dar a otro está en mi mano poder ofrecérselo ya que, tal vez, qui-
siera ofrecerle un carácter amable que todavía no he conseguido
en mi persona. Pero, además, el objeto de mi donación al otro
no puede ser cualquier cosa de lo que tengo y puedo darle sino
sólo aquello que puede ser recibido por el amado para su bien.
Es decir, no se trata de darle lo que me pide o lo que le apetece
sin más, sino aquello qu e le con vien e para su bien . El límite, por
tanto, no lo pongo yo respecto a lo que soy capaz de ofrecer al
otro sino que lo pone él: el Director de Recursos Humanos que
concede a algún trabajador sus caprichos como si fueran auténti-
cas necesidades no le beneficia con este modo de proceder ni a
él ni al grupo, sino que puede conducir al caos en la Orga -
nización.
Profundizando más en esta cuestión nos damos cuenta tam-
bién que sólo podré dar al otro algo de lo que tengo, poseo y
puedo disponer de ello desde una posición de fuerza, de domi-
nio evidente porque, en caso contrario, no soy yo el que le doy
algo al otro sino que es él quien me lo quita. Tal vez y a la vista
de las circunstancias, la opción «más inteligente, hábil, astuta y
prudente» sea dejar que me lo quiten pero, en este caso, debo ser
plenamente consciente de lo que ha pasado, cómo ha pasado,
con quién me ha pasado y por qué me ha pasado para evitar los
problemas ya expuestos de la «identificación» y, de este modo, no
«resignarme» a la situación, para no engañarme a mí mismo (¡qué
bueno soy que se lo he dado!), para no plegarme y someterme a
lo ocurrido sino actuar «consciente» de lo que ocurre, de forma
que pueda desenvolverme de modo inteligente en medio de una
situación que, de suyo, es adversa pero que he de lograr que «no
me dañe» personalmente por más que me resulte desagradable.
Este saber desenvolverm e en m edio de las situaciones adversas sin
que me convulsionen internamente produciendo en mi interior
una postura de autocompadecimiento, desilusión o depresión, es
señal de mi madurez personal que me proporciona un equilibrio,
control y dominio de las situaciones las cuales no me llevan a
remolque: ya no soy arrastrado por las circunstancias sino prota-
gonista de mi propia vida.
Cuando lo anteriormente dicho lo referimos a la relación inter-
personal hombre-mujer, la afectividad pasa de ser el soporte de la
relación a la expresión de esa relación: pasamos de la dependencia
mutua a la relación interpersonal de un proyecto común de vida.
La estructura de la personalidad
375