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Teoría de las carTas al direcTor. la gesTión periodísTica del público i UOC PRESS
que la carta publicada no se sujete a las características propias de una
carta pública. En este sentido las cartas al director se perfilan, como el
caso anterior, como una variante de cartas con destinatario único, pero
lectores varios: una mutación del doble círculo de lectura. Y aún podría
inquirir otro lector: ¿no son los lectores de un periódico una “totalidad
indiferenciada muy distinta” del grupo descrito con anterioridad? No,
puesto que el público al que se dirige una carta al director cuando está
editada es sólo un grupo, algo mayor que el antes citado, pero sólo
un grupo y, sobre todo, este grupo se comporta –en la medida que
el medio lo facilita– como una comunidad que comparte intereses,
ideología y hasta emociones: unas personas vinculadas por su afinidad.
Una conversación diferida
La tradición entiende que las cartas son una forma de conversación.
La memoria nos acerca las palabras que escribieron Séneca, Vives y
Erasmo al respecto. Reproduciré otras voces que también lo atesti-
guan. La oposición a esta explicación, por lo menos la oposición de
mayor calado, la representa la idea que expone Pedro Salinas en su
trabajo “Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar”.
Expondré sus razones y las comentaré.
Lo que traslada el experto en Filología clásica Michael von Albrecht
es que la carta “es una imagen del alma del que la escribe” y lo completa
cuando afirma: “Las cartas son una charla entre ausentes, o un diálogo
partido por la mitad. De ello deriva su carácter comunicativo, su proxi-
midad a la lengua coloquial de las personas cultas, no a la vulgar” (1997,
485). En esta descripción que propone Albrecht, basada en la obra de
Demetrio y en la de Cicerón, entre otros, destacan dos aspectos. Por
una parte, la sinceridad a la que somete la carta a su redactor: una ima-
gen de su alma. En esa reproducción por escrito del alma propia no se
escapa el peso de la emotividad y ese comunicarse dándolo todo. La
voluntad de transparencia que, en multitud de ocasiones, provoca des-
cuidos en el estilo. Esa transparencia del alma transmite la libertad de la
expresión y fomenta el cultivo de la amistad. A la amistad y a la libertad
señala Guillén cuando de las cartas trata: “[...] El ejercicio de la escritura
epistolar es como la amistad, se parece a la amistad, consintiendo una
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