rales», las cuales le «capacitan» para una serie de acciones y ope-
raciones nuevas, de orden sobre-natural y trascendente para las
que se encuentra in-capacitado mediante la mera dimensión
natural. Estas potencias actúan por sí mismas y también a través
de la dimensión natural del ser humano: nos estamos refiriendo
a la Fe, en el área cognoscitiva, la Esperanza en el área activa, y
la Caridad, en el área tendencial-decisoria.
No es éste el lugar para desarrollar el contenido de estas cues-
tiones; pretendemos sólo dejar constancia de ellas. La Fe aporta a
la persona capacidades nuevas para conocer aspectos que no son
absurdos o contradictorios, pero sí resultan oscuros al entendi-
miento humano y a los que la razón natural no llega. Por la razón
natural podemos llegar al conocimiento y aceptación de la exis-
tencia de un ser supremo pero, como ha señalado Maritain22, el
monoteísmo ha sido consecuencia de la revelación y lo mismo la
concepción de un Dios único que tiene interés personal por lo
que ha creado. Por medio de la Fe el ser humano desarrolla así
una adhesión personal-vital con la Divinidad, que compromete
toda su persona y su forma de actuar y que va mucho mas lejos
de la mera «adhesión intelectual con sometimiento de la razón».
Por la Es p e r a n z a se alcanza, así mismo, una confianza vital que
se apoya en la confianza natural habitualmente, pero que se mani-
fiesta en su plenitud cuando la confianza natural es imposible, no
puede darse, ya que es entonces cuando esta confianza vital en
Dios aparece como la única fuerza que impulsa al ser humano a
seguir actuando de una forma concreta, y que ya no resulta expli-
cable por motivos humanos. Análogamente, la Ca rid a d desarrolla
en el ser humano una relación vital con la Divinidad que le lleva
a amar a Dios y a los demás seres humanos sin tener que apo-
yarse en sus sentimientos o afectos y sin tener que ejercer violen-
cia sobre su voluntad personal, porque la caridad «pilota» como
chófer experto a la voluntad en el marco de su libertad sin anular
la afectividad o los sentimientos pero sin dejarse llevar por ellos y
es así como llegamos a «ser capaces» de amar a nuestros enemi-
gos y hacer el bien a los que nos ofenden, no por revancha o ven-
ganza contra ellos sino por su bien. Estamos entonces, ante un
paso más de lo que previamente hemos de alcanzar: pasar de la
«no violencia» al amor del enemigo, pasar de la postura del que
afirma «tú eres incapaz de conseguir que yo sea tu enemigo por
más que tú no quieres ser mi amigo» a la de quien practica la acti-
La estructura de la personalidad
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