227
las carTas al direcTor en Tiempos de censura
marcha su interpretación del texto. Esa indeterminación, esos lugares
vacíos, permite al lector dar consistencia interpretativa al texto.
Los lugares vacíos (o de indeterminación) no tienen mucho sentido
en el mundo de la comunicación, y en el de la prensa en particular,
puesto que los contenidos se transmiten con el grado de indetermina-
ción mínimo del que es capaz el periodista. El profesional se esfuerza
en incorporar el mínimo ruido posible para que el lector entienda
exactamente lo que el periodista ha escrito. No obstante, en periodos
de censura los textos periodísticos pueden entenderse como textos
no estrictamente comunicativos, puesto que quieren ser transparentes
para un tipo de públicos (sus lectores) y translúcidos para otro (sus cen-
sores). En estos casos, tanto por parte de los periodistas no afectos al
régimen como de los lectores que se oponen a esa situación se intenta
que los lugares de indeterminación jueguen a favor de la libertad.
El papel de los lectores y de los censores
Los lectores de una publicación se arriesgan a decir lo que piensan en
las cartas que le envían al director si entre ellos y la publicación existen
vínculos suficientes para justificar esta acción. Los lectores se atreven
a coger la pluma si detectan que la publicación que leen habitualmente
también da la cara. También se la juega. Si es así, otros lectores llegarán
donde los profesionales de ese medio no pueden llegar por culpa de la
censura. También habrá quien se escandalice con lo que se escribe en la
publicación y las cartas críticas tienen que dar prueba de ello.
Pero para que se ponga en marcha todo el proceso resulta funda-
mental algún elemento desencadenador: que los lectores vean que la
prensa no sigue mansa y adocenada las consignas de los represores.
Armañazas pone en boca de Juan Luis Cebrián una descripción de la
situación de la prensa durante el franquismo y aporta su propia conclu-
sión: “Durante el franquismo, relata Juan Luis Cebrián, ‘pocas eran las
cartas que se recibían entonces y menos aún las que merecían la aten-
ción de ser publicadas. Para algunos eso era reflejo de lo que llamaban
la incultura y el desinterés de nuestro pueblo. Para mí, en cambio, era
un síntoma muy claro del descrédito en que se vio sumida la prensa. La
falta de comunicación entre los lectores y sus periódicos era pareja a la
227