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las carTas al direcTor en la Teoría del periodismo
nuevo las cartas y el periodismo cruzan su destino. Como las cartas,
el periodismo adecua su mensaje al destinatario; como las cartas el
periodismo es un tipo de conversación, aunque la práctica habitual ha
prescindido de las respuestas de los lectores. Las cartas promueven las
respuestas, algunas respuestas –no todas–, que los lectores antes calla-
ban y la conversación se renueva y devuelve al periodismo a su estado
inicial. El hecho de no escuchar al interlocutor –al lector, en este caso–
provoca, casi sin querer, que lo que el periodista cuenta interese cada
vez menos, puesto que se acaba desconociendo lo que mueve al lector.
El periódico, podría decirse, es una compilación de cartas que cuen-
tan los sucesos más cercanos a los intereses del lector. En las cartas
que forman cada una de las noticias del diario el redactor ha ido escon-
diéndose hasta eliminar el yo y el nosotros, el tú y el vosotros. A veces
incluso se esconde el redactor en los textos de opinión. Toda novedad
tiene cabida en el periódico si se cuenta en tercera persona hasta hacer
desaparecer el yo. Ese es el peaje que reclama el tratamiento de la
información para ocultar su origen y su esencia, que alguien cuente
algo novedoso a un conocido y se adapte al escribir al estadio de com-
prensión de su destinatario para despertar mayor interés. El contorno
de la máscara responde a la formalidad de la noticia. Ese bajamar de
yo que se da en la noticia ha querido simbolizar la toma de posiciones
del profesional frente a la redacción cercana y acertada del amateur, del
escritor de cartas, de quien se comunica por escrito porque no puede
conversar. Por eso también las cartas en los periódicos nos acercan a
los orígenes de la comunicación social: la voluntad de conversación, en
este caso de conversación escrita.
La retórica de la participación, la retórica del diálogo y la retórica de
la intervención recuperan el sentido de la correspondencia como base
de todo periódico: la voluntad de que los miembros de una comunidad
con intereses comunes (por razones geográficas o por la coincidencia
en sus curiosidades) aporten informaciones y opiniones, la voluntad
de promover la conversación y de interesarse por el otro, por el desti-
natario, por el medio. Si el medio desoye la voz de sus interlocutores
rompe el sentido de la comunicación y convierte la conversación en
monólogo. Y el silencio que se instala en esa relación es un síntoma del
abismo que separa el diario o la revista de su público. O para decirlo
con las palabras de Varin: “Puesto que es un diario, es decir, un cruce
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