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sobre la comunicación por carTa
la vida familiar, entre amigos, en el trabajo, para pedir favores y para
acompañar en los momentos de euforia y de caída.
El universo de estos casos de cartas privadas nunca excede dos
estrellas: la que emite la luz y la que la recibe y aprecia. Son universos
despoblados, casi desiertos, universos íntimos. No son cartas que
fomenten o favorezcan la construcción de una comunidad a su alrede-
dor. El todo es la pareja que se comunica. No son el eje de relaciones
poliédricas. Un discurso distinto habrá que aplicar al estudio de las
cartas al director en los diarios y revistas, puesto que son cartas con
un componente privado –cartas escritas para la cotidianidad–, pero
también público. Cartas que son engranajes de máquinas complejas,
de universos poblados que no se resuelven en minuciosas taxonomías
como las detalladas por Demetrio, por Libanio y por tantos otros.
Después de estos primeros momentos en los que se decidía la
dirección que iba a tomar el camino de la comunicación epistolar, el
mundo de la edición y la industria editorial multiplicaron los ejemplos
de cartas privadas publicadas con o sin el consentimiento de su autor-
remitente y de cartas públicas preparadas para ser publicadas ya desde
su concepción.
Conviene pues distinguir las cartas que van a tener una voluntad
literaria de las que responden a una necesidad de comunicación de
carácter privado (aunque puedan publicarse con posterioridad por el
interés de lo que se ha escrito). Entre las primeras se pueden encontrar
epístolas poéticas, novelas epistolares, cartas amorosas y otros usos
de la carta que aquí se omitirán puesto que se adentran en el terreno
de la literatura. “Como forma literaria en prosa su uso se remonta a
las Epístolas familiares de Cicerón, que sirvieron de modelo para las
construidas en el Renacimiento. En esta época se utiliza también como
forma primaria del ensayo, tanto en Erasmo y en sus sucesores, como
en autores de una línea ideológica y estilística diferente: recordemos
las Epístolas familiares de fray Antonio de Guevara o las que este mismo
autor atribuye al emperador Marco Aurelio en el Reloj de Príncipes. En la
narrativa, la novela epistolar constituye un verdadero subgénero”. La
síntesis la proporciona el libro de Marchese y Forradellas (1994: 135-
136). Excluyo, según lo dicho, las cartas públicas, las epístolas poéticas
y las novelas epistolares sobre las que se ha dejado caer el manto de la
literatura y de sus géneros, y que no están animadas por una comunica-
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