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de carTa a carTa al direcTor
democrático (1991: 124). Lo eleva Wahl-Jorgensen al apuntar que este
foro público proporciona la oportunidad para el tipo de debate que se
necesita en una democracia (2001). Coinciden Sigelman y Walkosz, y
Renfro en que las cartas al director funcionan como uno de los más
importantes foros para el discurso público y que son esenciales para el
proceso democrático. Delong (1996) equipara de manera simultánea
el foro público con un terreno de entrenamiento para la democracia y
con la vigilancia que ejercen las cartas sobre la representación (“watchdog
over presentation”). El periódico muestra su amplitud de miras al recoger
opiniones y fomenta el debate. A este respecto, Wahl-Jorgensen con-
cluye que la sección de cartas the letters section, aunque construida como
un ejercicio de debate público, pude ser vista como una arena para la
promulgación de la estrategias doble de mejora de la credibilidad y de
incremento de la circulación. Y Ryon (1992b) lo cuenta como respon-
sable de un medio: “[La sección de cartas] permite participar a los lec-
tores en un foro público que nos gusta ofrecerles. Esto es bueno para la
democracia, por supuesto… por no hablar del aumento de circulación
de ejemplares”.
La sección de cartas al director constituye un ejercicio de democracia
diario. Los lectores de una publicación coinciden o discrepan sobre el
papel y exponen sus razones para hacerse leer. Y sus textos se hacen
leer, primero, si son seleccionados, y, después, si resultan claros y con-
vincentes para el resto de los lectores. Este carácter de democracia dia-
ria, de confrontación de informaciones y opiniones cada día en la misma
página del diario (o con otras periodicidades en el caso de las revistas)
es lo relevante del caso. Este hábito de democracia enaltece al medio
que lo promueve y fortalece los lazos entre los lectores de una misma
publicación. Es una democracia real, una democracia por delegación.
Enviamos nuestro voto y esperamos el resultado. Un resultado que se le
impone a quien deba seleccionar los textos en función de la importancia
de la cuestión tratada, del tamaño de las razones que aporta el lector y de
la claridad y contundencia con la que llega a sus conciudadanos.
Otra aproximación a las cartas como foro público la representan
los estudiosos que se refieren a la sección como una “arena”. Este
término, de claro cuño anglófono, remite en español a debates cruen-
tos. Cosa que las cartas no son, o por lo menos no promueven. El
español recoge con esta denominación un sitio de combate o de lucha,
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