Aquel jueves, 11 de septiembre, nace soleado, y al mediodía hasta hace un calor pegajoso de verano. Julen y Manu regresan juntos de la presentación de las clases de primero de Fisioterapia. En su camino hacia la residencia, coinciden con Iria, que también ha terminado su primer día en Criminología.
—¿Cómo te ha ido, gallega? —le pregunta el malagueño mientras intenta abrazarla sin éxito.
—Normal. Mucha información, mucha gente desconocida y profesores que te lo pintan todo de negro. ¿Y vosotros qué tal?
—Genial. Nos lo vamos a pasar estupendamente dando masajes. ¿Verdad, Julen?
El navarro sonríe, aunque no dice nada. Es cierto que hay chicas espectaculares en su clase, y ya los han avisado de que en algunas asignaturas prácticas habrá mucho contacto, pero no quiere crearse una imagen de que le gustan y va a tirarles los tejos a todas.
—Deja al pobre Julen. Él no es como tú.
—Es mucho peor. Aquí va de bueno. Pero en realidad...
—¡Soy bueno! —le interrumpe el señalado, mitad en broma, mitad en serio—. Iria, no te creas nada de lo que dice este.
—No te preocupes. Paso de él desde el primer minuto en que lo conocí.
—Eres cruel, gallega. Eres muy cruel. Pero terminarás queriéndome. Lo sé.
La chica alza el dedo corazón de la mano derecha y los tres continúan andando hacia la residencia. Antes de llegar, el teléfono de Iria suena. Se trata de Antón. Se disculpa con los chicos y se descuelga un poco de ellos para asegurarse cierta intimidad mientras habla con su novio.
—Hola, cariño, ¿cómo estás?
—Bien.
Su respuesta, tan corta y seca, significa que no está tan bien como dice. Lo conoce perfectamente. Ya llevan un año y medio saliendo, tiempo suficiente para saber cómo respira el otro cuando algo no funciona.
—A ver, ¿qué te pasa?
—Nada.
—Vamos, amor. ¿Qué te ocurre? No me hagas insistir.
—¿Por qué no me has llamado esta mañana? —le pregunta Antón. Se le nota algo mosqueado.
—¿Tenía que llamarte? Hablamos anoche antes de que me fuera a dormir.
—Perfecto. No me has llamado porque no habíamos acordado que me llamarías. Perfecto.
—Oye, no me hables así —protesta Iria, que empieza también a molestarse—. Que yo sepa, todos los móviles tienen la opción de llamar. ¿O es que el tuyo no te deja marcar mi número?
—No quería molestarte. Esperaba que me llamaras tú, que eres la que hoy tenía el primer día de clase en la universidad.
El tono del chico se suaviza, aunque su enfado no se ha ido a ninguna parte.
—Tú también has tenido hoy el primer día en la universidad.
—Pero yo ya estoy en tercero. No empiezo nada nuevo como lo haces tú. Y no he sido yo quien se ha ido a estudiar a Madrid.
—¿Y ese es un motivo razonable para no llamarme y que lo tenga que hacer yo?
—Esperaba que saliera de ti. Esperaba que me echaras de menos y necesitaras oír mi voz.
Aquellas palabras hieren a la chica, que se detiene y se lamenta por discutir con su novio el primer día de clase.
—Cariño, lo siento. Te echo mucho de menos, y si no te he llamado ha sido... No sé por qué ha sido. Perdona.
—Es que ni un WhatsApp.
Él tampoco le ha enviado ninguno a ella, pero Iria no va a recriminárselo. No quiere seguir discutiendo con su novio. Aquellos meses sin él van a ser difíciles, pero no esperaba que la situación se complicara tan pronto. Ha estado tan liada con las primeras horas en Madrid, y el inicio del curso, que ni se ha planteado llamarle o escribirle.
—De verdad que lo siento, cariño —repite la chica, que ha reemprendido la marcha—. Ojalá estuvieras aquí conmigo ahora mismo.
—Pues no lo estoy. Y no lo voy a estar. Madrid y Coruña están muy lejos.
—Pero... pero eso ya lo sabíamos. Lo discutimos varias veces. Y, al final, tú me apoyaste y me animaste a que me viniera.
—Ya.
Otra vez una respuesta corta y seca. Iria resopla. Hablaron mucho del tema cuando le planteó ir a estudiar Criminología a Madrid. Al principio, Antón no lo veía con buenos ojos. No tenía claro lo de la relación a distancia. Finalmente accedió y se prometieron que los kilómetros entre uno y otro los harían más fuertes.
—¿Ya no te acuerdas de lo que nos prometimos?
—Claro que me acuerdo.
—¿Y por qué me hablas como si esto te pillara de sorpresa y me recriminas que esté aquí?
—Porque si ya me cuesta estar un día sin ti, imagina nueve meses en este plan. No sé si lo soportaré.
—Vamos, cariño. Tienes que soportarlo.
—No sé, Iria. Es más duro de lo que imaginaba. Saber que esta tarde no te veré, que no podremos estar juntos. Y así será un día y otro.
—Ya... Ya lo sé. Pero debemos ser fuertes y estar más unidos que nunca. Lo prometimos —solloza la chica conteniendo las lágrimas—. Cariño, estoy ya en la residencia. Voy a comer. Te llamo luego.
Antón se despide con un frío «vale. Adiós» y ni siquiera escucha el sentido «te quiero» de su novia, que cuelga cuando comprueba que él ya no está en línea.
