Editorial UOC 56 Teoría de las relaciones laborales...
Esta situación ¿es el resultado de la evolución natural de la relación entre los
sexos o de la historia sociocultural de las relaciones entre géneros?
Entre los mitos fundacionales de casi todas las culturas, que persisten arraigados en
ellas hasta la actualidad, circula el relativo a la explicación y legitimación –o, si se pre-
fiere, al origen y al sentido– de las diferencias entre hombres y mujeres, entre mujeres
y hombres. Así, por ejemplo, la sabiduría china distingue el Yin del Yang. Uno es la
energía femenina, de carácter pasivo y lunar; el otro la masculina, activa y solar.
En la tradición judeocristiana occidental, el Génesis lo deja claro desde el principio:
Dios crea primero al hombre, Adán, y luego forma a la mujer, Eva, a partir de una de
las costillas de aquél. En hebreo Issah (mujer) deriva de Is (hombre). Adán, con per-
miso divino, le pone nombre (‘señal de dominio’) a su compañía (‘compañera’). No
cabe duda acerca de dónde se supone que radica la primacía y donde la subordina-
ción. Después del pecado, la pareja recibe como castigo la imposición de los roles de
género:
Adán es condenado a la función productiva, a comer el pan con el sudor de su frente,
labrando una tierra maldita.
A Eva se le encomienda la reproductiva; esto es, parir con dolor y lo que siga después
del parto.
Los estudios sobre el género ponen de manifiesto que, tras la división sexual
del trabajo, se esconden los estereotipos culturales del género: el varón se realiza
masculinamente cumpliendo el rol agéntico (Deaux, 1985); esto es, vertebrando
su identidad y su actividad en la dimensión pública, centrada en el desempeño
laboral del rol profesional (‘job model’, Dex, 1988) y en la generación de valores
de cambio. La hembra humana hace lo propio femeninamente, desempeñando
su rol comunal (Deaux, 1985), desarrollándose como mujer en el ámbito priva-
do, ejerciendo el rol doméstico (‘gender model’, Dex, 1988) y en la producción de
valores de uso.
El rol masculino ha estado asociado tradicionalmente a la asertividad, la au-
toafirmación y la voluntad de dominio. El femenino, por su parte, a la empatía,
la complacencia y el interés por el bienestar de la familia.
En suma, la división sexual del trabajo se asienta sobre el sustrato arqueológi-
co de una relación de poder y de dominación labrada a lo largo de milenios. En
el mundo laboral, en el mercado de trabajo y en las mismas relaciones laborales,
están tendiendo a desaparecer –en los países socialmente más avanzados– las ba-
rreras jurídicas e ideológicas que impiden la igualdad entre hombres y mujeres.