que compartiría las venturas y desventuras que les deparaba el destino a los recién casados.

Carmen Vivanco, que había recibido su carné de militante el año 1941, se había conocido con Oscar Ramos cuando ambos jóvenes formaban parte de las filas comunistas. Ella era muy activa en el apoyo a los movimientos reivindicativos que lideraba en el ámbito sindical Bernardo Araya. Carmen se había formado en el rigor que exigía la vida en las oficinas salitreras en que laboró su padre. Tenía trece años cuando él fue detenido por “actividades políticas”, según los carabineros de la Oficina Rica Aventura, a quienes acudió con su hermano Hugo para inquirir información cuando llevaba desaparecido tres días y la familia angustiada corría el riesgo de ser expulsada de la salitrera. 

A los dieciocho años Carmen trabajaba como empleada de unos comerciantes “chinos”, en la Oficina Cecilia, cuando descubrió una lista “negra” de trabajadores que serían despedidos y corrió a comunicarles la noticia a los afectados. 

Acompañaba también a su hermano, que participó en la constitución de un importante sindicato en la salitrera, cuando este leía, en voz alta, el periódico obrero a los trabajadores de la oficina. 

Ya en Antofagasta se formó la pareja de Óscar Ramos y Carmen Vivanco que, casados el año 1946, asistían al matrimonio de Víctor Díaz y Selenisa Caro.

Al evento llegó por vía aérea el senador y entonces presidente del PC, Elías Lafferte. El periódico El Popular informó de manera destacada sobre el enlace de Víctor y Selenisa el día de la boda y los siguientes. En su edición del 1 de octubre de 1947 el diario entregaba pormenores de la celebración organizada por los camaradas de Víctor: 

“Ofreció la manifestación el Alcalde de la comuna, señor Miguel Rojas, a nombre del Comité Regional. Luego usó de la palabra el senador y presidente del Partido Comunista señor Elías Lafferte, quien manifestó con entera satisfacción que hablaba en nombre de la Dirección Central del Partido. Hizo uso también de la palabra el señor Sergio Caro a nombre de la Juventud Comunista.

En significativas palabras, respondió agradeciendo el señor Víctor Díaz en su nombre y el de su esposa esta manifestación que en su honor se les había brindado. Más o menos unas setenta personas se adhirieron al cocktail y rindieron sus simpatías a los recién casados, con significativos obsequios, entre los que podemos destacar el entregado a nombre de la Célula “El Popular”.

Entre los cientos de telegramas y felicitaciones recibidos por los esposos Díaz-Caro destacamos asimismo los recibidos del interior: Marcos Friedman, presidente del Sindicato de María Elena; señor Paniagua: Comité Local del Partido Comunista de Tocopilla; Alberto y Pedro Rojas, Fernando Gómez, Comité Local de Pedro de Valdivia, presidente del Sindicato de Of. Concepción y Dr Jorquera, etc.”

Quedaba claro, esa otra gran familia de Víctor Díaz López había dicho presente en el feliz acontecimiento y Selenisa tuvo la oportunidad de comenzar a conocerla más de cerca. Era solo el inicio de una larga historia.