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sobre la comunicación por carTa
excepcional ausencia de cortapisas y ceremonias, de atención diligente
a normas convencionales. La escritura epistolar consiente y estimula el
uso, en una palabra, de la libertad” (1998: 212). Por otra parte, Albrecht
recurre al tópico de la charla entre ausentes. Y refuerza su teoría de la
conversación entre ausentes la mención de las normas convenciona-
les que canalizan las cartas, puesto que la conversación está también
plagada de normas convencionales de presentación, de despedida y
de tratamiento de respeto. A ese diálogo entre ausentes alude también
Hester cuando explica que en la tradición de las cartas familiares de la
antigua Grecia la carta funcionaba como el sustituto de la presencia
del escritor. Y apunta que las cartas acercan a los interlocutores: sirven
para disminuir la distancia entre el remitente y el destinatario (2001).
La carta hace presente al ausente. En la carta la ausencia del destina-
tario no es absoluta. Como si el texto de una carta fuera un conjuro, las
palabras van borrando su ausencia y lo van haciendo presente línea tras
línea. Pero, también, como si fuera el conjuro de un aprendiz de brujo,
la presencia del destinatario no es total. El conjuro se queda a medias,
puesto que, físicamente, el destinatario sigue estando lejos. El poder
de las palabras no resulta suficiente. A lo máximo puede entreverar
ausencia y presencia, y se queda a mitad del camino; puede permitir la
comunicación total o la total incomprensión. La carta se queda a mitad
de camino entre la posibilidad de una comunicación total y el riesgo de
la total incomunicación (Altman, 1982: 43). Janet Gurkin Altman pone
como ejemplo las cartas de los amantes. El amante que toma su pluma
para escribir a quien ama puede proclamar en un momento el poder de
la carta para hacer presente a su amado (o amada) y enseguida lamen-
tar su ausencia y mostrar la impotencia para convertir las palabras en
presencia física (1982: 14).
En esta misma línea argumenta Jeffrey T. Reed cuando se refiere
a las cartas en la Antigüedad y afirma que su función es construir un
puente para superar la separación espacial entre los comunicantes
(Reed, 1993: 230-232). La propuesta de las cartas como puente es recu-
rrente. Altman la completa al referirse a las cartas como una cadena de
comunicación (1982: 15). Y aquí cada carta se comporta como un esla-
bón de la cadena, como una cuenta del collar comunicativo. La ventaja
de la cadena sobre el puente reside en que la cadena tiene en cuenta el
espacio entre las cartas, que vendría a ser el vacío entre anilla y anilla de
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