La opinión unánime de todos los tiempos ha reconocido en el
interior del hombre una facultad cognoscitiva llamada conciencia
moral que proporciona un conocimiento selectivo de lo bueno y
de lo malo. Pero este saber no es algo frío, intelectual y distante
como, por ejemplo, el conocimiento de una figura geométrica:
aquí, sí que hay un componente emocional que expresa la apro-
bación o desaprobación antes de la acción (conciencia antece-
dente) y genera paz interior o arrepentimiento después de la
acción (conciencia consecuente). No estamos ante fantasías o
imaginaciones sino ante hechos reales, vividos y experimentados
por todo el mundo en múltiples ocasiones. A la vista de estos
hechos comprendemos mejor que la objetividad de los valores se
asienta sobre bases tan firmes que sólo pueden ser ignoradas por
el que no quiere reconocerlas y aceptarlas porque prefiere enga-
ñarse a sí mismo.
La intuición material de los valores propugnada por Scheler y
Hartmann no es otra cosa que la voz de la conciencia que nos indi-
ca el camino del bien y del mal. Y así como los fenómenos de la
conciencia tienen un componente emocional, del mismo modo la
intuición de los valores posee un carácter emocional: no estamos
ante algo frío, helado e intelectual sino ante algo vital que com-
promete y afecta a toda nuestra persona, razón y sensibilidad, por-
que el conocimiento axiológico es un conocimiento práctico que no
trata sólo de saber sino de saber para vivir. Claro está que, el hecho
de que exista un componente emocional no implica que tengamos
que caer en los excesos de los emotivistas radicales, pues se pue-
den dar razones sólidas de por qué A es bueno y B malo. Para com-
prender esto, empecemos por distinguir con Fichte entre conoci-
miento moral espontáneo y conocimiento moral ilustrado.
Cualquier persona no instruida en cuestiones axiológicas tiene
una conciencia lo suficientemente certera sobre muchos valores,
salvo casos patológicos o deformación de la propia conciencia.
Sabe mucho, pero lo sabe de modo espontáneo y no científico:
sabe que A es bueno y debe hacerse pero no puede dar mayo-
res explicaciones. Su razonamiento es circular: afirma que como
A es bueno debe hacerse y, ante la pregunta inversa, responde
que debe hacerse porque es bueno. Es decir, no es capaz de
separar lo material de lo formal, todo lo reduce a pura intuición
en la que confía ciegamente. Por el contrario, el conocimiento
ilustrado es verdadera ciencia: en él existe un elemento material
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