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sobre la comunicación por carTa
sentido. Cada uno de estos hiatos se presta a una interpretación que no
se resuelve hasta la carta siguiente.17
Pero Pedro Salinas abre un debate. Para el poeta y ensayista las
cartas no se sujetan a las características de una conversación, sino que
a través de ellas se descubren nuevas vías epistemológicas del prójimo.
“Pero he aquí la carta, que aporta otra suerte de relación: un enten-
derse sin oírse, un quererse sin tactos, un mirarse sin presencia, en los
trasuntos de la persona que llamamos, recuerdo imagen, alma. Por eso
me resisto a ese concepto de la carta que la tiene por una conversación
a distancia, a falta de verdadera, como una lugartenencia de un diálogo
imposible” (1993: 29). Y culmina esa descripción que ha propuesto de
la nueva relación que inauguran las cartas con la siguiente conclusión:
“Asimilar escritura epistolar a conversación es desentenderse de la ori-
ginalidad pasmosa, de la novedad absoluta, con que aumenta la carta
este negocio de las relaciones entre persona y persona” (1993: 30).
En qué consiste este “negocio de las relaciones entre persona y
persona” a través de las cartas. Salinas relata un caso. Gira el ejemplo
alrededor de miss K. L. Francis, señora sustanciosa en lo intelectual
que gasta su vida entre los cócteles y las cenas a los que obliga una vida
social rica, propia de la elite económica. En el detalle del caso de miss
Francis, Salinas recupera las rasgos generales de toda comunicación
epistolar. Repasa la autenticidad de pensamientos que refleja –o suele
reflejar– el remitente en sus cartas: “Me entrego al placer de ser como
soy, como me dé la gana, sin miradas que me traben, sin presencias que
me limiten” (1993: 32). Y detalla la acomodación del tono y el estilo
general de la carta en función del destinatario al que vaya dirigida: “Y
como cada cual es como es, cada uno me inspira un modo particular y
diferente de dirigirme a él concorde con su índole. Y así vivo embriaga-
damente en mis escrituras, como de mil distintas vidas. Basta con que
piense en Fulano para que se me abra la vena irónica; que me recaiga
la memoria en Zutano, para que empiece a destilar la melancolía”
(1993: 32). Y así hasta llegar a su piedra clave: por su carácter de texto
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17 Joan Hinde Stewart hace referencia a ese espacio vacío entre las cartas que, de hecho, es un espacio
lleno de informaciones ocultas: “Y la moralidad puede quedar suspendida de los silencios que separan
las cartas” (1989, 521). “‘El espacio entre los acontecimientos’, es también el espacio en blanco entre
las cartas que los narran –espacio material que corresponde al espacio mental que puede cubrir algu-
nos de estos mismos acontecimientos: el olvido” (1989: 528).