Editorial UOC 97 Capítulo I. Trabajar en la modernidad...
La experiencia cotidiana de nuestro mundo y de nuestro tiempo nos proporcio-
na motivos sobrados para plantearnos cuestiones como éstas que, a primera vista,
podrían parecernos demasiado etéreas, abstractas e impertinentes a la hora de tra-
tar sobre la cultura del trabajo y sobre la relación entre la experiencia laboral y el
bienestar psicosocial.
A las puertas del tercer milenio, en determinados países (que nos pueden parecer leja-
nos en el espacio y en el tiempo) se lapida hasta la muerte a mujeres que han mostrado
públicamente partes tan impúdicas y pornográficas de su cuerpo como los cabellos o el
antebrazo. ¿Dónde radica el atributo de lo pornográfico o de lo sexualmente excitante:
en aquello que resulta visible ante los ojos de todo el mundo o en la mirada de la ma-
nada de sujetos denunciantes?
No lejos de ahí, la violación sexual es causa automática de matrimonio entre la mujer
(niña, a veces) violada y su maldito violador, que se transforma, por esta especie de sa-
cramento sacrílego, en su marido protector para el resto de sus días. Un poco más allá,
en cambio, a la víctima de la violación no le cabe otra suerte que la de ser asesinada por
algún pariente varón y varonil, para “limpiar”, así, el honor manchado de la dichosa
parentela. Por algunos de esos lares, la violación sexual de una mujer casada conlleva
además el agravante del adulterio; lo que refuerza, si cabe, los motivos de su ejecución.
¿Dónde se encuentra el fundamento de tales monstruosidades: en la realidad de las co-
sas o en la manera socialmente compartida de mirarlas, definirlas y valorarlas?
En plena modernidad decimonónica, en países de lo que hoy llamamos Primer Mundo
y de la autopercibida vanguardia del progreso, las columnas de mármol de ciertos reta-
blos barrocos de numerosas iglesias, al igual que las patas de muchos pianos ubicados
en casas de gente moralmente intachable, revestían su desnudez con púdicos velos para
alejar malos pensamientos. Una vez más: ¿dónde radica la causa del morbo, en la mor-
bosidad objetiva de la pata de madera y de la columna de mármol o en la mentalidad
de las subjetividades puritanas que las miran morbosamente?
En buena parte de la historia de Occidente, la esclavitud, la dictadura o el patriarcado
(así como la manifestación de éste en las más diversas formas de violencia doméstica)
han sido vividas y vistas como realidades naturales no problemáticas. No hace muchos
siglos, en estas “tierras de Dios”, uno de los oficios más respetables era el de pasarse la
vida matando infieles. Siguiendo esta vía, numerosos profesionales del ramo –reyes o
mendigos– han sido elevados hasta los altares de la santidad. Mientras, en los mismos
tiempos y lugares, la gente se santiguaba ante pecados tan supuestamente graves y an-
tinaturales como la homosexualidad, la masturbación, la infidelidad matrimonial o el
divorcio. Hasta ayer, lo que hoy emerge bajo las múltiples formas del acoso sexual o
moral en el trabajo ha permanecido oculto, enmascarado y legitimado por toda suerte
de tradiciones morales, jurídicas, religiosas y sociales.