Editorial UOC 46 Teoría de las relaciones laborales...
les del siglo XIX) “no trabajar más de tres horas diarias” (puesto que las máquinas pue-
den liberarnos de las largas jornadas laborales), “holgando y gozando el resto del día
y de la noche”. Para ello, propone inspirarse nada menos que en una relectura de la
Biblia: según él, Cristo, “en su sermón de la montaña, predica la pereza” y el mismo
Dios Creador proporciona a los creyentes el supremo ejemplo de pereza ideal. No se trata
de trabajar seis días a la semana, todas las semanas de la vida; sino de seguir el ejem-
plo divino: concentrar todo el trabajo de la vida en una semana e instalarse indefini-
damente en un gozoso sábado ocioso: “Dios, después de seis días de trabajo, se
entrega al reposo para toda la eternidad.”
2.2.2. Centro del continuo
Representación del trabajo como componente del principio de la realidad hu-
mana, como una mera función instrumental al servicio de la supervivencia ma-
terial, a la que cabe dedicar toda y sólo la atención necesaria para el logro de este
objetivo: “Si alguien no quiere trabajar, que no coma”, les dice el apóstol san Pa-
blo a los cristianos de Tesalónica (II Tes. 3,10). Ni apología del trabajo, ni de la
comida, ni de la riqueza, ni del ocio, ni del hambre, ni de la pobreza. Una simple
relación estratégica entre un medio y un fin. En la Grecia antigua preesclavista,
Hesíodo (1984) expone, en el siglo VIII a. C., cómo los trabajos forman parte de
la vida humana, al igual que los días. En esta línea, Ulises narra en la Odisea los
trabajos que desarrolla su padre en el huerto como algo normal y cotidiano.
También la mitología popular griega está llena de ejemplos de cómo las más di-
versas divinidades se dedican a la tarea pedagógica de adiestrar a los seres huma-
nos en los oficios cotidianos (Atenea es experta en la técnica del cultivo del olivo;
Deméter lo es en la del de la vid, etc.).
Las mismas sociedades neolíticas, según el antropólogo M. Sahlins (1977), se dedican a
la caza y la recolección nada más que lo justo y suficiente para satisfacer unas necesi-
dades mínimas socialmente establecidas. El resto del tiempo y de las energías las dedi-
can sencillamente a vivir. Ello permite al autor hablar de opulencia primitiva, desde el
doble supuesto de que una sociedad es opulenta cuando sus miembros encuentran
completa satisfacción de sus necesidades materiales y de que a tal estado opulento se
puede llegar o bien produciendo mucho o bien deseando poco.
En los textos principales de las sabidurías y religiones asiáticas –hinduismo,
budismo, taoísmo, confucionismo, etc.–, así como en los libros sagrados y en las
tradiciones orales fundamentales del Islam, las referencias al trabajo son escasas