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sobre la comunicación por carTa
y que se mostraban deseosos de que alguien publicara las cartas que
tanto les habían gustado. Para hacer inteligibles las cartas a un público
que no tenían previsto en el momento de su concepción, Pinchêne
debió aligerar algunos pasajes y explicar otros. No obstante, Duchêne
explica que el resultado de esta extensión no modificó el carácter priva-
do de las cartas porque así fueron pensadas y escritas (1971: 17).
Las cartas traicionadas y las cartas extendidas muestran las posibili-
dades que alberga una carta privada. Salinas habla de una triple poten-
cia de alcance: “En su función normal y más simple [una carta] llega a
su destinatario, sin más acá ni más allá. Pero hay un más acá, anterior a
él, el propio autor, el primero que lee la carta y que puede ser el primer
alcanzado por sus efectos. Y hay, sobre todo, un más allá, el alcance
máximo de la carta, que apuntada a un blanco cercano y definido –tal
persona– lo sobrepasa y llega muy lejos, a todos, al gran público”
(1993: 46). El primer alcance de una carta, igual que de cualquier texto,
reside en la persona que lo escribe; el segundo, en su destinatario. Pero
en las cartas traicionadas y en las cartas extendidas se llega a un destina-
tario ulterior. Un público distinto y superior en número al destinatario
original se entera de sus contenidos. En las cartas traicionadas, por
motivos espurios o en provecho de la humanidad o de la historia de
la literatura. En las cartas extendidas, por el interés que suscita la carta
entre los amigos y los familiares o porque un intermediario ha tomado
el compromiso respecto a un grupo de hacerle llegar las cartas que,
según él, merecen trascender su mesa de redacción.
Y para las cartas al director –un tipo de cartas extendidas– aún
cabría otro alcance más (el cuarto, para no perder la cuenta). Este
nuevo alcance se da en situaciones históricas de pérdida de libertades,
cuando sobre la prensa se impone la censura. Al yo que escribe la
carta y a su destinatario (el director), las autoridades añaden el censor
(destinatario obligatorio) antes de que la carta pueda llegar, finalmente,
al público. El juego en este caso es más complejo. El remitente quiere
relatar algún acontecimiento u opinar acerca de alguna cuestión públi-
ca, expuesta o no por el periódico. El destinatario natural de la carta
es el director, que pretende que, para ser publicada, la carta pueda ser
de interés para el público de su periódico. Si lo es, procura además que
respete las normas de la correspondencia privada y edita aquellas partes
de la carta que dificultan su lectura. El director, no obstante, siempre
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