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el peso de la sección de carTas
decir que tengan la pericia, el interés o el talento para hacerlo, sino
–como indicaba Clark en su trabajo de 1990– que sean unos “intrusos
informados” (“informed outsider”). Es una consideración esta sobre las
personas que sobrepasa su actitud y se centra en que tengan cosas
interesantes que decir. Y este requerimiento oculto suele ir acompa-
ñado por otros, como que las diga con claridad y con una cierta dosis
de persuasión: “No hay duda de que si reúne una cierta calidad de
escritura, mensaje corto, contiene información o solicita ayuda, seguro
la publicarán” (Méndez, 1991: 24). O como apunta Wahl-Jorgensen:
“Hablando en general, los editores se ocupan de tres tipos diferentes,
pero entrelazados, de ‘competencias culturales’, o conocimiento de
prácticas descodificadoras y codificadoras: ortografía, gramática y per-
suasión” (2001). Y, ciertamente, las publicaciones restringen y modi-
fican las cartas que reciben en función de criterios lingüísticos o gra-
máticos. Según el último estudio de Kapoor, un 61,8% de los diarios.
Todo lo que se ha dicho respecto a la regla de la autoridad pone
sobre la mesa, más allá de la porosidad que muestra una redacción por
publicar cartas de personas que pueden ser reconocidas socialmente,
que la selección sólo la superan las cartas que muestran unas ciertas
competencias. Las competencias mínimas de interés en la argumen-
tación o en la información y de claridad expositiva. Y que estas com-
petencias mínimas, en nuestra sociedad, resultan exigibles a cualquiera
que quiera participar en foros públicos. No es de esta opinión Wahl-
Jorgensen, quien quiere resaltar a través de la regla de la autoridad la
incoherencia en la que caen los medios de comunicación cuando pre-
tenden incorporar las más variadas voces, pero piden a cambio ciertas
competencias culturales que, según ella no están –ni parece que tengan
que estar– al alcance de todas las personas que quieren participar en
cualquier tipo de debate público. Dice Wahl-Jorgensen: “Esta incli-
nación refleja una contradicción en la retórica del sector mediático: a
pesar de las llamadas constantes a la diversidad [...], la lógica del mer-
cado exige un tratamiento del negocio de la publicación que, de hecho,
mata la diversidad” (2001). Y recoge el hilo lanzado por Bourdieu para
justificar su posición. Y lo exagera: “Es necesario conocer las reglas de
la cultura para jugar el juego de la democracia y el acceso a dichas nor-
mas está limitado a los privilegiados por sus antecedentes personales.
Esto significa que el equilibrio de las páginas de cartas, a pesar de un
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