117
el peso de la sección de carTas
Enviada ya la carta y leída por el responsable de la sección, la civi-
lidad guia la selección. Abril aplica lo que podríamos llamar la ley de
las tres “i”: “El medio deja fuera de la selección todas aquellas que
considera inoportunas, improcedentes, indiscretas o molestas” (1999:
161). Como todas las leyes, esta también tiene que adaptarse, porque
al criterio de inoportunidad, improcedencia e indiscreción, Abril añade
el de molestia. Lorenzo Gomis habla de buen gusto: “Se considera que
el lector tiene derecho a expresar opiniones personales sobre cualquier
tema siempre que no ultrapase las normas del buen gusto –de las que
el propio diario se considera intérprete cuando hace la selección–,
firme con su nombre y apellido y ponga al pie de la carta sus señas
personales, es decir, que se haga responsable de lo que escribe” (1989:
162-163). Él mismo, unos años más tarde, indica cuáles son los cauces
de ese buen gusto: ni desafueros ni vulgaridades. “Las cartas de los
lectores son una escuela pública de individualidad civilizada. El que no
guarda las formas puede encontrarse con que su papel vaya al cesto,
pero la misma suerte puede correr el que escriba lo que todo el mundo
sabe. Ni desafueros ni vulgaridades: estos serían los límites” (Gomis,
1996: 18). Hynds, a este respecto, en un estudio fechado el año 1990,
ampliaba el alcance de la regla de la civilidad no sólo al buen gusto, sino
también a la exclusión de polémicas religiosas. Christoph Strosetzki, al
hablar de las cartas en el marco de la sociedad francesa del siglo XVII,
sitúa precedentes del vínculo de esta civilidad o cortesía que se exige a
una carta y la necesidad de que sea pertinente para quienes van a leerla,
de que no infrinja la decencia que se le exige: “[...] se puede afirmar en
consecuencia que la cortesía se da si se respetan las reglas del decoro.
El espíritu de la cortesía no es otra cosa que el espíritu del decoro”
(1984: 158).
Resulta necesaria esta regla de la civilidad para ayudar al buen desa-
rrollo del debate público y para que las participaciones de los lectores
sean siempre productivas. Y esta regla se basa en el rechazo de la
ofensa y en el manejo de los argumentos y de las emociones para decir
o apuntar todo lo que se crea necesario sin quebrar el diálogo. Cada
publicación, no obstante, como afirmaba Gomis, se considera el mejor
intérprete posible de esta regla vaporosa para su público.
En cualquier caso, resulta siempre significativo desde este punto
de vista analizar las cartas publicadas. Esta visión de las cartas permi-
117