Cuando hay que preguntarse ¿quién manda aquí?, seguro que el
que formula la pregunta no tiene autoridad. Por eso, la autoridad
ya adquirida y que los demás me reconocen, irá aumentando con
el uso correcto, uso justo del poder que se tiene, lo cual irá gene-
rando confianza mutua y credibilidad en las intenciones del que
manda. En el caso concreto del Derecho Romano, el jurista tenía
«auctoritas» pero no tenía «potestas» en la ejecución de la Ley.
La autoridad genera cooperación y diálogo entre desiguales
que tienen verdadero empeño en entenderse y que se logre el
objetivo propuesto. Por ello, se concede gran importancia al feed-
back mediante el cual se contrastan los resultados obtenidos
entre ambas partes: el que manda y el que obedece. Si los resul-
tados no son satisfactorios es importante hacerse una serie de
preguntas en este orden: los objetivos, ¿estaban bien planteados
en su formulación? Si es así, ¿se han explicado bien?. En caso afir-
mativo, ¿se han entendido bien por quien ha de realizar las tare-
as encomendadas? Y, finalmente, si todo lo anterior es satisfacto-
rio habrá que analizar en qué medida se han ejecutado bien las
diversas acciones.
Este empeño por entenderse exige practicar una verdadera
comunicación y hacer un esfuerzo por parte de todos, pues se
requiere desarrollar una postura interior que conduce a acoger
con ilusión la propuesta que me hacen, ya que, el que se limita
a ejecutar lo que le mandan puede hacerlo de forma automática
o inconsciente, puede hacerlo a regañadientes, etc., pero en
todos estos casos no obedece, pues falta la postura interna de
aceptación que implica todo acto humano: obedecer no es eje-
cutar mecánicamente una acción o someterse a una persona sino
realizar un acto humano, libre y voluntario, en sintonía afectiva
con otra persona a la que reconozco autoridad, de la que me fío
y en la que confío. Sólo cuando una persona sabe (por su intui-
ción o por su experiencia personal) que su propio bien, evaluado
a través de la «racionalidad más la habilidad de ejecutarlo o con-
seguirlo», no es indiferente para otra persona, la cual en conse-
cuencia va a ser justa y ponderada en sus decisiones practicando
la prudencia, encuentra en ello el fundamento para reconocerle
autoridad y aceptar «a priori» su decisión, es decir: aceptarla
antes de conocer cuál puede ser dicha decisión5. Por eso, practi-
car la obediencia no es fácil, como tampoco lo es tener autori-
dad. Ya lo advirtió Carlos III cuando, en las Ordenanzas Militares
Recursos Humanos
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