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sobre la comunicación por carTa
la misma manera que un maestro requiere un alumno para poner en
marcha su potencialidad. Este es el “círculo mínimo de la carta”, para
decirlo con la voz de Salinas (1993: 36). Pero no se agota en estas dos
figuras el juego de destinatarios de una carta. Una primera extensión
consiste en que el destinatario de la carta lo lea a su círculo más cercano
de allegados. Esta adición permite dibujar un doble círculo de lectura.
“La primera quizá sea la duplicación o multiplicación de la persona des-
tinataria, propiamente dicha, que, como suele suceder, siente el deseo
irrefrenable de leérsela a otras. [...] He aquí el primer caso: destinatario
intencional único, pero lectores varios, los amigos. ¿Puede decirse
que la carta queda así despojada de su carácter privado e íntimo? No,
siempre que el grupo de lectores lo formen gentes de una modalidad
de espíritu afín al destinatario, con análogas capacidades de entender y
sentir los primores de la carta (Salinas, 1993: 36). Esta certera descrip-
ción que realiza Salinas sobre las posibilidades de multiplicación de los
lectores de una carta enviada a un único destinatario apunta implícita-
mente a la constitución de una comunidad de intereses y sentimientos
alrededor de la figura de la carta y de su remitente: una comunidad de
afinidad cuyo símbolo y referente es, en este caso, la carta enviada.
Y así lo entiende Salinas cuando explica con mayor detenimiento ese
hacerse público de la carta sin ser pública. “En este grado de multi-
plicación de lectores la carta puede muy bien no perder nada de ese
especialísimo tono de recato y pudicia intencionales que la distingue
de todos los escritos. No se olvide, además, que, en semejante caso, la
carta no se hace pública, propiamente; en la noción de público entra
una totalidad indiferenciada muy distinta, ya que los lectores a quienes
se extiende el favor de la carta son pocos, no todos, y escogidos por
supuesta afinidad, y no indiferentes” (1993: 37).
No obstante, creo que mejor sería decir que la carta no pierde su
carácter privado no sólo porque exista esta comunidad de afinidad que
procura que se mantenga en un ámbito privado, sino también porque
la carta sólo queda despojada de su esencia privada si el remitente es
consciente de que la carta va a tener un fin público y la estructura y
redacta con arreglo a este fin. Y algún lector se habrá preguntado:
¿acaso las cartas al director no tienen un fin público? Sí, lo tienen,
pero el director del periódico se comporta a todos los efectos como el
único destinatario en primera instancia y, sobre todo, en el garante de
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