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sobre la comunicación por carTa
Douglas en 1854. En el debate que se celebró en el laboratorio electo-
ral de Peoria el 16 de octubre, Douglas pronunció un discurso de tres
horas, transcurridas las cuales Lincoln tenía que responder. Cuando
Douglas hubo terminado su argumentación, Lincoln encaró al público
y propuso seguir después de cenar, puesto que eran las cinco de la tarde
y no iba él a tardar menos que Douglas en desmenuzar sus razones. El
público aceptó. El público sabía que después de Lincoln, Douglas aún
tenía derecho a réplica (Postman, 1991: 49). Los tiempos de Lincoln y
Douglas eran otros tiempos; también lo eran los de Salinas. Y, en cual-
quier caso, frente a la estructura deshilachada de una carta, la brevedad
se comporta como medicina.
Como cuenta Albrecht respecto a Plinio el Joven, ningún médico
aplicó con el mismo tesón la receta de la brevedad: “Plinio es casi el
único que sigue la norma que se deriva de ello, la de limitarse en la
medida de lo posible a un solo argumento. Por la misma razón una
carta debería renunciar al ornato retórico, pero no a la elegancia” (1997:
485). Esta unidad argumental en las cartas de Plinio, se materializa en
“una carta, un tema” (Pérez, 1997b: 655). En este sentido, Guillemin
acuñó en alusión a la brevedad de sus cartas el término de “epigramas
en prosa” (1929: 150). A esta magnífica definición de la carta, cuando
realmente es breve, podemos añadir una sentencia desgajada de un
texto de Pedro Salinas: “Ni se queja si se la reduce unas líneas” (1993:
71).
La claridad (perspicuitas) se considera otra de las obligaciones de
quien escribe una carta. Claridad con respecto a lo que expone y
adaptación a su destinatario (Albrecht, 1997: 485-486). William G.
Doty (1973) aclara, con respecto a las cartas del primitivo cristianis-
mo, que la claridad se convierte en algo necesario y que el lenguaje
usado en las cartas estaba basado en la conversación diaria de los
hombres educados, sin caer en vulgaridades. Hay que tener en cuenta
que estas normas derivan en alto grado de las enseñanzas retóricas y
que se aplican tanto a las cartas privadas como a las cartas públicas.
Las cartas privadas solían responder a criterios de un estilo más llano,
mientras que en las cartas públicas el estilo estaba más trabajado. El
poeta Salinas hace referencia a eso cuando apunta: “Esa proximidad
del ser humano al lenguaje en su uso más directo y elemental, esa ori-
ginalidad de toda la carta, que prescinde de reglas y de clásicos” (1993:
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