115
el peso de la sección de carTas
que sólo te exige un folio a dos espacios en una sola cara, con lo que,
aprovechando el papel hasta sus más remotas esquinas, puedes escribir
casi una novela. Es digno de agradecer que no limiten tu epístola. En
el Diari de Lleida se publicó una larga carta que tenía 237 líneas [...]. En
el diario Alerta de Cantabria he localizado las cartas más extensas [...]
(Méndez, 1991: 21). Y, segundo, en el ámbito de la prensa diaria suelen
producirse limitaciones de espacio. Pero estas limitaciones de espacio
están obligadas por el propio carácter de la publicación. Cartas largas en
un medio generalista es una contradicción en los términos, puesto que
no se puede focalizar la sección de cartas sobre uno o varios asuntos
cuando los intereses de las personas que la leen son múltiples, generales.
Algo distinto sucede en la prensa especializada. En este tipo de
publicaciones, básicamente revistas, los intereses de los lectores están
reducidos temáticamente. Sus conocimientos, fruto de su interés, son
mayores y, tanto quien lee una carta como quien la escribe, tiene una
motivación mayor y un discurso más trabado como para que las cartas
tengan mayor recorrido. Por lo tanto, hay que matizar el sentido de la
regla del entretenimiento. En algunos casos el entretenimiento tiene
relación con la brevedad; en otros, con la facilidad de expresión. Y en
todos con la adecuación de la sección de cartas y de las cartas que la
forman al público al que se dirigen.
Pero más allá de la facilidad de la lectura, ¿dónde radica el entreteni-
miento que proveen las cartas? Las cartas son entretenimiento para quien
las lee, para las personas que las han escrito su carta suele ser un asunto
muy serio. Esta seriedad que impulsa a un ciudadano a escribir una carta
llama la atención. Quien escribe una carta dice en su carta lo que piensa
o lo que sabe y así también lo diría a sus familiares y amigos. El resultado
suele ser un texto auténtico. Al blico le atraen la verdad y la seriedad
de esta aportación. El público se convierte en voyeur que disfruta de estas
apariciones de otras personas que también son público. Quienes escri-
ben cartas no son profesionales y se produce entre el público un efecto
espejo mediante el cual el lector del diario o de la revista se siente identi-
ficado con quien escribe la carta para asentir o para disentir.
Si no se acotan estas cuestiones puede acabar concluyéndose, como
Wahl-Jorgensen, lo siguiente: “Sin embargo, al lanzar ataques, los
periódicos abandonan cualquier pretensión de civilidad y la presunción
de debate racional que subyace en el discurso democrático, tal como
115