33
sobre la comunicación por carTa
Al otro lado de la frontera
Comentaba que la frontera que separa en ocasiones las cartas pri-
vadas de las públicas no es más que una empalizada de espigas: débil
y franqueable. Lo es fundamentalmente en los casos en los que el
remitente prevé que la carta será leída por un público más amplio que
el destinatario al que va dirigida. Y esa presunción puede modificar la
actitud del redactor y la intención con la que escribe. Puede plantear la
duda de quién es el destinatario que alumbra el sentido de la carta. En
palabras de Guillén: “Baste con mencionar a los autores mejores y más
famosos de ‘cartas familiares’ [...] y recordaremos esa conciencia en el
lector de la complejidad gobernada por la superposición de la comuni-
cación privada y la pública. La ambigüedad de las referencias al entorno
cotidiano del autor, o al del lector, se ve superada por la borrosa identi-
dad o la subordinación de esa segunda presencia psíquica, esa segunda
persona [...], a quién y para quién se escribe” (1998, 190). Esa segunda
presencia psíquica que apunta Guillén es la sombra del público, que en
el caso de madame de Sévigné, tal como mostró Pedro Salinas, le gana
la partida al destinatario real: madame de Grignan. Las cartas en esta
ocasión cruzan la frontera y se instalan definitivamente en el terreno
de la literatura, a la espera de la emoción de públicos amplios más que
únicamente de las lágrimas o las sonrisas de madame de Grignan. “La
consecuencia es de peso. Quiere decir que, aunque no fuese más que
por un momento, la madre toma a su hija como tema literario, como
pretexto de un anhelo –escribir hermosamente– que va más allá del
origen –de la originadora, Madame de Grignan– estrictamente perso-
nal y humano de la carta. [...] En ese instante tampoco se la puede ver
como escribiendo únicamente para Madame de Grignan, algo que ésta,
y sólo ella, puede gozar, por tratarse de privativa y reservadísima her-
mosura entre las dos; sus páginas ofrecen pasto de goce y admiración a
cualquier persona sensible, y así está escribiendo para muchos, para la
posteridad, para nosotros” (Salinas, 1993: 42).
Y si eso sucede, se quiebra la confianza fundamental sobre la que
se asienta todo intercambio epistolar. El redactor (el yo de la carta) ya
no escribe con el destinatario (el tú de la carta) como centro, como
enfoque de su carta. Y entonces se rasga a la primera, como un papel
mojado, el pacto que mantienen quienes intervienen en este tipo de
33