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sobre la comunicación por carTa
La fe del cartero
Entre otras fes, me quedo con la del cartero. El cartero sabe a
quién va dirigida cada carta que pasa por sus manos. No titubea ni un
instante en depositar la carta que le han encomendado en el buzón
que replica el mismo nombre del sobre. “Y esa creencia del cuerpo
de cartería de que una carta es para el individuo designado en el
sobre, es el cimiento de todo orden postal” (Salinas, 1993: 34). Ya se
vio cuando se trató de los manuales que servían de guía para escribir
cartas cómo hacían “hincapié no ya en el tema o estilo idóneo sino en
el carácter del destinatario, su posición social y los lazos” que podían
unir a quien escribía con su destinatario (Guillén 1998: 182). Ese es el
peso del destinatario en las cartas. Se vio también en casos concretos,
y tanto para el contenido de la carta como incluso para la forma en la
que se presentaba a su potencial lector, cuán importante resultaba esa
adecuación de la carta al receptor. Un ejemplo puede reforzar la teoría.
El caso de las cartas privadas escritas por Cicerón suponen una mues-
tra de la acomodación de lo escrito al destinatario: “Cicerón, según la
relación que le une con las personas a las que escribe, se puede mos-
trar íntimo y espontáneo, como con su fiel confidente y administrador
Ático, con su hermano Quinto, o con Tirón, mientras que con otros
como Apio Claudio, Trebacio, Catón o su mujer Terencia, lo hace
con hipocresía, amabilidad, austeridad, preocupación o indiferencia”
(Pérez, 1997a: 320-321).
No hay duda pues de que el destinatario modela de alguna manera
el material de una carta y su disposición. Salinas, ahondando más de
lo necesario en el carácter ensimismado, reflejo de una escritura del yo
que tiene la carta, pretende ver en el propio emisor al auténtico y pri-
mer destinatario de toda carta. “Y sin embargo... Lo cierto es que ape-
nas las palabras van animando la hoja blanca, el que escribe se empieza
a sentir viviendo, allí; se reconoce en esos vocablos.” Y añade: “El pri-
mer beneficio, la primera claridad de una carta, es para el que la escribe,
y él es el primer enterado de lo que quiere decir por ser él el primero a
quién se lo dice” (1993: 35). Y parece que el buen poeta, enfilando la
puya hacia lo hondo del yo, confunde la característica de la escritura de
una carta con la característica esencial de la escritura a secas. Queriendo
destilar las propiedades espirituales de la comunicación epistolar, topa
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