demás sí sabemos las acciones que realizan. La reiteración de las
mismas, la existencia o ausencia de rectificación y reconocimien-
to de los errores cometidos y de los aciertos logrados en benefi-
cio propio y ajeno, nos permiten captar una aproximación de las
motivaciones y principios éticos que inspiran el comportamiento
ajeno, pues tal actuación reiterada implica una valoración con-
creta que se hace de tales acciones y de sus consecuencias, acep-
tándolas o rechazándolas. Por tanto, aunque no podemos cono-
cer la intención ajena ni juzgar sus acciones ello no implica que
tenemos un desconocimiento total de lo que ha realizado y, por
ello, es perfectamente posible que nos lleguemos a formar una
opinión personal acerca de la bondad o maldad ajena.
Ingenuamente se supone muchas veces que una persona es mala
porque no tiene en cuenta las consecuencias de sus acciones
para los demás y, por eso, les hace daño. Lo contrario afirmamos
de una persona buena. Pero, en realidad, ocurre exactamente
todo lo contrario: una persona hace daño a otra porque es mala
y, la primera en padecerlo, es ella misma.
¿Cómo se explica una afirmación tan sorprendente? Sabemos
que la motivación trascendente se manifiesta por las consecuen-
cias que mi acción tiene para otras personas, es decir, el valor
que tiene mi acción para los demás. Ahora bien, ¿qué tiene que
ver esta motivación con las necesidades personales del que la eje-
cuta? La respuesta a esta cuestión se encuentra en el hecho de
que ambos conceptos (motivación y necesidades personales) se
encuentran íntimamente relacionados: lo que hace que una per-
son a se m ueva por m otivos trascendentes es precisamente lo que
determina su grado de aprendizaje y su progreso y perfección en
el conocimiento afectivo, el cual le permite valorar lo que repre-
sentan las realidades personales. Y lo que hace que alguien pueda
valorar afectivamente las realidades personales es lo que permite
poder satisfac er las n ec esidades de este tipo. Frecuentemente ten -
demos a pensar que la cobertura de las necesidades humanas
depende fundamentalmente de lo que ocurre fuera de la propia
persona y que pone a nuestra disposición un conjunto de bienes
y servicios: esto es parcialmente verdad para las necesidades
materiales o extrínsecas. Sin embargo, la satisfac ción de las nece-
sidades afectivas depende, fundamentalmente, de algo que está
dentro de la propia persona: su capacidad de amar. Por eso,
ocurre en ocasiones que una persona puede estar rodeada de
Lo que aporta la experiencia de la vida familiar a la dirección de los recursos
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