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de Orson Welles. La historia se sitúa en la Viena de la
posguerra, una ciudad laberíntica ubicada en el centro
de Europa y protagonista de intrigas internacionales.
Por lo tanto, ya es un acierto la elección de la ciudad,
pero los responsables de la película supieron sacar el
máximo provecho de esta localización al utilizar la red
de alcantarillado para protagonizar una persecución
trepidante, o al rodar la conversación más importan-
te del filme arriba de la famosa noria del Prater. No
se trata tanto de escoger una postal conocida de la
ciudad, como de saber aprovechar los recursos que
te da un lugar así. Cuando está arriba de todo, la no-
ria se detiene y Orson Welles, que está amenazando a
Joseph Cotten, abre la puerta de la cabina, indicando
que con un simple empujón puede poner fin a su vi-
da. Posiblemente, El tercer hombre deja el recuerdo de
una ciudad que muchos no podremos desligar de la
película.
Eso se da cuando el espacio conocido se implica
de verdad con la historia y los personajes del filme.
Estos lugares forman parte de nuestra memoria fíl-
mica. Algunos nos gustan por motivos personales o
porque los conocemos, pero otros nos fascinan por-
que están completamente asociados a la película que
los incluye. Es el caso de la ciudad de Blade Runner, la
ducha de Psicosis, la bañera de Las diabólicas (Les diabo-
liques, 1955) de Henri Clouzot o el Monument Valley
de los westerns de John Ford. En estos casos, el espacio