Nuestras sociedades tienen un largo historial de apropiación social de las tec-
nologÃas de comunicación (Winston 1999), de los cambios que ello significa
para nuestro dÃa a dÃa –incluso en nuestras salas de estar (Silverstone 1994)– y
de las angustias que suscitan (Eco 1991): angustias porque para algunos autores
no se trata tanto de lo que se podrá ganar en una sociedad donde las tecnologÃ-
as de mediación se han diversificado sino por lo que se puede perder. Por ejem-
plo, Dominique Wolton (1999) considera que al tratar cada vez más con tecno-
logÃas que nos permiten segmentar los contenidos en función de nuestra elec-
ción e interés, estamos perdiendo el eslabón del vÃnculo social que la televisión,
la radio y los periódicos generalistas nos proporcionaban. Para Wolton (1999) la
multiplicación de los medios de comunicación, incluso pudiendo conllevar un
refuerzo de la autonomÃa en los proyectos individuales, se traduce en la pérdida
de fuerza de los proyectos colectivos de la sociedad. La argumentación de
Woltorn, además de ser susceptible de debate en cuanto a la relación entre los
nuevos medios y la reconstrucción social (Castells 2003), se basa en la idea de
que lo que debe ser el objeto de nuestra preocupación es el tipo de tecnologÃa
con la que interactuamos, repitiendo argumentos utilizados a menudo sobre la
dimensión apocalÃptica de un determinado tipo de comunicación (Eco 1991).
Asà y todo, hay más enfoques que resultan factibles. Y uno de ellos es funda-
mental para el análisis que aquà se sugiere. Más que atribuir funciones a los
medios de comunicación y temer sus consecuencias, hace falta analizar lo que
la realidad de las apropiaciones y usos nos demuestra. La cuestión a la que real-
mente hay que buscar una respuesta es: ¿hasta qué punto ese aumento de la
posibilidad de acceso, del tiempo de exposición y de la interacción diaria con los
medios de comunicación propicia o no un aumento de nuestra autonomÃa y en
último extremo del ejercicio de nuestra ciudadanÃa en sus múltiples formas?
La ciudadanÃa, según Turner (1994), puede ser definida como conjunto de
prácticas de los individuos como miembros competentes de una comunidad,
constituyendo su esfera de actuación un vasto campo que abarca desde la apli-
cación de las propuestas de T. H. Marshall (1964) sobre la existencia de dere-
chos jurÃdicos, polÃticos y sociales hasta el debate sobre la existencia de la ciu-
dadanÃa cultural y obviamente, como sugiere Turner (1993), de derechos cultu-
rales, pasando también por el derecho a la comunicación (Hamelink 2004) y la
información.
© Editorial UOC 46 Los medios de comunicación en la sociedad en red
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