Como ha señalado Hartmann, la realización de lo que debe ser
tiene dos partes: la primera, discernir, sentir y contemplar el valor
en sí, que es lo que denominamos elemento material del conoci-
miento axiológico; la segunda, es la determinación personal por
convertirlo en realidad y esta determinación es finalista porque
toda intención práctica es finalista. Y, a esta segunda parte,
corresponde el elemento formal del conocimiento: el principio de
finalidad. El valor no se nos presenta como algo que ya es, sino
como algo que debe ser pero todavía no es y debe ser traído a
la existencia o, si ya es, debe ser mantenido en ella y recreado
constantemente. No nos ocupamos de los valores para conocer-
los sino para hacerlos realidad en nuestra conducta y, así, el valor
se convierte en un fin, una meta, el objetivo de nuestros actos.
Todo deber-ser es una presión. Pero no estamos ante una pre-
sión de tipo causal correspondiente al mundo de la naturaleza, al
mundo físico, que es anterior en el tiempo a los efectos causa-
dos. Se trata en nuestro caso de una presión de tipo finalista, que
no fuerza ni obliga como las presiones causales: es, más bien, un
«appello», una llamada, una invitación y nunca una imposición,
pero que, no obstante, nos hace percibir con claridad que, lo que
aún no existe, es digno de ser traído a la existencia y conside-
rarlo como fin. Para ello, el ser humano ha de actuar como pre-
videncia, providencia y libertad.
Por estos mismos argumentos, la libertad n o e s u n v a lo r huma-
no sino una capacidad que la persona desarrolla en base al cono-
cimiento de lo apetecible y lo valioso así como al desarrollo de
la voluntad como capacidad de decidir guiada por la inteligencia.
La libertad en parte es un don, porque nacemos libres, pero en
parte es también una conquista. Ambos elementos: conocimien-
to y voluntad, determinan el campo de libertad en el que me
desenvuelvo como persona. La finalidad describe la tensión entre
libertad y valor porque la libertad es una fuerza, una energía, una
flecha que surca el aire mientras que el valor es la diana, el blan-
co, el objetivo hacia el cual se dirige la flecha. Esto es lo que que-
remos decir cuando afirmamos que «los valores dan sentido a la
vida humana», «los valores son fines», «los valores suponen un
deber-ser», porque el ser humano ha sido hecho para descubrir y
vivir valores: los valores son el fin de su existencia. El hombre
necesita los valores como fines por la sencilla razón de que es
libre, es decir, dotado de una capacidad de autodeterminación
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