colores al atravesar un prisma. Vendrán después las teorías expli-
catorias, tanto físicas como éticas, pero tales teorías explican, no
definen ni prueban o demuestran, tampoco justifican. La condi-
ción que el ser humano pone para aceptar una teoría es que ésta
respete lo observado intuitivamente. Por eso llama poderosa-
mente la atención el distinto procedimiento que siguen los posi-
tivistas para tratar los asuntos físicos y éticos. En física, atribuyen
crédito absoluto a la visión intuitiva y directa de los hechos, acep-
tando o rechazando una teoría en tanto concuerda o no con la
observación y la experiencia. Pero en ética hacen lo contrario y
desacreditan la intuición de lo bueno en base a teorías: lo bueno
no puede ser objetivamente tal, porque no hay ninguna teoría
que pruebe apodícticamente tal cosa, con lo cual el crédito abso-
luto se concede aquí a la teoría y no a los hechos. Sirva como
ejemplo la siguiente afirmación de Bertrand Russell: «la base prin-
cipal para adoptar esta opinión (la doctrina subjetivista de los
valores) es la completa imposibilidad de encontrar argumentos
para probar que esto o aquello tiene un valor intrínseco»7.
Hemos señalado que en la intuición material de los valores
destacan Moore y Scheler pero, históricamente, la obra de Scheler
arranca de una dura pugna con la de Kant. El título de la obra
capital de Scheler, «El formalismo en la ética y la ética material de
los valores», nos indica ya su postura crítica sobre Kant. Y es que
lo bueno para Kant es la buena voluntad: la moralidad proviene
exclusivamente de dentro del hombre, de la disposición de
ánimo con la cual ejecuta sus acciones: «la inteligencia, el inge-
nio... pueden ser extremadamente malos cuando no es buena la
voluntad que hace uso de tales dones de la naturaleza. Y ocurre
lo mismo con los regalos de la fortuna, el poder, la riqueza, el
honor e incluso la salud y ese bienestar que llamamos felicidad,
pues producen arrogancia o quizá orgullo, a menos que la buena
voluntad esté presente». Esta afirmación sorprende a primera vista
pues, instintivamente, tendemos a pensar que lo bueno es algún
bien que está fuera del hombre: ya sea algo que nos causa pla-
cer o felicidad, ya sea Dios mismo, ya sea la virtud. Pero la pos-
tura de Kant es consecuencia de su lógica.
Si buscamos lo bueno incondicionalmente, tendremos que
excluir toda ética a posteriori o ética de resultados. Como ya se indi-
có, tales éticas ponen lo incondicionalmente bueno en algo que
sigue en el tiempo a la acción humana: el placer, la felicidad, la uti-
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