La l i b e r t a d en las personas existe: yo soy libre y los demás
también lo son. No es una libertad absoluta, total, plena: en parte
es un don y en parte una conquista como ya hemos indicado, es
decir, una capacidad humana que hay que cultivar. Mi libertad
está condicionada, es limitada, pero existe y no se puede suprimir
por los demás mientras no me anulen como persona: se me
puede privar de la libertad de desplazamiento, se me puede pri-
var de la libertad de expresión y comunicación pero sigo siendo
libre en mi fuero interno para pensar, decidir, aceptar y rechazar:
la libertad interior siempre existe mientras yo sea persona y no
me deje arrebatar esa capacidad. Si me hago fuerte en ella y ejer-
zo mi voluntad, mi capacidad de reflexión para tomar decisiones
internas aunque no pueda ejecutarlas, nadie me podrá lavar el
cerebro si yo no accedo a ello renunciando a ser yo mismo: sólo
lo podrán conseguir anulándome como persona por medios vio-
lentos como, por ejemplo, aplicándome el «suero de la verdad».
Por eso, cuando un superior me dice: ¡le prohibo escribir!, todos
sabemos que no es así y podemos responderle: usted me prohi-
birá publicar en un sitio concreto o en muchos, pero no me
puede prohibir pensar.
De ahí que en mis relaciones con los demás, ¿con quién me
enfrento, quién me crea problemas muchas veces? Si nos fijamos
en nuestra experiencia, que se ve confirmada por los procesos
que se dan en la «dinámica de grupos», las personas se enfrentan
siempre con aquellas a las que admiran más y les atraen más.
Cierto que, quien es diametralmente opuesto a mi modo de ser
me resulta difícil en el trato, pero sólo hacemos frente a aquellos
cuya forma de ser cuenta para mí o tiene interés para mí por cómo
es él, o porque puede hacerme sombra en algo en lo que desta-
ca... Sin embargo, es evidente que no me enfrento con aquellos
que, siendo de mi forma de ser u opuesta, les ignoro porque no
me interesan. Cuando en un grupo de personas surge una discu-
sión, es evidente que ello se debe a que unos experimentan cier-
to interés por los otros en el marco de una cierta rivalidad, sea
real o imaginaria, porque cuando una persona no nos interesa por
lo que dice o por lo que hace, no nos alteramos ni sentimos nin-
gún interés en plantarle cara. La excesiva «suavidad» en el funcio-
namiento de un grupo humano puede ser síntoma de pasividad,
de pasotismo, de estar en la posición (1,1) de la Rejilla de
Dirección. Los peces que flotan en el río son los que están muer-
Recursos Humanos
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