
20
Teoría de las carTas al direcTor. la gesTión periodísTica del público i UOC PRESS
Testamento Abraham J. Malherbe sitúa su redacción en tiempos pre-
cristianos –aunque apunta que tal vez se revisó en el 300 d.C.– (Hagge,
1989; Guillén, 1998: 199-201). En este manual, el autor plantea 21 tipos
de cartas distintos: “Amistosas, de recomendación, condenatorias, de
reproche, de consuelo, de censura, de amonestación, de amenaza, de
vituperación, de alabanza, de consejo, de súplica, de averiguación, de
respuesta, alegóricas, explicativas, acusadoras, apologéticas, de congra-
tulación, irónicas y de agradecimiento” (Malherbe, 1977: 29). Ya desde
el principio y para ser útiles, estos manuales marcaban una tipología
para las cartas y, sobre todo, ordenaban los distintos tipos en función
del objetivo perseguido en la comunicación. Del mismo modo, en la
teoría de las cartas al director que propongo, desarrollo una tipología
que pueda incluir cualquier ordenación ulterior basada en un detalle
mayor y se tiene en cuenta en el momento de analizar las cartas al
director el objetivo que guía a cada una de ellas: generado a partir del
análisis del tema principal y de la intención, manifestada en la actitud
del redactor de la carta.
La asignación del autor de estos Tipos epistolares a Demetrio coincide
con la autoría de Demetrio de la obra que supone la primera reflexión
extensiva acerca de la teoría de las cartas: el De elocutione, fechado en
el primer siglo después de Cristo. En su De elocutione, Demetrio afir-
ma –citando a Artemón, el editor de las cartas de Aristóteles– que la
carta debe escribirse de la misma manera que se habla: la carta es una
de las dos caras de un diálogo. Ante esta afirmación puesta en boca
20
el imperio: “Tal era la sólida construcción de las vías romanas, cuya firmeza no ha cedido por comple-
to al embate de quince siglos. Unían a los súbditos de las provincias más distantes con un trato social,
sencillo y familiar, pero su principal objetivo era facilitar el avance de las legiones; no se consideraba
completamente dominado un país hasta que los ejércitos y la autoridad del conquistador podían llegar
a todos sus rincones. La ventaja que suponía recibir la información con la máxima rapidez y enviar las
órdenes con celeridad indujo a los emperadores a establecer a lo largo de sus amplios dominios una
serie de postas regulares. Se construyeron casas en todas partes, a distancias no superiores a los ocho
o nueve kilómetros y en cada una de ellas había siempre cuarenta caballos; con ayuda de estos relevos,
resultaba sencillo recorrer más de ciento cincuenta kilómetros en un solo día por las vías romanas. La
utilización de las postas estaba permitida a todos aquellos que lo solicitaban por mandato imperial;
sin embargo, aunque previstas como un servicio público, algunas veces se permitía que se emplea-
ran para los negocios o necesidades de los ciudadanos particulares” (2001: 62-63).
Ya se ve que las cartas, desde la Antigüedad, cumplían sus objetivos tanto en el ámbito privado (cartas
interpersonales) como en el ámbito público. Por lo tanto, no puedo estar de acuerdo con la genera-
lización que realiza Pedro Salinas en el sentido que en la Antigüedad las cartas iban dirigidas siempre
a públicos amplios: “[...] En la Antigüedad la carta se escribe pensando en destinatarios colectivos,
es un género literario que apunta a muchos lados: al sermón suasorio, y al discurso de propaganda,
las cartas del Nuevo Testamento, las de san Pablo; a las gacetas y diarios, como las de Cicerón y sus
amigos [...]” (1993: 38). El hecho en sí de apuntar que la carta es un género literario ya revela que el
poeta está pensando en cartas públicas y no en una comunicación a dos.