Este principio vital que nos diferencia de los animales es lo que
denominamos «alma» y su funcionamiento no puede explicarse por
los genes heredados de nuestros progenitores pues, si consideramos
el caso de los gem elos univitelinos, sabemos que su información
genética es exactamente la misma y, sin embargo, ambas personas
tienen conciencia y se contemplan como seres distintos, individua-
les, irrepetibles y no como una reproducción clónica del otro. Es
más, no es de extrañar que en muchos casos se desarrollen de forma
consciente pequeñas o grandes diferencias específicas, puntuales y
concretas, por parte de cada uno de ellos, a fin de poner de mani-
fiesto que no estamos ante dos seres idénticos sino ante dos perso-
nalidades concretas, identificables y distintas que, siendo genética-
mente iguales, no lo son en sus opciones personales.
No podemos extendernos aquí en un análisis detallado de las
diferencias entre el ser humano y los animales, porque corresponde
a la Antropología Filosófica realizarlo. Me limitaré, por tanto, a suge-
rir al lector interesado que consulte las obras de Sayes4y Valverde5
que le permitirán introducirse en el estudio de estas diferencias, las
cuales se nos presentan también en otros campos como es el caso
de la Medicina. En efecto, cuando se estudian múltiples aspectos de
las enfermedades humanas mediante experimentos realizados en
seres vivos pertenecientes a diversas especies animales, «hay que
advertir claramente que, aunque muchas enfermedades son comu-
nes a los seres humanos y a otros seres vivos, la peculiaridad del
modo humano de ser y vivir hace que haya modos de enfermar pro-
piamente humanos, que no se encuentran en otras especies.
Además, el ser humano vive siempre cualquier enfermedad de otra
form a, porque posee intim idad, porque vive su enfermedad ínti-
mamente. Conviene tener esto muy en cuenta para no correr el ries-
go de reducir (...) la patología humana a mera patología animal»6.
Los animales pueden ser amaestrados y, mediante este adies-
tramiento, realizar ejercicios complicados de forma repetitiva
pero no pueden aprender ni tienen conciencia de su propio «yo».
Por ello, nos resulta simpático y divertido atribuirles estas carac-
terísticas en los dibujos animados que hacen las delicias de los
niños al contemplar cómo los animales razonan, deciden, resuel-
ven dificultades, etc. A diferencia, por tanto, de los animales,
cada uno de nosotros tiene conciencia de su propio yo como ser
personal, único, irrepetible y distinto a los demás, que conozco
lo que me rodea, me conozco a mí mismo, re-conozco (= conoz-
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