Hartmann, que respaldó y profundizó en la obra de Scheler, fue
terminante en este punto: los valores tienen una existencia ideal
en sí; son ideas platónicas.
Hartmann distingue en la acción humana el lado ontológico,
esto es, los hechos físicos, biológicos y psíquicos implicados en
la acción de ayudar al herido que proponía Kant, y el lado axio-
lógico, o sea, el valor que aparece por encima y aparte de lo
ontológico. Las acciones pueden ser iguales en lo ontológico
pero distintas en lo axiológico: dos personas pasean por el mue-
lle y una da un empujón a otra que cae al mar y se ahoga. Pero,
en un caso, la acción es premeditada y se trata de un asesinato
mientras que, en otro caso, ha sido un hecho fortuito y no que-
rido que ha conducido a un desgraciado accidente. Sólo en el pri-
mer caso aparece un valor que debe-no-ser. Vemos así que lo
ontológico se refiere a lo que es y lo axiológico a lo qu e debe-n o-
ser. La intuición sensible capta lo que ocurre, lo que pasa, pero
hay otra intuición completamente distinta que capta lo que debe-
ser y, precisamente, no es, no tiene lugar: el respeto a la vida
ajena, en nuestro ejemplo. En definitiva: lo valioso es intuido
como lo que debe-ser incluso cuando todavía no-es. Así, si
alguien no cumple con su palabra, el cumplimiento no existe
pero debería llegar a existir. Y lo mismo ocurre con los antivalo-
res, que no deberían ser si es que ya son. Si observo que alguien
se alegra con la desgracia ajena, esa alegría existe, pero no debe-
ría existir. Junto a la presencia de lo que es, captamos un mundo
nuevo que acompaña al mundo de los seres: el mundo del deber-
ser. En realidad, como ya puso de relieve Scheler, los únicos bie-
nes o portadores de valor hay que buscarlos en el ámbito de las
acciones humanas. Esos bienes son los hábitos virtuosos a los
que se refirió Aristóteles, concebidos como algo externo al ser
humano antes de poseerlos pero que se alcanzan mediante el
esfuerzo personal. Y a veces basta con una única acción o una
única persona para que podamos captar ahí la esencia de esos
valores. Hay, pues, que dar la razón a Scheler cuando indica que
el valor percibido es algo distinto de su eventual depositario, que
ahora ya no es una cosa sino una acción humana o, mejor aún,
una persona a la que atribuimos un calificativo ético o estético.
Concluye, pues, Scheler afirmando que los valores son objetivos
por el hecho de ser intuitivos, ya que toda intuición merece cré-
dito en principio aunque pueda haber desviaciones y, de hecho,
Ciencias positivas y ciencias normativas: El mundo de los valores
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