progresar pero ha de dirigir su atención hacia la persona, por lo
que su elemento formal lo constituye el principio de finalidad:
sólo con él resultan inteligibles las acciones de un ser dotado de
libertad personal que, a través de su historia personal, va forjan-
do y cultivando sus propios valores que, siendo universales, son
vividos y asumidos por él.
El desarrollo de ese conocimiento formal o axiología ilustrada
se apoya en el conocimiento lógico, según el cual para que una
proposición sea biunívoca es necesario probar que sólo si se pro-
duce la primera situación entonces aparecerá la segunda. La
correcta utilización de la lógica se convierte así en algo esencial
para no cometer errores. Si, por ejemplo, llueve, entonces el suelo
se moja, pero, el hecho de que el suelo esté mojado, no implica
que haya llovido. Si un coche no tiene combustible entonces su
motor no funciona pero, el hecho de que su motor no funcione,
no implica que no tenga combustible. Apliquemos ahora estos
principios a la célebre terminología de Berkeley: esse y percipi.
Todos admitimos como correcto que si percibo algo es que hay
algo y esto es verdad, tanto para el que está en lo cierto como
para el que se equivoca. Si dos caminantes ven a lo lejos una man-
cha oscura, ambos perciben algo y, por tanto, hay algo: ya sea una
casa o un grupo de árboles. De esta afirmación cabe deducir que,
cuando no hay nada entonces no veo nada, pero nunca podre-
mos afirmar que si hay algo entonces lo veo porque esto conlle-
varía a la coimplicación esse <-> percipi y ésta correspondencia
biunívoca es incompatible con que haya equivocaciones en la
percepción, lo que conduce a la contradicción y el absurdo.
Apliquemos ahora este esquema al conocimiento de los valo-
res. Si llamamos valoración al hecho de percibir (con acierto o
con error) un determinado valor, la implicación valoración →
valor es siempre verdadera: sirve lo mismo para quien piensa que
asesinar es malo como para el que justifica un asesinato por cual-
quier motivo. Por eso es posible el error moral y la equivocación
ética. Pero si afirmamos con Berkeley la coimplicación valora-
c i ó n <- > v a l o r incidimos en el absurdo, por más que a primera
vista pueda parecer cierta la frase «todo valor implica una valora-
ción» pero que es, de suyo, peligrosamente falsa: toda valoración
implica un valor, pero no al revés. Admitir que todo valor impli-
ca una valoración supone conceder que tiene tanta razón el ase-
sino que justifica un crimen como la víctima que percibe la injus-
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