ción de la misma no conduce al conocimiento de lo que es natu-
ral al hombre, cosa que sí ocurre en el reino de la naturaleza con
los animales, por ejemplo.
Si nos fijamos en el comportamiento del ser humano a lo largo
de la historia observamos que muchas conductas que hoy apenas
se conocen fueron lo natural durante mucho tiempo, si por natural
entendemos lo habitual. Este camino, por tanto, nos conduciría a
un relativismo ético incompatible con los postulados aristotélico-
tomistas, por lo que sus defensores sostienen que la naturaleza del
hombre no se deduce a partir de lo que hace sino de lo que debe
hacer, premisa axiológica que no se deduce lógicamente de lo
natural: lo que se debe hacer no es una realidad ontológica, no
posee existencia como ocurre con una piedra o una bofetada. El
deber-ser no se deduce del ser, ni el deber-hacer a partir del hacer.
Otro punto clave en la filosofía aristotélico-tomista es la afir-
mación de que «ens et bonum convertuntur». La consecuencia
obvia es negar al mal el carácter de algo real: «malum et non-ens
convertur». Afirmar que el mal no entra en la definición de natu-
raleza mientras que el bien es una propiedad transcendental del
ser es una tesis válida en la metafísica de los valores, pero no lo
es para abordar el conocimiento de éstos. La vida diaria pone de
manifiesto, aun a personas incultas, la existencia del mal como
algo tangible y real: la descortesía va más allá de la ausencia de
amabilidad y no es una mera ilusión sino que posee existencia
concreta. Por tanto, en nuestro mundo, lo bueno y lo malo son
igualmente reales: el valor es polar, hay valores positivos y nega-
tivos o, si se prefiere, valores y antivalores. No deberíamos asom-
brarnos, como señala Lavelle, que la asimilación del ser con el
bien nos lleve a comparar el mal con el no-ser o con la nada: la
ontología del bien tiende de suyo hacia esta tesis, pero esta tesis
es insostenible porque el contrario del ser es el no-ser y el no-ser
o la nada es nada mientras que el mal es una realidad existente.
Por tanto, reducir el conocimiento axiológico al conocimiento
metafísico-ontológico no es correcto. Cierto que la metafísica de
existencias prueba la existencia de Dios y éste es el dato capital
para la axiología, pero también la axiología puede llegar a la
noción de Dios por sus propios medios y, en todo caso, una
metafísica-ontología de las esencias que prescindiese de los valo-
res no haría sino extraviarnos en la imagen que nos proporcione
sobre la naturaleza del hombre.
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