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sobre la comunicación por carTa
El peligro consciente para no decir la verdad en una carta es no
querer decirla: la voluntad manifiesta de mentir, que se puede dar en la
carta y en cualquier otro formato de conversación, de comunicación.
No obstante, en la carta habla un yo directamente a un tú, sin interme-
diarios, sin más interferencia ni distinto ruido que una escritura confusa
o una caligrafía enmarañada. Como escribe Duchêne: “A través de la
carta, la comunicación es directa entre quien escribe y quien lee. El
lector entra sin mediación y sin guía en el mundo del que ha escrito.
Rápidamente se olvida el criterio de lo Bello en provecho del criterio
de lo Verdadero” (1971: 23). Esa autopista de la comunicación que
es la carta puede ceder a los embates, incluso inconscientes, de la res-
tauración ética y estética del yo que escribe sobre su identidad. Como
subraya Claudio Guillén: el yo que escribe actúa sobre sí mismo y sobre
su propia imagen (1998: 185). Y prosigue en el detalle: “Reconozcamos
así que si bien la carta no ofrece de entrada entornos envolventes o
espacios imaginativos, puede desencadenar una fuerza de invención
progresiva, parcial sin duda, pero decisiva y quizás irreversible; y de
tal suerte puede ir modelando poco a poco ámbitos propios, espacios
nuevos, formas de vida imaginada, ‘otros mundos’. [...] El escritor
puede ir configurando una voz diferente, una imagen preferida de
mismo, unos sucesos deseables y deseados, y en suma, imaginados,
pero mucho cuidado, dentro del mundo corriente y cotidiano de los
destinatarios y de los demás lectores” (1998: 185). A este sutil desliza-
miento de referentes lo llama Guillén proceso de ficcionalización.
Puesto que tanto remitente como destinatario comparten un mismo
entorno, una común realidad física, el proceso de ficcionalización que
describe Guillén se consolida siempre y cuando el punto de partida
compartido por emisor y receptor no sufra merma. Y, puesto que para
poner en marcha el proceso de comunicación a través de una carta
debe existir este lugar de conocimiento y de reconocimiento entre
emisor y receptor, aflora como sin querer uno de los ejes constitutivos
de este trabajo: la forja de una comunidad de personas con intereses
comunes que abona la comunicación mediante las cartas (y que en el
caso de diarios y revistas se crea a través del propio medio de comu-
nicación). Para la comunicación epistolar esta comunidad, o por lo
menos un acercamiento a ella, es un requisito. Una comunidad que
inicialmente es de dos y que, en el caso de las cartas al director, se dilata
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