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las carTas al direcTor en Tiempos de censura
lectores en relación a cuestiones religiosas. El tratamiento de los sacer-
dotes mantuvo vivo el diálogo durante tres números.
“Quisiera ahora comentar algún extremo de la carta del señor J. M (Bada-
lona). [...]
La verdad, llevo casi tres años leyéndoos y, en términos generales, nunca
me pareció tratarais al sacerdote en forma ‘desairada’. Pero, aun dejando
a El Ciervo fuera del asunto, he de confesaros que mi reacción espontánea
ante el tema ‘cómo debe tratar el seglar al sacerdote’ es más bien opuesta
a la del señor J. M. Éste parece recomendarnos lo que yo llamaría ‘técnica
del tupido velo’: corramos un tupido velo sobre los eventuales defectos
humanos del sacerdote, para no perjudicar nuestra estima de su carácter
sagrado. [...]
Se hace patente, creo, que el señor J. M. y yo pensamos en dos tipos, bien
distintos, de lectores. [...]
Por lo demás, la carta del señor J. M. es una apología insistente de la virtud
cardinal de la prudencia” (EDUARDO CIERCO, “¿Cómo tratar al sacer-
dote?”, El Ciervo, 79: 15).
El diálogo entre los lectores de la revista en este tema, como en
otros, surgió a partir de un artículo publicado por El Ciervo.
“En el último número de noviembre aparece la sabrosa car-
ta de Eduardo Cierco que no me resisto a comentar. [...]
Es cierto que nosotros tenemos mucha culpa de esa reserva, esa distancia
que se guarda con el sacerdote. Pero los seglares también.
Me fastidia que me falten al respeto [...] (BERNADINO MARTÍNEZ
HERNANDO, “¿Cómo tratar al sacerdote?”, El Ciervo, 81: 15).
Con posterioridad, la cuestión de los sacerdotes volvería a aparecer
en la sección de cartas, en su forma de diálogo entre lectores. De nuevo,
el motivo del diálogo era la aparición de un artículo en la revista.
“Don Jacinto Herrero, en una carta del último número, hace una pregun-
ta que no entiendo: ‘¿Nos quiere decir Maluquer qué clase de curas es el
destinatario del ‘test’? Pues, sencillamente, yo mismo: [...].
Don Jacinto Herrero escribe una carta muy ponderada. Muy puesta en
equilibrio. [...] Aunque creo que don Jacinto quiere reconciliar las dos
cosas: la de Maluquer y la del señor que rompe el espejo porque ve que
es feo” (MIGUEL DE JUAN, “Sencillamente, yo mismo”, El Ciervo,
110: 10).
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