los juicios de valor son subjetivos u objetivos es una falsa pre-
gunta pues es evidente que son subjetivos y objetivos a la vez,
aunque en planos distintos. La tesis de Brentano tiene una fuer-
za enorme y son estos juicios dotados de evidencia axiológica los
que van corrigiendo las equivocaciones en que incurren los jui-
cios de valor ciegos, irreflexivos e instintivos. Pero, en todo caso,
esa «verdadera apreciación del bien» la necesitamos tanto para
probar que la conducta recomendada ciegamente es valiosa y
explicar por qué, como para probar que es antivaliosa, probarlo
y pedir que se corrija. En el primer caso se ama el bien porque
se le conoce y se le ama con amor de hombre racional y no de
animal. En el segundo caso, el hombre reconoce sus errores
morales y enmienda su conducta. En ambos casos, el hombre es
más grande que antes.
Así pues, tanto en el conocimiento físico como en el axiológi-
co existe una frontera entre los juicios ciegos y los evidentes,
pero el significado de estas palabras es muy distinto en ambos
casos. En física no se alcanzan verdades definitivas y totales sino
hipótesis provisionales y parciales. Algo verdadero hay en toda
teoría física que da lugar a aplicaciones prácticas útiles, pero
nadie puede trazar con exactitud los límites de esa verdad en la
que progresivamente se va avanzando. Sin embargo, en axiolo-
gía las cosas están dispuestas de modo diferente: no sólo sabe-
mos que existen juicios ciegos y evidentes sino que podemos
delimitar con claridad el campo de cada uno. También aquí todo
pasa como si se nos concediese el grado de conocimiento y de
certeza que es indispensable para nuestras necesidades.
Ciertamente, el hombre ignorante en física puede ser feliz y el
sabio en física puede ser desgraciado. Pero, mientras el conoci-
miento físico no es indispensable para vivir más que en la medi-
da que nos proporciona un mínimo de bienestar material, el
conocimiento axiológico no puede ser patrimonio de unos
pocos, pues toda persona lo necesita para su vida humana, seña-
lando la meta hacia la que orientamos nuestra vida y, esto, no es
una simple curiosidad de cuyo conocimiento podemos desenten-
dernos. El conocimiento axiológico es indispensable a todo el
mundo y, si es indispensable, ha de ser asequible. O dicho de
otro modo: toda persona posee su propia filosofía axiológica, sin
la cual no podría vivir. Este conocimiento mínimo es el que
hemos denominado axiología espontánea que practica incluso el
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