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las carTas al direcTor en Tiempos de censura
La revista, tras las recientes incorporaciones, está formada al final
de los cincuenta por los fundadores, una segunda generación más
joven que éstos y una generación mayor. El estilo desenfadado del
inicio se depura con los nuevos ingresos. Se acentúa el tema de la
renovación religiosa, ya que existen motivos de entusiasmo tanto para
los colaboradores de la revista como para los lectores (gente joven con
un talante progresista).
Hasta marzo de 1958 (número 63), la publicación aparece en blanco
y negro y con ocho páginas. En ese número se pasa a doce páginas y
aparece la cabecera en color: siempre un rojo claro. Se introduce publi-
cidad de libros y también se perfilan los objetivos culturales (crítica de
libros, de teatro, de cine) y los artículos de reflexión. El final de esta
década significa la normalización de la revista y el final de un proceso
de expansión y consolidación de El Ciervo.
La figura del papa Juan XXIII surge en 1958 y con ella un incre-
mento en la revista de atención a cuestiones eclesiásticas desde un
punto de vista renovador. “Esto empezó a cambiar cuando fue elegido
papa Juan XXIII y este convocó el Concilio Vaticano II. Simpatizamos
en seguida con el papa Juan. Era como si fuera nuestro consiliario,
desde Roma. Aquella fue la época más eclesiástica de la revista. Había
que pedir opiniones a los teólogos y además el Concilio llenaba varias
de las escasas páginas de la revista […]. El Concilio interesaba a todos,
curas y laicos, católicos y no católicos, en toda Europa y en el mundo.
Recuerdo que un suscriptor, sacerdote en Madrid, nos escribía dicien-
do que nuestra responsabilidad era mayor ahora que el Concilio nos
había venido a dar la razón. Para muchos lectores, visto ya desde el
Concilio, El Ciervo inquieto y modesto había resultado una especie de
predecesor por libre” (Gomis, 1992).
El núcleo de redactores en este momento estaba formado por J.
M. Barjau, Rosario Bofill, Alfonso Carlos Comín, Enrique Ferrán,
Juan Gomis, Lorenzo Gomis, Antonio Jutglar, Juan Masana, Ramón
Maldúa (Josep Dalmau) y Jordi Maluquer. Las reuniones de la redac-
ción dejan de ser itinerantes y Rosario Bofill entra a ocuparse de la
secretaría en 1956. Los temores de los redactores se centran más, en
esta época de auge religioso, en la censura eclesiástica y se prodigan dos
características esenciales en El Ciervo: la participación de los lectores y
el humor –una cierta ironía tiñe los artículos que se publican.
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