La gallega se guarda el móvil y se reúne rápidamente con sus dos acompañantes. Aprieta los dientes y procura que no se le note lo que le pasa.
—Vamos a comer, estoy muerta de hambre.
—Yo también tengo hambre —coincide Manu, que ya ha empezado a subir las escaleras de la residencia—. Por cierto, ¿sabes que Julen ha reservado una de las pistas de tenis para que empecéis a practicar esta tarde?
La chica no lo esperaba y contempla sorprendida al navarro. Este se ruboriza. Le entran ganas de asesinar a su amigo por bocazas. Pensaba preguntarle primero, aunque ya tuviera la pista reservada.
—Si tú quieres y... puedes —comenta nervioso.
—No sé. Esta tarde pensaba terminar de ordenar mi habitación y comprar algunas cosas que me hacen falta.
—Bueno, como quieras. Podemos dejarlo para otro día.
Los dos se sonríen tímidamente. En realidad, Iria pensaba emplear la tarde para aclarar la situación con su novio. No sabe si le ocupará diez minutos o tres horas. A Julen, por el contrario, le decepciona la negativa de la chica, aunque logra disimularlo con bastante dignidad.
—Si no practicas, no lograrás vencerme, gallega —indica Manu—. Aunque ni siquiera creo que consigas hacerme un punto cuando juguemos.
—Tú sigue así de humilde.
—No es cuestión de humildad. Soy realista.
—Tú vives en tu propia realidad, que nada tiene que ver con la de los demás —protesta la joven—. Ya veremos lo que pasa cuando juguemos. Igual te llevas una sorpresa.
—Si tú lo dices, Maria Sharapova.
Los tres entran en el pasillo 1B mientras Iria y Manu continúan la conversación ante la mirada atenta de Julen, que solo escucha lo que dicen. Cada uno se dirige a su habitación para coger el tique de la comida y se reúnen de nuevo a los pocos minutos. El malagueño y la gallega siguen discutiendo en un tono sarcástico. Pasan al comedor y, tras llenar sus bandejas, se sientan en la mesa para ocho del día anterior.
—Bueno, ¿qué vamos a hacer esta noche? —pregunta Manu pinchando con el tenedor un trozo de pollo empanado.
—¿Hay que hacer algo?
—Es jueves universitario, gallega. ¡Nuestro primer jueves en la universidad!
—¿Y qué pasa?
—¡Que tenemos que quemar Madrid!
Manu le explica a Iria la tradición de los jueves universitarios en la capital. Muchos estudiantes salen por la noche e incluso algunos acuden a clase a la mañana siguiente sin haber dormido.
—Conmigo no contéis.
—Sabía que dirías eso —apunta el malagueño sin pestañear.
—¿Que lo sabías?
—Sí, sabía que no querrías salir con nosotros —insiste Manuel, que ahora mira a Julen—. ¿Ves como esta chica es una sosa?
—¡Eh! ¡Que no soy ninguna sosa!
—El que se niega a salir el primer jueves de su etapa universitaria no tiene otro calificativo.
En ese instante, mientras Manu e Iria discuten, Nicole y Ainhoa se sientan a la mesa con sus respectivas bandejas. Las dos también han terminado ya su primer día en la Facultad de Odontología.
—¿Qué os pasa? —pregunta la peruana, que no sabe por qué están tan alterados esos dos—. ¿De qué habláis?
—De que hoy hay que salir sí o sí. ¡Es nuestro primer jueves universitario! —exclama el malagueño eufórico.
—¡Ah! ¡Yo me apunto!
—Y yo también —señala la canaria. Le apetece salir, divertirse y no pensar más en sus problemas.
Manu sonríe satisfecho. Alza su vaso, medio lleno con Coca-Cola, y pide a las dos chicas que brinden con él. Ainhoa y Nicole chocan sus vasos con el del malagueño en honor del primer jueves en la universidad. Su primera fiesta. Julen se une al festejo y contempla de reojo a Iria. Esta niega con la cabeza.
—Sois unos capullos —dice la gallega resignada—. Está bien, me sumo a la fiesta. No quiero quedar como la sosa del pasillo.
Los otros cuatro la jalean, especialmente Manu, que la felicita por su decisión. Julen también recibe la noticia con alegría, aunque intenta disimularlo. No puede negar que esa chica le cae fenomenal y que se siente atraído por su gran personalidad. Mejor con ella.
—Seguro que David y Elena también se apuntan —señala Nicole con su habitual alegría—. Podríamos salir juntos todos los del pasillo 1B.
—No sé yo si Elena querrá salir con nosotros.
—¿Por qué no, Iria?
—No sé. No la conozco mucho, pero ayer dejó muy claro que está aquí para estudiar y no para salir de fiesta.
En las palabras de la gallega se nota cierto fastidio. Hubiera preferido que Elena no apareciera en la conversación. Está segura de que no querrá salir por la noche con ellos, pero si lo hace, también está convencida de que querrá destacar por encima de las demás.
—Yo me encargo de convencerla —indica Manu, muy seguro de sus posibilidades—. Y también hablaré con el de la 1154 y el de la 1159.
—¿Los conoces ya? —pregunta Ainhoa intrigada.
—No. Pero ya es hora de hacerlo, ¿no os parece? ¡Esta noche todo el pasillo 1B saldrá de fiesta a incendiar la capital!