za, «excluye necesariamente los valores», es decir, constata una
realidad y no se pregunta acerca de si ésta la consideramos
buena o mala, deseable o reprobable. Las leyes positivas así obte-
nidas son contrastables de inm ediato al verificarlas sobre una rea-
lidad: las leyes del mercado de competencia perfecta o de mono-
polio se cumplen si el mercado que estudiamos corresponde al
tipo teórico de referencia con el que lo comparamos.
Pero todo conocimiento científico se desarrolla para ser aplica-
do y no como mera especulación teórica. Por ello, las leyes econó-
micas se estudian también para su aplicación real, para obtener
unos resultados que se predicen previamente y que se buscan en
el tiempo. En esta aplicación real de las leyes económicas la actua-
ción es de seres humanos concretos que se relacionan con otros
seres humanos produciéndose, como consecuencia, unos resulta-
dos económicos. Y es aquí donde hemos de relacionar tales resul-
tados económicos, de una parte, con los seres humanos que pro-
ducen tales resultados mediante la toma de decisiones o la
ejecución de las mismas y, de otra parte, quienes reciben tales resul-
tados y se los aplican para disfrutarlos o padecerlos.
Por tanto, las leyes económicas no son leyes físicas sino que sur-
gen como consecuencia de la relación existente entre personas, que
es en lo que consiste la economía real y, por ello, puede alejarse
más o menos de los planteamientos matemáticos que sirven para
predecir o estimar la marcha económica en general. Cuando apli-
camos estas leyes económicas buscamos en su aplicación que sean
eficaces y rentables. La eficacia implica alcanzar un objetivo, acer-
tar en el camino de su consecución mientras que la rentabilidad se
produce cuando el precio de venta de ese bien o servicio es supe-
rior al precio de coste. La eficacia se nos presenta así como requi-
sito imprescindible en toda actividad económica pero no es el único
ni el definitivo a la hora de fijar el tipo de actuaciones que han de
realizarse. Tendremos que acudir para ello a un criterio que no es
económico sino antropológico: la eficiencia, tal como ha sido for-
mulada por Barnard1y que se refiere a las consecuencias que se
derivan de la acción y de los fines que nos hemos propuesto. Así,
por ejemplo, si un niño goloso sabe que existe una gran caja de
bombones en la cima de un armario de su casa y, habiéndola des-
cubierto, se sirve de una escalera para acceder a ella, comerse todos
los bombones de una vez y dejarla vacía en el mismo sitio sin que
nadie advierta el hecho, podemos decir que tal acción ha sido ple-
Recursos Humanos
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