llegamos a ser capaces de establecer relaciones de encuentro
interpersonal de amistad, con las cualidades y limitaciones que
cada uno tenemos. E, intencionadamente, hemos hablado de
relaciones de amistad y no de mera fraternidad en sentido estric-
to por los motivos que a continuación se exponen.
Es evidente que los amigos se eligen mutuamente, algo que
no ocurre respecto a los padres, a los hermanos y a los hijos. Por
eso, en sentido estricto, la relación de fraternidad sólo nos ase-
gura que tenemos un padre común pero no presupone ni impli-
ca necesariamente una buena relación de entendimiento, coope-
ración y colaboración entre los hermanos que tratan, además, de
complementarse. Desde este punto de vista, es claro que la rela-
ción de amistad es mejor, más valiosa humanamente hablando
que la simple fraternidad. Ahora bien, la fraternidad alcanza
cotas sublimes cuando incorpora todo lo que aporta la amistad
a un grupo de personas que, por encima de los lazos de sangre,
se sienten unidos porque tienen todos a un «padre común que es
bueno» y con el que establecen fuertes relaciones personales. Son
precisamente estas relaciones personales con un padre bueno
común las que hacen que surja el grato ambiente familiar que
nos une a unos con otros y que permite que vaya surgiendo la
profunda relación de amistad mediante las experiencias que
todos estamos viviendo ahí. Esto explica por qué, frecuentemen-
te, hablamos de fraternidad y la consideramos superior a la amis-
tad, porque entendemos la fraternidad en su sentido más pro-
fundo.
Este proceso de maduración personal y de experiencias afec-
tivas profundas, nos va haciendo comprender que la felicidad no
consiste en tener más cosas sino menos necesidades sin cubrir y
menos apetencias que nos dejan inquietos.
Finalmente, podemos señalar que somos más felices cuando
hemos llegado a amar más a los otros y ser correspondidos por
ellos. Ello implica que yo he tenido que aprender a valorar
correctamente lo que los demás me ofrecen o me aportan: tal
vez, no es lo que yo deseo recibir o lo que prefiero pero he de
considerar el esfuerzo que ha hecho el otro para poder brindar-
me lo que me ofrece. No estamos, pues, ante una relación mer-
cantil: lo que yo doy (o lo que yo recibo de otro) no lo hago «por
lo que voy a recibir de él», ya sea en el momento o posterior-
mente, sino que «lo hago por él». Si lo hiciese por lo que espero
Introducción a los recursos humanos en la empresa
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