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Todo ello ha sido posible gracias al dominio de
un lenguaje, el del cinematógrafo, que no ha variado
mucho desde sus inicios, pero que poco a poco ha ido
creciendo a lo largo del siglo XX para llegar a lo que
es hoy en día. Quizás a muchos nos gusta más como
era hace un tiempo, pero siempre habrá quien vuel-
va a recuperar sus formas antiguas o quienes experi-
menten para cambiarlo. Esa debe ser la grandeza de
un lenguaje que merece estar vivo, después de haber
cambiado el curso de la historia del ser humano.
Hoy en día somos todos hombres y mujeres au-
diovisuales. De alguna forma las extensiones de nues-
tro cuerpo son instrumentos tecnológicos vinculados
al audiovisual. En los oídos tenemos un reproductor
de música y en los ojos, una videocámara, mientras
el proyector cinematográfico continúa iluminando la
pantalla de nuestra alma.
Esperamos que eso siempre sea así y que las
películas no dejen nunca de emocionarnos con la ma-
gia de los primeros días. El bombardeo audiovisual
quizá lo hace más difícil, pero después de más de cien
años de existencia, el cine se ha convertido en un len-
guaje ya veterano, que nos ayuda a comprendernos y
a entender la realidad que nos rodea.
La historia del siglo XX la encontramos en el cine
y, para muchos, el cine es también la historia de nu-
estras vidas. Esa es la grandeza de este lenguaje uni-
versal.