tación que el otro hace de nuestra persona o el rechazo y la
mofa. Pero esta defensa que se realiza por el bien ajeno es
mucho más difícil de practicar porque, lo fácil, lo inmediato, es
caer en la venganza personal... sobre todo si soy más fuerte que
el otro. Esta forma de saber defenderse conduce a entender lo
que es la no violencia que es, a la vez, un arma de ataque y un
arma de defensa porque el verdadero afecto a los demás se expre-
sa tanto mediante la desaprobación de unos actos como median-
te la aceptación de otros cuando, realmente, estamos buscando
el bien ajeno y no el interés propio. En definitiva, como dirigir
es servir, todos nosotros deseamos que se nos quiera personal-
mente con gallardía, pero no deberíamos olvidar que, desde el
punto de vista personal y aunque ello nos cueste admitirlo, debe-
ríamos preferir amar (y ser amados) con severidad frente a la
alternativa de engañar (y ser engañados) con suavidad.
Conviene advertir en este sentido que un criminal puede «odiar»
a la sociedad y luchar contra ella. Pero también un Tribunal,
«revestido de las formas legales de justicia», puede «odiar» al cul-
pable, vengarse de él y «machacarle». En este caso, ambos pade-
cen la misma enfermedad aunque la sociedad no lo perciba de la
misma manera. Por eso, las sanciones están para que, quien se
equivoca, rectifique y mejore como persona y no para humillar-
le, machacarle y desacreditarle. Cuando el superior deja que el
subordinado elija y ejecute una acción, lo hace porque «confía»
en su capacidad de arrepentimiento y rectificación si comprueba
que se ha equivocado14, pero esto es algo que los seres humanos
tenemos que hacer un esfuerzo por aprender e incorporar a
nuestros talantes de comportamiento mediante la práctica asidua
de los valores humanos. La violencia del pacífico, del no violen-
to, es la violencia del que muere y no la del que mata.
Precisamente, es esta postura de no doblegarse ante la injusticia
la única que asusta a los que son violentos porque, o se rinden
o tienen que acabar en la tortura y el asesinato de aquel al que
no han conseguido someter y doblegar. Estamos así ante la vio-
lencia de los pacíficos que proclaman la Verdad y están dispues-
tos no a matar en nombre de ella sino a morir por ella. Y esta
violencia resulta realmente terrible para los falsos poderes que
presumen de su fuerza pero carecen de fortaleza. La fe se debi-
litará el día en que los violentos sustituyan a los mártires, pero
todos somos conscientes que esta postura de la no violencia,
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